1. A veces se
le dice amor
Esa mañana todo
le parecía aburrido y monótono. Además hacía calor y Paulina odiaba el calor. De hecho estaba en su
lista de cosas más odiadas, justo por debajo de las aglomeraciones y por encima
de las cebollas moradas. Aspectos desafortunados de la vida con los que tenía
que lidiar de vez en cuando.
Dio una vuelta
en su silla con rueditas por enésima vez. Se suponía que le mandarían algunos
documentos fiscales para que pudiera revisarlos, aprobarlos y enviarlos pero
llevaban una hora de retraso. Justo en ese instante estaba considerando
seriamente llamarle a su secretaria... de nuevo.
Bostezó. Observó
que la puerta estaba cerrada y se quitó los zapatos de tacón. No le gustaba
usarlos pero era un requisito para trabajar en la compañía y prefería
sacrificar un poco de comodidad durante 11 horas del día que quedarse sin la
generosa cantidad de dinero que recibía cada semana.
Empezaba a
cerrar los ojos para descansarlos un momento cuando el tono de mensajes de su
teléfono celular la obligó a ponerse alerta. Por algún motivo que no entendió
en ese momento pero que llegaría a comprender con el paso de los años, se puso
los zapatos. Se levantó, se estiró un poco y procedió a tomar el aparato para
leer el mensaje.
Ahogó una
risita. Era de una joven que había conocido hacía unas semanas, tal vez un mes,
en un vagón del metro. Prácticamente se había estrellado contra ella y sus...
atributos y el contacto le había agradado lo suficiente como para darle su
número sin mayores preguntas. Durante la primera semana se había sentido
ansiosa, llena de ganas, feliz, pero el mensaje no había llegado. Y se le
ocurría mandarlo justo dos días después de que el aburrimiento la hubiera
llevado a aceptar tener una relación con el jefe del departamento de
contabilidad.
Era una
sensación extraña pero se sentía vacía, triste, nostálgica. Quería salir con
ella. Incluso había imaginado si se besarían, cómo se tocarían, lo que había
debajo de su vestidito holgado y las miles de cosas que podrían tener en común
y de las que podrían reírse. Sonrió muy a su pesar al recordar y sentirse
estúpida.
Tal vez aún no
era demasiado tarde. Le respondió rápidamente y esperó. Como había supuesto, le
propuso salir a tomar unas copas. Tardó medio segundo en decidir que era una
idea genial y en proponer horas y lugares.
Cuando los
documentos llegaron, el mundo ya no le parecía monótono ni aburrido. Tendría
una cita el fin de semana y eso la hacía feliz. Ignoró que había olvidado el
nombre de la joven y empezó a pensar que ese sentimiento se llamaba amor. Se
aferró con fuerza a esa idea, tanta que sintió que la vida se le podría ir en
ello en cualquier momento.
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