viernes, 29 de agosto de 2014

Dulces y suaves

Se puso roja cuando Katia dijo su nombre y caminó hacia ella con una enorme sonrisa en la cara. El color le llegó a las orejas cuando le puso tal vez demasiado amigablemente las manos sobre los hombros.

 Nos han retado -le anunció como si fuera la cosa más normal del mundo, como si ella no fuera mujer y eso no significara que teníamos que...

 ¿¡Besarnos!? las palabras salieron de su boca con más alarma de la planeada.

 Vamos, Ale, sólo es cosa de juntar los labios, un piquito.

No se dio cuenta del mondo en que empezó a negar con la cabeza. Ni siquiera sabía que se oponía tanto a la idea de besarla.

— ¡Es parte del juego! protestó Dijiste que jugaríamos...

Puso cara de berrinche como cada vez que a Ale no se le antojaba comprarle un helado. Por eso accedió, porque era una estrategia que nunca fallaba. Años después lamentaría no haber aprovechado para meterle la lengua a la boca cuando sintió lo dulces y suaves que eran sus labios.


miércoles, 27 de agosto de 2014

Secretos

Secretos que se esconden en su almohada cuando entierra la cara en ella para aguantar el dolor. Pero no el dolor de la fusta que se estrella en su espalda, sino el que le oprime el corazón cuando piensa que a ella le gusta su dolor.

Muerde la almohada para no pensar, para evitar llorar cuando sus manos frías rozan las marcas rojas que ellas mismas causaron. "Rebeca", intenta decir, pero las palabras se atragantan en su garganta víctimas de la opresión.

 ¿Feliz ahora? cuestiona Rebeca con voz suave, tranquila pero sensual, controlada porque sabe que está a cargo.

 Sí murmura tal como ella le enseñó, mostrando lo débil que es.

 Bien, ven acá.

Y ella obedece. Se da la vuelta, ignorando lo mucho que le arde la espalda, y ofrece su mejor sonrisa, la que le enseñó a usar en esas circunstancias.

 Te quiero se le escapa. Se supone que no debe decirle eso, no en esos momentos.

Se da cuenta de la mano que le golpea la mejilla cuando el ardor se extiende hasta el cuello. Contiene las lágrimas involuntarias que se le han acumulado en los ojos y se obliga a darle otra sonrisa.

 No lo olvides le pide casi con amabilidad.

Le hace caso. Después habrá tiempo para arrumacos, después será...

lunes, 25 de agosto de 2014

Hoguera

Esa mañana también escuchó las voces, las risas, las palabras: lencha, marimacha, puta... Intentó concentrarse en otra cosa, como en esos pájaros que hacían ruidos simpáticos desde el árbol altísimo que se encontraba junto a la sala de música, o en los chicos de tercero que jugaban fútbol en el campo enlodado por la lluvia de la noche anterior. Por unos momentos lo logró, se sintió tranquila y fue capaz de ignorar las burlas.

Pero entonces apareció Laura por la entrada de la escuela y las palabras venenosas también cayeron sobre ella. Observó la sonrisa de Laura, tan cordial, tan sincera, tan libre de resentimientos. "Son estúpidos, Karen, no les hagas caso", le repetía todas las tardes cuando caminaban juntas a casa. Y por más que ella también se lo decía cuando llegaba a clases, no podía convencerse.

Porque sí, eran unos estúpidos, pero lo que le gritaban le hacía daño. Apretó las manos, volviéndolas puños, clavándose las uñas en las palmas para darse valor. Todo tiene un límite y para ella había sido suficiente. Se podían meter con ella todo lo que quisieran, mas ver a Laura en la misma situación cada sucio día era algo que no estaba dispuesta a soportar.

