sábado, 18 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 7

7. Injusto

Ese día todo estaba en su contra, o por lo menos de eso trató de convencerse Paulina. Primero se ensució el traje cuando iba al trabajo esa mañana, después de le rompió una uña y tuvo que cortárselas todas y, finalmente, Abigail no aparecía. Se suponía que se verían para comer pero llevaba 20 minutos de retraso. Últimamente estaba tan ausente...

Apartó de su mente el pensamiento que le andaba rondando. Abigail no podía serle infiel. Había demostrarlo quererla todo ese año y medio que llevaban juntas, no había motivo. Pero ¿y si ya se había aburrido? ¿Y si ya no llenaba sus expectativas? ¿Y si el sexo era monótono? ¿Y si, simplemente, había aparecido una mujer que le gustara más? Cabía la posibilidad.

Decidió que tenía más hambre que ganas de esperar y pidió un plato de espaguetis y un refresco dietético. Le mandó un mensaje mientras esperaba que llegara su comida, sólo un “¿por qué tardas tanto?”. Luego miró a las demás personas que charlaban tranquilamente en sus mesas, relajadas y felices. Sintió envidia. Hacía poco su vida era así. Abigail comía con ella todas las tardes, la pasaba a recoger al trabajo y luego se iban al departamento de cualquiera de las dos a ver una película. La vida perfecta.

Su teléfono zumbó. “Perdón, ya casi llego”. La respuesta la irritó. ¿Qué era más importante? Aunque sea pudo haber tenido la decencia de avisarle que iba a tarde o que de plano no iba. Le habría dolido pero por lo menos no estaría como imbécil esperando. Llegó la comida. Era una lástima que se viera tan buena porque se le había ido el hambre del coraje.

Decidió comer porque era lo que se esperaba de ella. Iba a dar el primer bocado cuando la voz de Abigail la sobresaltó. Se dio cuenta, demasiado tarde tal vez, de que no tenía ganas de verla. Cerró los ojos y se frotó las sienes. Definitivamente no quería verla. Sintió el beso en la mejilla y casi pudo visualizar su sonrisa de suficiencia.

— Perdón, mucho tráfico. Y ya sabes cómo se pone Armando cuando quiere que le entregue los sucios papeles. Como si no pudiera hacerlo él...

La dejó hablar. La normalidad de sus palabras la indignó. ¿No podía disculparse de verdad? Debía preguntarle cómo estaba, si ya había comido, preocuparse por la relación.

— Aby, no estoy de humor.

La mirada de Abigail la sorprendió. Mostraba incredulidad y ella sabía que, en el fondo, la había lastimado. Se le puso la cara roja en ese instante y Paulina estuvo a punto de sentirse mal por haber dicho eso.

— Entonces no me invites a comer —declaró. Segundos después se levantó, agarró sus cosas y salió del lugar.


Paulina no se molestó en seguirla. Había sido culpa de Abigail, no suya. Era injusto y ella debía entenderlo. Se empeñó en comer, más para demostrarse que no había pasado nada que por hambre pero la comida le supo amarga. Suspiró. Ya lo arreglarían en la noche. Siempre funcionaba así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario