13. Querer es poder
Hace frío y Nube casi extraña el
calor que hacía en la playa dos semanas antes. No recuerda haber pasado tanto
frío en su vida y se pregunta si será cierto que el mundo se está calentando y
eso está haciendo que las estaciones cambien y que el clima sea más extremo.
Quizá se trata sólo de su imaginación o de que el calentador que compraron no
abarca toda la habitación. De cualquier manera, ese es parcialmente el motivo
por el que Martina y ella han decidido arrebujarse en el sofá y celebrar la
Navidad viendo comedias románticas y comiendo palomitas de maíz.
Nube tuvo la idea de celebrar el
ritual de la cena porque era una tradición que tenía lugar en su casa cada año,
invariablemente, sin importar el estado de las relaciones de los invitados,
pero Martina alegó que ninguna de las dos sabía cocinar y que, más importante,
hacía mucho frío para sentarse en el comedor sólo por cumplir con un compromiso
social.
―¿Entonces tú nunca has celebrado
la Navidad? ―le había preguntado Nube, mitad sorprendida y mitad ofendida
porque a ella, dentro de todo, no le parecía simplemente un compromiso social.
Su pensamiento podía sonar como comercial de licores, pero de verdad creía que
la Navidad era un momento para estar con los seres queridos y compartir buenos
momentos con ellos, especialmente si no tenían la oportunidad de hacerlo con
frecuencia. Aunque ella y Martina se vieran todos los días, de todas maneras le
hacía cierta ilusión que compartieran algo así, una especie de lazo familiar.
―Alguna vez. Mis padres hacen una
cena a la que invitan a media familia, pero a mí me dejaron de interesar esas
cosas ―había respondido alzándose de hombros y esbozando una sonrisa
ligeramente apenada, quizá porque percibía que a Nube no le hacía mucha gracia
esa conversación, pero sin dejar de denotar hastío en la voz―. Creo que viene
del tiempo en que perdí las esperanzas en la vida. O quizá nunca me haya
gustado tanto, no lo sé, no lo recuerdo. Pero creo que hasta me pone de mal
humor ver gente feliz sólo por una celebración que ocurre cada año.
“Lo mismo pasa con los
cumpleaños”, quiso rebatir Nube, sobe todo teniendo en cuenta que Martina se la
había pasado hostigándola la última semana porque se acercaba enero, sería su
cumpleaños y quería ideas de regalos. No había parado de interrogarla sobre
cómo solía celebrar, los regalos que más le gustaban y si le parecían bien las
fiestas sorpresa, todo jurando que ella jamás organizaría una.
―Oh, bueno ―había dicho Nube al
final, con un suspiro un poco decepcionado, porque no se le había ocurrido qué
más añadir sin sentir que estaba echando a perder algo. Después de todo, era
normal que Martina se sintiera así, ¿no? Y si Martina se sentía incómoda en la
Navidad, ¿quién era ella para exacerbar ese sentimiento? Ya vendrían otras
festividades que sí podrían celebrar y el hecho que no hicieran cena no quitaba
que pasaran ese tiempo juntas.
Así que en esa conversación
habían decidido, a pesar de las diversas soluciones que se le ocurrieron a Nube
para superar el obstáculo de no saber cocinar y que, desde luego, no sacó a
relucir, que si lo importante de la Navidad era pasar tiempo en familia,
entonces ellas podrían sencillamente sentarse a ver el televisor. Con esa idea
Martina sí había estado de acuerdo, o por lo menos se había mostrado menos
desanimada y había recuperado su estado de despreocupación habitual.
En ese preciso momento a Nube le
hace muy feliz esa decisión porque gracias a eso trae puesta la ropa más
calientita y pachoncita que tiene y se ha echado encima una cobija que las
mantendrá a una buena temperatura durante toda la noche. Además, le causa
cierto cosquilleo en el estómago que esa sea su primera Navidad con Martina y
también que pueda hacerla cambiar de opinión para el año siguiente. Tiene la
idea de que a Martina simplemente le hace falta recordar el espíritu navideño,
y hasta le ha comprado un regalito y lo ha guardado muy bien para ayudar a esa
causa.
No puede evitar soltar una
risita. Es increíble cómo últimamente las cosas más pequeñas pueden hacerla
feliz. Tiene la idea de que nunca antes le había pasado eso y lo atribuye
inmediatamente, ¿por qué no?, al amor.
―¿Qué es gracioso, cariño?
―pregunta Martina, que va saliendo de la cocina con dos tazas de chocolate de
caliente, una en cada mano. Camina con mucho cuidado para no derramar nada y,
por fin, las coloca totalmente indemnes en la mesita de centro―. Te estabas
riendo.
―Nada, es la Navidad que está en
el aire ―dice Nube para ocultar su pequeño secreto, aunque en parte es verdad.
Esa época del año tiene un aroma particular, algo así como a libertad, que hace
que cualquier persona se ponga de buen humor… Bueno, cualquier persona excepto
Martina, al parecer.
