domingo, 26 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 11

11. Llamada

Suena el teléfono. No quiere contestar porque sabe que es Abigail reportándose, como hace cada semana desde hace 4 meses. Sus pláticas son breves, prácticamente artificiales y eso la hace sentir... mal. Si sigue hablando con ella, le dolerá más desacostumbrarse a su voz y desarraigar su presencia de su vida.

Deja de sonar. Respira aliviada. Y el ruido regresa. Abigail ha sido persistente y Paulina decide que eso merece un precio. Levanta la bocina.

— Hola —responde con tono neutral. En realidad no tiene ganas de mostrarle su estado de ánimo, su nada nunca más. Se ha dado cuenta con el paso de los días que la acción de Abigail ha sido un vil abandono y quiere salir de ese hueco.

— ¿Cómo estás hoy, preciosa? —no se lo dice, pero odia que la llame así. Antes le decía “cariño” o “amor”. Ahora esa palabra le parece más fuera de lugar que nunca.

— Bien, ya sabes. Ocupada. Tengo mucho papeleo que hacer. Se supone que si me aplico, podré ascender y llegar a jefa de departamento. Sabes lo que eso significa, ¿no? Dos secretarias, no sólo una —intenta hablar con naturalidad para hacer la llamada más llevadera.

— Me alegro mucho. A mí me va bien —ríe, tal vez para ocultar que la ha herido al no preguntarle cómo le iba a ella—. El trabajo es genial y pues... a veces salgo con los compañeros.

Oculta algo. Paulina está casi segura de que ya le ha encontrado un reemplazo y la idea la hace enojar más de lo que la lastima. Toma una decisión que la hace lagrimear, pero es lo suficientemente fuerte ahora y puede soportarlo.

— Oye, Aby... Abigail.

— ¿Qué pasa? —suena sorprendida y, en secreto, eso la alegra.

— Ya no quiero que me llames. No me malentiendas, ha sido lindo mantener el contacto pero ya no le veo futuro a esto y... no quiero que sigamos fingiendo.

No responde. Paulina se cubre la boca para contener el sollozo que quiere liberarse.

— Ya. Vale. Tal vez tengas razón —su voz suena fría y corta. Duele—. Cuídate mucho, ¿sí? Si necesitas algo sólo debes mandarme un mensaje y yo... haré lo posible para estar ahí —su voz se convierte en la que usaba para hablarle cuando eran novias y eso duele aún más.

— Gracias. Lamento no poder decir lo mismo —y cuelga.


Se deja caer al piso y deja que el llanto fluya. Cuando todas esas lágrimas hayan salido, estará lista para seguir adelante.

viernes, 24 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 10

10. Alma

Siente que algo se le rompe cuando la ve arrancar el auto e irse dedicándole sólo una pequeña última mirada. Ha sido su culpa y no hay remedio, porque siempre existió la opción de renunciar al trabajo, de decir que no quería irse, de vencer el orgullo. Orgullo, ese fue el problema y en realidad no piensa que haya sido tan malo... Si no fuera porque perdió a la mujer con la que había pasado dos años y se encontraba sola.

Se niega a dejar salir las lágrimas, en parte, de nuevo, por ese maldito orgullo. Pero también porque le parece un gesto inútil, vacío, casi tanto como su cuerpo. Camina hacia su auto a paso lento, arrastrando los pies y mirando el piso. Llega, se sube, se acomoda, arranca. Todo ocurre en medio de una bruma que le da una sensación de lejanía.

Está en su departamento. Se apresura a meter algunas cosas en la maleta. Ya dieron las 2 de la tarde y sólo se le ocurre sentarse en la cama a esperar que llegue el dicho día del viaje. Mañana. Le da por revisar su teléfono cada cinco segundos. Tal vez a Paulina se le haya ocurrido mandarle un mensaje, dejar su trabajo y su familia para ir con ella... algo, cualquier cosa. No pasa nada.

Le da hambre. Mira el reloj y ya son las 6 de la tarde. Empieza a oscurecer. Debió haber comido hace un par de horas, de ahí que sienta que se va a desmayar. Corre hacia la cocina, abre una lata de atún, agarra una cuchara y empieza a comer. No quiere encender el televisor, ni sentarse en el sillón. Todo le recuerda el tiempo que pasó con Paulina.

Termina de comer. Ignora que debe lavarse los dientes y se va a recostar en la cama. Empieza a llorar en serio, con las ganas reprimidas y se queda dormida.

Despierta porque tres alarmas están sonando. Es hora de irse. No se molesta en cambiarse la ropa, ya lo hará cuando llegue al aeropuerto de esa otra ciudad, y se ha dormido con zapatos, así que está lista. Toma su maleta, recoge las llaves del departamento y del auto, sale, cierra bien y echa un último vistazo. Siente como si se estuviera despidiendo para siempre de todo.


Se le escurre una lágrima. Por un momento tiene la certeza de que nunca volverá a estar con Paulina. Aparta la idea y baja las escaleras del edificio con paso rápido y decidido. Decide no volver a pensar en eso en un tiempo. Le manda un beso a Paulina, como si pudiera recibirlo, y se mete en el auto. Sólo le queda esperar.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 9

9. Lágrimas

La vio y notó que tenía los ojos húmedos e hinchados, rojos. Parecía que hubiera estando llorando toda la noche. Sin saber exactamente por qué, le dolió el pecho. Tal vez era el peso del presentimiento. No era normal que Abigail le pidiera verla con urgencia. Era inesperado y... extraño.

No la besó cuando estuvieron lo suficientemente cerca y eso fue otro golpe en el centro del pecho. Estaba ocurriendo algo y sentía la necesidad casi ilógica de saberlo. Debería preferir no enterarse de nada, así estaría segura en su burbuja de felicidad. Fijó su mirada en Abigail. No sólo sus ojos mostraban signos de llanto, también tenía los labios inflamados y cierta aura de tristeza infinita.

— ¿Qué pasa? —probó suerte. Paulina había llegado a la conclusión de que no quería saber, pero era necesario. Sentía que el cielo se volvía más oscuro con cada minuto que pasaba y que su vida llegaría a su final.

Abigail suspiró. Pareció evitar la mirada de Paulina, cada vez más desesperada. Intentó hablar y le temblaron los labios. Luego alzó las manos y no pudo sujetarse el cabello para acomodárselo. Debía estar pasando algo muy malo. Más que malo.

A Paulina se le llenaron los ojos de lágrimas antes de siquiera poder procesar las palabras de Abigail cuando por fin pudo decirlas. Había entendido que ya no podían estar juntas y con eso bastaba para romperle el corazón. Tardó unos segundos en entenderlo, en romper a llorar, en abrazarla como si no quisiera dejar que se fuera, en intentar resignarse y a la vez hacer propuestas locas e imposibles.

Abigail meneó la cabeza varias veces. Imposible.

— ¿Pero por qué? Creí que tu trabajo era aquí, que no... —no supo qué más añadir porque ignoraba muchos aspectos del empleo de Abigail. Siguió sollozando como quien ha perdido la esperanza.

— Perdón. No me gustan las relaciones a distancia... ya sabes lo que dicen —asintió.

Abigail también lloraba, pero con más gracias y estilo que ella. Después de dos años, ese parecía ser el final de su relación.

— ¿Cuándo te vas?

— Mañana —de pronto, se sintió patética por no luchar ni un poquito. Pero las cosas ya estaban escritas de cierta manera y no podía...

Se abrazaron con fuerza.

— Te quiero, Aby.

— Y yo a ti.

— Nunca lo olvides, por favor...

Abigail le pidió que la acompañara, que se despidieran, que estuvieran esas últimas horas juntas porque después las separarían miles de kilómetros y varias horas en avión. Paulina se negó. No porque no quisiera, sino porque todo había sido tan repentino y brusco que no creyó que pasar un rato más juntas mejorara la situación.

Intentó sonreír mientras se daban el último beso en la boca. De verdad lo intentó.

— Cuídate mucho. Te extrañaré.

— También te extrañaré. Escríbeme, ¿sí?

Paulina aceptó. Era lo único a lo que podía aferrarse. Abigail la llevó a donde había estacionado su auto y se subió. Encendió el motor, le echó una última mirada a la que consideraba el amor de su vida, ahora ex novia, y se fue. Se estacionó cuatro cuadras después y se echó a llorar sin tregua. Era lo único que le quedaba.

lunes, 20 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 8

8. Solución

Abigail la besa en la boca, con fuerza. Le muerde el labio y la vuelve a besar. Si tan sólo siempre pudiera ser así de fácil. Siente la necesidad de poseerla, de sentir que es sólo suya. Baja por su cuello, dándole besitos, dejándole marcas para que el mundo lo note. La urgencia la está dominando. Le quita la ropa, toda, sin contemplaciones, sin romanticismos. Deseo puro.

