martes, 29 de abril de 2014

Acción evasiva

Te miro, me miras. Te acercas, trato de alejarme pero noto que estoy sentada contra la pared y que cualquier movimiento de escape parecería ridículo. Me quedo quieta, pensando que si no me muevo no me verás. Quedas frente a mi rostro y percibo la fragancia a eucalipto de tu aliento. Divago, tratando de no mirar fijamente tus labios ni de hacer contacto con tus ojos verdes.

Noto que uno de tus brazos se apoya en la pared, luego el otro, y después mi cabeza queda encerrada. Cualquier acción evasiva ha sido neutralizada y mi corazón comienza a latir deprisa, tanto que parece que va a salirse de su lugar. Sudo, frío, caliente y de todas las temperaturas que se le ocurren a mi cuerpo. Me parece que dices algo, no presto atención. Sigo alejando la mirada de ti, la llevo hacia los salones de clases, hacia un lugar donde podría estar segura.

Tengo la certeza de que es demasiado tarde cuando siento que me besas. Abro la boca por instinto, porque ya ha pasado tantas veces que se ha vuelto un mero reflejo. Te correspondo y cuando terminas de besarme regresas a tu posición original. Tomas el libro que habías dejado en el suelo y vuelves a centrarte en él. Y yo intento, trato con todas mis fuerzas, de fundirme con la pared pero lo único que logro es hacer que alces la vista del libro y me cierres el ojo en un guiño coqueto.

Suspiro, me relajo un poco. La próxima vez anticiparé el movimiento y tendré la oportunidad de salir corriendo.

domingo, 27 de abril de 2014

Eternidades diferentes

La vio de lejos, mucho antes de distinguir el sonido de su canto. Se acercó despacio, a pasos lentos y temerosos. Se detuvo a una distancia prudente para observar sus cabellos largos, ondulados y blancos, casi plateados; su vestido oscuro, ajustado, poco vistoso; sus manos pálidas de dedos largos, juntas para darse calor; sus ojos pequeños, rasgados, de color claro; sus labios rosados, delgados pronunciando una letanía.

Llegó a ella. Se escuchaba el sonido de las olas cuando se rompían en las piedras que formaban el acantilado. Sintió el olor del mar, los pequeños cristales de agua que se estrellaban contra su rostro, refrescándola, y la sensación de estar rodeada de sal. La presencia de la mujer que parecía rezar la cubrió y ella sólo acertó a retroceder un paso. La mujer no se movió, permaneció sentada sobre una piedra más bien incómoda.

— Perdón por hacerte esperar —dijo por fin, armándose del valor de interrumpir la contemplación del paisaje.

La mujer volteó. Separó las manos, casi en una señal de que ya no tenían por qué sentirse solas. Parpadeó varias veces, como asimilando su posición.

— No importa. Pensé que volverías algún día.

— Estuve ausente dos siglos —señaló enfatizando cada sílaba.

— Mhm, un siglo, dos siglos, un milenio, ¿qué más da? —acompañó sus palabras con un movimiento ambiguo de las manos—. De todas formas te esperaré.

Se sonrojó, mitad conmovida, mitad apenada por todo lo que había hecho en esos dos siglos. Se le acercó y la besó en la boca.

— Un día no regresaré —advirtió cuando hubo terminado de besarla.

— Lo sé. Pero no debemos adelantarnos a los hechos —su tono era despreocupado.

— Aceptas mejor que yo esos asuntos de la vida —murmuró con tristeza. Después rió y le dio otro beso—. Cuando no regrese será porque estaré muerta.

— También lo sé. Vivimos en eternidades diferentes, querida.

Notó el "querida" y le dolió. Hacía dos siglos aún le decía "amor". Se resignó, después de todo ella se había ido por voluntad propia... por eso y porque los vampiros no pertenecían a ningún lugar.

— Me volveré a ir... no sé en cuánto tiempo. Pero antes tenemos algo pendiente.

