viernes, 12 de septiembre de 2014

Ilusión

Hacía ya veinte minutos que esperaba a Cristina. Se levantó de la banca con la sensación de que no debía baja la guardia. Respiró profundo, sacó una liga del bolsillo del pantalón y se recogió el pelo en una cola de caballo. Luego se tomó un momento para observar el paisaje con calma, como si sólo estuviera echando un vistazo casual a los alrededores. Nada parecía haber cambiado. O casi nada. Sintió que algo era diferente, extraño, abrumador. Unos ojos verdes la vigilaban a lo lejos y empezaban a provocarle... miedo.

Sacudió la cabeza. Intentó adoptar la postura confiada y elegante que había perfeccionado con el paso de los años. También trató de no pensar en por qué Cristina no había llegado. Se enfocó en los ojos verdes, retándolos a acercarse. Entonces hubo otro cambio en la atmósfera, algo que un humano no habría captado. Se dio la vuelta en el momento preciso en que un perro gigantesco se abalanzada sobre ella. No, un perro no, un lobo.

Miró hacia todas partes, tratando de averiguar por qué no se había dado cuenta antes. Ojos verdes la acechaban por todas partes. No se permitió ahogarse en el pánico de estar sola entre tantos licántropos ni de que faltaran pocas horas para el amanecer. No sería la primera vez que no alcanzaba a llegar a su refugio y esperaba que no fuera la última. Contuvo un grito agudo y asustado cuando uno de los licántropos fue lo suficientemente rápido como para arañarle la pierna.

En lugar de dejar que el dolor se abriera paso, dejó que la ira fluyera. No había manera de que un licántropo pudiera vencer a una vampiresa de tantos años y se aferraría a esa idea para evitar cometer errores durante la posible confrontación. Sonrió mientras adoptaba una postura defensiva y ofensiva a la vez, colocando un brazo frente a su rostro y dejando el otro libre para atacar. Agradeció infinitamente que esa noche se le hubiera ocurrido usar un pantalón y una blusa ajustada en lugar del vestido que solía llevar a todas partes.

Un latigazo de dolor interrumpió su alivio y la sonrisa que había esbozado se deformó. Percibió el olor de la sangre pero fue incapaz de determinar de dónde provenía. La herida de la pierna no era lo suficientemente profunda como para sangrar y no sentía... Se maldijo por descuidar a sus enemigos. Frente a ella estaba un licántropo en su forma humana y notó que detrás había otro. Los demás ojos verdes seguían flotando a cierta distancia, ocultándose en los árboles que rodeaban el espacio rudimentariamente pavimentado en el que se encontraba.

Volteó para enfrentar al otro licántropo. También tenía su forma humana y sostenía una espada brillante en una mano. Se dio cuenta entonces de que la sangre salía de su espalda y fue plenamente consciente del dolor.

— Me atacaste por la espalda —declaró como si los ojos que observaban la escena no se hubieran dado cuenta. Notó la sorpresa en su voz. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que alguien la había atacado a traición y en aquella lejana ocasión no se había tratado de un licántropo, había sido un humano.

Sin bajar la espada, el licántropo rió. Fue una risa agresiva, hecha para irritar o intimidar, sin rastro de diversión. Mostró los colmillos durante una milésima de segundo pero para ella había sido suficiente: estaba ahí para matarla. Se enfocó en su objetivo sin perder la noción de dónde se encontraba el otro licántropo y sin descuidar los ojos escondidos que parecían multiplicarse conforme pasaban los minutos.

— ¿Dónde está Cristina? —a sus oídos, la pregunta salió ahogada, pero estaba segura de que para sus enemigos había sido firme, incluso amenazante.

Empezó a especular mucho antes de que la respuesta llegara. Ellos sabían que se veía en ese lugar con Cristina. ¿Desde hace cuánto? ¿Sabían que ellas eran amantes? ¿Habían tomado represalias contra Cristina por verse con una vampiresa? Recordó la primera vez que había visto a la loba. Le había advertido que se fuera porque sus compañeros iban a llegar y no eran como ella. La frase le hizo entender que querrían matarla en cuanto la vieran debido a la larga historia de rivalidades entre los licántropos y los vampiros. Pero esa vez no le importó y se había ganado una herida bastante profunda en el estómago (provocada por Cristina, desde luego, estaba dispuesta a protegerla).

 — No está —respondió.

Eso era todo. Una frase que se podía interpretar de mil maneras y que su mente aterrada prefería interpretar de las peores. No lo pensó, bajó la mano que se tenía que encargar de protegerle el rostro y corrió hacia él. Ignoró que tenía una espada que parecía causarle más daño y más dolor que las armas tradicionales y la apartó con la mano cuando el licántropo la usó para hacerle frente. Llegó hasta él y le hundió el puño en la cara.