Observa lo guapa que es Paulina, lo bien que se ve. Sus pechos son enormes y se pierde en ellos. Los saborea. Le gusta que sus pezones se paren y que eso la haga gemir. Le gusta hacerla gemir. La tira en la cama, de golpe, sin que le preocupe nada que no sea el placer del acto carnal. Le agarra las nalgas, con fuerza. Si pudiera, se la pasaría todo el día abrazando ese cuerpo desnudo.

Paulina suspira, gime y se retuerce. Disfruta. Y el deseo hace que Abigail no repare en nada que no sea ella. Se mete entre sus piernas y lame su punto de placer. Paulina le pide que pare y ella, tan buena como es, obedece. La mira a la cara, nota que está sonrojada, que respira con dificultad. Sabe que la quiere tener dentro.

Sube, la besa de nuevo, la penetra. Paulina suelta un gritito y sonríe de esa manera tímida que la hace volverse loca. Se mueve a un buen ritmo, ni muy lento ni muy rápido y así continúa hasta que Paulina menea las caderas con más fuerza, pidiendo algo más profundo. La complace. Le besa los senos mientras está en su interior, los mordisquea. Siente que Paulina termina y se relaja. Es como si ella hubiera terminado también.

Se chupa los dedos y Paulina la regaña, más en broma que en serio. Luego se le va encima. Paulina es ágil ahora y se mete entre sus piernas para hacerla retorcerse a su gusto. Lo disfruta. Abigail se aferra a las sábanas cuando ya no puede más y termina con un gemido ahogado y sugerente movimiento de cadera.


Se quedan abrazadas. Han solucionado un conflicto de la mejor manera posible y aspira a que siempre sea así. Le da un beso tierno y nota que Paulina se está quedando dormida. Se deja llevar por el sueño también. Espera que despierten alegres y sin rencores. Por favor.

sábado, 18 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 7

7. Injusto

Ese día todo estaba en su contra, o por lo menos de eso trató de convencerse Paulina. Primero se ensució el traje cuando iba al trabajo esa mañana, después de le rompió una uña y tuvo que cortárselas todas y, finalmente, Abigail no aparecía. Se suponía que se verían para comer pero llevaba 20 minutos de retraso. Últimamente estaba tan ausente...

Apartó de su mente el pensamiento que le andaba rondando. Abigail no podía serle infiel. Había demostrarlo quererla todo ese año y medio que llevaban juntas, no había motivo. Pero ¿y si ya se había aburrido? ¿Y si ya no llenaba sus expectativas? ¿Y si el sexo era monótono? ¿Y si, simplemente, había aparecido una mujer que le gustara más? Cabía la posibilidad.

Decidió que tenía más hambre que ganas de esperar y pidió un plato de espaguetis y un refresco dietético. Le mandó un mensaje mientras esperaba que llegara su comida, sólo un “¿por qué tardas tanto?”. Luego miró a las demás personas que charlaban tranquilamente en sus mesas, relajadas y felices. Sintió envidia. Hacía poco su vida era así. Abigail comía con ella todas las tardes, la pasaba a recoger al trabajo y luego se iban al departamento de cualquiera de las dos a ver una película. La vida perfecta.

Su teléfono zumbó. “Perdón, ya casi llego”. La respuesta la irritó. ¿Qué era más importante? Aunque sea pudo haber tenido la decencia de avisarle que iba a tarde o que de plano no iba. Le habría dolido pero por lo menos no estaría como imbécil esperando. Llegó la comida. Era una lástima que se viera tan buena porque se le había ido el hambre del coraje.

Decidió comer porque era lo que se esperaba de ella. Iba a dar el primer bocado cuando la voz de Abigail la sobresaltó. Se dio cuenta, demasiado tarde tal vez, de que no tenía ganas de verla. Cerró los ojos y se frotó las sienes. Definitivamente no quería verla. Sintió el beso en la mejilla y casi pudo visualizar su sonrisa de suficiencia.

— Perdón, mucho tráfico. Y ya sabes cómo se pone Armando cuando quiere que le entregue los sucios papeles. Como si no pudiera hacerlo él...

La dejó hablar. La normalidad de sus palabras la indignó. ¿No podía disculparse de verdad? Debía preguntarle cómo estaba, si ya había comido, preocuparse por la relación.

— Aby, no estoy de humor.

La mirada de Abigail la sorprendió. Mostraba incredulidad y ella sabía que, en el fondo, la había lastimado. Se le puso la cara roja en ese instante y Paulina estuvo a punto de sentirse mal por haber dicho eso.