Ubicó el rostro que más gritaba, el que había comenzado todo eso. Se dio cuenta de que estaba viendo a su ex novio, el que le contó a toda la escuela que ella era lesbiana, que por eso lo había dejado. En una milésima de segundo recordó todas las películas de peleas que había visto y se le fue encima, golpeándolo con toda su fuerza. Después vinieron los golpes y más gritos y sangre y lágrimas, pero estaba segura de que más valía morir en la hoguera que seguir soportando todo el peso de la humillación.

sábado, 23 de agosto de 2014

Muñeca

Soy débil y no soy capaz de armarme de valor para alejar tus manos calientes cuando se acercan a mis pechos. La dejo subir, moverse, apretar. Simplemente la dejo hacer. Y cuando llega al final, me gusta fingir, imaginar que de verdad en algún momento lo disfruté. Ella no pregunta, sólo asume cosas y eso para mí es perfecto, evito tener que dar explicaciones.

Yo no la puedo tocar, no lo tengo permitido. De todas maneras no se me habría ocurrido, mi trabajo es ser su muñeca. Me parece bien nuestro trato, por eso ni siquiera intento detenerla cuando me deja en la cama sin ropa. No se despide, yo tampoco. Ya me llamará otro día para que hagamos lo mismo.

jueves, 21 de agosto de 2014

Abrumador

Se ríe porque no ha aprendido a llorar. Pero no le durará mucho la ignorancia. Ahora mismo Nicole, la que se dice su novia, se dirige hacia ella, con la cabeza en alto, las manos apretadas en firmes puños, los ojos llenos de una vivacidad que le cuesta aceptar. No camina ni rápido ni lento, simplemente camina, lista para decirle lo que ha pasado.

Llega hasta ella, que es toda sonrisas y atención, que se derrite por abrazar a Nicole. Nicole no la deja, la detiene con una mano fría y sudorosa, nerviosa. Se lo dice de golpe, sin miramientos, como si fuera algo fácil. "Hugo me pidió que fuera su novia, lo acepté". Unas cuantas palabras y su mundo se cae, se vuelve negro. Se obliga a decirle que está bien, que sabe que lo suyo no habría funcionado de todas maneras.

Nicole se da la vuelta y se aleja, con el mismo paso con el que llegó. Entonces empieza a llorar porque todo el dolor la abruma. Y sufre, sufre, sufre. Por fin aprendió a llorar pero fue una lección demasiado dura.

martes, 19 de agosto de 2014

Hospital

Me encontré buscándola con la mirada en la sala de espera. Debía estar entre todas las personas de bata blanca, los médicos. La imaginé claramente: su piel clara, su cabello castaño, su sonrisa fácil. Tal vez no era bonita pero me había cautivado desde que me dio consulta por primera vez. Y no debería haber pasado, principalmente porque soy su paciente y no tengo ninguna oportunidad, ni siquiera la de que me note.

Sonrío cuando la veo porque la he encontrado. Se ve tan relajada, tan feliz, que quisiera ir a hablarle, tomar su mano y decirle que es nuestra obligación moral pasar el resto de nuestras vidas juntas. En realidad me da risa ese pensamiento, es tan... ridículo. Me acomodo mejor en la silla, una posición más cómoda para verla bromear con los demás médicos. Falta una hora para mi consulta pero me gusta llegar temprano para encontrarla y observarla un rato, un rato más.

No noto cuándo dejo de sonreír y comienzo a llorar en silencio. Me limpio las lágrimas porque ya demasiado deprimente es estar en este hospital como para, además, sentirme mal por un amor que jamás va a pasar. Me doy cuenta de que se va hacia el consultorio que le han asignado esta mañana, aún con esa expresión plácida que en este año he aprendido a amar.

El tiempo se escurre entre mis dedos y yo lo dejo escapar. Por fin llega la hora de mi consulta y si tuviera la energía para correr hasta la puerta blanca que limita nuestro contacto visual, estoy segura de  que lo haría. Me levanto con dificultad, sintiendo los dolores que ya no sé dónde ubicar. Alguien me ofrece su ayuda pero la rechazo, quiero poder llegar a verla por mi propia cuenta. Por fin lo logro y la encuentro frente a mí abriendo la puerta para dejarme pasar.

 Hola saludo, tímida pero resuelta. Me da la mano para ayudarme a pasar, algo que ningún médico había hecho antes. Me sonrojo, lo sé por el calor que siento llenándome la cara, pero tomo su mano, tan suave, tan delgada, tan frágil, la mano de una cirujana. Mientras ella cierra la puerta, me ocupo de sentarme. Cuando lo logro, ella ya se encuentra frente a mí.

