viernes, 24 de noviembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 9. El mundo es un lugar inhóspito


9. El mundo es un lugar inhóspito



Sabe que ha estado durmiendo y que lleva un rato con los ojos abiertos, despierta totalmente pero a la vez vagando entre la conciencia y la inconciencia. Recuerda haber visto figuras borrosas, rostros vagamente reconocibles, y haber escuchado palabras amables y medidas, carentes por completo de significado. Quiere hablar, llamar a alguien, a alguien, alguien...

―Nube…

Reconoce su nombre. Así se llama, ¿no? Una broma cruel de sus padres para que durante toda su vida siempre apareciera alguna persona listilla e indicara que su nombre es igual al de esas... cosas... que vagan por el cielo y a veces se llenan de agua y dejan caer lluvia. Pero ella no llueve, así como tampoco vive en el cielo. Ella es una persona que...

―¿Qué hago aquí?

―¿Aquí dónde, amor? ¿Sabes dónde estás? ―le responde una voz serena, conocida, la misma que le habló por su odioso nombre.

Cierra los ojos y siente que la oscuridad la llama. Está tan cansada que quisiera dormir para siempre, nunca más despertar y... ¡No! Abre los ojos de golpe, asustada. Siente un cosquilleo incómodo en las palmas de las manos y el sudor perlándole la frente. Parpadea un par de veces y se esfuerza por enfocar el rostro preocupado que la mira desde arriba. Repasa sus facciones delicadas, sus labios entreabiertos, generosos, con un cierto toque de sensualidad inadvertido, y ese cabello lacio, morado, a la altura del hombro... Algo se ilumina en su interior y el pecho le palpita y le duele de forma inesperada.

―¿Martina?

―Hola, ¿cómo te sientes?

―Mmm, no lo sé. Creo que me duele la cabeza. Y no recuerdo…

En medio de la frase su mirada se queda prendida de los ojos grandes, oscuros y terriblemente tristes de esa mujer que resulta ser su novia. La confusión inicial se esfuma con lentitud y comprende entonces dónde está, qué ha hecho y por qué... Dirige una mirada rápida hacia su antebrazo izquierdo y lo descubre apenas cubierto por gasas. Se pregunta si todo estará bien ahí abajo.

―No te preocupes, ni siquiera fue necesario ponerte suturas ―aclara Martina como si le hubiera leído la mente.

Nube deja salir un suspiro de alivio y, sin darse cuenta ni proponérselo, comienza a llorar. Se siente tan estúpida, real y verdaderamente estúpida. No puede creer que haya sido capaz de lastimarse así, de ponerse en peligro y, sobre todo, de causar esa mirada de infinita tristeza en Martina. Y todo porque es incapaz de contener todas las emociones y sensaciones horribles que guarda en su interior cuando habla con su padre, o piensa en su padre, o se menciona a su padre. Está segura de que algo está mal con ella y tiene la idea de que quizá, posiblemente, debería pedir ayuda porque vivir con libertad resulta muy fácil cuando está con Martina pero cuando ella no está…

―Perdóname, Martina, yo no quería esto ―murmura haciendo un enorme esfuerzo por pronunciar claramente las palabras, por evitar que se empañen con su llanto. Se siente tan triste, tan miserable, tan mal por ser como es y no poder cambiar.

―Está bien, no pasó nada grave. Sólo te hiciste un poco de daño, te dio un ataque de pánico, te desmayaste y terminaste en el hospital, no es la gran cosa ―le dice con una sonrisita y una entonación que pretenden ser traviesas y con las que seguramente intenta hacerla sentir mejor. Pero Nube no puede ignorar la tristeza que siguen reflejando sus ojos.

―Pero lo que hice estuvo mal… muy mal.

Martina se alza de hombros.

―Está bien. No sabes cuánto me alegra que no te haya pasado nada.

Pero Nube sabe que no está bien. Además de la tristeza, puede ver la culpa y el dolor en los ojos de Martina. Le gustaría preguntarle exactamente qué cosa le da esa sensación de culpabilidad. ¿Es haberla dejado sola tanto tiempo? ¿Es no haber podido protegerla? ¿Es quizá haberle dado la idea con la historia de su propio intento de suicidio? ¿Es haberle dado tanta prioridad a su trabajo? ¿Es algo que ella no alcanza a entender y que tal vez jamás entenderá?

No sabe qué palabras usar para decirle que no es su error, que no fue su responsabilidad y que ella no debe cargar con todos los problemas que Nube tiene porque no sería justo. Quiere decirle que necesita ayuda profesional, aunque no sabe exactamente qué tipo de ayuda es esa. Deja de llorar con mucha suavidad, sin darse cuenta, y cuando se siente lista para respirar de nuevo, nota que sus lágrimas ya se han secado.

Extiende su brazo lastimado lo suficiente para rozar la mano de Martina y le dedica una sonrisa muy pequeña y muy avergonzada. Martina le corresponde, con lágrimas bajando por sus mejillas sin que ella haga nada para impedirlo. ¿Cómo pueden estar tan tristes las dos después de haber compartido seis meses de felicidad? ¿Cómo es posible siquiera? Uno debería estar condicionado para nunca sentirse triste, ni desesperado, ni mal de ninguna forma.