— Entonces no me invites a comer —declaró. Segundos después se levantó, agarró sus cosas y salió del lugar.


Paulina no se molestó en seguirla. Había sido culpa de Abigail, no suya. Era injusto y ella debía entenderlo. Se empeñó en comer, más para demostrarse que no había pasado nada que por hambre pero la comida le supo amarga. Suspiró. Ya lo arreglarían en la noche. Siempre funcionaba así.

jueves, 16 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 6

6. Recuerdo

“Vamos, piénsalo con calma, respira, habla como persona civilizada”, se recuerda cada vez que tiene la oportunidad. Porque no sería justo que sólo gritara y llorara. Alguien debe tener el poder de relajarse aunque sea un poco y solucionar el conflicto. Intentar solucionarlo.

Se seca las lágrimas, se limpia la nariz con la manga del suéter, inhala y exhala. Entonces se acerca a Paulina, cuyo maquillaje se ha corrido ya de tanto llorar. Tiene los ojos hinchados, la nariz sucia y los labios rojos pero le sigue pareciendo maravillosa, aunque sea una sensación amarga que le causa un profundo dolor en el pecho.

En realidad no sabe cómo pasó. No logra unir los hilos ni los fragmentos de recuerdos para darse una idea de por qué terminaron así: ella, llorosa, rota, dolida y Paulina más llorosa, tal vez más dolida, hecha bolita en un pedacito de cama. No le gusta verla así, por eso quiere solucionar las cosas. Le gusta reír con ella, besarse, hacerse caricias suaves, mirarse con asombro... le gusta estar a su lado y no quiere que se ponga triste.

— Pau, amor... —su voz se escucha ronca y transmite perfectamente el dolor que siente. Por suerte, tampoco recuerda por qué le duele. Piensa que lo descubrirá más tarde, que ya llegará su momento, pero espera que no sea pronto.

Paulina no reacciona. Sigue llorando y susurrando medias palabras. Se ha mordido las manos y se le empiezan a formar moretones. Abigail está segura de que se hizo sangrar en algún momento de la discusión pero no logra precisar dónde está la herida. Luego lo averiguará. Por el momento, cambia de táctica. Se le acerca lentamente, como si no quisiera asustarla, vigilando sus reacciones y midiéndolas.

Las manos de Paulina no se han impulsado para rechazarla, lo que es un punto a favor. Llega ella y la abraza con fuerza. La aprieta porque no quiere dejarla ir. No está dispuesta a que una pelea termine con lo suyo. La ama. Lo hace casi con locura aunque nunca se lo diga. Y tal vez sería el momento, pero Paulina no la está escuchando y sería como regalarle las palabras al viento.

— Perdóname —no sabe a ciencia cierta por qué se disculpa pero tiene la certeza de que es lo correcto. Pasó algo. Ella causó algo. Es su deber disculparse.

Paulina se desenrosca un poco. Se está mordiendo el labio. Parpadea varias veces y las lágrimas escurren con mayor facilidad.

— De verdad. No quise... —no puede completar la oración. Lo ha recordado. Lo ha recordado y le ha dolido—. No fue mi intención decirte esas... cosas horribles. Te quiero. Estaba enojada. Sé que no es excusa, no fue correcto, pero odio verte así y me odio por provocarlo.

Paulina asiente. No ha dejado de llorar pero por lo menos ha escuchado sus palabras. La abraza con más fuerza, esta vez de frente. Le da besos en el rostro y sobre el cabello. La quiere tanto... que de verdad se odia por hacerle daño. Se jura que no volverá a pasar. Controlará sus impulsos de decir lo primero que le pasa por la cabeza.

— Perdóname también —la voz de Paulina está rota y se sigue haciendo pedacitos en conforme la usa.

Le dan ganas de decirle que lo mejor es que guarde silencio, que todo está bien así, pero en lugar de eso la besa en la boca. El sabor ahora es diferente y ha pasado de dulce a salado, a lágrimas y a acumulación de tristeza. También tiene un dejo metálico que, nota, viene de la sangre que se sacó del labio.

— Está bien. Vamos a estar bien, ¿sí?

