4. Incluso si eso implica una pérdida
El cabello le llega hasta la
cintura. Le encantan las ondas que se le forman cuando acaba de lavarlo y el
olor a fresa que desprende su cuerpo. Apreciarla cada vez que sale de la
regadera se ha vuelto su pasatiempo. Sería mejor si se pudieran bañar juntas
pero a Paulina le “da pena”. De todas maneras agradece que no se avergüence de
otras cosas, como dejarse mirar desnuda o permitirle recorrerla completa con la
lengua.
Sonríe en esa ocasión cuando la
ve salir del baño envuelta en una toalla azul. Le hace una seña con la mano,
como para indicarle que se voltee, que no puede verla. Y ella, echada en la
cama boca arriba, desnuda y sin pudor alguno, sólo ríe. Se levanta y se acerca
a ella, incitándola con la mirada. Se deshace de la toalla sin que Paulina
ponga mucha resistencia y le da un beso en cada pecho.
Recuerda de pronto que Paulina
sólo aceptó estar con ella así
después de que terminara con el novio ése cuyo nombre no le gusta ni pensar. De
todas maneras ya eran una pareja desde antes, con citas y besos y muchas
palabras bonitas. Tal vez lo único que faltaba era la intimidad, aunque no
lamentaba haberla postergado tanto.
— Espera, espera —ríe—. Ya es
tarde, debo llegar al trabajo.
— Y yo al mío y no me ando quejando
—declara, ocupada en besarle los pechos.
— ¿Nunca te cansas?
— Francamente no, cariño.
Paulina cede, aunque Abigail está
segura de que incluso sin esa discusión las cosas habrían seguido el rumbo
habitual. Y entonces pierde el hilo de los pensamientos y se deja llevar,
olvidándose de la habitación demasiado elegante para su gusto, de los ruidos
que vienen desde la avenida y de la hora; sobre todo de la hora, porque no
quiere dejarla ir y sabe que en cualquier momento eso tendrá que ocurrir.
Se siente indecisa mientras la
besa y la acaricia. No sabe qué parte del cuerpo de Paulina le gusta más.
Supone que los labios, porque es donde todo se concentra siempre y también
porque fue lo primero de ella que probó. Igual le gustan sus manos, aunque parezcan
inexpertas, y la facilidad que tienen para hacerla sentir.
Se pierde en su cuerpo
voluptuoso, en el ritmo cada vez más veloz de sus caderas, en la humedad que le
transmite a su mano. Paulina también está perdida, sobre la cama, con los ojos
cerrados, mordiéndose el labio inferior. Termina y dos segundos después se
adueña de su cuerpo. Se mete entre sus piernas y su lengua empieza a obrar
magia. ¡Y qué buena magia!
Momentos después, se abrazan. Ya
se les ha hecho tarde para ir al trabajo y consideran que no vale la pena
presentarse. Tal vez eso les traiga problemas después, pero por el momento les
funciona muy bien y no están dispuestas a cambiarlo. Se ocuparán luego de sus
obligaciones. Ese día, ese jueves, fue hecho para dedicarse al amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario