sábado, 31 de mayo de 2014

Olor a suciedad

¿Por qué nos pasan estas cosas a ti y a mí si nunca le hicimos daño a nadie? No sé por qué estás en cama, pálida y cansada, condenada a tener una aguja en la vena. Tampoco sé ya lo que me impulsa a estar aquí, a tu lado, trayéndote el poco de comida que eres capaz de masticar y el cómodo para que puedas ir al baño. Debe de ser amor, pero mi pecho se siente agotado, vacío, como si ya no quedaran sentimientos en él.

Recuerdo cuando éramos más jóvenes e imaginábamos que viviríamos tranquilas, felices y sin preocupaciones. Nos queríamos casar en la playa para meter los pies en la arena húmeda y aprovechas la brisa del mar para refrescarnos. Soñaba con tener una casa pequeña pero cómoda, dos gatos negros y un jardín lleno de plantas.

Luego nos enfermamos, una detrás de la otra. A ti te dio cáncer de pulmón y a mí depresión. Me quedé a cuidarte y ya no sé cuánto tiempo llevo haciéndolo. No fue justo de ninguna manera, ni para nadie. Todos nos abandonaron, se dieron la vuelta como si nosotras no existiéramos, y nuestros sueños, ilusiones y anhelos se cortaron de raíz. No hay casa, ni gatos, ni jardín, mucho menos boda en la playa. No hay más que medicamentos, suciedad, enfermedad...

De verdad no sé por qué nos pasan estas cosas, sólo espero que terminen pronto porque mi amor no va a aguantar mucho más.

jueves, 29 de mayo de 2014

Pistola

Cuando las vio besándose se llenó de envidia. Se puso verde y empezó a llorar agua amarga. Las observó con detenimiento, primero a la rubia que parecía una cualquiera y luego a la pelirroja que era exactamente su tipo. Sacó la pistola del bolso, dio unos pasitos con los zapatos de tacón rojos que tanto le gustaban y le disparó a la rubia. Le alegró ver cómo el cuerpo caía y sintió que la pelirroja estaba libre de trabas para ser suya.

martes, 27 de mayo de 2014

Inercia

Cinco veces escuchó su nombre y las cinco veces ignoró la voz aguda que emitía el sonido. El coraje le teñía el rostro de un rojo demasiado oscuro y le formaba un nudo en la garganta que sólo se liberaría gritándole al mundo lo estúpido que era. Volteó sólo para darse cuenta de que la mujer que chillaba su nombre iba detrás de ella, llorando, con los hombros encorvados y el rostro deformado por la angustia.

Decidió no verla más. Aceleró el paso y por un momento la voz desapareció entre los muchos otros sonidos que provenían de la ciudad llena de vida. Odió a esa mujer y se odió más a sí misma por ser tan débil, por sentirse incapaz de darle un golpe y mandarla derechito a la chingada. No la perdonaría y esperaba que entendiera que su relación, cada vez más tumultuosa, había terminado.

Cuando tuvo el valor moral de detenerse, notó que los ruidos habían perdido su vitalidad. Prestó atención y escuchó la molesta sirena de una ambulancia. No muy lejos vio al grupo de personas que se reunía alrededor de algo y por la cara de fascinación y espanto que traían supo que se trataba de un accidente. La atenazó una punzada de inquietud. Se aceró por inercia, porque siempre le habían gustado esas cosas, y el deseo de que no le hubiera pasado nada a su ex novia se disolvió en el aire cuando vio su cuerpo sangrante sobre el pavimento de la calle.

domingo, 25 de mayo de 2014

Enfermera

Pensó en la enfermera que la atendía por las noches y sonrió. Sintió ese cosquilleo insistente en las manos y ese vacío en la mitad del estómago que le recordaba sus años de juventud. Obligó a su memoria a recordarla, a aferrarse aunque sea a esa ilusión. Por eso memorizó sus detalles: su frente amplia, el cabello recogido en una cola de caballo, la cofia que adornaba su cabeza, la boca de labios gruesos y los ojos ligeramente rasgados.

Pero lo que nunca pudo retener fue su nombre. A veces la llamaba Estela, como a algún amor perdido de sus primeros años, y otras simplemente le decía "hija". Se quedaba despierta varias horas en la madrugada platicando con la joven y a veces lloraba. En esas ocasiones, la joven le pasaba un brazo solidario por el hombro, con delicadeza, como si no quisiera romper sus frágiles huesos, y ella sentía que había valido la pena haber vivido tanto.

Y cuando su mundo se convirtió en una bruma continua, sólo logró distinguirla a ella, pero no como la enfermera que la ayudaba a ir al baño, ni con la que hablaba, ni la que le administraba los medicamentos, sino como la mujer con la que alguna vez vivió un romance con un mal final. El día que murió le dijo que la amaba, aunque ya no articulaba bien y no se le había entendido mucho. Por lo menos le quedó el consuelo de saberse cerca de esa joven, aunque fuese porque a ella le pagaban.

viernes, 23 de mayo de 2014

Horrible noche

Cinco, veinticinco, tal vez ochenta. Esa noche ni siquiera se molestó en llevar la cuenta. Los hombres abrían la puerta sin rituales, sin saludos, sin siquiera una mirada al rostro de la mujer que servía como desahogo. Y ella cumplía, desnuda como estaba, lo mejor que el era posible. Abría las piernas y se dejaba hacer, pensando siempre en otro momento, en otro lugar y en la persona que debía estar allí con ella.

Ignoraba el dolor que ya se había vuelto parte de su rutina diaria. A veces eran sólo moretones y la mayoría de las veces eran heridas encarnadas profundamente en su corazón. De vez en cuando sonreía cuando la usaban, recordando las veces que hizo aquello por placer, con la sensación de que podría hacerlo para siempre.

Sumida en su abismo de desesperación e indiferencia, apenas notó cuando una mujer joven, alta y guapa se le acercó. Le tomó el rostro, la miró a los ojos y la besó. Era la primera vez que alguien la besaba en el prostíbulo... y se sentía bien. Cooperó. Luego se levantó, se fijó bien en ella y decidió darle un servicio difícil de olvidar para que regresara a iluminar aunque sea una hora de su horrible noche.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Maldita desilusión

No sólo se le rompió la piel, también se llevó una buena parte el corazón. Por eso no le importó seguir haciéndolo, seguir clavando la navaja en la piel, provocándose heridas. Notó que estaba llorando y que le dolía más el pecho que el brazo. Recordó entonces que María se había ido tan rápido como llegó, dejándola sola y asustada. Se lastimó más, sólo para confirmar que eso no dolía tanto como el abandono, la traición, la infidelidad y la maldita desilusión.

No se inmutó al ver la sangre ni cuando dejó de sentir las partes afectadas. Las lágrimas se mezclaban con el líquido rojizo en el suelo de mosaicos blancos sobre el que estaba sentada patéticamente. Sonrió pensando el María, en los meses de feliz noviazgo y las veces que pareció preocuparse por ella... Puras mentiras. No le interesaba su bienestar, sólo quería pasar el rato con una mujer, una joven, que no tenía futuro. En ningún momento dejó de llorar y tampoco dejó de trabajar con la navaja.

Llegó al músculo. Estaba furiosa y había perdido el miedo a la vida y a lo que siguiera de eso. No supo a qué hora se desmayó y tampoco le habría importado demasiado. Pero no dejó de sentir y en todo momento tuvo presente que estaba experimentando su muerte. Entonces odió a María más que nunca.

lunes, 19 de mayo de 2014

Compensación

El cielo parecía no querer marcar la hora exacta. A ratos salía el sol, a ratos se ocultaba detrás de unas nubes oscuras y esponjosas. De pronto empezaba a llover y daba la impresión de que la noche había caído. Pero ella permanecía sentada en el mismo banco, inmóvil y víctima de los elementos. Se repetía que Margarita llegaría, no podía dejarla plantada.