Vuelve a asentir. Ha disminuido la cantidad de lágrimas y eso la hace sentir un poquito menos mal. Hace que Paulina se recueste y se acomoda a su lado. Quisiera quedarse así por siempre sin pensar en nada más. Empieza a llorar de nuevo y Paulina, su Paulina, le empieza a acariciar la espalda. Sonríe. Está triste, ambas están tristes, pero pueden seguir adelante. Sólo les quedará un horrible recuerdo.

martes, 14 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 5

5. Malvaviscos

Había de color rosa y azul y simplemente no podía decidir. ¿Por qué la vida tenía que se tan complicada? Empezó a hacer el juego de quitarle los pétalos a una flor pero sin flor, así que no podía contar los pétalos. Tal vez lo mejor era seguir su instinto, dejarse llevar, fingir que no le importaba tener que elegir. Suspiró y desistió. Volteó hacia Abigail, que la observaba radiante y sonriente.

Claro, ella no tenía que tomar ninguna decisión difícil. Todo le resultaba tan fácil. Estuvo a nada de lamentarse haber propuesto ir al parque de diversiones. Debió haber imaginado que jamás podría decidirse entre tanta comida (tanto dulce, hay que decir la verdad). Abigail alzó una ceja y parecía decirle que ya se estaba tardando mucho.

— Pues quiero de los dos —confesó Paulina, apenada por ser tan golosa.

— Que sean los dos entonces —le dio un beso en la mejilla y un instante después de dirigió al amable señor que atendía el puesto de algodones de azúcar. Pidió dos, uno rosa y uno azul, y se los entregó en cuanto tuvo oportunidad—. Mi tributo, princesa del reino de la diabetes —soltó y empezó a reír.

A Paulina también le parecía gracioso el asunto pero si se reía aceptaría la burla y... Cedió. La risa de Abigail era contagiosa. Se le acercó, le pasó un brazo por los hombros y comenzó a darle besitos en la cara. Luego, gustosamente, compartió sus algodones de azúcar.

— Gracias por aceptar la...

— ¿Invitación? Por nada. Ya sabes, soy todo un galán —contuvo la risita y en su lugar le dio un golpecito en el brazo. Abigail debía aprender a respetarla—. Auch, sí duele, ¿sabías?

— De eso se trata, tonta —y se echó a correr, aún con medio algodón azul en la mano, hacia la fila de la montaña rusa.

Volteó para corroborar que Abigail la seguía y continuó en su carrera hacia la fila. Si la felicidad se pudiera envasar, estaba segura de que no encontraría dónde meter toda la que sentía. Rió cada vez más fuerte y sólo se detuvo ni cuando Abigail la abrazó por detrás con ternura.

— Te quiero —le susurró.

— Y yo a ti —lo decía en serio. La quería y tal vez la amaba pero eso no lo iba a soltar con tanta facilidad—. Gracias. Recuerda que después debes llevarme por malvaviscos.

— Por lo que quieras, amor —afirmó sin soltarla.


Ojalá la felicidad se pudiera convertir en malvaviscos. Tendría millones de ellos.

domingo, 12 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 4

4. Incluso si eso implica una pérdida

El cabello le llega hasta la cintura. Le encantan las ondas que se le forman cuando acaba de lavarlo y el olor a fresa que desprende su cuerpo. Apreciarla cada vez que sale de la regadera se ha vuelto su pasatiempo. Sería mejor si se pudieran bañar juntas pero a Paulina le “da pena”. De todas maneras agradece que no se avergüence de otras cosas, como dejarse mirar desnuda o permitirle recorrerla completa con la lengua.

Sonríe en esa ocasión cuando la ve salir del baño envuelta en una toalla azul. Le hace una seña con la mano, como para indicarle que se voltee, que no puede verla. Y ella, echada en la cama boca arriba, desnuda y sin pudor alguno, sólo ríe. Se levanta y se acerca a ella, incitándola con la mirada. Se deshace de la toalla sin que Paulina ponga mucha resistencia y le da un beso en cada pecho.

Recuerda de pronto que Paulina sólo aceptó estar con ella así después de que terminara con el novio ése cuyo nombre no le gusta ni pensar. De todas maneras ya eran una pareja desde antes, con citas y besos y muchas palabras bonitas. Tal vez lo único que faltaba era la intimidad, aunque no lamentaba haberla postergado tanto.

— Espera, espera —ríe—. Ya es tarde, debo llegar al trabajo.

— Y yo al mío y no me ando quejando —declara, ocupada en besarle los pechos.

— ¿Nunca te cansas?

— Francamente no, cariño.

