7. Injusto
Ese día todo estaba en su contra,
o por lo menos de eso trató de convencerse Paulina. Primero se ensució el traje
cuando iba al trabajo esa mañana, después de le rompió una uña y tuvo que
cortárselas todas y, finalmente, Abigail no aparecía. Se suponía que se verían
para comer pero llevaba 20 minutos de retraso. Últimamente estaba tan
ausente...
Apartó de su mente el pensamiento
que le andaba rondando. Abigail no podía serle infiel. Había demostrarlo
quererla todo ese año y medio que llevaban juntas, no había motivo. Pero ¿y si
ya se había aburrido? ¿Y si ya no llenaba sus expectativas? ¿Y si el sexo era
monótono? ¿Y si, simplemente, había aparecido una mujer que le gustara más?
Cabía la posibilidad.
Decidió que tenía más hambre que
ganas de esperar y pidió un plato de espaguetis y un refresco dietético. Le
mandó un mensaje mientras esperaba que llegara su comida, sólo un “¿por qué
tardas tanto?”. Luego miró a las demás personas que charlaban tranquilamente en
sus mesas, relajadas y felices. Sintió envidia. Hacía poco su vida era así.
Abigail comía con ella todas las tardes, la pasaba a recoger al trabajo y luego
se iban al departamento de cualquiera de las dos a ver una película. La vida
perfecta.
Su teléfono zumbó. “Perdón, ya
casi llego”. La respuesta la irritó. ¿Qué era más importante? Aunque sea pudo
haber tenido la decencia de avisarle que iba a tarde o que de plano no iba. Le
habría dolido pero por lo menos no estaría como imbécil esperando. Llegó la
comida. Era una lástima que se viera tan buena porque se le había ido el hambre
del coraje.
Decidió comer porque era lo que
se esperaba de ella. Iba a dar el primer bocado cuando la voz de Abigail la
sobresaltó. Se dio cuenta, demasiado tarde tal vez, de que no tenía ganas de
verla. Cerró los ojos y se frotó las sienes. Definitivamente no quería verla.
Sintió el beso en la mejilla y casi pudo visualizar su sonrisa de suficiencia.
— Perdón, mucho tráfico. Y ya
sabes cómo se pone Armando cuando quiere que le entregue los sucios papeles.
Como si no pudiera hacerlo él...
La dejó hablar. La normalidad de
sus palabras la indignó. ¿No podía disculparse de verdad? Debía preguntarle
cómo estaba, si ya había comido, preocuparse por la relación.
— Aby, no estoy de humor.
La mirada de Abigail la sorprendió.
Mostraba incredulidad y ella sabía que, en el fondo, la había lastimado. Se le
puso la cara roja en ese instante y Paulina estuvo a punto de sentirse mal por
haber dicho eso.
— Entonces no me invites a comer
—declaró. Segundos después se levantó, agarró sus cosas y salió del lugar.
Paulina no se molestó en
seguirla. Había sido culpa de Abigail, no suya. Era injusto y ella debía
entenderlo. Se empeñó en comer, más para demostrarse que no había pasado nada
que por hambre pero la comida le supo amarga. Suspiró. Ya lo arreglarían en la
noche. Siempre funcionaba así.
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