6. Recuerdo
“Vamos, piénsalo con calma,
respira, habla como persona civilizada”, se recuerda cada vez que tiene la
oportunidad. Porque no sería justo que sólo gritara y llorara. Alguien debe
tener el poder de relajarse aunque sea un poco y solucionar el conflicto.
Intentar solucionarlo.
Se seca las lágrimas, se limpia
la nariz con la manga del suéter, inhala y exhala. Entonces se acerca a
Paulina, cuyo maquillaje se ha corrido ya de tanto llorar. Tiene los ojos
hinchados, la nariz sucia y los labios rojos pero le sigue pareciendo
maravillosa, aunque sea una sensación amarga que le causa un profundo dolor en
el pecho.
En realidad no sabe cómo pasó. No
logra unir los hilos ni los fragmentos de recuerdos para darse una idea de por
qué terminaron así: ella, llorosa, rota, dolida y Paulina más llorosa, tal vez
más dolida, hecha bolita en un pedacito de cama. No le gusta verla así, por eso
quiere solucionar las cosas. Le gusta reír con ella, besarse, hacerse caricias
suaves, mirarse con asombro... le gusta estar a su lado y no quiere que se
ponga triste.
— Pau, amor... —su voz se escucha
ronca y transmite perfectamente el dolor que siente. Por suerte, tampoco
recuerda por qué le duele. Piensa que lo descubrirá más tarde, que ya llegará
su momento, pero espera que no sea pronto.
Paulina no reacciona. Sigue
llorando y susurrando medias palabras. Se ha mordido las manos y se le empiezan
a formar moretones. Abigail está segura de que se hizo sangrar en algún momento
de la discusión pero no logra precisar dónde está la herida. Luego lo
averiguará. Por el momento, cambia de táctica. Se le acerca lentamente, como si
no quisiera asustarla, vigilando sus reacciones y midiéndolas.
Las manos de Paulina no se han
impulsado para rechazarla, lo que es un punto a favor. Llega ella y la abraza
con fuerza. La aprieta porque no quiere dejarla ir. No está dispuesta a que una
pelea termine con lo suyo. La ama. Lo hace casi con locura aunque nunca se lo
diga. Y tal vez sería el momento, pero Paulina no la está escuchando y sería como
regalarle las palabras al viento.
— Perdóname —no sabe a ciencia
cierta por qué se disculpa pero tiene la certeza de que es lo correcto. Pasó
algo. Ella causó algo. Es su deber disculparse.
Paulina se desenrosca un poco. Se
está mordiendo el labio. Parpadea varias veces y las lágrimas escurren con
mayor facilidad.
— De verdad. No quise... —no
puede completar la oración. Lo ha recordado. Lo ha recordado y le ha dolido—.
No fue mi intención decirte esas... cosas horribles. Te quiero. Estaba enojada.
Sé que no es excusa, no fue correcto, pero odio verte así y me odio por
provocarlo.
Paulina asiente. No ha dejado de
llorar pero por lo menos ha escuchado sus palabras. La abraza con más fuerza,
esta vez de frente. Le da besos en el rostro y sobre el cabello. La quiere
tanto... que de verdad se odia por hacerle daño. Se jura que no volverá a
pasar. Controlará sus impulsos de decir lo primero que le pasa por la cabeza.
— Perdóname también —la voz de
Paulina está rota y se sigue haciendo pedacitos en conforme la usa.
Le dan ganas de decirle que lo
mejor es que guarde silencio, que todo está bien así, pero en lugar de eso la
besa en la boca. El sabor ahora es diferente y ha pasado de dulce a salado, a
lágrimas y a acumulación de tristeza. También tiene un dejo metálico que, nota,
viene de la sangre que se sacó del labio.
— Está bien. Vamos a estar bien,
¿sí?
Vuelve a asentir. Ha disminuido
la cantidad de lágrimas y eso la hace sentir un poquito menos mal. Hace que
Paulina se recueste y se acomoda a su lado. Quisiera quedarse así por siempre
sin pensar en nada más. Empieza a llorar de nuevo y Paulina, su Paulina, le
empieza a acariciar la espalda. Sonríe. Está triste, ambas están tristes, pero
pueden seguir adelante. Sólo les quedará un horrible recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario