12. Borrar para siempre
Sentía que debía deprimirse,
llorar un poco, retorcerse y maldecir a Paulina por creerse con el derecho de
abandonarla definitivamente. Algo así. Pero se sentía tranquila, aliviada, como
si de repente y por obra de la buena suerte se hubiera desecho de un gran peso.
¿Eso era lo que representaba Paulina para ella en esos momentos? Tal vez sí.
Porque a Abigail le gustaba la chica que vivía en la casa de enfrente y Paulina
era un obstáculo. Le dolió un poco el pensamiento. La habían pasado tan bien...
El alivió se diluyó y se mezcló
con la amargura, creando una sensación poco grata que evocaba buenos recuerdos... recuerdos que,
aunque le pertenecieran, era necesario guardar en una caja cerrada
herméticamente para que conservaran la frescura y le evitaran ataques de
tristeza.
Notó que aún tenía el teléfono en
la mano. Lo puso en su lugar. Le sudaban las manos y se le empezaba a formar un
nudo en la garganta que, posiblemente, no tardaría en explotar. Se dirigió a su
computadora de escritorio, la que utilizaba para cubrir todas sus necesidades,
y la encendió. Había tomado la drástica decisión de borrar todas las fotografías
de Paulina y de ella... Si no lo hacía en ese momento, dudaría más tarde y la
vida le había enseñado que se tenía que romper la conexión con el pasado
para... ¿enfrentar el presente?
Por suerte, había ordenado las
fotografías, lo que le evitaría tener que mirarlas y la pena de arrepentirse de
todo. Seleccionó la carpeta principal y eligió la opción “borrar”. A la computadora
siempre se le ocurrían preguntas tontas, así que le preguntó si estaba segura.
Eligió “sí” y las fotos se fueron para siempre.