domingo, 26 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 11

11. Llamada

Suena el teléfono. No quiere contestar porque sabe que es Abigail reportándose, como hace cada semana desde hace 4 meses. Sus pláticas son breves, prácticamente artificiales y eso la hace sentir... mal. Si sigue hablando con ella, le dolerá más desacostumbrarse a su voz y desarraigar su presencia de su vida.

Deja de sonar. Respira aliviada. Y el ruido regresa. Abigail ha sido persistente y Paulina decide que eso merece un precio. Levanta la bocina.

— Hola —responde con tono neutral. En realidad no tiene ganas de mostrarle su estado de ánimo, su nada nunca más. Se ha dado cuenta con el paso de los días que la acción de Abigail ha sido un vil abandono y quiere salir de ese hueco.

— ¿Cómo estás hoy, preciosa? —no se lo dice, pero odia que la llame así. Antes le decía “cariño” o “amor”. Ahora esa palabra le parece más fuera de lugar que nunca.

— Bien, ya sabes. Ocupada. Tengo mucho papeleo que hacer. Se supone que si me aplico, podré ascender y llegar a jefa de departamento. Sabes lo que eso significa, ¿no? Dos secretarias, no sólo una —intenta hablar con naturalidad para hacer la llamada más llevadera.

— Me alegro mucho. A mí me va bien —ríe, tal vez para ocultar que la ha herido al no preguntarle cómo le iba a ella—. El trabajo es genial y pues... a veces salgo con los compañeros.

Oculta algo. Paulina está casi segura de que ya le ha encontrado un reemplazo y la idea la hace enojar más de lo que la lastima. Toma una decisión que la hace lagrimear, pero es lo suficientemente fuerte ahora y puede soportarlo.

— Oye, Aby... Abigail.

— ¿Qué pasa? —suena sorprendida y, en secreto, eso la alegra.

— Ya no quiero que me llames. No me malentiendas, ha sido lindo mantener el contacto pero ya no le veo futuro a esto y... no quiero que sigamos fingiendo.

No responde. Paulina se cubre la boca para contener el sollozo que quiere liberarse.

— Ya. Vale. Tal vez tengas razón —su voz suena fría y corta. Duele—. Cuídate mucho, ¿sí? Si necesitas algo sólo debes mandarme un mensaje y yo... haré lo posible para estar ahí —su voz se convierte en la que usaba para hablarle cuando eran novias y eso duele aún más.

— Gracias. Lamento no poder decir lo mismo —y cuelga.


Se deja caer al piso y deja que el llanto fluya. Cuando todas esas lágrimas hayan salido, estará lista para seguir adelante.

viernes, 24 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 10

10. Alma

Siente que algo se le rompe cuando la ve arrancar el auto e irse dedicándole sólo una pequeña última mirada. Ha sido su culpa y no hay remedio, porque siempre existió la opción de renunciar al trabajo, de decir que no quería irse, de vencer el orgullo. Orgullo, ese fue el problema y en realidad no piensa que haya sido tan malo... Si no fuera porque perdió a la mujer con la que había pasado dos años y se encontraba sola.

Se niega a dejar salir las lágrimas, en parte, de nuevo, por ese maldito orgullo. Pero también porque le parece un gesto inútil, vacío, casi tanto como su cuerpo. Camina hacia su auto a paso lento, arrastrando los pies y mirando el piso. Llega, se sube, se acomoda, arranca. Todo ocurre en medio de una bruma que le da una sensación de lejanía.

Está en su departamento. Se apresura a meter algunas cosas en la maleta. Ya dieron las 2 de la tarde y sólo se le ocurre sentarse en la cama a esperar que llegue el dicho día del viaje. Mañana. Le da por revisar su teléfono cada cinco segundos. Tal vez a Paulina se le haya ocurrido mandarle un mensaje, dejar su trabajo y su familia para ir con ella... algo, cualquier cosa. No pasa nada.

Le da hambre. Mira el reloj y ya son las 6 de la tarde. Empieza a oscurecer. Debió haber comido hace un par de horas, de ahí que sienta que se va a desmayar. Corre hacia la cocina, abre una lata de atún, agarra una cuchara y empieza a comer. No quiere encender el televisor, ni sentarse en el sillón. Todo le recuerda el tiempo que pasó con Paulina.

Termina de comer. Ignora que debe lavarse los dientes y se va a recostar en la cama. Empieza a llorar en serio, con las ganas reprimidas y se queda dormida.

Despierta porque tres alarmas están sonando. Es hora de irse. No se molesta en cambiarse la ropa, ya lo hará cuando llegue al aeropuerto de esa otra ciudad, y se ha dormido con zapatos, así que está lista. Toma su maleta, recoge las llaves del departamento y del auto, sale, cierra bien y echa un último vistazo. Siente como si se estuviera despidiendo para siempre de todo.


Se le escurre una lágrima. Por un momento tiene la certeza de que nunca volverá a estar con Paulina. Aparta la idea y baja las escaleras del edificio con paso rápido y decidido. Decide no volver a pensar en eso en un tiempo. Le manda un beso a Paulina, como si pudiera recibirlo, y se mete en el auto. Sólo le queda esperar.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 9

9. Lágrimas

La vio y notó que tenía los ojos húmedos e hinchados, rojos. Parecía que hubiera estando llorando toda la noche. Sin saber exactamente por qué, le dolió el pecho. Tal vez era el peso del presentimiento. No era normal que Abigail le pidiera verla con urgencia. Era inesperado y... extraño.

No la besó cuando estuvieron lo suficientemente cerca y eso fue otro golpe en el centro del pecho. Estaba ocurriendo algo y sentía la necesidad casi ilógica de saberlo. Debería preferir no enterarse de nada, así estaría segura en su burbuja de felicidad. Fijó su mirada en Abigail. No sólo sus ojos mostraban signos de llanto, también tenía los labios inflamados y cierta aura de tristeza infinita.

— ¿Qué pasa? —probó suerte. Paulina había llegado a la conclusión de que no quería saber, pero era necesario. Sentía que el cielo se volvía más oscuro con cada minuto que pasaba y que su vida llegaría a su final.

Abigail suspiró. Pareció evitar la mirada de Paulina, cada vez más desesperada. Intentó hablar y le temblaron los labios. Luego alzó las manos y no pudo sujetarse el cabello para acomodárselo. Debía estar pasando algo muy malo. Más que malo.

A Paulina se le llenaron los ojos de lágrimas antes de siquiera poder procesar las palabras de Abigail cuando por fin pudo decirlas. Había entendido que ya no podían estar juntas y con eso bastaba para romperle el corazón. Tardó unos segundos en entenderlo, en romper a llorar, en abrazarla como si no quisiera dejar que se fuera, en intentar resignarse y a la vez hacer propuestas locas e imposibles.

Abigail meneó la cabeza varias veces. Imposible.

— ¿Pero por qué? Creí que tu trabajo era aquí, que no... —no supo qué más añadir porque ignoraba muchos aspectos del empleo de Abigail. Siguió sollozando como quien ha perdido la esperanza.

— Perdón. No me gustan las relaciones a distancia... ya sabes lo que dicen —asintió.

Abigail también lloraba, pero con más gracias y estilo que ella. Después de dos años, ese parecía ser el final de su relación.

— ¿Cuándo te vas?

— Mañana —de pronto, se sintió patética por no luchar ni un poquito. Pero las cosas ya estaban escritas de cierta manera y no podía...

Se abrazaron con fuerza.

— Te quiero, Aby.

— Y yo a ti.

— Nunca lo olvides, por favor...

Abigail le pidió que la acompañara, que se despidieran, que estuvieran esas últimas horas juntas porque después las separarían miles de kilómetros y varias horas en avión. Paulina se negó. No porque no quisiera, sino porque todo había sido tan repentino y brusco que no creyó que pasar un rato más juntas mejorara la situación.

Intentó sonreír mientras se daban el último beso en la boca. De verdad lo intentó.