El licántropo cayó, soltando la espada. Alargó la mano para tomarla pero una sombra negra se le adelantó. Otro lobo. No sabía en qué momento se habían vuelto tan rápidos y no tenía mucho tiempo para especular al respecto. Maldijo, poniendo toda su energía en alejarse del nuevo enemigo. El licántropo que había recibido el golpe ya se había puesto de pie y le salía sangre de la parte inferior del rostro. Una pequeña victoria.

Esquivó un zarpazo que venía desde atrás. Claro, ahora había tres enemigos. Se encontró incapaz de distinguir cuál licántropo se atrevió a arrojarse sobre ella y la hizo rodar hasta la fuente cercana que ya no contenía agua. Se golpeó en la cabeza con fuerza y más sangre hizo acto de aparición. También llevaba mucho tiempo sin sangrar tanto. Se preguntó si estaría oxidada por pasar los últimos años de su existencia tratando de evitar a los licántropos en una fingida paz que nunca pareció real.

Trató de levantarse pero tenía a un licántropo encima. No pudo reprimir el grito cuando sintió que le arrancaba un trozo de carne, justo a la altura del hombro. Estaba débil, adolorida, sorprendida y enojada, muy enojada. Eso no habría pasado antes, los licántropos no eran lo suficientemente fuertes como para enfrentar a un vampiro. Tal vez ese había sido su problema: los subestimó.

Empujó al licántropo con todas sus fuerzas, enviándolo a varios metros de distancia. Le dolía mucho el hombro y la sangre habría ya teñido su ropa si ésta no fuese de color oscuro. Se levantó, fingiendo que no sentía nada, que todo estaba mejor que nunca. Con la velocidad que caracterizaba a los vampiros, se acercó al lobo que tenía la espada, le tiró una patada que le dio en pleno estómago y lo hizo perder el equilibrio. Aprovechó ese instante para tomar la espada, golpeando al mismo tiempo a otro lobo que se le acercaba por el costado.

El tiempo le había enseñado una cosa muy importante: a sobrevivir. Empuñó el mango de la espada y la apuntó hacia quien osara acercarse. Se colocó de lado, protegiendo todos sus ángulos de la mejor manera posible. Varios pares de ojos verdes salieron de las sombras y se convirtieron en licántropos altos y morenos que blandían espadas del mismo tipo que la que ella acababa de confiscar.

Los sintió acercarse antes de que pudiera verlos. Saltó, haciendo plegarias a dioses vampíricos imaginarios. Se elevó varios metros y grabó la imagen que veía para analizar la situación. De acuerdo, había seis licántropos, tres de ellos con espadas. Todos parecían esperar a que cayera para poder clavarle sus armas. No les daría la oportunidad. Hizo un giro bastante complicado por las heridas y por el detalle de estar flotando. Logró cambiar de dirección un poco, lo suficiente para precipitarse a un par de metros de sus enemigos y correr hacia la seguridad del bosque.

El único problema con ese plan era que ese bosque estaba lleno de enemigos. Ignoró el hecho y se abrió paso con la espada, sintiendo cómo ésta penetraba la carne de algunos seres. Se esforzó por dejarlos atrás, obligándose a correr más rápido que nunca. Trazó un plan para salir del bosque, lista para desafiar a cualquier licántropo que le bloqueara el paso. No sería tan difícil, excepto por el hecho de que... no faltaba mucho para el amanecer.

Reprimió la sarta de ofensas hacia la raza vampírica y hacia sus susceptibilidades. Cuando llegó al límite del bosque, no encontró resistencia alguna. Aguzó el oído para asegurarse de que en realidad no había nadie y de que la posibilidad de que la siguieran era remota. Se declaró segura, libre de enemigos. No se podía decir lo mismo del sol, que en pocos minutos empezaría a salir. Ya empezaba a sentirse cansada, necesitada de reposo.

Dejó que el instinto la guiara hacia su refugio o hacia cualquier lugar que pudiera utilizar para protegerse... El dolor casi insoportable de la primera quemadura y la visión del cuerpo ágil de Cristina llegaron al mismo tiempo y se sobrepusieron, creando una asociación poco favorable de eventos. Seguía empuñado la espada y se negó a soltarla incluso cuando Cristina la arrastró rápidamente a un lugar oscuro y fresco que juraba no haber visto en su vida.

— Es una espada del sol —murmuró en la lejanía la voz de Cristina. Se negó a cerrar los ojos pero no había mucho que pudiera hacer para evitarlo. Era el ciclo natural, por lo menos el de los vampiros—. Se te pasará en unos días, igual que la quemadura del sol. Yo te cuidaré... —sonrió ante la idea. Los vampiros podían protegerse solos pero le hacía ilusión la idea de que Cristina le cuidara la espalda. Le hacía mucha ilusión.


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