viernes, 24 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 10

10. Alma

Siente que algo se le rompe cuando la ve arrancar el auto e irse dedicándole sólo una pequeña última mirada. Ha sido su culpa y no hay remedio, porque siempre existió la opción de renunciar al trabajo, de decir que no quería irse, de vencer el orgullo. Orgullo, ese fue el problema y en realidad no piensa que haya sido tan malo... Si no fuera porque perdió a la mujer con la que había pasado dos años y se encontraba sola.

Se niega a dejar salir las lágrimas, en parte, de nuevo, por ese maldito orgullo. Pero también porque le parece un gesto inútil, vacío, casi tanto como su cuerpo. Camina hacia su auto a paso lento, arrastrando los pies y mirando el piso. Llega, se sube, se acomoda, arranca. Todo ocurre en medio de una bruma que le da una sensación de lejanía.

Está en su departamento. Se apresura a meter algunas cosas en la maleta. Ya dieron las 2 de la tarde y sólo se le ocurre sentarse en la cama a esperar que llegue el dicho día del viaje. Mañana. Le da por revisar su teléfono cada cinco segundos. Tal vez a Paulina se le haya ocurrido mandarle un mensaje, dejar su trabajo y su familia para ir con ella... algo, cualquier cosa. No pasa nada.

Le da hambre. Mira el reloj y ya son las 6 de la tarde. Empieza a oscurecer. Debió haber comido hace un par de horas, de ahí que sienta que se va a desmayar. Corre hacia la cocina, abre una lata de atún, agarra una cuchara y empieza a comer. No quiere encender el televisor, ni sentarse en el sillón. Todo le recuerda el tiempo que pasó con Paulina.

Termina de comer. Ignora que debe lavarse los dientes y se va a recostar en la cama. Empieza a llorar en serio, con las ganas reprimidas y se queda dormida.

Despierta porque tres alarmas están sonando. Es hora de irse. No se molesta en cambiarse la ropa, ya lo hará cuando llegue al aeropuerto de esa otra ciudad, y se ha dormido con zapatos, así que está lista. Toma su maleta, recoge las llaves del departamento y del auto, sale, cierra bien y echa un último vistazo. Siente como si se estuviera despidiendo para siempre de todo.


Se le escurre una lágrima. Por un momento tiene la certeza de que nunca volverá a estar con Paulina. Aparta la idea y baja las escaleras del edificio con paso rápido y decidido. Decide no volver a pensar en eso en un tiempo. Le manda un beso a Paulina, como si pudiera recibirlo, y se mete en el auto. Sólo le queda esperar.

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