— Cuídate mucho. Te extrañaré.

— También te extrañaré. Escríbeme, ¿sí?

Paulina aceptó. Era lo único a lo que podía aferrarse. Abigail la llevó a donde había estacionado su auto y se subió. Encendió el motor, le echó una última mirada a la que consideraba el amor de su vida, ahora ex novia, y se fue. Se estacionó cuatro cuadras después y se echó a llorar sin tregua. Era lo único que le quedaba.

lunes, 20 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 8

8. Solución

Abigail la besa en la boca, con fuerza. Le muerde el labio y la vuelve a besar. Si tan sólo siempre pudiera ser así de fácil. Siente la necesidad de poseerla, de sentir que es sólo suya. Baja por su cuello, dándole besitos, dejándole marcas para que el mundo lo note. La urgencia la está dominando. Le quita la ropa, toda, sin contemplaciones, sin romanticismos. Deseo puro.

Observa lo guapa que es Paulina, lo bien que se ve. Sus pechos son enormes y se pierde en ellos. Los saborea. Le gusta que sus pezones se paren y que eso la haga gemir. Le gusta hacerla gemir. La tira en la cama, de golpe, sin que le preocupe nada que no sea el placer del acto carnal. Le agarra las nalgas, con fuerza. Si pudiera, se la pasaría todo el día abrazando ese cuerpo desnudo.

Paulina suspira, gime y se retuerce. Disfruta. Y el deseo hace que Abigail no repare en nada que no sea ella. Se mete entre sus piernas y lame su punto de placer. Paulina le pide que pare y ella, tan buena como es, obedece. La mira a la cara, nota que está sonrojada, que respira con dificultad. Sabe que la quiere tener dentro.

Sube, la besa de nuevo, la penetra. Paulina suelta un gritito y sonríe de esa manera tímida que la hace volverse loca. Se mueve a un buen ritmo, ni muy lento ni muy rápido y así continúa hasta que Paulina menea las caderas con más fuerza, pidiendo algo más profundo. La complace. Le besa los senos mientras está en su interior, los mordisquea. Siente que Paulina termina y se relaja. Es como si ella hubiera terminado también.

Se chupa los dedos y Paulina la regaña, más en broma que en serio. Luego se le va encima. Paulina es ágil ahora y se mete entre sus piernas para hacerla retorcerse a su gusto. Lo disfruta. Abigail se aferra a las sábanas cuando ya no puede más y termina con un gemido ahogado y sugerente movimiento de cadera.


Se quedan abrazadas. Han solucionado un conflicto de la mejor manera posible y aspira a que siempre sea así. Le da un beso tierno y nota que Paulina se está quedando dormida. Se deja llevar por el sueño también. Espera que despierten alegres y sin rencores. Por favor.

sábado, 18 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 7

7. Injusto

Ese día todo estaba en su contra, o por lo menos de eso trató de convencerse Paulina. Primero se ensució el traje cuando iba al trabajo esa mañana, después de le rompió una uña y tuvo que cortárselas todas y, finalmente, Abigail no aparecía. Se suponía que se verían para comer pero llevaba 20 minutos de retraso. Últimamente estaba tan ausente...

Apartó de su mente el pensamiento que le andaba rondando. Abigail no podía serle infiel. Había demostrarlo quererla todo ese año y medio que llevaban juntas, no había motivo. Pero ¿y si ya se había aburrido? ¿Y si ya no llenaba sus expectativas? ¿Y si el sexo era monótono? ¿Y si, simplemente, había aparecido una mujer que le gustara más? Cabía la posibilidad.

Decidió que tenía más hambre que ganas de esperar y pidió un plato de espaguetis y un refresco dietético. Le mandó un mensaje mientras esperaba que llegara su comida, sólo un “¿por qué tardas tanto?”. Luego miró a las demás personas que charlaban tranquilamente en sus mesas, relajadas y felices. Sintió envidia. Hacía poco su vida era así. Abigail comía con ella todas las tardes, la pasaba a recoger al trabajo y luego se iban al departamento de cualquiera de las dos a ver una película. La vida perfecta.

Su teléfono zumbó. “Perdón, ya casi llego”. La respuesta la irritó. ¿Qué era más importante? Aunque sea pudo haber tenido la decencia de avisarle que iba a tarde o que de plano no iba. Le habría dolido pero por lo menos no estaría como imbécil esperando. Llegó la comida. Era una lástima que se viera tan buena porque se le había ido el hambre del coraje.

Decidió comer porque era lo que se esperaba de ella. Iba a dar el primer bocado cuando la voz de Abigail la sobresaltó. Se dio cuenta, demasiado tarde tal vez, de que no tenía ganas de verla. Cerró los ojos y se frotó las sienes. Definitivamente no quería verla. Sintió el beso en la mejilla y casi pudo visualizar su sonrisa de suficiencia.

— Perdón, mucho tráfico. Y ya sabes cómo se pone Armando cuando quiere que le entregue los sucios papeles. Como si no pudiera hacerlo él...

La dejó hablar. La normalidad de sus palabras la indignó. ¿No podía disculparse de verdad? Debía preguntarle cómo estaba, si ya había comido, preocuparse por la relación.

— Aby, no estoy de humor.

La mirada de Abigail la sorprendió. Mostraba incredulidad y ella sabía que, en el fondo, la había lastimado. Se le puso la cara roja en ese instante y Paulina estuvo a punto de sentirse mal por haber dicho eso.

— Entonces no me invites a comer —declaró. Segundos después se levantó, agarró sus cosas y salió del lugar.


Paulina no se molestó en seguirla. Había sido culpa de Abigail, no suya. Era injusto y ella debía entenderlo. Se empeñó en comer, más para demostrarse que no había pasado nada que por hambre pero la comida le supo amarga. Suspiró. Ya lo arreglarían en la noche. Siempre funcionaba así.

jueves, 16 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 6

6. Recuerdo

“Vamos, piénsalo con calma, respira, habla como persona civilizada”, se recuerda cada vez que tiene la oportunidad. Porque no sería justo que sólo gritara y llorara. Alguien debe tener el poder de relajarse aunque sea un poco y solucionar el conflicto. Intentar solucionarlo.

Se seca las lágrimas, se limpia la nariz con la manga del suéter, inhala y exhala. Entonces se acerca a Paulina, cuyo maquillaje se ha corrido ya de tanto llorar. Tiene los ojos hinchados, la nariz sucia y los labios rojos pero le sigue pareciendo maravillosa, aunque sea una sensación amarga que le causa un profundo dolor en el pecho.

En realidad no sabe cómo pasó. No logra unir los hilos ni los fragmentos de recuerdos para darse una idea de por qué terminaron así: ella, llorosa, rota, dolida y Paulina más llorosa, tal vez más dolida, hecha bolita en un pedacito de cama. No le gusta verla así, por eso quiere solucionar las cosas. Le gusta reír con ella, besarse, hacerse caricias suaves, mirarse con asombro... le gusta estar a su lado y no quiere que se ponga triste.

— Pau, amor... —su voz se escucha ronca y transmite perfectamente el dolor que siente. Por suerte, tampoco recuerda por qué le duele. Piensa que lo descubrirá más tarde, que ya llegará su momento, pero espera que no sea pronto.

Paulina no reacciona. Sigue llorando y susurrando medias palabras. Se ha mordido las manos y se le empiezan a formar moretones. Abigail está segura de que se hizo sangrar en algún momento de la discusión pero no logra precisar dónde está la herida. Luego lo averiguará. Por el momento, cambia de táctica. Se le acerca lentamente, como si no quisiera asustarla, vigilando sus reacciones y midiéndolas.

Las manos de Paulina no se han impulsado para rechazarla, lo que es un punto a favor. Llega ella y la abraza con fuerza. La aprieta porque no quiere dejarla ir. No está dispuesta a que una pelea termine con lo suyo. La ama. Lo hace casi con locura aunque nunca se lo diga. Y tal vez sería el momento, pero Paulina no la está escuchando y sería como regalarle las palabras al viento.