Martina se ríe de la manera
transparente y simple que acostumbra y le da un besito en la mejilla.
―Eres tan linda.
Nube se sonroja y no es capaz de
responder durante algunos segundos. Cuando por fin recupera la capacidad del
habla, se da cuenta de que Martina está de nuevo en la cocina.
―¿Se te olvidó algo? ―le grita.
Luego piensa que la respuesta obvia es que olvidó hacer las palomitas y ha
regresado a eso, así que realmente se sorprende cuando Martina sale de la
cocina haciendo equilibrio de nuevo, pero esta vez con dos platos que traen un
guisado de pavo―. Martina… ¿eso es…?
―La cena de Navidad que querías.
Pero no creas que vamos a sentarnos en el comedor con ese frío. Nos quedamos
aquí ―responde con un falso tono de regaño que hace que Nube sonría mucho.
―Creí que en serio no te gustaba
esto.
―No me gusta. Pero si a ti sí ―se
alza de hombros―. ¿Quién soy yo para quitártelo?
Nube mira el plato que Martina ha
colocado frente a ella y se detiene a apreciar las rebanas de pavo, el relleno
de carne molida y la ensalada sencilla. Entonces mira a Martina y al plato de
nuevo y por alguna razón no puede contener las lágrimas. Ni siquiera se
pregunta cómo pudo esconderle algo así si estuvo en la casa todo el día.
Martina no entiende por qué llora
Nube, pero no importa. La abraza con suavidad y le da besos pequeños en la
cabeza. En realidad sí detesta la Navidad, incluso podría decir que es una de
las pocas cosas que odia de verdad, posiblemente porque todos le dan una
importancia exagerada, pero no le gustó para nada ver la desilusión en los ojos
de su novia cuando le dijo que la celebración no era más que un compromiso.
Quizá para muchas personas no es más que eso, pero para ellas dos podría
representar algo diferente.
―Vamos, no quieres que se te
enfríe, ¿o sí? ―le dice con suavidad.
Nube se aparta de Martina, se
seca las lágrimas, vuelve a mirar el plato y le dedica una sonrisa que no puede
representar otra cosa que no sea felicidad.
―Espera, espera. Yo también tengo
algo para ti.
Nube se levanta y corre hacia la
habitación mucho antes de que Martina pueda protestar. También regresa
rapidísimo, como si sólo hubiera ido de paso, pero trae un paquetito entre las
dos manos y lo lleva de la misma manera que se carga un objeto muy valioso.
―Para ti ―declara con una risita
ofreciéndole el paquetito a Martina.
Martina vacila durante medio
segundo y ruega que no se le note el sonrojo. No esperaba recibir un regalo… no
hasta su cumpleaños, que es algo que siempre le ha parecido digno de celebrar
porque uno no puede dejar pasar los años así como así. Se enfoca en la cajita y
nota claramente que Nube la envolvió, lo
cual hace que Martina suelte una risita. Por fin abre la caja y... le encanta,
simplemente le encanta.
―¿Cómo sabías que me gustaban las
mariposas? Creo que nunca te lo había dicho ―pregunta, sinceramente
sorprendida, sinceramente halagada. Nube ha tenido la fantástica idea de
regalarle un collar de plata con un dije de una mariposa de alas negras. Se lo
cuelga inmediatamente y le encanta lo bien que encaja con ella.
―Tuve esa impresión. A veces te
quedas viendo por la ventana y, bueno, supuse que era eso.
Martina le sonríe cálidamente y
Nube le corresponde. No llevan mucho tiempo juntas pero es increíble lo rápido
que progresa todo, lo fácil que resulta y lo bonito que les parece a ambas.
―Vamos a comer, Martina, que se
nos va a enfriar el pavo.
―Yo creo que ya se enfrió un
poco.
―Bueno, pues no importa, que esté
frío no quita que sea pavo.
―Sabes que puedo ir a calentarlo,
¿verdad?
―No, hace demasiado frío para que
te alejes de mí. El otro año comeremos algo más caliente ―amenaza Nube con una
sonrisilla que indica que habla en serio.
Martina no puede hacer nada que
no sea reírse. Está bien. El otro año estarán juntas y tendrán una cena de
verdad, en el comedor en vez del sillón, y quizá hasta comerán algo que ambas
hayan preparado en casa. Tendrán que trabajar mucho para aprender a hacer
platillos tan complicados pero no importa, dicen que querer es poder y ellas
quieren mucho.
Se sientan muy juntas en el sofá
y comienzan a comer su pavo ligeramente frío y a beber su chocolate que ya está
más bien tibio. Están viendo la tercera película de la velada cuando da la
medianoche y comienza de verdad la Navidad pero ninguna de las dos se da cuenta
porque están muy ocupadas abrazándose, compartiendo besos ocasionales y
sintiendo que nada podría hacerlas más felices que la prolongación eterna de
ese momento.