viernes, 28 de febrero de 2014

Sexo casual: V

Dos años. Dos años pero ni un minuto más.

Se acercó a Elena y la besó en los labios. El beso fue largo, cálido y húmedo. Su amiga cooperó, abriendo la boca, metiendo la lengua. Le rozó los dientes con la lengua, loca por probar más de ella. Se separó brúscamente, agitada, sonrojada, con ganas de no parar nunca más.

 Cógeme murmuró sin siquiera saber por qué usaba una palabra tan vulgar. Ya no quiero ser tu amiga.

 Seguirás siendo mi amiga respondió con una media sonrisa.

— No se acostó en la cama de Elena y abrazó una de sus almohadas. Me convertiré en tu amante.

 Sólo así me podrás tener susurró mientras se acostaba también.

Sintió el mismo dolor en el pecho al que ya empezaba a acostumbrarse. No quiso llorar. Decidió que si tenía que ser su amante lo sería. Daba igual, nada importaba. Sólo quería una pequeña oportunidad de conseguir su amor...

Pero no era amor lo que le esperaba.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Sexo casual: IV

— Dame un beso murmuró. Un beso de amigas. Y no me digas que tienes novio, porque le pusiste el cuerno al último que te conocí y no creo que el tipo con el que piensas andar ahorita te guste en serio.

 No puedo... Es que... no puedo nunca había visto vacilar tanto a Elena y se sintió culpable por provocar esa situación. Pero ya no podía más. Llevaba un año enamorada de ella, perdida, loca, y la pasión le quemaba el pecho lo suficiente como para causarle un dolor punzante que no la dejaba ni respirar.

Y habían estado dos meses de vacaciones, dos meses que habían aprovechado para ir al cine, dormir en casa de la otra y caminar por las colonias viejas de la ciudad. Elena había tenido cuatro novios en ese tiempo, novios que se habían ido tan rápido como habían llegado, pero con el corazón roto. Y ella... ella había decido que su relación con Joaquín iba a fracasar tarde o temprano, así que prefirió terminarla temprano.

La vida había cambiado y mucho. En secreto, el día de su cumpleaños 18, se prometió que su relación con Elena no cambiaría, que no se debilitaría ni se rompería como todos los lazos que había presenciado, que la seguiría viendo a pesar de todo. Sonrió, calmando su corazón estúpido que no dejaba de latir. Empezó a dolerle la cabeza y se preguntó por qué se desesperaba. Estarían juntas para siempre y ése no había sido el mejor momento de pedirle un beso.

— Dalia, no puedo besarte, perdóname se sobresaltó. Elena nunca la llamaba por su nombre, no cuando estaban solas. Se le trabaron las palabras en la garganta y ni siquiera pudo preguntar por qué. Estoy saliendo con una chica... Perdón, no sabía cómo decírtelo, no sabía si lo aceptarías o si me dejarías de hablar, me daba miedo.

Se le fue encima un pedacito de mundo. Sintió que lloraba pero no quiso tocarse la cara para comprobarlo.

— ¿Con cuántas has salido? ¿Desde hace cuánto? ¿Por qué no...? prefirió no terminar la frase.

 Desde antes de conocerte. También salgo con hombres, ya sabes, pero es diferente percibió un sonrojo en sus mejillas y sintió celos, envidia, ganas de matar y de morir.

Se levantó rápidamente, lista para ir al baño. Murmuró un rápido "ya regreso" y se fue casi corriendo. En el baño, frente al espejo, las lágrimas comenzaron a caer. "¿Por qué no pude ser yo?". Pero, para desgracia suya, no quería escuchar la respuesta a esa pregunta.

lunes, 24 de febrero de 2014

Sexo casual: III

La vio tomar la mano de Israel, el joven moreno con el que había empezado a salir hacía poco. Se le retorció el estómago pero hizo el esfuerzo de sonreír. Las amigas se apoyaban y ella era la mejor amiga de Elena, en las buenas, en las malas y en las causas perdidas. Hizo su parte y le tomó la mano a Joaquín, el muchacho con el que compartía clase de química orgánica y que había sido su novio los últimos tres meses.

— Pero vamos, anímate, es la primera cita doble que tenemos comentó Elena con voz entusiasta, radiante. Incluso parecía que los ojos le brillaban.

— La segunda, tonta ya llevaba varias semanas usando esos apodos "cariñosos". En realidad a veces le decía "corazón" o "amor", pero nunca cuando estaban en público... más bien, nunca cuando estaban con el público de Elena.

— Primera, segunda, da lo mismo, el caso es que podemos salir en una cita doble acompañó sus palabras con un gesto de la mano, restándole importancia a la afirmación. Después le dio un abrazo rápido a Israel.

Con toda la lentitud que la angustia le imponía, observó cómo la mano del joven se deslizaba hacia el trasero de su amiga. Quiso gritar, acercarse y darle un golpe al estúpido para que dejara de tocarla, pero sólo apretó con fuerza la mano de Joaquín y apartó la mirada del apretón de nalgas. Jaló a su novio hacia la fila de la taquilla con la excusa de comprar los boletos rápido, sin importarle que pareciese que tenía una urgencia injustificada por entrar al cine.

Permaneció en silencio, a la expectativa, pero Elena se había quedado con su maldito novio a besuquearse como si no existieran los hoteles. No quiso buscarla con la mirada y decidió que tampoco le diría que fuera más discreta; después de todo, era su vida y podía hacer lo que le viniera en gana.

 ¿Te pasa algo? Estás rara recordó que tenía a su novio a lado y, en un ataque de rabia y despecho, le dio un beso largo y apasionado. En vano buscó una y otra vez que sus labios fueran los de Elena, que su cintura fuera la de Elena, que su cabello, su aroma... que todo él fuera Elena. Elena estaba a dos minutos de ella, besándose con alguien que nunca sería ella.

sábado, 22 de febrero de 2014

Sexo casual: II

Elena tomó su mano y ella sintió desfallecer. ¿Cuánto tiempo llevaba deseando aunque fuese ese contacto mínimo? Según recordaba, por lo menos los últimos tres o cuatro meses, algo preocupante si consideraba que llevaba apenas seis meses de conocerla. Intentó que el rubor no le subiera a las mejillas ni a las orejas, también que no le sudaran las manos y, sobre todo, que no fuera a tartamudear cuando le dirigiera la palabra porque Elena podría notar que era extraño.

Contuvo la respiración un segundo y se dio cuenta del martilleo de su corazón. Por un segundo se sintió mareada, pero se obligó a guardar la compostura. Las amigas se agarraban de la mano, claro, lo hacían todo el tiempo. Ella lo había visto varias veces antes. ¿Entonces... por qué se sentía tan bien? Suspiró, agotada por procesar tanto un simple gesto que para Elena seguramente no significada nada.

 Estás sudando comentó la voz de la otra mujer, grave, fuerte, imponente. A ella se le quedó la mente en blanco y ni siquiera abrió la boca para emitir una negación, o una afirmación o cualquier excusa barata. Te gusta, ¿no? no lo comprendió, ¿a quién se refería?

 Sí mintió por inercia, porque le era más fácil esa mentira que contarle la verdad.

 Lo sabía dijo riendo, con una carcajada melódica al final que le provoco más latidos bruscos. Eres muy obvia, ¿sabes? Siempre que lo ves pones una cara rara, pero recién me entero que te pones tan nerviosa como para sudar.

Asintió y bajó la mirada, sólo para conservar la mentira. Entonces le soltó la mano y le dio un leve empujón que la obligó a mirar el paisaje escolar. Comprendió en ese momento que Elena se refería a un joven alto y delgado que se encontraba cerca del campo de futbol platicando con su grupo de amigos. Recordaba haberlo visto antes en alguna clase, química orgánica tal vez, pero nunca le había hablado.

Elena se le puso enfrente, imponente en toda su altura. Ella tuvo tiempo de verle los pechos pequeños, la cintura estrecha y los labios delgados, todo en una sola visión que se fundía con su ansiedad.