Paulina cede, aunque Abigail está segura de que incluso sin esa discusión las cosas habrían seguido el rumbo habitual. Y entonces pierde el hilo de los pensamientos y se deja llevar, olvidándose de la habitación demasiado elegante para su gusto, de los ruidos que vienen desde la avenida y de la hora; sobre todo de la hora, porque no quiere dejarla ir y sabe que en cualquier momento eso tendrá que ocurrir.

Se siente indecisa mientras la besa y la acaricia. No sabe qué parte del cuerpo de Paulina le gusta más. Supone que los labios, porque es donde todo se concentra siempre y también porque fue lo primero de ella que probó. Igual le gustan sus manos, aunque parezcan inexpertas, y la facilidad que tienen para hacerla sentir.

Se pierde en su cuerpo voluptuoso, en el ritmo cada vez más veloz de sus caderas, en la humedad que le transmite a su mano. Paulina también está perdida, sobre la cama, con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior. Termina y dos segundos después se adueña de su cuerpo. Se mete entre sus piernas y su lengua empieza a obrar magia. ¡Y qué buena magia!


Momentos después, se abrazan. Ya se les ha hecho tarde para ir al trabajo y consideran que no vale la pena presentarse. Tal vez eso les traiga problemas después, pero por el momento les funciona muy bien y no están dispuestas a cambiarlo. Se ocuparán luego de sus obligaciones. Ese día, ese jueves, fue hecho para dedicarse al amor.

viernes, 10 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 3

3. Más cerca del cielo

Besaba mejor que... bueno, no tenía muchas referencias al respecto. Sólo había besado a Gregorio, su novio actual, y a un fulano con el que tuvo una corta relación en la preparatoria. Ni hablar de haber besado a mujeres antes. No, definitivamente no tenía punto alguno de comparación. Sólo podía guiarse por el instinto y por el repentino cosquilleo que sentía en todo el cuerpo.

Los besos de Abigail eran abrasadores, la consumían. Y aunque sus manos no hicieran contacto con su cuerpo, Paulina sentía que se quemaba y que se quemaba de nuevo y que se chamuscaba y que no le importaba porque estaba perdida. Era un beso tras otro, unos más largos que otros, otros más profundos que unos. Hasta su olor, como a hierbabuena, le encantaba.

— ¿Está bien así? —preguntó de pronto Abigail, deteniendo la amable tortura y dejándola llena de un agradable calor.

Paulina asintió. Sus labios no se atrevían a pronunciar ni una sílaba porque lo único que les interesaba era seguir besando. Seguir besándola. Abigail pareció dudar y ella tuvo tiempo de contemplar su cabello rizado, corto, de un color que se parecía mucho al del trigo. Sin pensarlo mucho, deslizó una mano por ese cabello y jaló a Abigail hacia ella para continuar con los besos.

Y era de nuevo un beso tras otro. Estaba segura de que ella no besaba tan bien como Abigail pero le gustaba la sensación de ser la que tomara la iniciativa. De pronto, Abigail soltó un suspiro que pareció gemido y se alejó con rapidez, apenada. Paulina la miró y ella le devolvió la mirada. Desde fuera, se debían de ver como una pareja cualquiera, enamorada, muy enamorada.

Pero ellas no estaban enamoradas. O tal vez sólo un poco. Sin embargo, Paulina tenía novio y Abigail... Ella era todo un caso. No tenía ni la menor idea de por qué seguía viéndola si claramente le había dicho que no pensaba dejar a Gregorio. Tampoco estaba muy segura de por qué no quería dejarlo, aunque la posible causa era que sentía que su romance con Abigail estaba dominado por un deseo que sólo necesitaba cumplirse para terminar.

Se sonrieron y se volvieron a besar. En momentos así, todas sus inseguridades y pesares, donde se incluía la casi vergüenza de estar siendo infiel, se desvanecían. En esos instantes casi tenía la certeza de que ellas podrían tener una relación larga y próspera, ser muy felices. Mucho.

Las lágrimas empezaron a caer incluso antes de que se hiciera a la idea de que tenía ganas de llorar. Los pensamientos felices le recordaban a veces lo estúpida que era su idea, una vil fantasía. Abigail se pegó más a ella y la abrazó con fuerza. Fue todo lo que bastó para que Paulina se sintiera segura y protegida...