— Perdóname —no sabe a ciencia cierta por qué se disculpa pero tiene la certeza de que es lo correcto. Pasó algo. Ella causó algo. Es su deber disculparse.

Paulina se desenrosca un poco. Se está mordiendo el labio. Parpadea varias veces y las lágrimas escurren con mayor facilidad.

— De verdad. No quise... —no puede completar la oración. Lo ha recordado. Lo ha recordado y le ha dolido—. No fue mi intención decirte esas... cosas horribles. Te quiero. Estaba enojada. Sé que no es excusa, no fue correcto, pero odio verte así y me odio por provocarlo.

Paulina asiente. No ha dejado de llorar pero por lo menos ha escuchado sus palabras. La abraza con más fuerza, esta vez de frente. Le da besos en el rostro y sobre el cabello. La quiere tanto... que de verdad se odia por hacerle daño. Se jura que no volverá a pasar. Controlará sus impulsos de decir lo primero que le pasa por la cabeza.

— Perdóname también —la voz de Paulina está rota y se sigue haciendo pedacitos en conforme la usa.

Le dan ganas de decirle que lo mejor es que guarde silencio, que todo está bien así, pero en lugar de eso la besa en la boca. El sabor ahora es diferente y ha pasado de dulce a salado, a lágrimas y a acumulación de tristeza. También tiene un dejo metálico que, nota, viene de la sangre que se sacó del labio.

— Está bien. Vamos a estar bien, ¿sí?

Vuelve a asentir. Ha disminuido la cantidad de lágrimas y eso la hace sentir un poquito menos mal. Hace que Paulina se recueste y se acomoda a su lado. Quisiera quedarse así por siempre sin pensar en nada más. Empieza a llorar de nuevo y Paulina, su Paulina, le empieza a acariciar la espalda. Sonríe. Está triste, ambas están tristes, pero pueden seguir adelante. Sólo les quedará un horrible recuerdo.

martes, 14 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 5

5. Malvaviscos

Había de color rosa y azul y simplemente no podía decidir. ¿Por qué la vida tenía que se tan complicada? Empezó a hacer el juego de quitarle los pétalos a una flor pero sin flor, así que no podía contar los pétalos. Tal vez lo mejor era seguir su instinto, dejarse llevar, fingir que no le importaba tener que elegir. Suspiró y desistió. Volteó hacia Abigail, que la observaba radiante y sonriente.

Claro, ella no tenía que tomar ninguna decisión difícil. Todo le resultaba tan fácil. Estuvo a nada de lamentarse haber propuesto ir al parque de diversiones. Debió haber imaginado que jamás podría decidirse entre tanta comida (tanto dulce, hay que decir la verdad). Abigail alzó una ceja y parecía decirle que ya se estaba tardando mucho.

— Pues quiero de los dos —confesó Paulina, apenada por ser tan golosa.

— Que sean los dos entonces —le dio un beso en la mejilla y un instante después de dirigió al amable señor que atendía el puesto de algodones de azúcar. Pidió dos, uno rosa y uno azul, y se los entregó en cuanto tuvo oportunidad—. Mi tributo, princesa del reino de la diabetes —soltó y empezó a reír.

A Paulina también le parecía gracioso el asunto pero si se reía aceptaría la burla y... Cedió. La risa de Abigail era contagiosa. Se le acercó, le pasó un brazo por los hombros y comenzó a darle besitos en la cara. Luego, gustosamente, compartió sus algodones de azúcar.

— Gracias por aceptar la...

— ¿Invitación? Por nada. Ya sabes, soy todo un galán —contuvo la risita y en su lugar le dio un golpecito en el brazo. Abigail debía aprender a respetarla—. Auch, sí duele, ¿sabías?

— De eso se trata, tonta —y se echó a correr, aún con medio algodón azul en la mano, hacia la fila de la montaña rusa.

Volteó para corroborar que Abigail la seguía y continuó en su carrera hacia la fila. Si la felicidad se pudiera envasar, estaba segura de que no encontraría dónde meter toda la que sentía. Rió cada vez más fuerte y sólo se detuvo ni cuando Abigail la abrazó por detrás con ternura.

— Te quiero —le susurró.

— Y yo a ti —lo decía en serio. La quería y tal vez la amaba pero eso no lo iba a soltar con tanta facilidad—. Gracias. Recuerda que después debes llevarme por malvaviscos.

— Por lo que quieras, amor —afirmó sin soltarla.


Ojalá la felicidad se pudiera convertir en malvaviscos. Tendría millones de ellos.

domingo, 12 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 4

4. Incluso si eso implica una pérdida

El cabello le llega hasta la cintura. Le encantan las ondas que se le forman cuando acaba de lavarlo y el olor a fresa que desprende su cuerpo. Apreciarla cada vez que sale de la regadera se ha vuelto su pasatiempo. Sería mejor si se pudieran bañar juntas pero a Paulina le “da pena”. De todas maneras agradece que no se avergüence de otras cosas, como dejarse mirar desnuda o permitirle recorrerla completa con la lengua.

Sonríe en esa ocasión cuando la ve salir del baño envuelta en una toalla azul. Le hace una seña con la mano, como para indicarle que se voltee, que no puede verla. Y ella, echada en la cama boca arriba, desnuda y sin pudor alguno, sólo ríe. Se levanta y se acerca a ella, incitándola con la mirada. Se deshace de la toalla sin que Paulina ponga mucha resistencia y le da un beso en cada pecho.

Recuerda de pronto que Paulina sólo aceptó estar con ella así después de que terminara con el novio ése cuyo nombre no le gusta ni pensar. De todas maneras ya eran una pareja desde antes, con citas y besos y muchas palabras bonitas. Tal vez lo único que faltaba era la intimidad, aunque no lamentaba haberla postergado tanto.

— Espera, espera —ríe—. Ya es tarde, debo llegar al trabajo.

— Y yo al mío y no me ando quejando —declara, ocupada en besarle los pechos.

— ¿Nunca te cansas?

— Francamente no, cariño.

Paulina cede, aunque Abigail está segura de que incluso sin esa discusión las cosas habrían seguido el rumbo habitual. Y entonces pierde el hilo de los pensamientos y se deja llevar, olvidándose de la habitación demasiado elegante para su gusto, de los ruidos que vienen desde la avenida y de la hora; sobre todo de la hora, porque no quiere dejarla ir y sabe que en cualquier momento eso tendrá que ocurrir.

Se siente indecisa mientras la besa y la acaricia. No sabe qué parte del cuerpo de Paulina le gusta más. Supone que los labios, porque es donde todo se concentra siempre y también porque fue lo primero de ella que probó. Igual le gustan sus manos, aunque parezcan inexpertas, y la facilidad que tienen para hacerla sentir.

Se pierde en su cuerpo voluptuoso, en el ritmo cada vez más veloz de sus caderas, en la humedad que le transmite a su mano. Paulina también está perdida, sobre la cama, con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior. Termina y dos segundos después se adueña de su cuerpo. Se mete entre sus piernas y su lengua empieza a obrar magia. ¡Y qué buena magia!


Momentos después, se abrazan. Ya se les ha hecho tarde para ir al trabajo y consideran que no vale la pena presentarse. Tal vez eso les traiga problemas después, pero por el momento les funciona muy bien y no están dispuestas a cambiarlo. Se ocuparán luego de sus obligaciones. Ese día, ese jueves, fue hecho para dedicarse al amor.

viernes, 10 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 3

3. Más cerca del cielo

Besaba mejor que... bueno, no tenía muchas referencias al respecto. Sólo había besado a Gregorio, su novio actual, y a un fulano con el que tuvo una corta relación en la preparatoria. Ni hablar de haber besado a mujeres antes. No, definitivamente no tenía punto alguno de comparación. Sólo podía guiarse por el instinto y por el repentino cosquilleo que sentía en todo el cuerpo.

