9. El mundo es un lugar inhóspito
Sabe que ha estado durmiendo y
que lleva un rato con los ojos abiertos, despierta totalmente pero a la vez
vagando entre la conciencia y la inconciencia. Recuerda haber visto figuras
borrosas, rostros vagamente reconocibles, y haber escuchado palabras amables y
medidas, carentes por completo de significado. Quiere hablar, llamar a alguien,
a alguien, alguien...
―Nube…
Reconoce su nombre. Así se llama,
¿no? Una broma cruel de sus padres para que durante toda su vida siempre
apareciera alguna persona listilla e indicara que su nombre es igual al de
esas... cosas... que vagan por el cielo y a veces se llenan de agua y dejan
caer lluvia. Pero ella no llueve, así como tampoco vive en el cielo. Ella es
una persona que...
―¿Qué hago aquí?
―¿Aquí dónde, amor? ¿Sabes dónde
estás? ―le responde una voz serena, conocida, la misma que le habló por su
odioso nombre.
Cierra los ojos y siente que la
oscuridad la llama. Está tan cansada que quisiera dormir para siempre, nunca
más despertar y... ¡No! Abre los ojos de golpe, asustada. Siente un cosquilleo
incómodo en las palmas de las manos y el sudor perlándole la frente. Parpadea
un par de veces y se esfuerza por enfocar el rostro preocupado que la mira
desde arriba. Repasa sus facciones delicadas, sus labios entreabiertos,
generosos, con un cierto toque de sensualidad inadvertido, y ese cabello lacio, morado, a la altura
del hombro... Algo se ilumina en su interior y el pecho le palpita y le duele
de forma inesperada.
―¿Martina?
―Hola, ¿cómo te sientes?
―Mmm, no lo sé. Creo que me duele
la cabeza. Y no recuerdo…
En medio de la frase su mirada se
queda prendida de los ojos grandes, oscuros y terriblemente tristes de esa
mujer que resulta ser su novia. La confusión inicial se esfuma con lentitud y
comprende entonces dónde está, qué ha hecho y por qué... Dirige una mirada
rápida hacia su antebrazo izquierdo y lo descubre apenas cubierto por gasas. Se
pregunta si todo estará bien ahí abajo.
―No te preocupes, ni siquiera fue
necesario ponerte suturas ―aclara Martina como si le hubiera leído la mente.
Nube deja salir un suspiro de
alivio y, sin darse cuenta ni proponérselo, comienza a llorar. Se siente tan
estúpida, real y verdaderamente estúpida. No puede creer que haya sido capaz de
lastimarse así, de ponerse en peligro y, sobre todo, de causar esa mirada de
infinita tristeza en Martina. Y todo porque es incapaz de contener todas las
emociones y sensaciones horribles que guarda en su interior cuando habla con su
padre, o piensa en su padre, o se menciona a su padre. Está segura de que algo
está mal con ella y tiene la idea de que quizá, posiblemente, debería pedir
ayuda porque vivir con libertad resulta muy fácil cuando está con Martina pero
cuando ella no está…
―Perdóname, Martina, yo no quería
esto ―murmura haciendo un enorme esfuerzo por pronunciar claramente las
palabras, por evitar que se empañen con su llanto. Se siente tan triste, tan
miserable, tan mal por ser como es y no poder cambiar.
―Está bien, no pasó nada grave.
Sólo te hiciste un poco de daño, te dio un ataque de pánico, te desmayaste y
terminaste en el hospital, no es la gran cosa ―le dice con una sonrisita y una
entonación que pretenden ser traviesas y con las que seguramente intenta
hacerla sentir mejor. Pero Nube no puede ignorar la tristeza que siguen
reflejando sus ojos.
―Pero lo que hice estuvo mal… muy
mal.
Martina se alza de hombros.
―Está bien. No sabes cuánto me
alegra que no te haya pasado nada.
Pero Nube sabe que no está bien.
Además de la tristeza, puede ver la culpa y el dolor en los ojos de Martina. Le
gustaría preguntarle exactamente qué cosa le da esa sensación de culpabilidad.
¿Es haberla dejado sola tanto tiempo? ¿Es no haber podido protegerla? ¿Es quizá
haberle dado la idea con la historia de su propio intento de suicidio? ¿Es
haberle dado tanta prioridad a su trabajo? ¿Es algo que ella no alcanza a
entender y que tal vez jamás entenderá?
No sabe qué palabras usar para
decirle que no es su error, que no fue su responsabilidad y que ella no debe
cargar con todos los problemas que Nube tiene porque no sería justo. Quiere
decirle que necesita ayuda profesional, aunque no sabe exactamente qué tipo de
ayuda es esa. Deja de llorar con mucha suavidad, sin darse cuenta, y cuando se
siente lista para respirar de nuevo, nota que sus lágrimas ya se han secado.
Extiende su brazo lastimado lo
suficiente para rozar la mano de Martina y le dedica una sonrisa muy pequeña y
muy avergonzada. Martina le corresponde, con lágrimas bajando por sus mejillas
sin que ella haga nada para impedirlo. ¿Cómo pueden estar tan tristes las dos
después de haber compartido seis meses de felicidad? ¿Cómo es posible siquiera?
Uno debería estar condicionado para nunca sentirse triste, ni desesperado, ni
mal de ninguna forma.
―¿Cuándo podemos irnos? ―pregunta
porque cree que el silencio se ha prolongado demasiado y no se le ocurre qué
más decir.
Martina se limpia las mejillas y
los ojos con la manga de su suéter. Cierra los ojos un segundo, inhala con
fuerza y sonríe con un notable esfuerzo. Ese esfuerzo, esa muestra de valor y
fortaleza, hace que Nube sienta una punzada en el pecho. No identifica muy bien
la sensación, pero algo le da la idea de que justamente podría tratarse de
culpa.
―En unos días. Parece que primero
debe evaluarte el psiquiatra.
Nube se queda en blanco.
―¿Cómo que el psiquiatra?
―Bueno, cuando te trajeron
ingresaste a urgencias como intento de suicidio y...
―Espera, espera, espera. ¿Intento
de suicidio? ¿En serio? Tú sabes que yo… ―hace una pausa para intentar poner en
orden el torbellino que le da vueltas en la cabeza. Ha sido tan tonta, más
tonta de lo que imaginó que podría ser―. Tú sabes que yo no quería suicidarme,
sólo… no lo sé, estaba asustada y no se me ocurrió… Demonios, no, no, no.
Martina le coloca una mano en la
cabeza y la atrae hacia su cuerpo para poder abrazarla. Si alguien puede ver
eso desde afuera, le debe parecer una posición extraña y Nube siente vergüenza
por sentirse tan protegida con un gesto que para algunas personas podría ser insignificante
y vacuo. Lleva sus brazos hacia las caderas de Martina y las rodea para
abrazarla también. Siente cómo una mano de Martina le acaricia el hombro para
reconfortarla. Y funciona, lo mejor de todo es que funciona. Después de unos
segundos Nube casi ha olvidado la confusión del supuesto intento de suicidio.
―Por eso debe verte el
psiquiatra. Así tú podrás decirle que no quería suicidarte, que sólo estabas
pasando por un mal momento, ¿sí? ―le dice con voz reconfortante, como si le
estuviera explicando a un niño pequeño por qué deben ponerle una inyección
contra su voluntad.
Nube asiente. Sí, sólo será eso.
Nada puede ir mal, ¿cierto? Deshace el abrazo mientras una idea se abre paso
rápidamente a través de su mente.
―Martina, ¿cuánto tiempo llevo
aquí?
―Unas 12 horas. Pasaste la noche
aquí. Y antes de que te quejes por haber dormido tanto, te dieron medicamentos
para estabilizarte.
―Entiendo, entiendo ―dice Nube
mientras asiente con la cabeza―. Mmm, entonces no te he dicho qué pasó.
―No. Murmuraste varias cosas
cuando me llamaste anoche pero en realidad sólo entendí lo suficiente para
llamar una ambulancia y salir corriendo del trabajo ―responde con una risita
que parece un pariente lejano de su risa transparente habitual. Quizá la tristeza
le da ese timbre tan distinto.