―¿Cuándo podemos irnos? ―pregunta porque cree que el silencio se ha prolongado demasiado y no se le ocurre qué más decir.

Martina se limpia las mejillas y los ojos con la manga de su suéter. Cierra los ojos un segundo, inhala con fuerza y sonríe con un notable esfuerzo. Ese esfuerzo, esa muestra de valor y fortaleza, hace que Nube sienta una punzada en el pecho. No identifica muy bien la sensación, pero algo le da la idea de que justamente podría tratarse de culpa.

―En unos días. Parece que primero debe evaluarte el psiquiatra.

Nube se queda en blanco.

―¿Cómo que el psiquiatra?

―Bueno, cuando te trajeron ingresaste a urgencias como intento de suicidio y...

―Espera, espera, espera. ¿Intento de suicidio? ¿En serio? Tú sabes que yo… ―hace una pausa para intentar poner en orden el torbellino que le da vueltas en la cabeza. Ha sido tan tonta, más tonta de lo que imaginó que podría ser―. Tú sabes que yo no quería suicidarme, sólo… no lo sé, estaba asustada y no se me ocurrió… Demonios, no, no, no.

Martina le coloca una mano en la cabeza y la atrae hacia su cuerpo para poder abrazarla. Si alguien puede ver eso desde afuera, le debe parecer una posición extraña y Nube siente vergüenza por sentirse tan protegida con un gesto que para algunas personas podría ser insignificante y vacuo. Lleva sus brazos hacia las caderas de Martina y las rodea para abrazarla también. Siente cómo una mano de Martina le acaricia el hombro para reconfortarla. Y funciona, lo mejor de todo es que funciona. Después de unos segundos Nube casi ha olvidado la confusión del supuesto intento de suicidio.

―Por eso debe verte el psiquiatra. Así tú podrás decirle que no quería suicidarte, que sólo estabas pasando por un mal momento, ¿sí? ―le dice con voz reconfortante, como si le estuviera explicando a un niño pequeño por qué deben ponerle una inyección contra su voluntad.

Nube asiente. Sí, sólo será eso. Nada puede ir mal, ¿cierto? Deshace el abrazo mientras una idea se abre paso rápidamente a través de su mente.

―Martina, ¿cuánto tiempo llevo aquí?

―Unas 12 horas. Pasaste la noche aquí. Y antes de que te quejes por haber dormido tanto, te dieron medicamentos para estabilizarte.

―Entiendo, entiendo ―dice Nube mientras asiente con la cabeza―. Mmm, entonces no te he dicho qué pasó.

―No. Murmuraste varias cosas cuando me llamaste anoche pero en realidad sólo entendí lo suficiente para llamar una ambulancia y salir corriendo del trabajo ―responde con una risita que parece un pariente lejano de su risa transparente habitual. Quizá la tristeza le da ese timbre tan distinto.

―¿Y no te dijeron nada en el trabajo?

―Eh… bueno, no mucho. Dije que mi madre había tenido un accidente y de todas maneras tengo que volver mañana a revisar los últimos detalles. Dejé a cargo a Román y ya sabes que no termina de convencerme su trabajo.

―Sí, me lo has dicho muchas veces ―dice riendo un poquito, con una suavidad inesperada para ella―. ¿Y mi trabajo?

―No te preocupes, llamé para decir que estabas muy enferma y que no podrías ir durante algunos días. No dije lo de tu… accidente porque luego la gente no es muy comprensiva y… ―desvía su mirada hacia su propio antebrazo, haciendo referencia a sus propias cicatrices― prefiero que no te molesten con cosas así.

―Gracias.

Guardan silencio unos momentos. Nube está intentando acomodar los hechos. Supone que lo que ha hecho es algo grave y que Martina tiene razón y lo mejor es que los demás no se enteren. No sabe qué podría ocurrir si se supiera que ella… cometió un intento de suicidio, aunque no tuviera esa intención en realidad. No cree que nadie vaya a tomarse el tiempo de preguntarle si de verdad pretendía morir cuando hizo esa estupidez.

―Nube…

―¿Qué fue?

―¿Entonces qué pasó? ¿Qué hizo que te pusieras así?

―Ah, eso ―y la sola mención al hecho hace que sienta que el mundo es un lugar un poco más inhóspito para ella―. Llamó mi padre. Ya sabes que no hablo con él desde antes de que tú y yo empezáramos a salir. Dijo cosas... no recuerdo muy bien cuáles. Creo que me ha desheredado oficialmente ―suelta una risita hueca, sin rastro de humor en ella―. De cierta forma es un alivio, ¿sabes? Pero en ese momento no pude contener el miedo, la ansiedad… toda esa desesperación. Me habría gustado que estuvieras a mi lado, así podrías haberme abrazado y todo habría sido mejor.

Martina respira profundamente, con dificultad, controlándose para no dejar salir las lágrimas que se agolpan en sus ojos. Siente que le ha fallado a Nube y el pensamiento le causa tanto dolor que le cuesta existir. Le hace un gesto con la cabeza para indicarle que le haga un hueco en su incómoda cama de hospital y se acuesta junto a ella.

―No sabes cuánto lamento no haber estado contigo en ese momento, Nube. Perdóname por haberte abandonado ―murmura, de nuevo poniendo todo de su parte para no llorar y abrazándola con mucha fuerza.

―No me abandonaste. Después de todo estabas ahí cuando te llamé, ¿no? Si no hubieras estado ahí… No lo sé ―se alza de hombros o por lo menos lo intenta porque es difícil alzarse de hombros estando acostado y en medio de un abrazo―. En serio creí que iba a morirme. Así que de verdad agradezco que me cuides aunque estés lejos. En serio muchas gracias, no sé qué haría sin ti.

Martina oculta su cara en el hueco del cuello de Nube y llora un poquito, sólo un poquito. Siente tanto alivio, tanto, porque ahora sabe que Nube no la culpa de nada.

―Gracias a ti por estar conmigo ―susurra Martina tratando de que no se note que está llorando. De todas maneras Nube lo sabe porque siente la humedad de sus lágrimas en el cuello.

Nube sonríe y con mucha lentitud susurra las únicas dos palabras que había tenido miedo de decirle a Martina.

―Te amo.

―Y yo te amo a ti.

Ambas sonríen. Saben que dentro de un tiempo deberán separarse y que probablemente sea porque alguna enfermera entrará a la habitación y las regañará, pero por el momento pueden seguir disfrutando su abrazo y sus lágrimas y ese alivio que tal vez no deberían sentir pero que está ahí y las hace muy felices. Sólo necesitan estar así un poco más para tener la convicción de que todo estará bien a pesar de lo tontas que pueden llegar a ser.

viernes, 17 de noviembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 8. Palabras de consuelo



8. Palabras de consuelo




Respira profundamente e intenta no voltear a ver su teléfono. Lo ha dejado sobre la pequeña mesita de cristal que se encuentra en el centro de la sala y le desquicia que no deje de vibrar. Podría acercarse y quitarle la función de vibración pero… ¿qué pasaría si responde por error? ¿Colgaría de inmediato? ¿Saludaría? ¿Tendría una animada conversación? ¿Escucharía todo lo que su padre tiene que decirle?



No, no, no. Mueve la cabeza de un lado a otro con cierta brusquedad y no para hasta que consigue que su cuello truene y le duela. Abre mucho los ojos asustada ante la posibilidad de haberse hecho daño de una forma tan estúpida. No, no, eso tampoco. El teléfono deja de vibrar momentáneamente y Nube puede tomar un respiro, abrir mucho la boca y dejar entrar más aire del que necesita. Luego el teléfono vuelve a vibrar y se desvanece cualquier esperanza que pudiera haber albergado.



Por un momento pensó que su padre quizá se aburriría… Pero él no es así. Si ha llegado tan lejos en el camino de los negocios es porque siempre ha sabido cuándo darse por vencido y, desde luego, conoce a su hija y sabe que tarde o temprano cederá porque no soportará la presión. Siempre ha sido así. Siempre. Incluso recuerda una vez, cuando tenía 6 o 7 años, que su padre la inscribió a una competencia de natación. Nube lloró y lloró durante casi una hora antes de la competencia porque una cosa era nadar en la alberca pequeña que conocía y otra meterse en lo que ella visualizaba como un lago artificial y estar a la vista de todas las personas que asistieran al evento. Al final su padre no cedió, y su madre ni siquiera consideró la posibilidad de llevarle la contraria a pesar de lo preocupada que lucía, y Nube terminó deteniéndose cuando se dio cuenta de que podía tocar el fondo.



Por eso prefiere no acercarse, dejar que el maldito teléfono vibre y vibre y vibre… Si tan sólo Martina estuviera ahí podría ayudarle, quizá respondiendo, quizá abrazándola hasta que el miedo paralizante que la agobia desapareciera, tal vez apagando el teléfono. Nube es consciente de que Martina puede hacer cualquier cosa porque, después de todo, logró hacer que se revelara contra el destino que su familia había elegido para ella, que dejara su cómoda vida y comenzara a trabajar, que se fueran a vivir juntas y, ahora, que se fuera a casa sin ella porque tenía un proyecto importante y saldría del trabajo hasta muy tarde.



Nube puso reparos y se inventó muchas maneras de pasar el tiempo mientras esperaba a Martina, pero su novia no cedió. La mandó a casa después de darle un beso en la frente y asegurarle que estaría con ella antes de medianoche. Y todo estaba bien, Nube había tomado un baño, comido un sándwich y visto uno de esos curiosos programas de televisión (realities, creía que se llamaban) que venían siendo su gusto culposo y que jamás admitiría que veía. Todo estaba bien hasta que entró la primera llamada. Y han pasado 15 minutos desde entonces… y se siente mal y tiembla y tiene miedo. Cree que está teniendo un ataque de pánico pero posiblemente sólo se esté sugestionando.



Si tan sólo Martina llegara y la salvara… Porque si hay algo que Nube no puede mantener bajo control es la ansiedad y el miedo que siente cuando piensa en su padre. Había evitado hablar con él desde que tomó la decisión de seguir el camino de su corazón y no el camino de su herencia, y creyó que a su padre le había parecido bien porque no había hecho ningún esfuerzo por comunicarse con ella. Hasta ese momento, claro está.



Respira superficialmente. Ya no puede más. Se arrastra hasta la mesita de centro, se deja caer pesadamente sobre la alfombra y desliza el botón del teléfono hacia la derecha.



