jueves, 16 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 6

6. Recuerdo

“Vamos, piénsalo con calma, respira, habla como persona civilizada”, se recuerda cada vez que tiene la oportunidad. Porque no sería justo que sólo gritara y llorara. Alguien debe tener el poder de relajarse aunque sea un poco y solucionar el conflicto. Intentar solucionarlo.

Se seca las lágrimas, se limpia la nariz con la manga del suéter, inhala y exhala. Entonces se acerca a Paulina, cuyo maquillaje se ha corrido ya de tanto llorar. Tiene los ojos hinchados, la nariz sucia y los labios rojos pero le sigue pareciendo maravillosa, aunque sea una sensación amarga que le causa un profundo dolor en el pecho.

En realidad no sabe cómo pasó. No logra unir los hilos ni los fragmentos de recuerdos para darse una idea de por qué terminaron así: ella, llorosa, rota, dolida y Paulina más llorosa, tal vez más dolida, hecha bolita en un pedacito de cama. No le gusta verla así, por eso quiere solucionar las cosas. Le gusta reír con ella, besarse, hacerse caricias suaves, mirarse con asombro... le gusta estar a su lado y no quiere que se ponga triste.

— Pau, amor... —su voz se escucha ronca y transmite perfectamente el dolor que siente. Por suerte, tampoco recuerda por qué le duele. Piensa que lo descubrirá más tarde, que ya llegará su momento, pero espera que no sea pronto.

Paulina no reacciona. Sigue llorando y susurrando medias palabras. Se ha mordido las manos y se le empiezan a formar moretones. Abigail está segura de que se hizo sangrar en algún momento de la discusión pero no logra precisar dónde está la herida. Luego lo averiguará. Por el momento, cambia de táctica. Se le acerca lentamente, como si no quisiera asustarla, vigilando sus reacciones y midiéndolas.

Las manos de Paulina no se han impulsado para rechazarla, lo que es un punto a favor. Llega ella y la abraza con fuerza. La aprieta porque no quiere dejarla ir. No está dispuesta a que una pelea termine con lo suyo. La ama. Lo hace casi con locura aunque nunca se lo diga. Y tal vez sería el momento, pero Paulina no la está escuchando y sería como regalarle las palabras al viento.

— Perdóname —no sabe a ciencia cierta por qué se disculpa pero tiene la certeza de que es lo correcto. Pasó algo. Ella causó algo. Es su deber disculparse.

Paulina se desenrosca un poco. Se está mordiendo el labio. Parpadea varias veces y las lágrimas escurren con mayor facilidad.

— De verdad. No quise... —no puede completar la oración. Lo ha recordado. Lo ha recordado y le ha dolido—. No fue mi intención decirte esas... cosas horribles. Te quiero. Estaba enojada. Sé que no es excusa, no fue correcto, pero odio verte así y me odio por provocarlo.

Paulina asiente. No ha dejado de llorar pero por lo menos ha escuchado sus palabras. La abraza con más fuerza, esta vez de frente. Le da besos en el rostro y sobre el cabello. La quiere tanto... que de verdad se odia por hacerle daño. Se jura que no volverá a pasar. Controlará sus impulsos de decir lo primero que le pasa por la cabeza.

— Perdóname también —la voz de Paulina está rota y se sigue haciendo pedacitos en conforme la usa.

Le dan ganas de decirle que lo mejor es que guarde silencio, que todo está bien así, pero en lugar de eso la besa en la boca. El sabor ahora es diferente y ha pasado de dulce a salado, a lágrimas y a acumulación de tristeza. También tiene un dejo metálico que, nota, viene de la sangre que se sacó del labio.

— Está bien. Vamos a estar bien, ¿sí?

Vuelve a asentir. Ha disminuido la cantidad de lágrimas y eso la hace sentir un poquito menos mal. Hace que Paulina se recueste y se acomoda a su lado. Quisiera quedarse así por siempre sin pensar en nada más. Empieza a llorar de nuevo y Paulina, su Paulina, le empieza a acariciar la espalda. Sonríe. Está triste, ambas están tristes, pero pueden seguir adelante. Sólo les quedará un horrible recuerdo.

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