―¿Y no te dijeron nada en el
trabajo?
―Eh… bueno, no mucho. Dije que mi
madre había tenido un accidente y de todas maneras tengo que volver mañana a
revisar los últimos detalles. Dejé a cargo a Román y ya sabes que no termina de
convencerme su trabajo.
―Sí, me lo has dicho muchas veces
―dice riendo un poquito, con una suavidad inesperada para ella―. ¿Y mi trabajo?
―No te preocupes, llamé para
decir que estabas muy enferma y que no podrías ir durante algunos días. No dije
lo de tu… accidente porque luego la gente no es muy comprensiva y… ―desvía su
mirada hacia su propio antebrazo, haciendo referencia a sus propias cicatrices―
prefiero que no te molesten con cosas así.
―Gracias.
Guardan silencio unos momentos.
Nube está intentando acomodar los hechos. Supone que lo que ha hecho es algo
grave y que Martina tiene razón y lo mejor es que los demás no se enteren. No
sabe qué podría ocurrir si se supiera que ella… cometió un intento de suicidio,
aunque no tuviera esa intención en realidad. No cree que nadie vaya a tomarse
el tiempo de preguntarle si de verdad pretendía morir cuando hizo esa
estupidez.
―Nube…
―¿Qué fue?
―¿Entonces qué pasó? ¿Qué hizo
que te pusieras así?
―Ah, eso ―y la sola mención al
hecho hace que sienta que el mundo es un lugar un poco más inhóspito para
ella―. Llamó mi padre. Ya sabes que no hablo con él desde antes de que tú y yo
empezáramos a salir. Dijo cosas... no recuerdo muy bien cuáles. Creo que me ha
desheredado oficialmente ―suelta una risita hueca, sin rastro de humor en
ella―. De cierta forma es un alivio, ¿sabes? Pero en ese momento no pude
contener el miedo, la ansiedad… toda esa desesperación. Me habría gustado que
estuvieras a mi lado, así podrías haberme abrazado y todo habría sido mejor.
Martina respira profundamente,
con dificultad, controlándose para no dejar salir las lágrimas que se agolpan
en sus ojos. Siente que le ha fallado a Nube y el pensamiento le causa tanto
dolor que le cuesta existir. Le hace un gesto con la cabeza para indicarle que
le haga un hueco en su incómoda cama de hospital y se acuesta junto a ella.
―No sabes cuánto lamento no haber
estado contigo en ese momento, Nube. Perdóname por haberte abandonado ―murmura,
de nuevo poniendo todo de su parte para no llorar y abrazándola con mucha
fuerza.
―No me abandonaste. Después de
todo estabas ahí cuando te llamé, ¿no? Si no hubieras estado ahí… No lo sé ―se
alza de hombros o por lo menos lo intenta porque es difícil alzarse de hombros
estando acostado y en medio de un abrazo―. En serio creí que iba a morirme. Así
que de verdad agradezco que me cuides aunque estés lejos. En serio muchas
gracias, no sé qué haría sin ti.
Martina oculta su cara en el
hueco del cuello de Nube y llora un poquito, sólo un poquito. Siente tanto
alivio, tanto, porque ahora sabe que Nube no la culpa de nada.
―Gracias a ti por estar conmigo
―susurra Martina tratando de que no se note que está llorando. De todas maneras
Nube lo sabe porque siente la humedad de sus lágrimas en el cuello.
Nube sonríe y con mucha lentitud
susurra las únicas dos palabras que había tenido miedo de decirle a Martina.
―Te amo.
―Y yo te amo a ti.
Ambas sonríen. Saben que dentro
de un tiempo deberán separarse y que probablemente sea porque alguna enfermera
entrará a la habitación y las regañará, pero por el momento pueden seguir
disfrutando su abrazo y sus lágrimas y ese alivio que tal vez no deberían
sentir pero que está ahí y las hace muy felices. Sólo necesitan estar así un
poco más para tener la convicción de que todo estará bien a pesar de lo tontas
que pueden llegar a ser.