Miró su reloj y alzó la vista al cielo sólo para que una gota de lluvia le cayera directo en el ojo. Se frotó la zona afectada con el dorso de la mano y luego sacó su teléfono celular, cuidando que no se mojara. No había mensajes, ni llamadas perdidas, ni ninguna forma de comunicación de su cita. A su alrededor la gente se había ido yendo y ya sólo veía a una pareja debajo del kiosko, besándose y abrazándose bien protegidos.

Se desesperó. Decidió que 3 horas eran tiempo suficiente y que Margarita debería compensarle la espera. Se acomodó el suéter, ya mojado, y revisó que todas sus pertenencias estuvieran más o menos seguras. Empezó a tararear una canción para distraerse mientras llegaba a casa.


-----


La despertó el teléfono. No había dejado de sonar y le resultó imposible ignorarlo por más tiempo. Descolgó el aparato. Escuchó con atención y se quedó varada en el lugar. Colgaron, ella no colgó. Se dio cuenta de que lloraba y le pareció que era sangre lo que le corría por la cara.

Margarita estaba muerta y ya no podría compensarle nada.

sábado, 17 de mayo de 2014

Ruptura

No hubo beso ni abrazo de despedida. Tampoco se miraron a los ojos ni repitieron una y otra vez el nombre de la otra en un susurro afligido. Pero sí sonrieron y una especie de alivio se dibujo en sus ojos, los de una cafés y los de otra verdes. No hubo necesidad de decir adiós, ni siquiera hasta luego, porque desde ese momento les dejaba de importar lo que pasara en la vida de la otra.

jueves, 15 de mayo de 2014

Entierro

Ojos claros, ligeramente verdes. Manos morenas, delicadas. Una mano sostiene un bastón y la otra un corazón roto. Viste de negro, más por la costumbre que todos le imponen que por el deseo de guardar el luto. Porque no está muerta. Se para enfrente del ataúd, consciente de que está llorando y mira el cuerpo inerte de la mujer que amó. De la mujer que ama. No hay nada de qué preocuparse, el brujo cumplirá su parte y la mujer se levantará de la tumba como si nada hubiera pasado. Aunque tenga que pasar sus días alimentándose de sangre... Estarán juntas por mucho más tiempo.

martes, 13 de mayo de 2014

Presencia

"Calla y escúchame. Te estoy diciendo que me gustas, estoy loca por ti. Me he tocado en las noches imaginando que besas y me dejas tocar tus pechos redondos. Cuando salimos a tomar un café, pienso que somos novias y estamos en una cita. Y cuando me tomas la mano en la calle, me siento capaz de mirar a cualquier fulano que se atreva a mirarte con superioridad, la superioridad que sólo tienen los que saben que la persona amada está a su lado.

No me interrumpas. Tengo que sacarlo o no podré sentirme bien. Ya si me rechazas ni modo, no puedo obligarte a quererme. De todas formas te seguiré queriendo, me da igual que lo sepas... Te amo, pues, es lo que quiero decir. Perdóname si..."

La joven que estaba frente a ella le dio una bofetada. Luego salió corriendo. Ella la dejó ir. No se sentía capaz de obligarla a soportar su presencia.

domingo, 11 de mayo de 2014

Trono

Sentada en su trono, por encima de todos. Pero no de ella, porque es más grande que cualquiera. Y ella se acerca sonriente, tranquila, con una fragilidad que acompaña cada movimiento. Se queda de pie enfrente del trono, mirando a la mujer que tiene la dicha de gobernar al mundo y se echa a reír de la nada. "Te ves graciosa con esa corona", se excusa, como si fuera suficiente.

La gobernante también ríe, pero no porque le haga gracia el comentario, sino porque el sonido cristalino en el que se ha convertido la risa de la amada la incita. Se levanta del trono, deja la corona a un lado y besa a la otra sin pasión alguna, apenas un roce para hacer constar que es de su propiedad. Luego se da la vuelta, lista para salir de la gran sala apenas iluminada por unas pequeñas ventanas en la parte superior. Se detiene, voltea bruscamente hacia la mujer y observa cómo hace una burlona reverencia. "Su majestad...".