Los besos de Abigail eran abrasadores, la consumían. Y aunque sus manos no hicieran contacto con su cuerpo, Paulina sentía que se quemaba y que se quemaba de nuevo y que se chamuscaba y que no le importaba porque estaba perdida. Era un beso tras otro, unos más largos que otros, otros más profundos que unos. Hasta su olor, como a hierbabuena, le encantaba.

— ¿Está bien así? —preguntó de pronto Abigail, deteniendo la amable tortura y dejándola llena de un agradable calor.

Paulina asintió. Sus labios no se atrevían a pronunciar ni una sílaba porque lo único que les interesaba era seguir besando. Seguir besándola. Abigail pareció dudar y ella tuvo tiempo de contemplar su cabello rizado, corto, de un color que se parecía mucho al del trigo. Sin pensarlo mucho, deslizó una mano por ese cabello y jaló a Abigail hacia ella para continuar con los besos.

Y era de nuevo un beso tras otro. Estaba segura de que ella no besaba tan bien como Abigail pero le gustaba la sensación de ser la que tomara la iniciativa. De pronto, Abigail soltó un suspiro que pareció gemido y se alejó con rapidez, apenada. Paulina la miró y ella le devolvió la mirada. Desde fuera, se debían de ver como una pareja cualquiera, enamorada, muy enamorada.

Pero ellas no estaban enamoradas. O tal vez sólo un poco. Sin embargo, Paulina tenía novio y Abigail... Ella era todo un caso. No tenía ni la menor idea de por qué seguía viéndola si claramente le había dicho que no pensaba dejar a Gregorio. Tampoco estaba muy segura de por qué no quería dejarlo, aunque la posible causa era que sentía que su romance con Abigail estaba dominado por un deseo que sólo necesitaba cumplirse para terminar.

Se sonrieron y se volvieron a besar. En momentos así, todas sus inseguridades y pesares, donde se incluía la casi vergüenza de estar siendo infiel, se desvanecían. En esos instantes casi tenía la certeza de que ellas podrían tener una relación larga y próspera, ser muy felices. Mucho.

Las lágrimas empezaron a caer incluso antes de que se hiciera a la idea de que tenía ganas de llorar. Los pensamientos felices le recordaban a veces lo estúpida que era su idea, una vil fantasía. Abigail se pegó más a ella y la abrazó con fuerza. Fue todo lo que bastó para que Paulina se sintiera segura y protegida...


Tal vez ese pedacito de cielo que tanto se empeñaba en encontrar estaba más cerca de lo que creía. Tal vez estaba entre los brazos de una mujer que se había vuelto su amante en un par de semanas, una mujer de la que estaba enamorada tan desesperadamente que prefería negarlo. O tal vez no. Esperaba que el tiempo hablara en su favor.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 2

2. Cuando la decepción toca la puerta

Tiene novio. Era de esperarse. Es decir, Paulina es una mujer muy guapa: alta, voluptuosa pero delgada, piel blanca, ojos claros, pecas en las mejillas, cabello largo, ondulado, teñido de castaño y esos labios... Quiere decirle que es el tipo de mujer que todos desean, que ella desea. Pero no se anima porque apenas la conoce. Es la segunda vez que se ven y ya tiene ganas de desnudarse para ella, de abrazarla después de hacer el amor, de decirle lo mucho que le gusta, de formar una vida. Es demasiado, es ridículo.

Abigail lo sabe y lo acepta. Se reprocha mil veces no haberle mandado un mensaje antes porque entonces podrían estarse besando en lugar de intentar mantener una distancia respetuosa que claramente se quiere reducir. Paulina habla sobre su vida. Vive sola en un departamento (¡cuántas cosas podrían hacer en ese lugar!), tiene dos gatos, le gusta la comida japonesa, disfruta ver películas de terror los fines de semana, adora con toda su alma la música y se aburre infinitamente en su trabajo. Es perfecta.

Abigail no puede evitar prestarle demasiada atención a sus labios. Tampoco puede evitar sonrojarse cada vez que Paulina ríe porque le parece uno de los actos más hermosos del mundo. Se siente estúpida por haberse enamorado de ella sin conocerla. Y se siente más estúpida aún porque ya no podrá evitar el torrente de sentimientos que la abruma.

“No pasa nada, actúa normal”, se dice, como si esas palabras pudieran evitar los sonrojos, las risas tontas, los roces ocasiones de su mano con alguna parte del cuerpo de Paulina. Se da cuenta de que no ha probado su trago y da un sorbo. Esa noche no se siente capaz de consumir alcohol. No quiere ponerse en ridículo intentando besarla o susurrándole torpes palabras de amor al oído.

Se da cuenta de repente de que odia al novio de Paulina, aunque no lo conozca ni quiera conocerlo. Se ha vuelto su enemigo desde el momento en el que le robó a la mujer de sus sueños. Si tan sólo pudiera cambiar el pasado...

— Bebe más, Abi. ¿O quieres emborracharme para arrastrarme a un hotel? —ríe como si fuera la cosa más graciosa del mundo. Se le han pasado un poco los tragos y Abigail no puede evitar reírse también. Le gusta. No sólo Paulina, que sí, le gusta y mucho, sino la sensación de libertad que la ha invadido desde que se reunió con ella.

— Tal vez no sea un mal plan —y lo dice en serio, pero Paulina parece no darse cuenta.

“Si la beso ahora no lo recordaría mañana”, considera. Desgraciadamente, prefiere no arriesgarse. Y si la besara, le gustaría que lo recordara. Decide terminarse su trago y tiene éxito al primer intento. A pesar de que probablemente sólo puedan ser amigas, está dispuesta a conformarse...


Paulina cierra el espacio que las separa con un movimiento demasiado ágil para su estado. Le sonríe y la besa. Labios sobre labios. Ambas abren la boca para dejar que sus lenguas se diviertan durante algunos instantes. Se les va la respiración y regresa cuando se separan. Abigail empieza a considerarse la mujer más feliz del mundo. No importa qué pase después, sabe que aún tiene esperanza.

lunes, 6 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 1

1. A veces se le dice amor

Esa mañana todo le parecía aburrido y monótono. Además hacía calor y Paulina odiaba el calor. De hecho estaba en su lista de cosas más odiadas, justo por debajo de las aglomeraciones y por encima de las cebollas moradas. Aspectos desafortunados de la vida con los que tenía que lidiar de vez en cuando.

Dio una vuelta en su silla con rueditas por enésima vez. Se suponía que le mandarían algunos documentos fiscales para que pudiera revisarlos, aprobarlos y enviarlos pero llevaban una hora de retraso. Justo en ese instante estaba considerando seriamente llamarle a su secretaria... de nuevo.

Bostezó. Observó que la puerta estaba cerrada y se quitó los zapatos de tacón. No le gustaba usarlos pero era un requisito para trabajar en la compañía y prefería sacrificar un poco de comodidad durante 11 horas del día que quedarse sin la generosa cantidad de dinero que recibía cada semana.

Empezaba a cerrar los ojos para descansarlos un momento cuando el tono de mensajes de su teléfono celular la obligó a ponerse alerta. Por algún motivo que no entendió en ese momento pero que llegaría a comprender con el paso de los años, se puso los zapatos. Se levantó, se estiró un poco y procedió a tomar el aparato para leer el mensaje.

Ahogó una risita. Era de una joven que había conocido hacía unas semanas, tal vez un mes, en un vagón del metro. Prácticamente se había estrellado contra ella y sus... atributos y el contacto le había agradado lo suficiente como para darle su número sin mayores preguntas. Durante la primera semana se había sentido ansiosa, llena de ganas, feliz, pero el mensaje no había llegado. Y se le ocurría mandarlo justo dos días después de que el aburrimiento la hubiera llevado a aceptar tener una relación con el jefe del departamento de contabilidad.