Sobre las piedras, sin que sus pieles inmortales sintieran la presión de las rocas, hicieron el amor. Ella, la vampiresa, esperaba que eso se repitiera algún día, aunque fuese en un par de siglos más.

viernes, 25 de abril de 2014

Obligación cumplida

Siempre era lo mismo. Caminar tomadas de la mano hasta la estación de metro. Sin hablar, sin cruzar palabra, cada quien sumida en su propia cadena de pensamientos. Buscar lugares contiguos, como si hiciera falta reforzar su presencia. Bajarse del metro, tomar el camión, llegar a casa. Rostros serios, pétreos. Sentarse en el sillón a ver la televisión, en el estudio a dibujar, en la cama a leer... sin coincidir jamás. O la una o la otra.

Levantarse a la misma hora cada mañana, encantadas de poder salir de esa casa que en un momento que no pueden definir se convirtió en prisión. Tomar una ducha, vestirse sin siquiera reparar en el cuerpo ajeno. Monotonía. Desayunar huevos revueltos o salchichas fritas, depende de a quién lo toque cocinar. Y el suspiro de alivio al cruzar el umbral, cada quien por su lado, para no ver a la otra hasta la noche.

Sonrisas, pláticas, brillos de felicidad cuando cada una está en su oficina rodeada de amigos, compañeros y perfectos extraños que pronto pasarán a ser parte de su vida. Destellos de placer cuando es la hora de la comida, ese momento que siempre es diferente y encantador. Una, con su falda azul y su blusa blanca, decide comer bistec de res con papas, todo lleno de una salsa verde. Odia la salsa verde pero la mujer con la que come no y ella sólo busca complacerla. La otra, a una hora de distancia en un edificio completamente diferente, con su pantalón de vestir y su saco, se queda en la oficina mientras todos se van para intimar con una... amiga.

Y regresan. Se borran sus expresiones de complacencia y regresa la apatía. La vida de siempre, siempre la misma vida. No coinciden en la hora de llegada y no les importa. Se besan al encontrarse, besos pequeños, sin gracias y sin pasión en los labios. Un mero ritual, una obligación cumplida. Preparar la desabrida cena. Sentarse a la mesa y luego de vuelta a sus individualidades.

Hora de dormir, de compartir cama. Una se acuesta primero, volteando hacia la pared. La otra se queda hasta tarde en internet y cuando alcanza la cama la otra ya se durmió. Tampoco importa, no planeaban tener sexo. No esa noche, no ninguna noche. Y cada quien sueña, aparte, en un plano lejano. Con cada día que pasa se pierden más. Pronto se darán cuenta de que ya no están compartiendo una vida sino una soledad.

Levantarse a media noche. Sudor, angustia. Quiere despertar a la otra para decirle que tuvo una pesadilla, que soñó que vivían juntas, comían juntas y dormían juntas sin preocuparse por la otra, en completa indiferencia... Lágrimas. Un horrible dolor en el pecho. Un temblor en las manos. Aprieta los dientes, los hace rechinar. No fue un sueño. No fue un sueño y eso duele más que nada en el mundo.

miércoles, 23 de abril de 2014

Estrellas

¿Qué es para ti un siglo sino un parpadeo misericordioso de un animal muy pequeño? ¿Qué es para ti saber que todo acaba pero tú eres eterna? También yo acabaré algún día y entonces sentirás la pena de la pérdida definitiva, el peso de la muerte. Tal vez incluso sientas deseos de acabar con tu vida, una vida que se ha convertido en una maldición.

— Para siempre no es tanto tiempo —me dices mientras miras las estrellas, una de las pocas cosas que te ha hecho compañía en esta incansable vigilia.

Yo no respondo. Para mí aún lo es, son siglos y siglos de felicidad, de sufrimiento, de desesperación, de melancolía... Son siglos que no estoy segura de querer vivir, aunque esté a tu lado. Recostada en ese pasto más amarillo que verde, pido el deseo de querer estar contigo para siempre.