 Debes decirle lo que sientes sentenció. Vio por adelantado que la obligaría a hablarle y a decirle que le gustaba, a avergonzarse frente a toda la escuela. Pero le gustaba tanto que no fue capaz de contradecirla. Y así, a sus 17 años, tuvo a su primer novio.

jueves, 20 de febrero de 2014

Sexo casual: I

Abrió los ojos y se mordió el labio inferior cuando sintió que la penetró. No quiso mirar, no quiso respirar, no quiso pensar lo que pasaría a continuación, sólo se dedicó a contener los quejidos dolosos conforme dos de los dedos de su amante entraban y salían lentamente de su interior. Pensó que se rompía y rezó para que todo terminara rápido, pero la mujer no parecía tener intenciones de salir.

En un momento imprevisto, su amante se quitó. Ella sintió el alivio: sus paredes vaginales ya no se extendían. Respiró profundamente y se dio cuenta de que había estado sudando mucho, lo suficiente como para humedecer la sábana que la dueña de la casa había tendido en el sillón. Se incorporó con lentitud, sintiéndose extraña. Dirigió la mirada hacia la mujer que la había "convencido" de tener sexo.

 Eras virgen le dijo como si fuera todo un hallazgo, como si no se lo hubiera repetido durante la última media hora mientras le pedía que tuviera cuidado... como si no se lo hubiera comentado por lo menos cinco veces en los dos años que llevaban de ser amigas.

"¿Y tú?", quiso preguntar. Pero sabía perfectamente que la mujer, su mejor amiga, Elena para mayores referencias, se había acostado con por lo menos 3 hombres y unas 8 mujeres. Ahora ella figuraba en esa lista. ¿Por qué? Se sintió vacía y usada, alejada por completo de la relación cordial de amistad que tenía con Elena.

Sentada en el sillón, con la sábana revuelta bajo ella, mirando a Elena en ropa interior, se preguntó por qué tenía que amarla tanto... si no la amara tanto, nunca habría aceptado tener sexo, nunca habría tenido la esperanza de ser correspondida aunque sea en esos segundos de pasión. Nunca.

martes, 18 de febrero de 2014

Despedida

Se fue como si en ello se le fuera la vida, como si no tuviera otra solución aunque ambas sabíamos que existían muchas. Cruzó el umbral de la puerta justo cuando yo lloraba y le gritaba que no lo hiciera, que aún podíamos seguirlo intentando. No me quiso escuchar porque seguramente ya había perdido la fe en nuestra relación. Y no pude hacer nada más que llorar porque tanto lamento no me alcanzó ni para levantarme del piso e ir a buscarla.

Se fue como si se la llevara el demonio, murmurando frases rápidas que no alcancé a entender. Supongo que deseaba deshacerse de mí lo más rápido posible, eliminar el problema de raíz. No me dirigió mirada alguna, ni para llevarse el recuerdo de la patética mujer que le pedía... le rogaba que se quedara. Tampoco agarró sus cosas, las dejó en mi clóset, en mi cama, en mi baño, en todo mi entorno, sin saber que me atormentaban...

Se fue. Y se fue con tanta prisa y con tantas ganas que se fue sin despedirse.

domingo, 16 de febrero de 2014

Consejo

Dale un beso profundo que la haga reír, así le será difícil olvidarte. Te puede dejar, se puede ir, puede incluso huir, pero el beso le quemará los labios, las manos, las mejillas, las piernas, todo lugar que haya tocado. Déjala, que se aleje voluntariamente y después regrese, arrepentida, a tus brazos. Y si no regresa sabrás que te recuerda, que piensa en ti durante el día y, a veces, por las noches.