Tal vez ese pedacito de cielo que tanto se empeñaba en encontrar estaba más cerca de lo que creía. Tal vez estaba entre los brazos de una mujer que se había vuelto su amante en un par de semanas, una mujer de la que estaba enamorada tan desesperadamente que prefería negarlo. O tal vez no. Esperaba que el tiempo hablara en su favor.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 2

2. Cuando la decepción toca la puerta

Tiene novio. Era de esperarse. Es decir, Paulina es una mujer muy guapa: alta, voluptuosa pero delgada, piel blanca, ojos claros, pecas en las mejillas, cabello largo, ondulado, teñido de castaño y esos labios... Quiere decirle que es el tipo de mujer que todos desean, que ella desea. Pero no se anima porque apenas la conoce. Es la segunda vez que se ven y ya tiene ganas de desnudarse para ella, de abrazarla después de hacer el amor, de decirle lo mucho que le gusta, de formar una vida. Es demasiado, es ridículo.

Abigail lo sabe y lo acepta. Se reprocha mil veces no haberle mandado un mensaje antes porque entonces podrían estarse besando en lugar de intentar mantener una distancia respetuosa que claramente se quiere reducir. Paulina habla sobre su vida. Vive sola en un departamento (¡cuántas cosas podrían hacer en ese lugar!), tiene dos gatos, le gusta la comida japonesa, disfruta ver películas de terror los fines de semana, adora con toda su alma la música y se aburre infinitamente en su trabajo. Es perfecta.

Abigail no puede evitar prestarle demasiada atención a sus labios. Tampoco puede evitar sonrojarse cada vez que Paulina ríe porque le parece uno de los actos más hermosos del mundo. Se siente estúpida por haberse enamorado de ella sin conocerla. Y se siente más estúpida aún porque ya no podrá evitar el torrente de sentimientos que la abruma.

“No pasa nada, actúa normal”, se dice, como si esas palabras pudieran evitar los sonrojos, las risas tontas, los roces ocasiones de su mano con alguna parte del cuerpo de Paulina. Se da cuenta de que no ha probado su trago y da un sorbo. Esa noche no se siente capaz de consumir alcohol. No quiere ponerse en ridículo intentando besarla o susurrándole torpes palabras de amor al oído.

Se da cuenta de repente de que odia al novio de Paulina, aunque no lo conozca ni quiera conocerlo. Se ha vuelto su enemigo desde el momento en el que le robó a la mujer de sus sueños. Si tan sólo pudiera cambiar el pasado...

— Bebe más, Abi. ¿O quieres emborracharme para arrastrarme a un hotel? —ríe como si fuera la cosa más graciosa del mundo. Se le han pasado un poco los tragos y Abigail no puede evitar reírse también. Le gusta. No sólo Paulina, que sí, le gusta y mucho, sino la sensación de libertad que la ha invadido desde que se reunió con ella.

— Tal vez no sea un mal plan —y lo dice en serio, pero Paulina parece no darse cuenta.

“Si la beso ahora no lo recordaría mañana”, considera. Desgraciadamente, prefiere no arriesgarse. Y si la besara, le gustaría que lo recordara. Decide terminarse su trago y tiene éxito al primer intento. A pesar de que probablemente sólo puedan ser amigas, está dispuesta a conformarse...


Paulina cierra el espacio que las separa con un movimiento demasiado ágil para su estado. Le sonríe y la besa. Labios sobre labios. Ambas abren la boca para dejar que sus lenguas se diviertan durante algunos instantes. Se les va la respiración y regresa cuando se separan. Abigail empieza a considerarse la mujer más feliz del mundo. No importa qué pase después, sabe que aún tiene esperanza.

lunes, 6 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 1

1. A veces se le dice amor

Esa mañana todo le parecía aburrido y monótono. Además hacía calor y Paulina odiaba el calor. De hecho estaba en su lista de cosas más odiadas, justo por debajo de las aglomeraciones y por encima de las cebollas moradas. Aspectos desafortunados de la vida con los que tenía que lidiar de vez en cuando.

Dio una vuelta en su silla con rueditas por enésima vez. Se suponía que le mandarían algunos documentos fiscales para que pudiera revisarlos, aprobarlos y enviarlos pero llevaban una hora de retraso. Justo en ese instante estaba considerando seriamente llamarle a su secretaria... de nuevo.

Bostezó. Observó que la puerta estaba cerrada y se quitó los zapatos de tacón. No le gustaba usarlos pero era un requisito para trabajar en la compañía y prefería sacrificar un poco de comodidad durante 11 horas del día que quedarse sin la generosa cantidad de dinero que recibía cada semana.

Empezaba a cerrar los ojos para descansarlos un momento cuando el tono de mensajes de su teléfono celular la obligó a ponerse alerta. Por algún motivo que no entendió en ese momento pero que llegaría a comprender con el paso de los años, se puso los zapatos. Se levantó, se estiró un poco y procedió a tomar el aparato para leer el mensaje.