―¿Bueno?



―Hija.



Nube pasa saliva ruidosamente. ¿Qué puede decir? ¿Debería colgar? No se ha dado cuenta pero un par de lágrimas resbalan por su mejilla izquierda.



―¿Cómo has estado?



El tono de voz de su padre, casi tan cálido y tan amable como la vez que Nube hizo su primera maqueta, la toma desprevenida. No recuerda hace cuánto que no lo escuchaba hablarle así, aunque tiene la vaga idea de que fue cuando le comunicó oficialmente que sería arquitecta como él y le enseñó su puntaje de ingreso en la universidad.



―B-bien. ¿Y tú papá?



―Como siempre. En los negocios. Pero me alegra que tú estés bien ―hace una pausa, seguramente para encender un cigarrillo―. Tu madre me llamó hace poco para decirme que habías tomado tu propio camino. ¿Eso es cierto?



Nube sabe que es su momento. Puede decírselo y quitarse ese peso de encima y…



―No lo sé. Creo que sí ―responde. Le habría gustado decir algo más contundente, gritar una orgullosa afirmación y no simplemente masticar palabras inseguras.



―Ya. Sabes que no apruebo lo que estás haciendo, ¿verdad?



Se hace un silencio. Nube siempre ha creído que sólo puede ganarse la aprobación de su padre de una manera y, obviamente, esa manera no tiene nada que ver con la vida que lleva actualmente.



―Supongo que lo sabes ―suspira su padre―. Y quiero que recuerdes que la vida no es tan fácil como siempre te he hecho creer. Te has apartado de mi cuidado y has decidido que eres una adulta capaz de tomar decisiones. Incluso te has ido a vivir con otra mujer ―una nota leve de desprecio―, aunque eso en realidad no me importa tanto. Supongo que puedo ir renunciando a la idea de ver a mis nietos dirigiendo la compañía. Pero no importa. Una vez que te vas no vuelves, Nube, ¿me escuchas?



―Sí.



―¿Y entiendes lo que te digo?



―Eso creo.



―¿Piensas no volver? ¿Renunciar por completo a tu única familia?



Nube duda unos segundos. Intenta poner en su voz toda la fuerza que Martina le ha brindado.



―Sí. No acepto tus condiciones.



―Bien. Supongo que no puedo hacer nada para cambiar eso. Pero si todo sale mal no vengas a mí llorando, para eso tienes a tu madre.



―Claro, lo sé ―murmura.



―Que te vaya bien entonces.



―Gracias.



Su padre cuelga. Nube deja caer el teléfono, no como una acción de coraje o frustración, sino porque sus manos tiemblan tanto que no es capaz de sostenerlo. Se siente tan mal... tan vacía, como si su padre se hubiera llevado toda la seguridad y la felicidad que había acumulado con Martina. Y trata de decirse que todo está bien, que nada ha cambiado, que las cosas no saldrán mal porque Martina es muy buena y muy inteligente y sabe lo que hace.



Se da cuenta de que está llorando con fuerza. Se cubre la cara con las manos y se recarga, completamente derrotada en el sillón. El odio que tanto se había esforzado por combatir se apodera de ella y el llanto, que hace unos momentos era de tristeza y miedo, ahora refleja simplemente todas las cosas malas que siente.



Quiero morir. Desaparecer por completo y que jamás nadie vuelva a saber que alguna vez existí. Cerrar los ojos y que todo sea negro, negro y profundo, infinito como…



¿El mar?



Se levanta tambaleándose, aún con lágrimas en los ojos. Intenta olvidar la conversación que acaba de tener con su padre y concentrarse en Martina y su brillante sonrisa, y esos días de paz amor que ha vivido a su lado. Piensa en sus besos, en sus caricias delicadas pero apasionadas, en las palabras que le susurra con una voz tan débil que jamás puede atraparla...



Entra en la cocina. No sabe lo que hace. La imagen de su padre se superpone a la imagen de Martina que trata de crear desesperadamente. No sabe qué hacer. Cree que se va a volver loca en cualquier momento. Desearía gritar, golpear la pared para deshacerse de todo el odio, para volverlo a esconder en ese lugarcito en el que se retorcerá eternamente pero del que no podrá salir.



En su cabeza, la solución que llega es fácil. Abre un cajón y agarra el primer cuchillo que encuentra. Nube no se da cuenta, pero de los tres cuchillos que hay en la casa ha elegido el primero que compraron, el más barato, el más pequeño y el que nunca se ha mandado a afilar. En otras circunstancias, si estuviera relajada y tranquila, por ejemplo, le habría costado comenzar y quizá hubiera decidido cambiar de cuchillo. Pero Nube se siente mal de verdad y su mente está realmente nublada, así que ejerce la presión suficiente y se abre dos tajos largos en forma de equis en la muñeca, uno de arriba hacia abajo y el otro de abajo hacia arriba, y mira la sangre brotar durante unos interminables tres segundos.



Entonces nota algo extraño, como una especie de cosquilleo en la mano. Deja caer el cuchillo y parpadea repetidas veces para enfocar su antebrazo y la sangre y la reverenda estupidez que posiblemente ha cometido. Agarra un trapo con prisa y lo oprime contra su muñeca pero sólo logra mojar el trapo con su sangre. “Ah, ese me gustaba”, piensa débilmente. Sonríe y cae en la cuenta, esta vez en serio, de que debe hacer algo más que quedarse parada como idiota.