No la deja terminar, le da una bofetada. La mira y ve que le corre sangre por la comisura de los labios. La mujer hace otra reverencia y se marcha por la entrada principal, la única entrada, de la sala. Y ella permanece allí, sumida en una especie de oscuridad, pensando que nunca debió enamorarse.

viernes, 9 de mayo de 2014

Beso retorcido

Uy, no, uy, no, viene tras de ti. Te hace sentir pequeña, minúscula, insignificante. Con esa capa que se ha puesto, con esa ropa negra, con esos zapatos de tacón gastados, con esa presencia que se hace más y más grande.

Ay, no, ay, no, te ha alcanzado. Sin esperarlo, ves sus ojos brillantes, sus labios de mujer y sientes que los pega a los tuyos, en una especie de beso retorcido. Tratas de gritar pero te asfixias, incluso después de que despegara su boca de la tuya.

Ah, oyes su gemido, su voz rota por el placer y notas que la sangre se vacía de tu interior al suyo. Sus colmillos están manchados de sangre, de tu sangre, y te obliga a observarlos. Fijas la mirada en ellos, te vas apagando. No es un sueño, no despertarás, no saldrás de esta.

Con un último suspiro, le juras que la amas como nunca has amado a nadie. Eres una mujer inteligente y ella una vampiresa solitaria. Duda por un segundo y luego sale corriendo, dejándote a tu suerte en un mundo en que ya no cabes porque ya no estás viva... pero tampoco muerta.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Sin arrepentimientos

Había dejado de hacer frío. Sin embargo, seguía corriendo viento, aunque ahora era cálido. A lo lejos aún se escuchaba el sonido del agua y, más lejos aún, risas juveniles, probablemente de mujeres. Atardecía. Los ruidos se hacían más intensos en algunos momentos y prácticamente desaparecían en otros, por lo menos esa impresión le daría a alguien que no tuviera un oído con tanta percepción.

Eligió un árbol casi al azar y se sentó debajo de él. La protegía de los débiles y rojizos rayos del sol que aún hacían acto de presencia. Bostezó, mitad cansada y mitad aburrida. Movió los dedos de las manos con nerviosismo, preguntándose cuánto tiempo tendría que esperarla y respondiéndose un instante después que probablemente hasta que el sol se hubiera ocultado por completo y una o dos estrellas aparecieran en su lugar.

Le sudaban las manos conforme la hora del encuentro se acercaba. No era la primera vez ni sería la última que tenía una cita... La recorrió un escalofrío al pensar en la palabra. Se incorporó para estirarse y arreglarse la ropa. Estaba sacudiéndose el short y revisando que a las medias no se les hubiera atorado nada cuando sintió el aroma de la vampiresa. Entonces apareció frente a ella, como si se hubiera materializado sin mayor explicación.

Cristina la observó, parpadeando repetidas veces. Nunca antes había hecho eso y era tan... extraño que la dejaba sin palabras. Fingió que observaba el vestido oscuro, corto y con encajes que llevaba Adela y su cabello recogido. Olfateó el aire para asegurarse de que nadie la había seguido y se tiró sobre ella, como si fuese una presa más.

Adela no se movió. Presa de la costumbre e ignorando por completo su instinto, abrió los brazos para recibir a la mujer lobo con un gran abrazo. Se estrecharon, mezclando sus fragancias, tanto las que emanaba su cuerpo como las artificiales que usaban por vanidad. Luego, sin ponerse de acuerdo, se dieron un torpe beso en los labios, siempre con cuidado de no rozar los dientes ajenos.

— Qué bueno que viniste —soltó Cristina con verdadera emoción que se reflejaba en su voz. Se dio cuenta de su tono, de la felicidad que la llenaba, y se sorprendió. Sonrió, mostrando sin querer los colmillos que tenían un vago parecido a los de una bestia.