Me miras, indagando. Lo sabes, como todo lo que pasa por mi mente. Quiero escapar de ti, salir corriendo y que no puedas seguirme. Me levanto de golpe, me despido con la mano. Sé que me estarás esperando en el mismo lugar... mañana, en una semana, en un año. No importa. Tenemos la eternidad a nuestra disposición.

lunes, 21 de abril de 2014

Agua de jamaica

Se le pintaron los labios en cuanto terminó de beber el líquido rojo. Dejó el vaso en la encimera, listo para usarse de nuevo, y dirigió una mirada rápida a la mujer que la observaba entre divertida e intrigada.

— ¿Qué es tan divertido? —eligió preguntar con una sonrisa chueca dibujada en su boca pequeña.

La otra no respondió. Se le acercó con velocidad y sigilo, como un animal salvaje que ataca a su presa. Usó el dedo índice para darle un golpecito en la nariz, a modo de juego. Entonces rió, tintineando...

No se pudo contener, le dio un beso rápido en la boca, apenas un roce de labios.

— Sabes a agua de jamaica —afirmó un segundo antes de corresponder al beso superficial con un beso de lengua.

Instantes después, se revolcaban ya en la cama individual que a veces compartían para pasar la noche. Mientras tanto, el vaso seguía sobre la encimera, dispuesto a cumplir su misión.

sábado, 19 de abril de 2014

Favor

No volteé aunque también me dolía. No escuché sus palabras llenas de súplicas ni el sonido de sus lágrimas al golpear el pasto. Tampoco me toqué el corazón cuando me alejaba de ella con paso lento, cansado, poco decidido. No le puse atención a los enormes deseos que tenía de regresar y de decirle que no había pasado nada, que todo podría seguir como antes.

Y no lloré. Era el fin de nuestra relación y era patético que terminara en el jardín de una conocida universidad. Observé a los estudiantes que se aglutinaban alrededor de puestos de comida o bajo árboles con pocas hojas mientras yo, la rota yo, me iba con deseos de no volver jamás. En esos momentos incluso olvidé que también estudiaba ahí y que mis sueños estaban en peligro.

Pero yo sí regresé y ella me hizo el favor de casarse con su amante y dar a luz a su hijo.

jueves, 17 de abril de 2014

Torreón abandonado

Dile que no se vaya, que no pise la nieve ensangrentada. Si se va, ¿quién me va a proteger? Según ella, me encierra en este torreón abandonado porque soy su princesa, pero su princesa pronto estará muerta si alguien la descubre. Dile, dile que no se despida con un simple beso insulso, que se quede, que me proteja. Dile...

martes, 15 de abril de 2014

Gorrión


Junto a sus hermanos gorriones observaba. Allí, paradita sobre el cable que no era de alta tensión. La ventana no estaba abierta pero la cortina sí y sus ojos de ave estaban hechos para penetrar esos obstáculos. La veía desnudarse, acariciarse los pechos abundantes de pezones erectos. Deseaba tanto ser una hembra humana (y no una hembra gorrión) para así poder estar con esa mujer.

Cuando pasara la próxima estrella fugaz pediría ese deseo. Con suerte, la mujer la adoptaría como mascota.

domingo, 13 de abril de 2014

Vivero


En el vivero más grande de la ciudad. Sí, ahí se estaban revolcando. Entre los pinitos que pronto serían dados en adopción, sobre la tierra seca que en unas horas recibiría agua. Los gemidos eran lo menos importante. Era de noche, el policía no había pasado hacía unas 3 horas y no volvería a pasar.

Con ropa, sólo desabrochando lo necesario. Sin usar las manos porque estaban sucias. Se besaban como locas, se agarraban del cabello y se arañaban la espalda mutuamente. El premio fueron varios orgasmos intensos. Bendito vivero.

viernes, 11 de abril de 2014

Noche caníbal


La amaba. Incluso en medio de esa locura, sabía, estaba completamente segura, que la amaba. Cerró los ojos, luchando por contener las lágrimas, por evitar que la pintura a base de insectos y pigmentos vegetales se corriera. El fuego alrededor del cual bailaba, descalza, casi desnuda, le daba la impresión de apagarse conforme los latidos de su corazón se extinguían.

