domingo, 12 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 4

4. Incluso si eso implica una pérdida

El cabello le llega hasta la cintura. Le encantan las ondas que se le forman cuando acaba de lavarlo y el olor a fresa que desprende su cuerpo. Apreciarla cada vez que sale de la regadera se ha vuelto su pasatiempo. Sería mejor si se pudieran bañar juntas pero a Paulina le “da pena”. De todas maneras agradece que no se avergüence de otras cosas, como dejarse mirar desnuda o permitirle recorrerla completa con la lengua.

Sonríe en esa ocasión cuando la ve salir del baño envuelta en una toalla azul. Le hace una seña con la mano, como para indicarle que se voltee, que no puede verla. Y ella, echada en la cama boca arriba, desnuda y sin pudor alguno, sólo ríe. Se levanta y se acerca a ella, incitándola con la mirada. Se deshace de la toalla sin que Paulina ponga mucha resistencia y le da un beso en cada pecho.

Recuerda de pronto que Paulina sólo aceptó estar con ella así después de que terminara con el novio ése cuyo nombre no le gusta ni pensar. De todas maneras ya eran una pareja desde antes, con citas y besos y muchas palabras bonitas. Tal vez lo único que faltaba era la intimidad, aunque no lamentaba haberla postergado tanto.

— Espera, espera —ríe—. Ya es tarde, debo llegar al trabajo.

— Y yo al mío y no me ando quejando —declara, ocupada en besarle los pechos.

— ¿Nunca te cansas?

— Francamente no, cariño.

Paulina cede, aunque Abigail está segura de que incluso sin esa discusión las cosas habrían seguido el rumbo habitual. Y entonces pierde el hilo de los pensamientos y se deja llevar, olvidándose de la habitación demasiado elegante para su gusto, de los ruidos que vienen desde la avenida y de la hora; sobre todo de la hora, porque no quiere dejarla ir y sabe que en cualquier momento eso tendrá que ocurrir.

Se siente indecisa mientras la besa y la acaricia. No sabe qué parte del cuerpo de Paulina le gusta más. Supone que los labios, porque es donde todo se concentra siempre y también porque fue lo primero de ella que probó. Igual le gustan sus manos, aunque parezcan inexpertas, y la facilidad que tienen para hacerla sentir.

Se pierde en su cuerpo voluptuoso, en el ritmo cada vez más veloz de sus caderas, en la humedad que le transmite a su mano. Paulina también está perdida, sobre la cama, con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior. Termina y dos segundos después se adueña de su cuerpo. Se mete entre sus piernas y su lengua empieza a obrar magia. ¡Y qué buena magia!


Momentos después, se abrazan. Ya se les ha hecho tarde para ir al trabajo y consideran que no vale la pena presentarse. Tal vez eso les traiga problemas después, pero por el momento les funciona muy bien y no están dispuestas a cambiarlo. Se ocuparán luego de sus obligaciones. Ese día, ese jueves, fue hecho para dedicarse al amor.

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