— No podía faltar —su tono frío, altanero, inhumano se había borrado. Quedaba sólo una voz tranquila, transparente, ni aguda ni grave—. Tenía ganas de verte —confesó y fingió que no notaba las mejillas rojas de Cristina.

Se volvieron a besar, como adolescentes que recién descubren la calidez del amor. Lo hicieron una y otra vez, hasta que a ambas les llegó el pensamiento de que era demasiado bueno. Con la lógica de un enamorado, alejaron esa idea negativa y siguieron entregándose a los besos, que ahora llevaban una buena dosis de caricias.

Entonces se separaron, se miraron a los ojos (¡qué diferentes eran!) y se juraron que prolongarían el momento el mayor tiempo posible. Esa noche y otras dos mil si eran capaces. Así, cuando el fin llegara, no se arrepentirían de nada.

lunes, 5 de mayo de 2014

En paz

Fue hace mucho tiempo...


Se miraron por casualidad, la una de reojo, la otra descaradamente. Se descuidaron durante un segundo y sus miradas se cruzaron; se quedaron prendadas y luego se desprendieron, agotadas. No sonrieron, ni la más mínima mueca. Se dieron cuenta de que los años habían dejado huellas y de que, lamentablemente, se odiaban.

Y ya no importaba...

Siguieron su camino, sin voltear más de la cuenta, reprochándose en silencio las noches en las que la otra se iba con una mujer a nueva a un hotel, las mañanas en las que nadie hacía el desayuno y las tardes en las que se sentaban a ver el televisor sin recordar que la otra estaba en el mismo sofá. En silencio, lloraron, como si se tratara de una vieja herida.

... pero nunca dejó de doler.

Se dijeron adiós, sin mover la mano, sin gesticular. Voltearon al mismo tiempo sólo para encontrarse de nuevo con esa mirada. Sonrieron, como perdonando los años de mala compañía. Ahora podían estar en paz.

sábado, 3 de mayo de 2014

Lejos de su amada

Se sentía mareada. El piso, las lámparas, los árboles que alcanzaba a distinguir por la ventana... todo se movía en incómodos círculos mal formados. Trató de no darle importancia, de deslizarse por el suelo con pasos inseguros para llegar a la puerta, y luego a la cama, y luego a ella. Se acercó a la puerta, despacio, tanteando el terreno para asegurarse de no encontrar ningún obstáculo. 

Una enfermera pasó, apurada, sin siquiera voltear a verla. Escuchó o creyó escuchar que el reloj de la iglesia que estaba afuera del hospital marcaba las 12 y decidió apresurarse para que la hora de visita rindiera. Otro paso, ahora con un poco más de velocidad. Llegó a la puerta, logró abrirla. Con penoso equilibrio, corrió hacia la cama, hacia la mujer que la esperaba porque ya la había visto. Vio que movía los labios pero no escuchaba. Quiso preocuparse pero sentía la necesidad de besarla, besarla, besarla...

Alcanzó la cama, logró abrazar a la mujer, aún sin escuchar que decía. Notó la expresión de pánico en sus rasgos orientales y sonrió, sonrió como idiota porque al fin estaba en sus brazos. Le dejó de importar el constante mareo y cuando cerró los ojos se desconectó de todo. Ya no se dio cuenta de cómo se la llevaban en una camilla, lejos de su amada, muy lejos.

jueves, 1 de mayo de 2014

Autopista atascada

El sonido se acelera, se debilita, se pierde. Sus labios se juntan, débiles, temerosos. Sus ojos se cierran, despacio. Sus manos sujetan los cabellos de la otra, ansiosas. El coche está detenido bajo un puente, albergando a dos almas que se buscan entre los ruidos de una autopista atascada. Los besos tímidos se vuelven osados y los latidos de sus corazones parecen acompañarse. Poco a poco, conforme se va haciendo de noche, deciden consumar un amor que nunca existirá.