Llegó el momento. Ella era la elegida para dar muerte a la mujer que amaba. Se acercó con la lanza en la mano, ignorando la resignación desesperada de la otra. Entonces le clavó la lanza en el corazón y observó casi con desagrado cómo sangraba, la mueca en la que se contrajo su rostro... Sólo faltaba cortar el cuerpo, cocinarlo en el horno de barro y comerlo para celebrar esa noche caníbal.

miércoles, 9 de abril de 2014

Nuestros tiempos

He encontrado a alguien que me recuerda a ti. Tiene la misma facilidad de palabra y ese don para darse a entender. También esa dicción prácticamente perfecta en español y la misma seguridad en la voz. Y esas ganas de aprender cosas que me hicieron quererte más de lo debido. Por eso no puedo evitar verla y recordarte, y sentir una tristeza aplastante.

Pero no sientas que te reemplazo. No, nadie jamás ocupará tu lugar. Además, a ella le falta ese toque de inteligencia, de fácil aprendizaje que tú tenías; desde luego, piensa rápido, encuentra las palabras con una facilidad que me sorprende... como tú cuando íbamos en la misma clase de inglés y luego en la misma clase de francés, y luego en todos los idiomas mientras lo nuestro duró.

Hoy incluso me he reído con ella porque también tiene un sentido del humor que me hizo pensar en ti, un cierto deje de perversión pícara. Claro, ella es mucho más inocente, porque nadie podrá igualar nunca esos comentarios más oscuros que rojos que hacías cuando comíamos con los compañeros del salón.

¿Sabes? Pensé que podría ser su amiga, igual que fuimos amigas tú y yo. Luego lo consideré mejor y me dije que mantener las distancias era una opción más adecuada porque lo nuestro me marcó, porque no sería igual y era lo que estaba buscando. Por eso, cuando terminó la clase, me despedí rápido y emprendí mi camino, también hacia una estación del metro.

Ay, me encantaría regresar a nuestros tiempos... Cuando caminábamos juntas al metro, me aconsejabas y yo te devolvía el favor, hablábamos de cosas sin sentido y sin lógica y nos burlábamos de todo lo que se nos atravesaba. Ahora veo tus fotos en Facebook y me da nostalgia. Te veo sonreír, correr, salir, viajar, y noto que no es conmigo. Lo siento mucho, amor, fue mío el error. Te dejé ir o me dejaste partir, no importa, ahora ya no tiene caso atormentarse.

lunes, 7 de abril de 2014

Frente en alto

Llovía. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando pero estaba completamente mojada. Cada húmedo paso la alejaba un poco más de la verdad. No sabía por qué esa verdad le dolía tanto si desde el principio lo supo: su compañera de trabajo nunca le correspondería. Esa mañana, cuando le dijo que se sentía atraída por ella e intentó besarla, recibió una bofetada. Y le dolió. Pero no fue el golpe lo que le causó el dolor, sino el rechazo y la certeza de que nunca más podría verla a los ojos.

Había salido de la oficina corriendo y llorando. Estaba segura de que la despedirían pero no le dio importancia al asunto. Sería peor tener que seguir conviviendo con ella, verla cada día, sentir que la evitaba, escuchar los rumores de que salía con el empleado nuevo, notar que ni siquiera la saludaba... sí, todo eso era mucho peor. Y, a pesar de todo, no se arrepentía. No cambiaría la decisión que había tomado, había sido lo mejor. Con ese consuelo fue capaz de mostrar la frente en alto a quien se atreviera a caminar bajo la lluvia y decidió regresar a casa.

sábado, 5 de abril de 2014

Rechazada de nuevo (Rachel&Ivy)


Comentarios: La pareja es Ivy Tamwood (vampiresa viva) y Rachel Morgan (bruja terrenal) de la serie Ranchel Morgan (o los Hollows). Algunas cosas se basan en aspectos del tercer libro (Antes bruja que muerta). De todas formas, este fic no tiene spoilers ni nada que impida su cómoda lectura.