 ¿Cómo has estado, Estela? Dice el expediente que han tenido una mejoría con la quimioterapia sonríe y esa sonrisa me hace recordar lo roto que está mi cuerpo. Siento el dolor en el pecho que me agobia cuando pienso que voy a morir, pero esta vez no se trata de la idea de la muerte sino de lo terrible que será no volver a verla.

Las lágrimas me traicionan y lloro. Me recuerdo que no tengo permitido enamorarme porque el cáncer me va a matar. Y ella, contra todas mis predicciones y expectativas, se sienta a lado de mí, en la silla vacía.

— No te preocupes, te vas a recuperar susurra con ese tono que ha perfeccionado tras varias años de trabajar allí, posiblemente desde que cursó la especialidad en oncología. Y yo sé que es una mentira pero deja de importarme, me conformo con estar cerca de ella unos momentos más.

domingo, 17 de agosto de 2014

Magia

Escuchó la canción por quinta vez y el nudo en la garganta siguió del mismo tamaño. Creyó que por lo menos podría desahogarse y soltar todas las lágrimas que querían seguir atrapadas pero simplemente no resultaba. Se miró las manos, blancas y bien cuidadas, y trató de gritar. Tampoco funcionó. Podría sólo pellizcarse fuerte o darse un golpe en la cara... No, no quería llegar a eso.

Tal vez el camino más fácil era la aceptación. Dejó que la canción sonara por sexta vez y se lo dijo: Raquel la había abandonado. Como si se tratara de magia, comenzó a llorar, sintiendo el éxtasis de la liberación.

viernes, 15 de agosto de 2014

Todos los días

Gimió sin darse cuenta y sin querer hacerlo. Pero el calor se apoderó de su cuerpo y simplemente fue inevitable. Dejó que la boca de la otra mujer siguiera prendada a sus pezones a pesar de que el placer ya se había ido. Era la primera vez que hacía eso, que se involucraba con una mujer en cualquier ámbito. Y debía admitir que había sido bueno.

Empezó a sentir el característico sueño que le sigue al clímax y se dejó llevar. También era la primera vez que se dejaba llevar y el resultado había sido algo que jamás había sentido: placer durante una relación sexual. Sin meditarlo mucho, abrazó a la otra mujer, que se había colocado a su lado, y empezó a sentir que perdía la noción del cuarto en el que estaban. Sonrió. Podría ser así todos los días.


miércoles, 13 de agosto de 2014

Absurdo

Cierra los ojos porque no soporta el peso de tener que corresponder ese beso ni la sensación amarga que le queda en los labios. Abre la boca por compromiso, porque aquella lengua traidora la obliga. No le gusta y aún no está muy segura de por qué lo hace. Y cuando el agarre se suelta, sonríe en un gesto casi natural que hace que la mujer que tiene enfrente se sienta cómoda.

Ni siquiera recuerda el momento en que todo comenzó a parecerle tan horriblemente absurdo.

lunes, 11 de agosto de 2014

Sentimientos

La habitación se hace pequeña por segundos al compás de los gemidos de angustia de la mujer vestida de azul. No para de llorar, ni de decir que es su culpa. Me exaspera, pero también me duele. Y el dolor no proviene de algo tan simple como su llanto, sino de que no llora por mí. "¿Y debería?", me pregunta una voz mientras abrazo más fuerte a la mujer para tratar de calmarla.

"No", le respondo lentamente, saboreando las dos letras. Sonrío pero sin que ella lo note, contenta por no saberme merecedora de sus penas. Le acaricio el cabello largo y negro que hace juego con esos ojos grandes y oscuros que no me deja ver porque esconde su cabeza en mi hombro. Ella y yo somos amantes. Nos vemos puntualmente cada viernes, en cada ocasión en un hotel distinto, y nos contemplamos en silencio mientas permitimos que el deseo salga a flote.

Sé que me quiere a su manera y es posible que yo también la quiera. Pero no es como querríamos a una novia o a una amiga o a una hermana, es más bien que apreciamos los momentos que pasamos juntas tocándonos y besándonos, brindándonos placer mutuo. Sólo eso, por lo menos eso. Tal vez por eso me duele que llore por una mujer que no soy yo, por la que era su amor de toda la vida y que la ha rechazado.