Regresa a la sala, recoge su teléfono y le llama a la única persona que sabe que primero irá a rescatarla y después la regañará.



―¿Qué pasa, amor?



―Martina, me voy a morir.



Una pausa breve, muy breve y luego el pánico en la voz de Martina.



―¿Por qué dices eso? ¿Qué te pasa?



―Me corté un poquito y no deja de salir sangre. Y creo que duele y… no sé, tengo tanto miedo que no puedo pensar ―Nube deja escapar una risita que rápidamente se convierte en un llanto lastimero. Está en estado de shock y trata de pensar en alguna solución pero no se le ocurre nada.



―Quédate tranquila, ¿sí? Intenta quitarle el seguro a la puerta y siéntate en el sillón. Vas a estar bien, Nube, muy bien.



―No, Martina, me voy a morir ―dice de una forma medianamente comprensible porque sus palabras están empapadas por el llanto.



―No, amor, todo va a salir bien. Haz lo que digo, por favor ―y las últimas dos palabras tienen tanta fuerza que Nube cumple con las indicaciones y se deja caer en el sillón gris oscuro que acaban de estrenar.



Se lleva el teléfono al oído y oye a Martina hablando con otras personas. Dice algo para ella pero Nube no comprende las palabras, no tanto por la pérdida de sangre sino porque el miedo, la desesperación y ese estado de casi resignación en el que ha sumido hacen que el mundo sea muy diferente. Es una tonta y quizá sí merece morir, pero no quiere. Quiere estar con Martina más tiempo, muchos años, toda su vida si es posible. Y ahora…



Cierra los ojos y se queda dormida, con Martina aún susurrando inútilmente palabras de consuelo para alguien que ya no puede escucharlas.

viernes, 10 de noviembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 7. De todo se aprende



7. De todo se aprende


Martina no se reconoce cuando está con Nube. Trata de visualizar a su yo anterior, a la persona que fumaba mucho y tenía una visión más bien pesimista del mundo, a la que esperaba el momento adecuado para morir sin tomar ninguna acción porque no quería revivir la soledad de su fallido intento de suicidio. No logra descubrir a ciencia cierta quién era antes de subir a la azotea de ese edificio hace dos meses y ver a la mujer que le robaría el habla y el aliento y el corazón, todo al mismo tiempo, de una forma tan rápida e intensa.

Desde luego, las personas que rodeaban a Martina en aquellos oscuros días no tenían ni la menor idea de que ella no era la mujer siempre alegre, siempre animada y siempre positiva que aparentaba ser. ¡Y fingir le resultaba tan cansado! Por eso se sintió tan bien cuando pudo hablar con Nube sinceramente a pesar de no conocerla de nada y no haber convivido con ella más de cuarenta minutos. En retrospectiva, no entiende qué les pasó, cómo lograron comunicarse con tanta facilidad…

Martina se lleva una mano al bolsillo trasero del pantalón y esculca en su interior distraídamente. Le toma tres segundos darse cuenta de que ya no fuma y de que por eso no encuentra nada en su bolsillo. Deja escapar una risita ligeramente avergonzada. Martina había comenzado a fumar después de su intento de suicidio. En aquel entonces no era consciente del motivo. Lo descubrió muchos años después, un día que estaba metida en la cama con Nube y se dio cuenta de que llevaba más de 2 días sin necesitar un cigarrillo. Ese día notó que lo que estaba intentando era morir de cáncer de pulmón. La idea le pareció ridícula pero comprendió la motivación de su yo de casi 18 años.

De todas maneras la costumbre es difícil de olvidar y por eso a veces, como en esa ocasión, se encuentra buscando un cigarrillo aunque no lo necesita. Cree que si Nube y ella se separaran quizá lo necesitaría. O quizá no, uno nunca sabe. Pero prefiere no poner a prueba esa posibilidad. De hecho, el simple pensamiento la entristece un poco. No desea separarse de ella y hará todo lo que sea necesario para evitarlo. En ese momento no sabe a dónde la llevará esa declaración tan sincera e intensa, pero años después, de nuevo en una habitación de hotel frente a un mar turquesa, alcanza a hacer la relación y, no puede esperarse menos, sonríe porque no se arrepiente de nada.

―¡Bu!

Martina da un respingo y se encuentra con el rostro risueño de Nube frente a ella. Al parecer, haberla tomado desprevenida es algo graciosísimo porque su novia no deja de reírse e incluso se le llenan los ojos de lágrimas. Martina espera pacientemente con una expresión un poco ofendida, aunque parece que a Nube no le importa ni su expresión, ni que el tiempo pase, ni que haya más gente en la calle porque van saliendo de sus trabajos, ni que comience a oscurecer.

―Tardaste un poco, ¿no, cariño? ―pregunta Martina enfatizando la última palabra.

Nube está recuperando el aliento y levanta la mano para indicarle que le dé unos segundos más.

―Perdóndame, en serio, Martina ―hace una pausa para secarse una lágrima que resbala elegantemente por su mejilla―. Es que tenías una expresión muy bonita, no sé cómo describirlo. Estabas tan concentrada y transmitías tanta paz que el cambio brusco de expresión resultó muy gracioso.

