11. Llamada
Suena el teléfono. No quiere
contestar porque sabe que es Abigail reportándose, como hace cada semana desde
hace 4 meses. Sus pláticas son breves, prácticamente artificiales y eso la hace
sentir... mal. Si sigue hablando con ella, le dolerá más desacostumbrarse a su
voz y desarraigar su presencia de su vida.
Deja de sonar. Respira aliviada.
Y el ruido regresa. Abigail ha sido persistente y Paulina decide que eso merece
un precio. Levanta la bocina.
— Hola —responde con tono
neutral. En realidad no tiene ganas de mostrarle su estado de ánimo, su nada
nunca más. Se ha dado cuenta con el paso de los días que la acción de Abigail
ha sido un vil abandono y quiere salir de ese hueco.
— ¿Cómo estás hoy, preciosa? —no
se lo dice, pero odia que la llame así. Antes le decía “cariño” o “amor”. Ahora
esa palabra le parece más fuera de lugar que nunca.
— Bien, ya sabes. Ocupada. Tengo
mucho papeleo que hacer. Se supone que si me aplico, podré ascender y llegar a
jefa de departamento. Sabes lo que eso significa, ¿no? Dos secretarias, no sólo
una —intenta hablar con naturalidad para hacer la llamada más llevadera.
— Me alegro mucho. A mí me va
bien —ríe, tal vez para ocultar que la ha herido al no preguntarle cómo le iba
a ella—. El trabajo es genial y pues... a veces salgo con los compañeros.
Oculta algo. Paulina está casi
segura de que ya le ha encontrado un reemplazo y la idea la hace enojar más de
lo que la lastima. Toma una decisión que la hace lagrimear, pero es lo
suficientemente fuerte ahora y puede soportarlo.
— Oye, Aby... Abigail.
— ¿Qué pasa? —suena sorprendida
y, en secreto, eso la alegra.
— Ya no quiero que me llames. No
me malentiendas, ha sido lindo mantener el contacto pero ya no le veo futuro a
esto y... no quiero que sigamos fingiendo.
No responde. Paulina se cubre la
boca para contener el sollozo que quiere liberarse.
— Ya. Vale. Tal vez tengas razón
—su voz suena fría y corta. Duele—. Cuídate mucho, ¿sí? Si necesitas algo sólo
debes mandarme un mensaje y yo... haré lo posible para estar ahí —su voz se
convierte en la que usaba para hablarle cuando eran novias y eso duele aún más.
— Gracias. Lamento no poder decir
lo mismo —y cuelga.
Se deja caer al piso y deja que
el llanto fluya. Cuando todas esas lágrimas hayan salido, estará lista para
seguir adelante.