Creo que lo peor de todo esto es que no pude tocarla. Cuando entramos a la habitación y empecé a besarla, le temblaron los labios. Y en el segundo después en que intentó pedir perdón empezó a llorar. No supe qué hacer, hace ya un tiempo que no tengo relaciones sentimentales y esto me parece tan cercano... Así que la abracé. Y en ese momento el dolor que traigo en el pecho comenzó a extenderse hasta llegarme a los ojos y hacerme sentir unos enormes deseos de llorar también.

Pero no lloro. Ella lo sabría, se daría cuenta de que estos meses han convertido este pasatiempo en algo más profundo que en realidad no quiero afrontar. Reprimo el deseo de apartar su cara de mi hombro y darle un beso. No sería correcto. A ratos el fastidio le gana al dolor pero la mayor parte del tiempo el maldito dolor es constante. Y me molesta.

Le digo que todo va a estar bien, que hay otras personas que estarían muy felices por estar con ella, que pronto se enamorará de otra joven que le corresponderá. No sé bien por qué, bueno, sí lo sé mas no quiero admitirlo, pero las lágrimas se me acumulan repentinamente al decirle eso. "Yo, por ejemplo, estaría muy feliz", podría confesar. No, imposible. Somos amantes y eso es todo, fue un acuerdo que hicimos desde el principio.

Ah, qué difícil es esto. Me gustaría nunca haber involucrado sentimientos. Por lo menos no me sentiría así de mal.

sábado, 9 de agosto de 2014

Todo es negro

Nos susurramos al oído que esto no puede estar pasando, que nada pudo haber salido así de mal. Nos miramos con ojos asustados, llenos de dudas que nos carcomen el alma. Nos tomamos de las manos porque no sabemos qué más hacer. Sólo tenemos claro que no debemos llorar; si lloramos todo se vendrá abajo y nos aplastará.

Nos damos besos pequeños para consolarnos mutuamente, primero ella cuando lloro y luego yo cuando ella se quiebra. Murmuramos plegarias y oraciones que no evocábamos desde la niñez. Nos aferramos a ese pedacito de luz que a ratos se oculta y a ratos se vuelva más fuerte, el que nos promete que tenemos una oportunidad.

Nos abrazamos fuerte muy fuerte cuando llega la noche y el frío nos cala. Nos guardamos las lágrimas en pequeñas bolsitas de papel que en cualquier momento se van a romper. Tosemos, tosemos porque la atmósfera enrarecida con alguna sustancia tóxica que se desprende de las piedras nos obliga a hacerlo. Y nos hacemos pequeñas, más y más, conforme esas piedras nos empiezan a aplastar.

Gritamos una vez, dos veces, mil, que nos liberen de esa prisión. Nos damos cuenta, demasiado tarde tal vez, de que tenemos hambre y sed y frío y miedo y que las demás personas que quedaron atrapadas en ese derrumbe ya han dejado de respirar. Entonces lloramos. Nos resignamos porque ahora el aire nos empieza a faltar. Le digo que la amo, me dice que me ama y cerramos los ojos sin dejar de lagrimar.

Todo es negro. Y el último pensamiento coherente que llega a mi mente es que estamos a punto de morir.


jueves, 7 de agosto de 2014

No hay amor

No le digas que me fui con él, por favor no se lo digas. Es que no sabes cómo es, me va a gritar y a... No se lo digas. Lo matará y todo esto ni siquiera es su culpa. Fui yo la que decidió irme a sus brazos porque ya no soportaba estar en los de una mujer. Es mi culpa, porque no he tenido el valor de decirle que no me siento bien cuando estoy con ella y que todo esto se ha convertido en dolor.

¿Cómo que es tu deber de amigo? No, no, tú no tenías que haberme visto cuando salía del hotel, fue una estúpida coincidencia. No es justo para mí... No la amo, estoy con ella porque me da miedo dejarla, de verdad, de verdad. No le digas, me va a matar. Aunque haya sido mi culpa no quiero que esto acabe así. Perdón, tal vez debería dejar de llorar y decirle lo que hice.

