lunes, 6 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 1

1. A veces se le dice amor

Esa mañana todo le parecía aburrido y monótono. Además hacía calor y Paulina odiaba el calor. De hecho estaba en su lista de cosas más odiadas, justo por debajo de las aglomeraciones y por encima de las cebollas moradas. Aspectos desafortunados de la vida con los que tenía que lidiar de vez en cuando.

Dio una vuelta en su silla con rueditas por enésima vez. Se suponía que le mandarían algunos documentos fiscales para que pudiera revisarlos, aprobarlos y enviarlos pero llevaban una hora de retraso. Justo en ese instante estaba considerando seriamente llamarle a su secretaria... de nuevo.

Bostezó. Observó que la puerta estaba cerrada y se quitó los zapatos de tacón. No le gustaba usarlos pero era un requisito para trabajar en la compañía y prefería sacrificar un poco de comodidad durante 11 horas del día que quedarse sin la generosa cantidad de dinero que recibía cada semana.

Empezaba a cerrar los ojos para descansarlos un momento cuando el tono de mensajes de su teléfono celular la obligó a ponerse alerta. Por algún motivo que no entendió en ese momento pero que llegaría a comprender con el paso de los años, se puso los zapatos. Se levantó, se estiró un poco y procedió a tomar el aparato para leer el mensaje.

Ahogó una risita. Era de una joven que había conocido hacía unas semanas, tal vez un mes, en un vagón del metro. Prácticamente se había estrellado contra ella y sus... atributos y el contacto le había agradado lo suficiente como para darle su número sin mayores preguntas. Durante la primera semana se había sentido ansiosa, llena de ganas, feliz, pero el mensaje no había llegado. Y se le ocurría mandarlo justo dos días después de que el aburrimiento la hubiera llevado a aceptar tener una relación con el jefe del departamento de contabilidad.

Era una sensación extraña pero se sentía vacía, triste, nostálgica. Quería salir con ella. Incluso había imaginado si se besarían, cómo se tocarían, lo que había debajo de su vestidito holgado y las miles de cosas que podrían tener en común y de las que podrían reírse. Sonrió muy a su pesar al recordar y sentirse estúpida.

Tal vez aún no era demasiado tarde. Le respondió rápidamente y esperó. Como había supuesto, le propuso salir a tomar unas copas. Tardó medio segundo en decidir que era una idea genial y en proponer horas y lugares.

Cuando los documentos llegaron, el mundo ya no le parecía monótono ni aburrido. Tendría una cita el fin de semana y eso la hacía feliz. Ignoró que había olvidado el nombre de la joven y empezó a pensar que ese sentimiento se llamaba amor. Se aferró con fuerza a esa idea, tanta que sintió que la vida se le podría ir en ello en cualquier momento.

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