domingo, 26 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 11

11. Llamada

Suena el teléfono. No quiere contestar porque sabe que es Abigail reportándose, como hace cada semana desde hace 4 meses. Sus pláticas son breves, prácticamente artificiales y eso la hace sentir... mal. Si sigue hablando con ella, le dolerá más desacostumbrarse a su voz y desarraigar su presencia de su vida.

Deja de sonar. Respira aliviada. Y el ruido regresa. Abigail ha sido persistente y Paulina decide que eso merece un precio. Levanta la bocina.

— Hola —responde con tono neutral. En realidad no tiene ganas de mostrarle su estado de ánimo, su nada nunca más. Se ha dado cuenta con el paso de los días que la acción de Abigail ha sido un vil abandono y quiere salir de ese hueco.

— ¿Cómo estás hoy, preciosa? —no se lo dice, pero odia que la llame así. Antes le decía “cariño” o “amor”. Ahora esa palabra le parece más fuera de lugar que nunca.

— Bien, ya sabes. Ocupada. Tengo mucho papeleo que hacer. Se supone que si me aplico, podré ascender y llegar a jefa de departamento. Sabes lo que eso significa, ¿no? Dos secretarias, no sólo una —intenta hablar con naturalidad para hacer la llamada más llevadera.

— Me alegro mucho. A mí me va bien —ríe, tal vez para ocultar que la ha herido al no preguntarle cómo le iba a ella—. El trabajo es genial y pues... a veces salgo con los compañeros.

Oculta algo. Paulina está casi segura de que ya le ha encontrado un reemplazo y la idea la hace enojar más de lo que la lastima. Toma una decisión que la hace lagrimear, pero es lo suficientemente fuerte ahora y puede soportarlo.

— Oye, Aby... Abigail.

— ¿Qué pasa? —suena sorprendida y, en secreto, eso la alegra.

— Ya no quiero que me llames. No me malentiendas, ha sido lindo mantener el contacto pero ya no le veo futuro a esto y... no quiero que sigamos fingiendo.

No responde. Paulina se cubre la boca para contener el sollozo que quiere liberarse.

— Ya. Vale. Tal vez tengas razón —su voz suena fría y corta. Duele—. Cuídate mucho, ¿sí? Si necesitas algo sólo debes mandarme un mensaje y yo... haré lo posible para estar ahí —su voz se convierte en la que usaba para hablarle cuando eran novias y eso duele aún más.

— Gracias. Lamento no poder decir lo mismo —y cuelga.


Se deja caer al piso y deja que el llanto fluya. Cuando todas esas lágrimas hayan salido, estará lista para seguir adelante.

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