Esa vez Ivy pudo separar el sexo de la sangre... y también del amor. Porque lo único que le hizo sentir Rachel en ese instante fue un deseo sexual tan grande que incluso lo pudo comparar con los momentos de locura por la sangre que había experimentado

Se acercó a ella con sigilo, con esos pasos silenciosos que daban los vampiros, y se colocó a sus espaldas. Notó que la fragancia nueva que le había regalado, la que servía para que el olor de Rachel mezclado con el de Ivy no despertara sus instintos de vampiresa, funcionaba. En efecto, no se sentía tentada a tomar su sangre, no, su sangre no.

Rachel volteó a verla, alerta, con esa disposición para salir corriendo o para atacar a la que se había acostumbrado después de ese tiempo de vivir juntas en la iglesia. Pero le sonrió con dulzura. Entonces Ivy pudo fijarse en el entallado vestido negro que tanta justicia le hacía a sus pechos pequeños, el cabello pelirrojo encrespado y un amuleto nuevo que servía de collar.

— ¿Nos vamos? —preguntó la bruja, su bruja.

— Espera, olvido el bolso. ¿Me ayudas a buscarlo? —mintió, excusándose incluso con un descuido que alguien tan perfeccionista como ella nunca cometería.

Rachel no notó la mentira, simplemente sonrió murmurando que ya se les había hecho tarde y entró a la sala. Ivy fue tras de ella, la observó agacharse, moverse de un lado a otro... y no se pudo contener. De un momento a otro, se encontró recostada en un sillón, encima de Rachel y con el rostro muy cerca del de la bruja terrenal.

— Para Ivy, me haces daño —jadeó la sometida. A ella no le importó, sabía que la lastimaría.

La miró a los ojos y vio el miedo, el terror, reflejado en ellos. Temía que fuera a morderla y se dio cuenta de que sus pupilas debían ser diminutas.

— No quiero tu sangre. Quiero… tu cuerpo.

Las feromonas de vampiro que había empezado a liberar sin querer parecieron hacer efecto. Ivy recordó que un vampiro vivo como ella no podía embelesar a otro ser a menos que este ser lo quisiera. Y Rachel quería, la deseaba tanto como... Se besaron. Sus labios estaban juntos por fin, después de tanta espera, y ambas abrían la boca para rozar la lengua de la otra.

La lengua de la bruja comenzó a deslizarse por los labios de la vampiresa y el placer casi la hizo llegar a la cima máxima del placer. Se separaron, sonrojadas y agitadas. Se miraron. Y Ivy volvió a ver el terror en los ojos de Rachel. Fue en ese momento cuando sintió un golpe y se vio expulsada del sillón. Su cuerpo se estrelló con la pared y su excitación se convirtió en sorpresa, luego en indignación y finalmente en una mezcla de humillación y vergüenza. Rachel había invocado una línea luminosa para protegerse… de ella.

Las lágrimas acudieron a sus ojos y tuvo que escapar de la iglesia a toda velocidad. La última visión que tuvo de Rachel esa noche fue su desaliñado cabello y sus ojos llorosos. Rechazada de nuevo, rechazada por la mujer que amaba y que deseaba como heredera, tomó una decisión rápida, se subió a su moto y decidió ir a buscar a Kisten para dejar de una vez su abstinencia… y volver a beber sangre.

jueves, 3 de abril de 2014

Guardar el misterio

— D-daaamee un beeeesooo —alargó perceptiblemente las vocales, lo cual la hizo reír. Raquel estaba borracha, muy borracha, tanto que le costaba mantenerse en pie. Alondra caminaba a su lado, pasándole un brazo por la cintura para ayudarla a mantener el equilibrio.

Y estaban muy cerca. Sintió su olor a alcohol y un leve deje del perfume de jazmín que se había puesto antes de salir a ese antro de perdición.

— No juegues —le dijo, sonriente. Se había tomado un par de copas y estaba "feliz". "Feliz" pero no ebria.

— Es en seriooooo, quiero un besitooo —le llamó la atención la forma de decirlo. Por eso se le acercó y le dio un beso en la mejilla. Pero antes de que pudiera alejarse, Raquel le agarró el rostro con las dos manos y le plantó un beso lleno de saliva y torpeza en los labios.