También dile que la amas. Muéstrale tus senos abundantes y murmura que son suyos. Recorre su cuerpo, imprégnate en él. Haz todas las locuras que crucen por tu mente, pero no olvides lo del beso, eso siempre funciona. Por lo menos me funcionó a mí.

viernes, 14 de febrero de 2014

En cualquier otro lugar

 ¿Por qué no podemos estar juntas? ¿Es tu novia o es la mía? ¿Es que no estamos hechas la una para la otra? ¿Es que sólo soy un capricho momentáneo? dejó de hablar porque a comenzó a llorar.

Frente a ella, Katia sonrió débilmente, apenas una mueca. No podía procesar tantas preguntas difíciles al mismo tiempo. Bajó la mirada, hacia la taza de café americano que se encontraba sobre una mesa redonda, pequeña. No tuvo el valor de sujetar la taza y darle un sorbo al café que ya en esos momentos había dejado de soltar vapor. Tampoco tuvo el valor de levantarse, dirigirse hacia la otra mujer y abrazarla.

Subió la mirada, dispuesta a verla llorar, sufriendo sin querer demostrarlo. En ese instante, prefería estar en cualquier otro lugar y prefería haberse enredado con cualquier otra mujer. ¿Por qué era tan difícil terminar? Repasó las opciones, rápido, y se precipitó a tomar una decisión de la cual probablemente se arrepentiría toda la vida.

 Porque eres un capricho momentáneo respondió por fin, tratando de sonar convincente y déspota, de terminar de romperle el corazón para ganarse su odio. Lamento mucho si te hice pensar otra cosa, pero sólo quería acostarme contig...

Sintió la mano cálida de la mujer en su mejilla pero la fuerza correspondió a la de un golpe, no a la de las caricias que llevaba haciéndole los últimos 2 meses. Contuvo las lágrimas, no por la bofetada que acababa de recibir, sino porque acababa de confirmar que se arrepentiría toda la vida de esa decisión.

 Vete a la mierda. Yo te amaba, pendeja el llanto acentuó aun más esas palabras y los ojos de Katia comenzaron a escurrir, irremediablemente.

La vio levantarse, sacar un billete de su pequeño bolso de mano y dejarlo en la mesa, e irse. Quiso levantarse, detenerla, decirle lo mucho que la amaba, explicarle exactamente por qué lo suyo no podía ser y, tal vez, intentar que fuera... Cuando pudo dejar de culparse, como lo haría los siguientes diez años, notó que estaba más muerta que viva.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Coincidencia

También fue una coincidencia que esto empezara más mal que bien, ¿no lo crees? Si hubiera empezado bien tal vez no estaríamos aquí, tomándonos de las manos, como en una película romántica. Tampoco compartiríamos labios, mejillas y lágrimas, ni se rozarían nuestros cuerpos desnudos con una pasión que se reconstruye cada vez que aparece. Faltarían muchas cosas en nuestras vidas; en la tuya, una mujer ya no tan joven, impulsiva y berrinchuda, y en la mía una mujer con algunas arrugas pintadas en el rostro, ególatra y amorosa.

¿No te alegra que haya sido así? Tuvo su punto bueno, después de todo. Mira nuestros dedos, enlazados como viejos amantes. Ahora observa el horizonte, el sol que se está ocultando, el lago, los patos que seguramente ya no son los mismos que abrazaba a la fuerza. Es bello y me alegra estar aquí contigo. Me gusta ver los árboles y pensar que ellos nos reconocen, que aquel árbol de hojas claras y anchas nos vio pelear un día, y que el de más allá, el de hojas pequeñitas, nos vio besarnos como si no hubiera mañana.

¿Recuerdas cuando lloraba por el pasado? Aquí mismo, en este bosque, junto a esta agua más verde que azul, lloré muchas veces. No siempre fue por el pasado, debo reconocerlo, a veces era por el presente. Y ahora lloro por el futuro, un futuro prácticamente inexistente. Pero ha sido bueno, así que no debemos estar tristes. Ya no recuerdo cuántos años han pasado, mas sí recuerdo los momentos felices, las angustias, las veces que me has apoyado y que yo he intentado apoyarte.