―Me alegra que te diviertas, Nube, aunque tenga que ser a mi costa ―responde con un tono ligeramente cortante porque en ocasiones le parece entretenido hacerse la enojada para que Nube ponga boquita de pato y le hable con ese tono de voz lloroso, como de niño pequeño, que no sabe en qué momento comenzó a usar.

―Amor ―dice Nube alargando la letra “o” y haciendo justamente lo que Martina espera―. No te enojes, fue sin querer… O sea, no, fue a propósito ―añade cambiando a su tono de voz normal― pero no quería molestarte… bueno, sí, me pareció divertido molestarte pero de todas maneras…

―Ya mejor déjalo así, ¿sí? ―la interrumpe Martina porque la situación comienza a molestarla de verdad, aunque sólo un poco. En el fondo es muy divertido.

Después de dos meses aún le cuesta creer Nube se comporte de una manera tan diferente a aquella primera vez que la vio. En aquella ocasión Nube tenía un aura etérea, melancólica, profundamente triste… Martina supone que era porque justamente ese día pensaba morir y uno no puede tener otra aura en una situación así. También supone que Nube tenía tantas presiones que no podía ser feliz y por eso parecía distinta, algo así como el caso de Martina pero con motivos muy diferentes.

Le alegra poder ver ahora a la Nube real, a la chica de cabello castaño prolijamente recogido en una media cola que se la pasa quejándose de sus muslos gordos y de lo floja que es porque jamás se anima a ir al gimnasio, y a la que debe despertar todas las mañanas porque si no se le hace tarde para ir a ese trabajo que no le gusta en lo absoluto pero que les ha permitido comenzar a vivir juntas.

―A veces eres un poco aguafiestas, Martina. De hecho, pensándolo bien, eres un poco rara.

―Rara yo, claro. Mira quién fue a hablar.

―No, no, tú eres rara en serio. Usualmente eres muy atenta, ya sabes, me proteges y me ayudas, y siempre quieres que esté feliz, pero en ocasiones pasas de ser muy positiva a alzar los hombros en completa resignación.

Martina está lista para alzar los hombros pero se detiene justo cuando Nube alza una ceja para enfatizar su punto.

―Oh, bueno, es que mis momentos de positividad están reservados para ti. A mí se me hace algo muy normal. Si fuera por ahí compartiendo mi excelente carácter con la humanidad luego ya no tendría nada que ofrecerte.

Nube suelta una risa un poco escandalosa y se cubre la boca de golpe. Voltea hacia todos lados alarmada y avergonzada y Martina se pregunta si Nube siempre ha sido así o si tenía bien escondida esa parte de su personalidad.

―Estás un poco loca, cariño ―dice Nube acercándose a ella y rodeándole el cuello con ambos brazos para después darle un beso suave en los labios―. Te extrañé mucho.

―Y yo a ti. ¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿10 horas?

―Más o menos. Agrégale el tiempo que me retrasé porque hubo un accidente o algo así y el transporte estuvo parado durante un buen rato. No sé por qué tenemos que trabajar tan lejos la una de la otra, ¿no puedes conseguir un trabajo más cerca de mí?

―Mmm, lo dudo un poco ―responde Martina riendo agradablemente. La duda de si su risa siempre ha sido de esa forma atraviesa por su mente momentáneamente―. Me pagan bien donde estoy y no podemos dejar de recibir ese dinero hasta que no terminemos de comprar todos los muebles de la casa.

―¿Todos todos?

―Pues sí, todos.

―¿También la cafetera que quiero?

―Si nos alcanza… Digo, yo creo que deberíamos darle prioridad al colchón pero si la cafetera te parece una necesidad…

―¿Ya viste cuánto gasto en café?

―¿Y a poco si tenemos una cafetera en casa dejarás de gastar en café cuando estés fuera en el trabajo?

Nube hace una pausa y adopta una expresión de extrema concentración, falsa, claro, Martina sabe eso, y luego responde lentamente.

―Podría intentarlo.

Ambas se echan a reír. Martina ni siquiera sabe qué es tan gracioso pero de todas maneras se ríe y abraza a Nube y se sigue riendo en esa posición. Atraen algunas miradas pero parece que son aún demasiado jóvenes para que a alguien le importe lo que están haciendo. O será que ya es tarde y los rezagados que apenas van saliendo de la oficina quieren irse a su casa y no tienen tiempo para prestarles tanta atención. De todas formas no importa el motivo, Martina agradece poder vivir en un mundo en el que puede ser feliz a lado de Nube en plena vía pública a esa hora de la tarde en la que todas las luces comienzan a encenderse y el sol se oculta cada vez más.

Definitivamente Martina no puede recordar cómo era antes de conocer a Nube y decide que no le importa. Claro que podría preguntarle a alguien, a su hermano, por ejemplo, pero el tiempo pasa y la gente cambia por distintas razones, así que de todos modos no tiene importancia. Ella ha cambiado, quizá mucho, quizá no tanto, y le alegra haber tenido esa oportunidad. De todo se aprende y Martina ha aprendido más cosas de las que ha notado.

viernes, 3 de noviembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 6. Un día de lluvia común y corriente


6. Un día de lluvia común y corriente




Nube maldice en voz muy baja cuando la primera gota de lluvia le cae en el centro de la cabeza. Está fría y le provoca un temblor en todo el cuerpo. Odia el clima en ese momento. Y quizá también odia que esa ciudad sea tan grande. Cuando salió de su casa, hace 4 horas, el día era tan soleado y agradable que decidió que sería una pérdida de espacio llevar un suéter o una chaqueta en el bolso... Y qué decir del paraguas, ese ni siquiera había figurado en sus pensamientos.