Ahogó una risita. Era de una joven que había conocido hacía unas semanas, tal vez un mes, en un vagón del metro. Prácticamente se había estrellado contra ella y sus... atributos y el contacto le había agradado lo suficiente como para darle su número sin mayores preguntas. Durante la primera semana se había sentido ansiosa, llena de ganas, feliz, pero el mensaje no había llegado. Y se le ocurría mandarlo justo dos días después de que el aburrimiento la hubiera llevado a aceptar tener una relación con el jefe del departamento de contabilidad.

Era una sensación extraña pero se sentía vacía, triste, nostálgica. Quería salir con ella. Incluso había imaginado si se besarían, cómo se tocarían, lo que había debajo de su vestidito holgado y las miles de cosas que podrían tener en común y de las que podrían reírse. Sonrió muy a su pesar al recordar y sentirse estúpida.

Tal vez aún no era demasiado tarde. Le respondió rápidamente y esperó. Como había supuesto, le propuso salir a tomar unas copas. Tardó medio segundo en decidir que era una idea genial y en proponer horas y lugares.

Cuando los documentos llegaron, el mundo ya no le parecía monótono ni aburrido. Tendría una cita el fin de semana y eso la hacía feliz. Ignoró que había olvidado el nombre de la joven y empezó a pensar que ese sentimiento se llamaba amor. Se aferró con fuerza a esa idea, tanta que sintió que la vida se le podría ir en ello en cualquier momento.

sábado, 4 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 0

0. Prólogo

La conocí por mero error de la vida una mañana calurosa en la que el metro iba atascado. E imposible habría sido no haberme topado con ella cuando prácticamente me estrellé contra sus enormes senos. Enormes, en serio, como todas las partes importantes de su cuerpo: piernas, trasero, pantorrillas... La verdad es que en ese mismo instante quise llevármela a la cama, o que ella me llevara a la cama, lo que más le acomodara.

Por eso le hice plática, de todo un poco, hasta que llegó a su destino y me dio su número de celular. Sí, sin que yo se lo pidiera. En realidad fue una gran pena que me diera por ponerme digna y decidiera llamarle un mes después, porque si hubiera llamado ese mismo día no habría tenido que esperar casi un año para encontrarme totalmente desnuda con ella bajo de la regadera de un hotel no de tan mala muerte en una avenida no tan conocida de la ciudad. Ya no vuelvo a desperdiciar oportunidades, ya no.

Pero la historia no se quedó ahí. Algunas personas nacen con más suerte que otras y yo... bueno, yo sólo nací. Así que me tocó mudarme a un lejano lugar que se encontraba a más de 8 horas de la ciudad donde nos conocimos, nos tocamos, nos complacimos, posiblemente nos enamoramos y nos lloramos, aunque no necesariamente en ese orden.

Lo anterior ocurrió cuando andaba yo por los veintidós. Tengo 27 ahora y hace 2 semanas la volví a ver... No fue un suceso tan dulce como esperaba.


jueves, 2 de octubre de 2014

Allí deben quedarse

Estaba llorando de nuevo y ella, Paty, que la abrazaba lo más fuerte que podía y le susurraba lo más coherente que le venía a la cabeza, estaba a punto de echarse a llorar también. Y no se debía a que las lágrimas se le contagiaran sino a que era terriblemente deprimente que la mujer fuera su novia y estuviera llorando por un viejo amor.

Se dejó llevar por el emotivo momento y comenzó a sacar lágrimas también mientras seguía consolando a la mujer con la que estaba pensando terminar. No, eso no. Pero algo habría que hacer para arreglar la situación porque no era nueva, era un suceso que ocurría dos veces por semana y que le estaba sacando canas y formando arrugas.

Explotó. No era justo para nadie y creía que mucho menos para ella. ¡Estaba muerta! Su viejo amor estaba más muerto que el pasto seco del jardín de la casa de su abuela paterna, y eso ya era mucho decir. La tomó por los hombros, la miró a los ojos, a través de lágrimas hacia más lágrimas, y le dijo que los muertos bien muertos debían quedarse, que allí era su lugar.

No esperaba la bofetada pero la recibió de buena gana. También se deleitó con el sonido de la puerta del hogar cerrándose de golpe. Después de todo el dolor del abandono se le pasaría en unos meses... el de ser el mal consuelo jamás habría acabado. Así era mejor.