Adiós.

martes, 5 de agosto de 2014

Acción desesperada

La vio sentada en el pasto de un bonito parque y no pudo quitarle los ojos encima. Se quedó prendada de sus cabellos finos pero despeinados y de su mirada perdida que le causó nostalgia. Notó que no llevaba abrigo a pesar del frío y que no debía pasar de los 17 años. Suspiró. Contradijo todo lo que se había dicho a lo largo de sus 30 años de vida y se acercó a ella.

 ¿Cómo te llamas? preguntó mientras le entregaba uno de los dos suéteres que llevaba y sacaba de su bolso un paquete de galletas.

 Claudia murmuró, seguramente apenada. Tomó lo que le ofrecía sin vacilar, y se puso el suéter y abrió el paquete de galletas para comerlas.

No pudo evitar que algo en el fondo de su persona se sintiera bien. Le sonrió y, sin pensarlo mucho, le acarició la cabeza. Sintió su cabello grasoso, como si no lo hubiera lavado en varios días, pero no le importó. Segundos después se encontró invitándola a su casa a tomar un baño y a resguardarse del frío, y se topó con unos ojos grandes y oscuros que la miraban llenos de lágrimas.

 Muchas gracias graznó antes de levantarse apresurada, tal vez porque creía que podía cambiar de opinión.

Pensó que después se arrepentiría y meditó las mil y un consecuencias de esa acción desesperada mientras caminaba con Claudia a casa. Respiró profundo y contuvo el aliento para relajarse. Estaba bien, no era como si se fuera a casar con ella ni nada de eso. De la nada empezó a reír.

 Perdón, creo que he encontrado algo que me hace feliz.

domingo, 3 de agosto de 2014

Recuerdo artificial

Pasó porque era el resultado lógico del encuentro de nuestras miradas y el roce más bien íntimo de nuestras manos. Porque nuestras bocas llenas de deseos prohibidos tuvieron la suerte de tocarse en una mágica y fría noche de primavera. Porque nosotras queríamos que pasara después de varios años de espera, aunque ello acarreara el fin de una amistad que en realidad jamás disfrutamos.

Por eso nos sujetamos con fuerza, como para no desprendernos nunca, mientras nuestros cuerpos desnudos y calientes se derretían uno encima del otro. Y lloramos de felicidad cuando encontramos el placer que había estado tan escondido en el par de pechos redondos y la entrepierna húmeda en la que antes ni siquiera habíamos pensando. Por eso nos besamos, nos retorcimos y nos amamos.

Y cuando tuvimos que despedirnos, cansadas, tristes, satisfechas, nos dijimos que lo que queríamos no funcionaría más allá de un manoseo desinhibido. No lloramos, no volteamos atrás cuando tomamos caminos separados. No nos dimos la mano en un gesto educado ni pronunciamos el interminable adiós. No pensamos en lo que pasaría después porque estábamos contentas con el recuerdo que habíamos fabricado.

viernes, 1 de agosto de 2014

Asustada

Ella no es quien quiero que sea. No me abraza por las noches cuando es hora de dormir ni me dedica palabras dulces cuando hacemos el amor. No me mira mientras comemos, ni me dedica un solo "adiós" cuando separamos nuestras vidas para ir a trabajar. No sonríe para mí, no me habla, no está conmigo cuando tiene que estar. No es aquella que conocí hace tres inviernos cuando salí a pasear.

Y estoy segura de que yo no soy quien ella quiere que sea. No tengo los ojos verdes, ni el cabello de algún color claro, ni la piel blanca, lechosa más bien, que tenía la que era su amor. Yo trato de reemplazar y eso hace que me aborrezca, me rechace, me odie cada vez más. Y aunque no me lo diga me lo hace sentir con cada embestida de su mano, con cada mordida en el cuello y con cada cicatriz.

Ella no es quien quiero que sea, yo no soy quien quiere que sea, nosotras no somos lo mejor que pudimos ser. Está bien. Lo importante aquí es no quedarnos solas. Estamos juntas sólo por la compañía porque el miedo a la soledad es más fuerte que la felicidad. Ay, Dios mío, estamos tan asustadas...