La lluvia arrecia y cuando Nube trata de discernir en qué parte del cuerpo le ha caído la segunda gota se da cuenta de que ya es imposible distinguirlas individualmente. Se está mojando, no lleva nada para cubrirse y no le queda más remedio que ponerse el bolso sobre la cabeza y correr calle abajo con la mayor elegancia que se lo permiten sus zapatos de tacón para buscar un refugio temporal. En medio de su huída le echa un vistazo breve al cielo y consigue que le entre agua en un ojo. Maldice de nuevo, esta vez en voz no tan baja, mientras abre y cierra el ojo para calmar el leve escozor.



Si alguien le dijera que sólo han pasado dos minutos cuando por fin encuentra un espacio libre en el escaparate de una tienda de deportes definitivamente no lo creería. Para ella esa pequeña huída ha sido larguísima. Voltea de nuevo hacia las oscuras nubes que abarrotan en cielo y aprovecha para ver hacia todos lados. Hay más personas que, como ella, se resguardan de la lluvia en los distintos escaparates de la calle. También ve a los previsores que caminan sin preocupación alguna debajo de su enorme paraguas o con un impermeable bien fajado, y no puede evitar sentir envidia cuando una pareja pasa frente a ella muy pegados el uno al otro debajo de un paraguas más bien pequeño. Sería tan bonito poder ir así con Martina…



Suspira. No vale la pena pensar en cosas que en ese preciso instante son imposibles. Martina está trabajando lejos, en el centro de la ciudad, en ese empleo que no le gusta pero que necesita para concretar su proyecto de irse a vivir juntas lo más pronto posible. Nube sigue viviendo en el departamento que sus padres (su madre en realidad) tienen la bondad de seguir pagando, pero ya han elegido juntas un pequeño piso en una zona bonita y tranquila al que piensan mudarse en dos semanas más. ¡Y pensar que hace apenas un mes y medio se estaban conociendo! Qué lejano le parece ahora… y qué tonta se siente al recordar que ese preciso día estaba pensando en suicidarse.



Deja salir una risita ahogada y nota entonces que tiene mucho frío. Se abraza con fuerza cuando una corriente de aire helado recorre la calle y se pierde en algún callejón lejano. Nube voltea hacia todos lados de nuevo y ve que las demás personas que se cubren de la lluvia no parecen tan afectadas como ella por la corriente. Claro que ellos están mejor protegidos, o por lo menos esa impresión da por las chaquetas que llevan. Piensa que tal vez el aire no está tan frío y lo que siente se debe simplemente a que está calada hasta los huesos.



Si tan sólo se le hubiera ocurrido echar aunque sea el fular rojo que Martina le había regalado la semana pasada... O una bufanda cualquiera, no importa, lo que sea para poder cubrirse. Pero siempre tiene que ser tonta, desde luego, y no recordar que vive bastante lejos del trabajo que ha aceptado a regañadientes después de la marcada insistencia de Martina y su promesa de que con eso podrían vivir juntas con más rapidez. Al parecer, en esa ciudad el clima cambia según la zona en la que se encuentre, o algo así parece sacar en claro. Pero Nube no tenía manera de saberlo antes, siempre había vivido cerca de la universidad y antes de eso... bueno, antes de eso no tenía necesidad de salir de su burbuja de lujos. El clima no es algo que afecte a cierto grupo de personas.



Estornuda repentinamente y de una forma tan ruidosa que se avergüenza a pesar de que sabe que nadie le está poniendo atención. Saca su celular de la bolsa del pantalón y nota que por algún motivo extraño está tan seco como cuando salió de la oficina. Se alza de hombros. Los misterios de la vida. Le manda a Martina un mensaje que contiene una carita llorosa. Sólo eso, una carita llorosa. Martina entenderá, o eso espera fervientemente Nube mientras se frota la nariz para intentar contener un estornudo que podría avergonzarla aún más que el anterior.



Su teléfono comienza a vibrar justamente cuando un hombre de traje que estaba parado cerca de ella sale a la lluvia, que ahora parece tener más fuerza y caer sin pausa alguna, como una cortina de agua, y se moja en pocos segundos pero de todas maneras echa a correr calle arriba, seguramente en busca de una estación de transporte público. La poca gracia que le hace esa acción se ve ensombrecida por la certeza de que deberá hacer lo mismo dentro de poco... con la diferencia de que el hombre estaba más bien seco y ella posiblemente no pueda estar más mojada.



―¡Martina! ―contesta extendiendo la última vocal durante tres segundos.



―¿Qué pasa? ¿Estás bien?



―Pues más o menos, amor. Estoy empapada porque me agarró la lluvia, así que tengo mucho frío y no me animo a salir a la lluvia para subirme al camión y secarme en el trayecto a casa ―lo dice todo de corrido, sin pausa para respirar, y en un tono quejoso y que pretende ser tierno que no sabe en qué momento comenzó a usar con Martina.



