La recuerda en los
pequeños detalles, como las cenefas de las paredes de la sala o el aroma de las
flores moradas del jardín. Siguen sin gustarle esas cosas pero ahora, por fin,
casi un año después de su muerte, puede darse el lujo de mirarlas de frente y
no llorar. Ese día se siente fuerte y viva, alegre de haberla sobrevivido para
conservar todo lo que ella significaba.
Sonríe mientras riega las
plantas esa mañana. Es temprano y el sol ni siquiera ha comenzado a repartir su
luz. Le molesta un poco darse cuenta de que ya no puede dormir como antes. Su
sueño se vuelve intranquilo y se encuentra despierta a las 3 de la madrugada
mirando malos infomerciales en algún canal de paga.
Evoca el recuerdo de su
compañera de vida, sus manos sosteniendo una regadera, su boca sonriente al
comprobar que las flores no se marchitaban a pesar del exceso de frío. Y se ve
a ella también, de pie en el marco de la puerta que da al jardín, feliz de contemplarla
y dispuesta a ayudarla a pesar de sus rústicos conocimientos de jardinería.
Después de su muerte tuvo
que contratar a una persona para que mantuviera vivas las plantas, no sólo
porque era incapaz de hacer que sus manos dejaran de temblar, sino también
porque no entendía lo que debía hacer. Así que ese día es la primera vez que se
encarga realmente de ese trabajo. Unas semanas antes intentaba ayudarle al
jardinero pero terminaba sentada frente a las flores moradas llorando sin poder
parar.
Ahora por lo menos ha
dejado de sentir que se le escapa la vida cada vez que respira, aunque no puede
decir que le haya dejado de doler el pecho. De hecho, le parece que el dolor se
vuelve más profundo y por lo mismo más soportable. Se va escondiendo en las
partes profundas de su corazón, como si fuera a quedarse para siempre. Y ella
sabe que así será. No importa cuánto tiempo pase ni qué haga del resto de su
vida, siempre dolerá.
Termina de regar las
plantas. Deja la regadera a un lado, donde ella solía dejarla, y se sienta
frente a las flores moradas. Los ojos comienzan a arderle y no puede contener
el llanto. Lo deja fluir, llorar no es malo, es sólo una muestra de lo mucho
que la extraña, de lo mucho que los pequeños detalles del mundo que
construyeron juntas se la recuerdan.
Ella se ha ido a un lugar
donde aún no puede alcanzarla. Llora por eso y por lo mucho que les faltó por
vivir. Pronto pasará, no se puede llorar para siempre. Y, de todas maneras, si
llorara para siempre estaría bien. Simplemente estaría bien.