Era una sensación extraña pero se sentía vacía, triste, nostálgica. Quería salir con ella. Incluso había imaginado si se besarían, cómo se tocarían, lo que había debajo de su vestidito holgado y las miles de cosas que podrían tener en común y de las que podrían reírse. Sonrió muy a su pesar al recordar y sentirse estúpida.

Tal vez aún no era demasiado tarde. Le respondió rápidamente y esperó. Como había supuesto, le propuso salir a tomar unas copas. Tardó medio segundo en decidir que era una idea genial y en proponer horas y lugares.

Cuando los documentos llegaron, el mundo ya no le parecía monótono ni aburrido. Tendría una cita el fin de semana y eso la hacía feliz. Ignoró que había olvidado el nombre de la joven y empezó a pensar que ese sentimiento se llamaba amor. Se aferró con fuerza a esa idea, tanta que sintió que la vida se le podría ir en ello en cualquier momento.

sábado, 4 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 0

0. Prólogo

La conocí por mero error de la vida una mañana calurosa en la que el metro iba atascado. E imposible habría sido no haberme topado con ella cuando prácticamente me estrellé contra sus enormes senos. Enormes, en serio, como todas las partes importantes de su cuerpo: piernas, trasero, pantorrillas... La verdad es que en ese mismo instante quise llevármela a la cama, o que ella me llevara a la cama, lo que más le acomodara.

Por eso le hice plática, de todo un poco, hasta que llegó a su destino y me dio su número de celular. Sí, sin que yo se lo pidiera. En realidad fue una gran pena que me diera por ponerme digna y decidiera llamarle un mes después, porque si hubiera llamado ese mismo día no habría tenido que esperar casi un año para encontrarme totalmente desnuda con ella bajo de la regadera de un hotel no de tan mala muerte en una avenida no tan conocida de la ciudad. Ya no vuelvo a desperdiciar oportunidades, ya no.

Pero la historia no se quedó ahí. Algunas personas nacen con más suerte que otras y yo... bueno, yo sólo nací. Así que me tocó mudarme a un lejano lugar que se encontraba a más de 8 horas de la ciudad donde nos conocimos, nos tocamos, nos complacimos, posiblemente nos enamoramos y nos lloramos, aunque no necesariamente en ese orden.

Lo anterior ocurrió cuando andaba yo por los veintidós. Tengo 27 ahora y hace 2 semanas la volví a ver... No fue un suceso tan dulce como esperaba.


jueves, 2 de octubre de 2014

Allí deben quedarse

Estaba llorando de nuevo y ella, Paty, que la abrazaba lo más fuerte que podía y le susurraba lo más coherente que le venía a la cabeza, estaba a punto de echarse a llorar también. Y no se debía a que las lágrimas se le contagiaran sino a que era terriblemente deprimente que la mujer fuera su novia y estuviera llorando por un viejo amor.

Se dejó llevar por el emotivo momento y comenzó a sacar lágrimas también mientras seguía consolando a la mujer con la que estaba pensando terminar. No, eso no. Pero algo habría que hacer para arreglar la situación porque no era nueva, era un suceso que ocurría dos veces por semana y que le estaba sacando canas y formando arrugas.

Explotó. No era justo para nadie y creía que mucho menos para ella. ¡Estaba muerta! Su viejo amor estaba más muerto que el pasto seco del jardín de la casa de su abuela paterna, y eso ya era mucho decir. La tomó por los hombros, la miró a los ojos, a través de lágrimas hacia más lágrimas, y le dijo que los muertos bien muertos debían quedarse, que allí era su lugar.

No esperaba la bofetada pero la recibió de buena gana. También se deleitó con el sonido de la puerta del hogar cerrándose de golpe. Después de todo el dolor del abandono se le pasaría en unos meses... el de ser el mal consuelo jamás habría acabado. Así era mejor.

martes, 30 de septiembre de 2014

Día de otoño

Era más que unir las manos y abandonarse a la tristeza de un momento que jamás se volvería a repetir. Era helados en un día cálido de otoño y sonrisas estando las dos desnudas en una habitación de hotel. Era el constante batir de las olas contra sus cuerpos y la sensación de estar aferrándose a la vida en lugar de sólo estarse abrazando. Eran caricias y besos y amaneceres y noches y vacaciones compartidas. Era todo lo que nunca volvería a ser pero que cuando fue las hizo felices.

Era una despedida.

Era un adiós.

Era un "ya no somos la una para otra".

"Lo siento", murmuraron las dos porque en verdad lo sentían. Era una lástima que su amor hubiera huido por caminos separados.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Ciudad sin nombre

Retrasó el momento lo más que pudo. No sentía ningún deseo de dejarla ir y estaba segura de que ella tampoco quería irse. Acarició una vez más uno de sus senos, abultado, de color claro, fragante. La caricia fue lenta, suave, relajada, como si estuviera a punto de declarar que harían el amor de nuevo. No esa noche. Ya no esa noche. El momento se les había escurrido de entre los dedos y no había más remedio que vestirse y enfrentar la realidad.

Primero se levantó la otra, Josefina, su elegante amante. La señora de más de 40 años que se había enamorado de ella, de una muchacha sin aspiraciones en la vida. La observó mientras se metía en el vestido negro que le recordaba la ropa que se puede usar en los casinos. Estaba casada y ese viejo conocimiento hizo que le doliera el corazón. Casada, sin hijos, rica, bella... No entendía qué había visto en ella.

 ¿Cuándo te volveré a ver? preguntó aún desde la cama, sin dar la menor muestra de querer salir de ella.

Josefina volteó. No tenía arrugas alrededor de sus ojos del color del ébano.

 Mañana debo asistir a una cena de negocios. Pero pasado mañana está bien se acercó a la cama, sonriendo sin malicia, con ternura, incluso con amor. ¿Me vas a extrañar?

Asintió. Era cierto. Siempre la extrañaba y esa sensación empezaba a asustarla.

 Bien -le dio un beso en los labios. Entonces me voy -tomó su gigantesco bolso. Cuídate mucho, Perla. Te quiero.

Ahí estaban esas palabras de nuevo. Se le secó la boca, se le infló el pecho y cuando pudo reaccionar, Josefina ya había salido del cuarto. "La próxima vez se lo diré", se prometió. Entonces sí se levantó y se vistió para después salir al frío otoño de una ciudad sin nombre que la hacía sentir feliz.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Penélope

Oh, no. Maldita sea. Estaba pasando. Había despertado en una habitación de hotel, sola y desnuda, con una resaca enorme y terriblemente confundida. Tenía recuerdos fragmentados de la noche anterior: el bar, sus amigos, las copas que tomó, el baile con rostros desconocidos y el beso con... ¿¡una mujer!? No, no, no, imposible. A ella no le gustaban las mujeres.

Se envolvió lo mejor que pudo con la sábana, se sentó en el borde de la cama y echó un vistazo al piso. Ropa, toda de mujer. Dos sostenes, dos tangas, dos blusas de tirantes. Demonios. Se levantó, tratando de vestirse lo más rápido posible para después huir a su seguro departamento se permitiría olvidar que eso había ocurrido.

 ¿Qué pasa, princesa? ¿Tienes prisa? la voz, tan dulce, la tomó por sorpresa. Volteó sólo para toparse con una joven morena y guapa... desnuda. Me dices que me amas por la noche y por la mañana escapas su tono era divertido, como si estuviera disfrutando el espectáculo.

 No dije eso, estoy segura en realidad no lo estaba, pero debía mantenerse firme.

 Sí lo dijiste cantó.

Se sonrojó sin saber exactamente a qué se debía. Se quitó la sábana que le servía de protección y se vistió sin preámbulos. Comprobó que llevaba dinero y se dirigió a la puerta.

 No olvides llamarme, amor -otra vez esa voz cantarina.

