viernes, 26 de septiembre de 2014

Penélope

Oh, no. Maldita sea. Estaba pasando. Había despertado en una habitación de hotel, sola y desnuda, con una resaca enorme y terriblemente confundida. Tenía recuerdos fragmentados de la noche anterior: el bar, sus amigos, las copas que tomó, el baile con rostros desconocidos y el beso con... ¿¡una mujer!? No, no, no, imposible. A ella no le gustaban las mujeres.

Se envolvió lo mejor que pudo con la sábana, se sentó en el borde de la cama y echó un vistazo al piso. Ropa, toda de mujer. Dos sostenes, dos tangas, dos blusas de tirantes. Demonios. Se levantó, tratando de vestirse lo más rápido posible para después huir a su seguro departamento se permitiría olvidar que eso había ocurrido.

 ¿Qué pasa, princesa? ¿Tienes prisa? la voz, tan dulce, la tomó por sorpresa. Volteó sólo para toparse con una joven morena y guapa... desnuda. Me dices que me amas por la noche y por la mañana escapas su tono era divertido, como si estuviera disfrutando el espectáculo.

 No dije eso, estoy segura en realidad no lo estaba, pero debía mantenerse firme.

 Sí lo dijiste cantó.

Se sonrojó sin saber exactamente a qué se debía. Se quitó la sábana que le servía de protección y se vistió sin preámbulos. Comprobó que llevaba dinero y se dirigió a la puerta.

 No olvides llamarme, amor -otra vez esa voz cantarina.

Echó un último vistazo al cuarto y a la mujer... La cara se le puso roja y caliente, así que regresó la mirada al frente y salió del lugar. Metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y encontró un papel. Era una nota escrita con letra adornada, llena de corazones y tenía un número de teléfono. También había un nombre: Penélope. Sonrió con más alegría de la que quería sentir. Tal vez sí le llamaría.

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