sábado, 20 de septiembre de 2014

Pedazo de pan

Comió por última vez hace dos días. Fue un pedazo de pan duro que se encontró por pura suerte en un bote de basura cercano y que a duras penas logró salvar de un par de perros. Y ya no lo soportaba. No el hecho de vivir en las calles, porque después de varios años uno se acostumbra a todo, sino la soledad. Porque todos esos años había estado sola. Claro que a veces iba a dormir a lugares más o menos abandonados donde se reunían más personas, pero muchas de ellas tenían conductas que no iban con ella.

En ese momento vagaba por las calles, con las manos sobre el estómago para intentar razonar con él. Pronto encontrarían comida, pronto. Nunca había pasado más de tres días sin comer, por más difícil que se viera la situación. Estaba oscuro y se le ocurrió que no era tan mala idea dar una vuelta por las calles grandes de barrios ricos, lugares llenos de tiendas, de luces, de personas bien vestidas y... con el estómago lleno. Así por lo menos podría ver la comida y sentirse mejor.

Tardó menos de 20 minutos en llegar. Como había pensado, los lujos se notaban a leguas. Pasó una joyería, una tienda de ropa para niños, una agencia de autos que ya había cerrado, un restaurante... Se detuvo casi sin darse cuenta y captó que casi todas las personas ahí comían carne. Había mesas al descubierto, separadas de la calle sólo por un pequeño barandal. Le hizo gracia verse tan mal, llevar ropa sucia y rasgada, verse como si no hubiera tomado un baño en muchos días.

Soltó una risita triste y sonora que atrajo varias miradas. Se apenó y empezó a alejarse del lugar, pero una mano sujetó su hombro. Volteó, asustada y asombrada. Era una mujer de cabello rojizo que vestía un traje negro, alta y bonita, de sonrisa que parecía brillar. Se descubrió mirándola fijamente en lugar de apartar la mirada como hacía cada vez que se topaba con alguien así. Le ofreció una bolsa caliente y ella la aceptó. Era comida. Su corazón aleteó, su estómago gruñó y su voz la traicionó. Le habló. "Gracias".

La mujer elegante le entregó una tarjeta blanca. "Para cuando quieras visitarme". Luego se dio la vuelta y regresó al restaurante. Por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz. Observó la tarjeta: atrás incluía una dirección, escrita con pluma al parecer rápidamente. Decidió que la visitaría pronto, porque no sólo le había dado comida, también le había robado un pedacito del corazón.

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