Cuando la dejó ir, Alondra estaba sonrojada, apenada y rogaba que su amiga no recordara eso.

— ¿Teee gust-ooo? —tuvo el descaro de preguntar y la pronunciación fue tal que no distinguió si era un "te gustó" o un "te gustó". De todas formas la respuesta a ambas preguntas era la misma...

No respondió. Prefirió guardar el misterio, así que siguió caminando hacia casa de Raquel.

martes, 1 de abril de 2014

La pérdida del amor (B)

Perspectiva B


En silencio, la contemplé. Era la misma mujer que había conocido hacía bastantes años. Era la misma pero diferente. Ese día se lo adiviné en la mirada, supe que diría algo malo, catastrófico y doloroso cuando la vi cruzar la puerta del departamento. No vivíamos juntas, aunque ya teníamos planes para hacerlo, pero me visitaba varios días después de que salía de trabajar. Y ese día, ese jueves, llegó más temprano de lo habitual. Le había dado por llegar tarde en las últimas semanas y ya empezaba a acostumbrarme.

Ahora, sumergida en este dolor, me doy cuenta de que las señales eran muy claras. La recibí con una sonrisa, alegre de verla de nuevo, tan feliz que debí haber imaginado que algo saldría mal. Y ella no sonrió, me llevó a la habitación e ignoró que recién había preparado la comida. Me lo dijo, y lo hizo con tanta frialdad, tanto aplomo, que sólo pude quedarme callada y contemplarla mientras ella no se atrevía a dirigirme ni una mirada.

Traté de hablar pero me fue imposible. El dolor que sentía, el vacío, el miedo, la sensación de inminente pérdida, todo hizo que las lágrimas salieran en manada. ¿Y qué seguía? ¿Debía perdonarla y fingir que nada había pasado, que sólo se había acostado con otra y eso no le había traído ningún beneficio? ¿O debía maldecirla, decirle que la odiaba, terminar con ella? Quería que se me acercara, que me abrazara y calmara mis lágrimas, que me diera besos en las mejillas como hacía cuando empezamos a salir.

— No fue justo —dije haciendo acopio de todas mis fuerzas para que el llanto menguara un poco. No sabía qué pasaría y esa vez traté de ya no ilusionarme, de no creer que todo saldría bien.

— No lo fue —respondió.

No me sentí capaz de decir nada más. Lo hecho hecho estaba y... ¿qué? Me sequé las lágrimas con un pañuelo desechable que encontré en la bolsa del del pantalón.

— No puedo pedirte perdón. Lo hice, me acosté con ella. Pero ese no es el problema.

Me miró y tuve que alzar la cabeza pues me había dedicado a observar las manchas de la alfombra. Si ese no era el problema, ¿qué seguía? ¿Más dolor? Me calmé, me enfrié, me volví indiferente. Noté que estaba apretando los puños y sentí el roce del pañuelo desechable, húmedo, en la mano.

— ¿Cuál es el problema?

— Ya no te amo. Lo siento mucho. No sé qué pasó, no sé cuándo ni cómo, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Ni siquiera me interesa remediarlo.

Intenté no llorar pero fue imposible. Una revelación, una confesión, una llamarada de dolor que se reflejó con más lágrimas, más y más, evacuando los ojos a toda velocidad como si se tratara de una zona de peligro. Supe que era necesario terminar, que no podía estar con una persona que no me amaba, que ya no me amaba.

— Entonces vete —decidí. Mis palabras apenas fueron un susurro pero ella las captó perfectamente.

— Sí, es lo mejor. Cuídate y gracias por estos años —eso fue lo más doloroso de todo. "Gracias por estos años", como si el amor fuera algo que se agradeciera así, tan a la ligera. Puse todo mi empeño en callar y funcionó hasta que oí que cerró la puerta del departamento. Y entonces lloré. Lloré por la traición, porque ya no me quería, por la desesperación... y, más que nada, porque había perdido a mi amor.