Echó un último vistazo al cuarto y a la mujer... La cara se le puso roja y caliente, así que regresó la mirada al frente y salió del lugar. Metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y encontró un papel. Era una nota escrita con letra adornada, llena de corazones y tenía un número de teléfono. También había un nombre: Penélope. Sonrió con más alegría de la que quería sentir. Tal vez sí le llamaría.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Lección

Le hizo enojar que se lo pidiera. ¿Cómo siquiera se atrevía a considerar la opción? Era una descarada. Además, ¿a quién se le ocurría ser amiga de la mujer a la que había traicionado? Simplemente sería imposible. Momentos antes había deseado llorar, gritar, lastimarse para mitigar el dolor, pero en lugar de ello sólo pudo murmurar un definitivo "no". Jamás. Ni en otra vida. Ni en mil vidas más.

Se dio la vuelta dispuesta a salir corriendo para salvar la poca cordura que le quedaba. "Piénsalo", escuchó a su espalda. Entonces de verdad no se pudo contener. Llegó hasta donde aún estaba su ex, se le plantó en frente y le soltó una bofetada que escucharía durante los siguientes años de su vida. "Para que aprendas a no joderme, imbécil", soltó, presa de la ira.

Algo dentro de ella se soltó, aliviándola en el proceso. Caminó hacia adelante, ignorando a la agredida, con la vista fija en el ancho río que se alcanzaba a ver. Nunca debió haberle pedido algo tan estúpido y esperaba que no la volviera a buscar. Debía aprender su lección.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Chispa

Contó con los dedos las veces que había captado esa mirada. Seis veces. Para ser un trayecto de media hora, estaba bastante bien. Se dijo que tenía una oportunidad, por más remota que fuera. Tomó la decisión de levantarse, con firmeza para no arrepentirse y con elegancia para causar una mejor impresión. Torpemente, más de lo que le habría gustado, llegó a la última fila del camión. Era complicado caminar cuando el vehículo estaba en movimiento, en un muy mal movimiento, pero lo logró ayudada de todo su aplomo.

Se sentó a lado de la joven delgada y sonriente cuya mirada había atrapado la suya ya 6 veces en ese recorrido. Se sonrieron, se miraron, se saludaron. Surgió una chispa cuando rozaron sus dedos para darse la mano. Y supieron que el amor se encuentra en los lugares más sencillos.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Pedazo de pan

Comió por última vez hace dos días. Fue un pedazo de pan duro que se encontró por pura suerte en un bote de basura cercano y que a duras penas logró salvar de un par de perros. Y ya no lo soportaba. No el hecho de vivir en las calles, porque después de varios años uno se acostumbra a todo, sino la soledad. Porque todos esos años había estado sola. Claro que a veces iba a dormir a lugares más o menos abandonados donde se reunían más personas, pero muchas de ellas tenían conductas que no iban con ella.

En ese momento vagaba por las calles, con las manos sobre el estómago para intentar razonar con él. Pronto encontrarían comida, pronto. Nunca había pasado más de tres días sin comer, por más difícil que se viera la situación. Estaba oscuro y se le ocurrió que no era tan mala idea dar una vuelta por las calles grandes de barrios ricos, lugares llenos de tiendas, de luces, de personas bien vestidas y... con el estómago lleno. Así por lo menos podría ver la comida y sentirse mejor.

Tardó menos de 20 minutos en llegar. Como había pensado, los lujos se notaban a leguas. Pasó una joyería, una tienda de ropa para niños, una agencia de autos que ya había cerrado, un restaurante... Se detuvo casi sin darse cuenta y captó que casi todas las personas ahí comían carne. Había mesas al descubierto, separadas de la calle sólo por un pequeño barandal. Le hizo gracia verse tan mal, llevar ropa sucia y rasgada, verse como si no hubiera tomado un baño en muchos días.

Soltó una risita triste y sonora que atrajo varias miradas. Se apenó y empezó a alejarse del lugar, pero una mano sujetó su hombro. Volteó, asustada y asombrada. Era una mujer de cabello rojizo que vestía un traje negro, alta y bonita, de sonrisa que parecía brillar. Se descubrió mirándola fijamente en lugar de apartar la mirada como hacía cada vez que se topaba con alguien así. Le ofreció una bolsa caliente y ella la aceptó. Era comida. Su corazón aleteó, su estómago gruñó y su voz la traicionó. Le habló. "Gracias".

La mujer elegante le entregó una tarjeta blanca. "Para cuando quieras visitarme". Luego se dio la vuelta y regresó al restaurante. Por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz. Observó la tarjeta: atrás incluía una dirección, escrita con pluma al parecer rápidamente. Decidió que la visitaría pronto, porque no sólo le había dado comida, también le había robado un pedacito del corazón.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Acosadora

Era su amante por las mañanas, cuando el sol recién había salido y entraba por el ventanal de la habitación, iluminando las sábanas de una cama revuelta. Patricia abría los ojos justo cuando el primer rayo se colaba por detrás de la cortina mal cerrada y le daba de lleno en la cara. Eva nunca se enteraba de eso y Patricia aprovechaba para mirarla fijamente sin pensar que era una acosadora.

Le gustaban los labios de Eva, tan rosados sin necesidad de labial, tan bien formados, tan besables. Recorría con la mirada la curva de su nariz, fina y proporcionada. Se enfocaba un breve instante en sus rizos revueltos que le cubrían parcialmente el rostro. Se le antojaba casi improbable que fuera tan guapa aun cuando dormía. Pero lo era y eso formaba sólo una pequeñísima parte de lo que la mantenía a su lado a pesar del trato. Ser sólo amantes.

Eva se despertaba varios minutos después, cuando Patricia estaba ya en la cocina preparando un desayuno que nadie jamás probaba. Porque las reglas estaban establecidas. Eva se asomaba a la cocina, vestida y fresca, se le acercaba por detrás, le daba un beso de despedida a Patricia y salía del departamento. Entonces Patricia tiraba el desayuno que ni siquiera terminaba de preparar y regresaba a la cama a perderse en el aroma de Eva, que siempre sería su amante sólo por las mañanas.

martes, 16 de septiembre de 2014

Callar

"En su momento la quise mucho", deseó confesar. Pero las palabras eran demasiado grandes como para escapar de su garganta. Era cierto, la había querido mucho, más que mucho, hacía unos años. Y ese cariño se había ido diluyendo con el paso del tiempo, conforme ella hacía su vida y la dejaba de lado para siempre regresar corriendo a sus brazos.

De cierta manera también la odiaba. Porque siempre tenía que aguantar las pláticas, las salidas, los consuelos, las muchas cosas que quiso nunca haber sabido porque sólo le hacían daño. Había sido su amiga. O por lo menos ella se seguía repitiendo que sólo era eso, a pesar de que cuando usaba marihuana la besaba en la boca, como novias. La palabra prohibida.

No se dio cuenta del momento en el que se alejó, ni siquiera estaba segura de quién había tenido la culpa. Un día simplemente miro a su alrededor y ya estaba rondando. Ya no estaban sus brazos alrededor de su cuello, ni su labial oscuro sobre sus labios modestos, ni sus pláticas deprimente sobre con cuál amigo debía acostarse. No estaba y el eco de sus risas le dolía.

Pero el tiempo había mitigado el dolor de las heridas y ahora sólo podía decir que en su momento la había querido mucho. De hecho aún reía al recordar sus aventuras y se ponía contenta cuando le hablaba por teléfono para invitarla a salir... Decir lo mucho que había significado sería como perderlo. Por eso optó por cerrar la boca y callar. Así sería mejor.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Juramento

Las palabras se abrieron paso a través de su pecho y le formaron un vacío en el corazón. "No" significaba lo mismo sin importar las palabras de disculpa o los adornos que se le añadieran. Luchó por mantener la calma, sin derramamiento de lágrimas, sin maldiciones, sin un gesto que delatara demasiado el dolor. Conocía el riesgo, estuvo dispuesta a correrlo y no podía fingir ahora que todo le había caído por sorpresa.

Se obligó a sonreír. Musitó un débil "gracias por la honestidad" y le juró a Gabriela que nada cambiaría. Seguirían viéndose cada dos semanas para salir por un trago y continuarían hablando por teléfono por las noches y por Skype en las tardes. No había necesidad de complicarse con explicaciones, reproches o disculpas. Se mordió el labio, se despidió alegando que debía estar a solar un rato y se fue.