―Bueno, supongo que eso no califica como bien.



―No, no, definitivamente no ―responde con una risa. Nube ha notado que desde que está con Martina se siente más libre y puede reír con más frecuencia y casi con tanta facilidad como su novia.



―¿Quieres que pase por ti? Puedo pedir un coche y que nos pase a dejar a tu departamento.



―Nada me gustaría más que verte hoy, pero dijiste hace un rato que tenías mucho trabajo y que era urgente. No quiero molestarte…



Martina ríe de esa forma suya tan sincera y Nube no puede evitar sentir que el pecho se le hincha de felicidad. Le gusta tanto su risa.



―Eres tan linda, Nube. Por eso me gustas ―y lo dice de una manera tan franca que Nube se pone muy roja a pesar de no tenerla frente a ella―. Y pues sí, hace rato tenía mucho trabajo, pero quería verte hoy ―risita― y le metí prisa. Ya sabes cómo soy.



―No sé por qué pero dudo un poco que eso sea cierto.



―Que no, es la pura verdad.



―Bueno, entonce si no te interrumpo...



―Para nada. Y de todas maneras ya son más de las 7, debí haber salido de aquí hace 1 hora.



―Entonces te espero, ¿sí? Te mando mi ubicación por mensaje y espero que no tardes tanto. Me estoy congelando.



―No creo. No hay mucho tráfico en esa dirección. Pero de todos modos métete a una tienda o a una cafetería. No lo sé, haz algo para no morir de frío, ¿qué te parece?



―Ah, claro, me encantaría no morir congelada, amor ―responde riendo alegremente. Ya casi ha olvidado la lluvia y el frío y el agua que seguramente echará a perder sus zapatos de tacón.



―Estamos de acuerdo en algo.



―Claro que sí.



―Entonces ya me voy. Te veo en un ratito. Te quiero.



―Y yo a ti, Martina.



Cuelga. Está tan feliz que quiere dar brinquitos y como no le parece una gran idea, decide apachurrar su celular contra su pecho mojándolo un poco en el proceso. No se lo ha dicho, y es posible que no se lo diga en mucho tiempo, pero ama a Martina de una forma tan intensa que a veces cree que su corazón va a explotar por no poder contener tanto amor.



La lluvia parece haber disminuido de intensidad y aprovecha ese momento para salir del escaparate, maldecir las frías gotas que vuelven a mojar su ropa como si no hubieran tenido ya suficiente y caminar a paso rápido hacia un café que le pareció ver un poco más adelante. No se equivoca en eso y entra en un café que tiene una apariencia antigua, seguramente como parte de la marca. El lugar está atascado y no hay ninguna silla o butaca disponible, pero por lo menos puede pedir una bebida caliente y esperar en un lugar seco.



Su teléfono vuelve a vibrar cuarenta minutos después, justo cuando acaba de terminarse su café. Esta vez se trata sólo de un mensaje de Martina indicándole que ya está en la esquina siguiente y que debe darse prisa porque el conductor está estacionado en doble fila y no le hace mucha gracia la posibilidad de recibir una multa. Nube se precipita hacia la salida y camina rápido con esa elegancia que jamás creyó poseer andando en tacones.



Martina está esperándola bajo la lluvia, en la banqueta, cuando Nube llega a la esquina. Sonríe y seguramente le brillan los ojos por la felicidad tan simple que siente por verla. Acelera el paso y se echa en sus brazos en un abrazo que moja un poco la ropa de Martina. También la besa. Profundamente. Y aunque sus manos ansiosas desean poder hacer más se pone un alto y sigue a Martina al interior del vehículo.



―Toma, ponte mi suéter ―le dice quitándose un suéter oscuro y tendiéndoselo con una sonrisa.



―No, te va a dar frío ―responde meneando la cabeza de derecha a izquierda―. Además, ya estoy casi seca, no necesito un suéter.



―No seas tonta, sólo póntelo. No quiero que te enfermes. Recuerda que no sé cocinar y no podría hacer gran cosa por ti ―se inclina hacia ella y le da un besito en la frente.



Nube ya no puede decir que no, así que se pone el suéter y procura ocultar su rostro sonrojado por el beso que le dio Martina. Le cuesta creer que una acción tan inocente pueda hacerle revolotear el pecho de esa manera, pero así ocurre y no hay anda que pueda hacer al respecto. Claro, es porque es Martina quien lo hace, pero de todas formas...



Recarga la cabeza en el hombro de Martina y cierra los ojos. No sabía que estaba tan cansada. Quizá tiene que ver con la presencia reconfortante de Martina. Siempre que está con ella siente que es libre de ser tan vulnerable como sea necesario, que no tiene por qué ocultar nada. Se queda dormida. Martina la mueve levemente para despertarla y entrar en el departamento. Luego de eso no recuerda gran cosa. Sabe que se lava los dientes, que se pone el pijama y que se acuesta en la cama. También sabe que Martina la está abrazando cuando vuelve a quedarse dormida. Es increíble cómo un día de lluvia común y corriente puede ser algo tan maravilloso cuando uno está con la persona adecuada.



Y Martina es la persona adecuada.