Recopilación para 30 vicios.
Son las 8:45 de la noche y a
Marisol le late el corazón muy rápido mientras espera a la mujer que nada en el
carril de a lado. La ve salir sola, la alcanza, le habla. Se le quiebra un poco
la voz justo cuando le pregunta cómo se llama.
Se pierde un poco en su rostro
amable y sereno, en la manera en que se forman pequeñas arrugas alrededor de
sus ojos cuando sonríe.
―Erica.
Sin decir nada más Erica se da la
vuelta y así, de espaldas, se despide con la mano. Marisol aprovecha el momento
para seguirla y caminar a su lado sin decir nada. Ella, que siempre habla, se
ha quedado sin palabras.
―¿Y cómo te llamas tú? ―pregunta
la otra con tono conciliador.
Le duele la garganta, le cuesta
pronunciar las sencillas letras de su nombre.
―Marisol.
―Te había visto un par de veces
por aquí. ¿Vienes desde hace mucho?
―Mmm, desde hace unos años.
Ella, Erica, ya no continúa con la
conversación. Marisol tiene ganas de preguntar, de saber, de enterarse de todo
lo que tenga que ver con esa mujer que nada casi siempre en un impecable estilo
de mariposa.
Siente una obstrucción en el
pecho, se le enreda la lengua, respira con dificultad. Sería más fácil si le
hubieran puesto una mordaza. Cruza los dedos, se grita, se da ánimos. Piensa
que puede hacerlo. Una pregunta, un comentario, una queja sobre lo frío que se
siente el viento esa noche.
―Bueno, pequeña, yo voy para
aquel lado.
Maldice. Ella vive justo hacia el
lado contrario.
―Te veo mañana. Cuídate ―de nuevo
le da la espalda, de nuevo se despide con la mano.
―Nos vemos ―dice por fin.
Camina arrastrando los pies,
voltea una última vez para verla alejarse con paso firme. Se siente frustrada.
Quizá debería intentarlo al día siguiente y luego el día próximo y así hasta
que pueda… conocerla. Suspira ruidosamente. Otro día tendrá más suerte.