No podía hacer nada más que respetar el juramento.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Ilusión

Hacía ya veinte minutos que esperaba a Cristina. Se levantó de la banca con la sensación de que no debía baja la guardia. Respiró profundo, sacó una liga del bolsillo del pantalón y se recogió el pelo en una cola de caballo. Luego se tomó un momento para observar el paisaje con calma, como si sólo estuviera echando un vistazo casual a los alrededores. Nada parecía haber cambiado. O casi nada. Sintió que algo era diferente, extraño, abrumador. Unos ojos verdes la vigilaban a lo lejos y empezaban a provocarle... miedo.

Sacudió la cabeza. Intentó adoptar la postura confiada y elegante que había perfeccionado con el paso de los años. También trató de no pensar en por qué Cristina no había llegado. Se enfocó en los ojos verdes, retándolos a acercarse. Entonces hubo otro cambio en la atmósfera, algo que un humano no habría captado. Se dio la vuelta en el momento preciso en que un perro gigantesco se abalanzada sobre ella. No, un perro no, un lobo.

Miró hacia todas partes, tratando de averiguar por qué no se había dado cuenta antes. Ojos verdes la acechaban por todas partes. No se permitió ahogarse en el pánico de estar sola entre tantos licántropos ni de que faltaran pocas horas para el amanecer. No sería la primera vez que no alcanzaba a llegar a su refugio y esperaba que no fuera la última. Contuvo un grito agudo y asustado cuando uno de los licántropos fue lo suficientemente rápido como para arañarle la pierna.

En lugar de dejar que el dolor se abriera paso, dejó que la ira fluyera. No había manera de que un licántropo pudiera vencer a una vampiresa de tantos años y se aferraría a esa idea para evitar cometer errores durante la posible confrontación. Sonrió mientras adoptaba una postura defensiva y ofensiva a la vez, colocando un brazo frente a su rostro y dejando el otro libre para atacar. Agradeció infinitamente que esa noche se le hubiera ocurrido usar un pantalón y una blusa ajustada en lugar del vestido que solía llevar a todas partes.

Un latigazo de dolor interrumpió su alivio y la sonrisa que había esbozado se deformó. Percibió el olor de la sangre pero fue incapaz de determinar de dónde provenía. La herida de la pierna no era lo suficientemente profunda como para sangrar y no sentía... Se maldijo por descuidar a sus enemigos. Frente a ella estaba un licántropo en su forma humana y notó que detrás había otro. Los demás ojos verdes seguían flotando a cierta distancia, ocultándose en los árboles que rodeaban el espacio rudimentariamente pavimentado en el que se encontraba.

Volteó para enfrentar al otro licántropo. También tenía su forma humana y sostenía una espada brillante en una mano. Se dio cuenta entonces de que la sangre salía de su espalda y fue plenamente consciente del dolor.

— Me atacaste por la espalda —declaró como si los ojos que observaban la escena no se hubieran dado cuenta. Notó la sorpresa en su voz. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que alguien la había atacado a traición y en aquella lejana ocasión no se había tratado de un licántropo, había sido un humano.

Sin bajar la espada, el licántropo rió. Fue una risa agresiva, hecha para irritar o intimidar, sin rastro de diversión. Mostró los colmillos durante una milésima de segundo pero para ella había sido suficiente: estaba ahí para matarla. Se enfocó en su objetivo sin perder la noción de dónde se encontraba el otro licántropo y sin descuidar los ojos escondidos que parecían multiplicarse conforme pasaban los minutos.

— ¿Dónde está Cristina? —a sus oídos, la pregunta salió ahogada, pero estaba segura de que para sus enemigos había sido firme, incluso amenazante.

Empezó a especular mucho antes de que la respuesta llegara. Ellos sabían que se veía en ese lugar con Cristina. ¿Desde hace cuánto? ¿Sabían que ellas eran amantes? ¿Habían tomado represalias contra Cristina por verse con una vampiresa? Recordó la primera vez que había visto a la loba. Le había advertido que se fuera porque sus compañeros iban a llegar y no eran como ella. La frase le hizo entender que querrían matarla en cuanto la vieran debido a la larga historia de rivalidades entre los licántropos y los vampiros. Pero esa vez no le importó y se había ganado una herida bastante profunda en el estómago (provocada por Cristina, desde luego, estaba dispuesta a protegerla).

 — No está —respondió.

Eso era todo. Una frase que se podía interpretar de mil maneras y que su mente aterrada prefería interpretar de las peores. No lo pensó, bajó la mano que se tenía que encargar de protegerle el rostro y corrió hacia él. Ignoró que tenía una espada que parecía causarle más daño y más dolor que las armas tradicionales y la apartó con la mano cuando el licántropo la usó para hacerle frente. Llegó hasta él y le hundió el puño en la cara.

El licántropo cayó, soltando la espada. Alargó la mano para tomarla pero una sombra negra se le adelantó. Otro lobo. No sabía en qué momento se habían vuelto tan rápidos y no tenía mucho tiempo para especular al respecto. Maldijo, poniendo toda su energía en alejarse del nuevo enemigo. El licántropo que había recibido el golpe ya se había puesto de pie y le salía sangre de la parte inferior del rostro. Una pequeña victoria.

Esquivó un zarpazo que venía desde atrás. Claro, ahora había tres enemigos. Se encontró incapaz de distinguir cuál licántropo se atrevió a arrojarse sobre ella y la hizo rodar hasta la fuente cercana que ya no contenía agua. Se golpeó en la cabeza con fuerza y más sangre hizo acto de aparición. También llevaba mucho tiempo sin sangrar tanto. Se preguntó si estaría oxidada por pasar los últimos años de su existencia tratando de evitar a los licántropos en una fingida paz que nunca pareció real.

Trató de levantarse pero tenía a un licántropo encima. No pudo reprimir el grito cuando sintió que le arrancaba un trozo de carne, justo a la altura del hombro. Estaba débil, adolorida, sorprendida y enojada, muy enojada. Eso no habría pasado antes, los licántropos no eran lo suficientemente fuertes como para enfrentar a un vampiro. Tal vez ese había sido su problema: los subestimó.

Empujó al licántropo con todas sus fuerzas, enviándolo a varios metros de distancia. Le dolía mucho el hombro y la sangre habría ya teñido su ropa si ésta no fuese de color oscuro. Se levantó, fingiendo que no sentía nada, que todo estaba mejor que nunca. Con la velocidad que caracterizaba a los vampiros, se acercó al lobo que tenía la espada, le tiró una patada que le dio en pleno estómago y lo hizo perder el equilibrio. Aprovechó ese instante para tomar la espada, golpeando al mismo tiempo a otro lobo que se le acercaba por el costado.

El tiempo le había enseñado una cosa muy importante: a sobrevivir. Empuñó el mango de la espada y la apuntó hacia quien osara acercarse. Se colocó de lado, protegiendo todos sus ángulos de la mejor manera posible. Varios pares de ojos verdes salieron de las sombras y se convirtieron en licántropos altos y morenos que blandían espadas del mismo tipo que la que ella acababa de confiscar.

Los sintió acercarse antes de que pudiera verlos. Saltó, haciendo plegarias a dioses vampíricos imaginarios. Se elevó varios metros y grabó la imagen que veía para analizar la situación. De acuerdo, había seis licántropos, tres de ellos con espadas. Todos parecían esperar a que cayera para poder clavarle sus armas. No les daría la oportunidad. Hizo un giro bastante complicado por las heridas y por el detalle de estar flotando. Logró cambiar de dirección un poco, lo suficiente para precipitarse a un par de metros de sus enemigos y correr hacia la seguridad del bosque.