Estoy cansada. ¿Me perdonas por no poder estar contigo más tiempo? Ya sabes que no es por mí, es por la enfermedad que me está consumiendo, me desgarra por dentro. Y duele, pero lo que más duele es tener que dejarte. De verdad, gracias por acompañarme hasta acá.

lunes, 10 de febrero de 2014

El dolor del amor

Hacía tiempo que no me hacías sentir tan mal. Me duele el pecho, justo por encima del corazón. Me toco una vez, dos veces, varias veces, y hago presión. Pero el dolor no se va, porque no es físico, viene de alguna parte de mi cuerpo intangible que desconozco y que no me puedo amputar. Entonces siento las lágrimas inundándome el rostro, y su sabor salado cerca, muy cerca, de los labios. Imagino que te beso, que no son lágrima sino tu saliva, salada y maldita, lejana.

Me limpio la cara, raspándome. No me importa hacerme daño si sé que te vas a ir. No me importa si me lastimas, si me humillas y me haces sentir que no valgo. Pero así eres, así te acepté, así me quedaré contigo por lo que me quede de vida. Así lo decidí... Lloró más y me froto los ojos. Duele, pero duele más saber que haces lo que te viene en gana, que no te detienes a pensar ni un segundo en esta imbécil que te espera en casa todos los días con un plato de comida caliente.

Duele que te vayas con otras mujeres, que me olvides por días y luego regreses como si no hubiera pasado nada. Y lastima, lastima mucho que me cuentes tus amoríos, que sea una parte implícita de nuestro acuerdo amoroso. Me sigo tallando los ojos. Así tal vez me lastime, posiblemente quede ciega y no tenga que seguir viendo tus estupideces. Aunque, seguramente, la estupidez es mía por aguantarte tanto. ¿Y sabes por qué lo hago? Porque duele y una vez me dijeron que el amor debía ser doler para ser real.

Por eso me quedaré contigo hasta que el amor me destruya. Sólo espero que sea pronto.

jueves, 6 de febrero de 2014

Dar placer

Intentó imitar la respiración de la mujer que se le había ido encima hacía unos momentos. Se concentró en ese único sonido, en la rápida inhalación, en la casi inexistente exhalación. Cuando hubo comprendido el patrón, respiró de la misma forma. La mujer le pasó las manos por las piernas, subió a su sexo y lo frotó. Ella frunció el gesto, la imitación no había cambiado la situación, más bien la había empeorado. Y no le gustada, no le gustaba ni un poquito.

Resignada, se dejó hacer. La mujer seguía frotándole el sexo con fuerza, por encima de la ropa. De un momento a otro, esa mano suave se deslizó por debajo de todo lo que cargaba, lo que incluía unos calzones nada sensuales. Le pellizcó esa parte que causa placer, colocó dos dedos allí y empezó a moverlos en círculos. Sabía que eso tenía que sentirse bien... lo había hecho muchas veces en la tranquilidad de su oscura habitación.

Le tomó por sorpresa que la mujer usara la mano que tenía libre para subirle la blusa de tirantes, con todo y el delgado corpiño. Se encontró con uno de sus senos en la boca de una persona que llevaba conociendo, a lo mucho, cuatro horas. La situación le incomodó pero no se decidió a decirle que parara. Ni siquiera sabía si sería de buena educación hacerle el comentario de dejarlo para otro momento.

Sonrió. Una idea repentina, seguramente proveniente de la gran cantidad de pornografía que había visto, la llevó a gemir. Gimió como había escuchado, aunque se oyera ridículo. Pero la otra pareció no notarlo. Finalmente, se abrazó a ella, como había visto muchas veces que hacían en el porno lésbico, y lanzó un gemido agudo y contenido. Con eso bastó para que la mujer le quitara las manos de encima.

Ella se levantó con mucha prisa del sofá en el que habían estado recostadas. Se acomodó la ropa y se preparó para tomar su diminuto bolso de la mesilla de centro. Entonces la misma mano que la había estado tocando la detuvo por el hombro. Ella volteó, más por instinto que por convicción, sólo para ver que ahora era su turno de dar placer.