El único problema con ese plan era que ese bosque estaba lleno de enemigos. Ignoró el hecho y se abrió paso con la espada, sintiendo cómo ésta penetraba la carne de algunos seres. Se esforzó por dejarlos atrás, obligándose a correr más rápido que nunca. Trazó un plan para salir del bosque, lista para desafiar a cualquier licántropo que le bloqueara el paso. No sería tan difícil, excepto por el hecho de que... no faltaba mucho para el amanecer.

Reprimió la sarta de ofensas hacia la raza vampírica y hacia sus susceptibilidades. Cuando llegó al límite del bosque, no encontró resistencia alguna. Aguzó el oído para asegurarse de que en realidad no había nadie y de que la posibilidad de que la siguieran era remota. Se declaró segura, libre de enemigos. No se podía decir lo mismo del sol, que en pocos minutos empezaría a salir. Ya empezaba a sentirse cansada, necesitada de reposo.

Dejó que el instinto la guiara hacia su refugio o hacia cualquier lugar que pudiera utilizar para protegerse... El dolor casi insoportable de la primera quemadura y la visión del cuerpo ágil de Cristina llegaron al mismo tiempo y se sobrepusieron, creando una asociación poco favorable de eventos. Seguía empuñado la espada y se negó a soltarla incluso cuando Cristina la arrastró rápidamente a un lugar oscuro y fresco que juraba no haber visto en su vida.

— Es una espada del sol —murmuró en la lejanía la voz de Cristina. Se negó a cerrar los ojos pero no había mucho que pudiera hacer para evitarlo. Era el ciclo natural, por lo menos el de los vampiros—. Se te pasará en unos días, igual que la quemadura del sol. Yo te cuidaré... —sonrió ante la idea. Los vampiros podían protegerse solos pero le hacía ilusión la idea de que Cristina le cuidara la espalda. Le hacía mucha ilusión.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Ilógica

Estúpida, ilógica, indisciplinada. La había visto con Fabiola y no había podido controlarse. Porque las había visto besarse. Besarse. Se había acercado y les había tirado encima la bebida que pensaba darle a Pamela. Se suponía que Pamela la besara a ella, no a la fácil de Fabiola. Las lágrimas habían empezado a salir cuando ya estaba fuera del bar. No era propiamente tristeza, era más bien coraje.

Supo que Pamela la había seguido un instante antes de que la jalara por el brazo y la obligara a enfrentarla. La mirada reprochándole su estupidez porque sólo eran amigas. No podía obligar a Pamela a estar con alguien que no le gustaba y que sólo apreciaba como amiga. Pensó en pedir disculpas pero la idea llegó después de la bofetada. Le había pegado y estaba segura de que se lo merecía. Era su castigo por ser tan ilógica.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Momento mágico

Se abrió paso a través de la multitud sólo para encontrarse de frente con un rostro demasiado pálido que difícilmente podía reconocer en ese momento. La terrible idea de la muerte se formó en su mente y se desvaneció tan rápido como había llegado. Porque no podía estar pasando. Guadalupe era demasiado joven, demasiado bella, demasiado buena persona para morir en una fracción de un segundo. Eso no le haría justicia.

Cerró los ojos el tiempo suficiente para ignorar el cuerpo con las extremidades en ángulos extraños que se encontraba a sus pies. Ni la policía ni la ambulancia habían llegado, así que se encontraba entre la clásica gente morbosa que hacía comentarios inoportunos. No la conocían pero varios ya habían metido sus zapatos en su sangre. La idea de que en serio estaba muerta se fue haciendo más sólida. Pero no podía...

Debió haberle dicho que no se arrepentía del beso que le había dado aquella noche que habían salido a un bar. Ella había fingido estar ebria porque estaba muy segura de que jamás tendría otra oportunidad. Debió haberle dicho el nudo que se le formaba en el estómago cada vez que la saludaba por las mañanas al llegar a trabajar o cuando le invitaba una bebida durante el tiempo para comer.

También debió haberle dicho que salía de su casa más temprano sólo para encontrarla en el momento exacto en el que salía del metro y así poder caminar con ella unas cuantas cuadras, y luego subir juntas en el ascensor que a veces estaba tan lleno que tenían que ir muy juntas. Debió haber hecho tantas cosas. No pudo evitar ponerse a llorar, caer de rodillas a lado de su cuerpo que pronto se marchitaría, quitarle el cabello ensangrentado de la cara y repetirle cuatrocientas veces que siempre estuvo enamorada de ella. Habría sido un momento mágico si no hubiera estado muerta.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Electricidad

No sé cuándo empecé a verla con ojos predadores. Simplemente un día me di cuenta de que ya no quería ser su amiga si no me daba la oportunidad de robarle un beso en alguna madrugada fría de finales de enero. Soñaba con tomar su mano, rozar nuestros dedos y sentir una corriente de electricidad recorrer nuestros cuerpos esperando un momento glorioso para liberarse.

Fueron días y días de angustia, de contemplaciones sin sentido, de planes para abordarla y decírselo, de leves roces casi accidentales, de besos poco inocentes en las mejillas, tal vez con demasiada saliva. Fue demasiada espera, demasiados días con cada una de sus noches. Porque cuando por fin me había armado de valor para confesar mis noches en vela, ella tuvo la primera y la última palabra.

Me lo contó sin mucha ceremonia, como si no fuera un golpe bajo. Se había acostado con el fulano que le había pedido andar con ella unos días antes, mientras me encontraba lo suficientemente perdida en mis inseguridades como para no entender lo que implicaba que ella saliera con alguien. No le respondí porque me parecía que ya no valía la pena. Le agarré la mano, la atraje hacia mí y la besé como si hubiera tenido millones de experiencias en ese ámbito.

A pesar del suspiro que salió de su boca cuando me separé de ella, me negué a hacerme más ilusiones. Había sido suficiente. Ya ni siquiera podría verla como una conocida cualquiera.


jueves, 4 de septiembre de 2014

Sabor a Coca Cola

Comentarios: Ambientado en el segundo libro de la saga Hush Hush (Crescendo).


Me lamió el brazo alegando que sabía a Coca Cola de cereza, la misma que por culpa de Marcie había arrojado sobre nosotras algunos momentos antes.

 Sabes muy bien era increíble que Vee pudiera tomarse las cosas con tanta calma a pesar de las circunstancias. Y también era increíble que no me hubiera permitido escuchar el resto de la oración porque esas palabras habían despertado algo en mí.

 ¡Todo es tu culpa! lancé para tratar de ocultar el calor que había subido a mis mejillas después de su "confesión" y del casi imperceptible guiño que me dedicó.

Por un segundo pude olvidar los lamentables eventos de esa noche, entre los que destacaban, por mucho, la pelea con Marcie, Patch llevándosela a otro lado y a mi padre haciéndome creer que quería lastimarme... aunque podía dudar lo último y empezar a considerar mi locura porque mi padre simplemente estaba muerto.

Todo era confuso y doloroso, principalmente doloroso.

Sin notar en qué momento ocurrió, miré a Vee de arriba a abajo mientras ella arrancaba el auto, fijándome de más en las pronunciadas curvas de su cuerpo que hacían que Marcie la llamara gorda. Y no, Vee en serio no era gorda. Usaba copa D y tenía un trasero voluminoso justo en su lugar que casi me daba envidia.

El calor que ya se había extendido a mi cuello se volvió más evidente cuando Vee señaló que yo necesitaba un novio. ¿Por qué todos creían eso? Vale, Patch me estaba afectando un poco, más que un poco, pero podía estar sin él. Claro que sí. De repente, el dolor regresó, alentado por el recuerdo de su gorra de béisbol en la cabeza de Marcie.

 Vee, tal no es un novio lo que necesito solté, sin saber de dónde había venido eso. Noté el énfasis que hice en la palabra "novia" y el exceso de atención que le dedicaba a su boca. Habíamos llegado a mi casa, así que preferí no darle tiempo para responder. Me bajé del auto y corrí hacia mi casa esperando que mi mejor amiga no hubiera captado la indirecta.

Mmm, no me vendría mal una novia.