domingo, 30 de marzo de 2014

La pérdida del amor (A)

Perspectiva A


No dijo nada, no dije nada, no dijimos nada. Calladas, cansadas. Una parte de nuestra relación acababa de morir, aunque yo estaba segura de que todo se había terminado. No tuve el valor de alzar la mirada, ni de tratar de convencerla de que aquello no había ocurrido. No, era real, tanto que podíamos sentirlo como una línea divisoria, como un ente sólido que se interponía entre nosotras.

Ella trató de hablar, pero empezó a llorar. Desconsolada. Me dolía. Sin embargo, no era su sufrimiento ni su dolor lo que me lastimaba, sino el hecho de que ya no me importara. Quise hacer algo, aunque fuese tomarle la mano... y no pude. Era cierto. Ya no la amaba, y eso dolía más que todo lo que estaba pasando.

— No fue justo —dijo por fin, reuniendo toda su fuerza, tratando de calmarse.

— No lo fue —estaba de acuerdo. Si ya no sentía nada por ella debí habérselo dicho en lugar de ir a aquel bar a buscar con quién acostarme esa noche. Fue una sola noche, unas horas apretadas durante las cuales compartí la cama con otra mujer. La cama y las palabras, porque le conté que no quería a mi novia.

Nunca pretendí salir con otra persona. Lo único que quise fue asegurarme de que esa relación ya no tenía remedio. No era sólo que peleáramos por todo, ni que me fastidiara un poco estar con ella, ni que prefiriera quedarme tarde en el trabajo... era también que ni siquiera la deseaba sexualmente. Por eso fui, para ver si el problema era mío. Pero en ese instante no era buena idea contárselo. Esperé, triste por la pérdida de un amor que en su momento consideré eterno, que volviera a hablar. No lo hizo.

— No puedo pedirte perdón. Lo hice, me acosté con ella. Pero ese no es el problema —empecé, dispuesta a asestar la puñalada lo más rápido que fuese posible.

La miré y ella alzó el rostro con suavidad, de esa forma que me gustó la primera vez que la vi en el transporte público.

— ¿Cuál es el problema? —su voz se había vuelto inexpresiva y apretaba con la mano izquierda un pañuelo desechable que hacía poco había usado para secarse las lágrimas.

— Ya no te amo. Lo siento mucho. No sé qué pasó, no sé cuándo ni cómo, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Ni siquiera me interesa remediarlo.

Sé que mis palabras le dolieron, porque las lágrimas volvieron a escurrir de sus ojos. Pero ya había tomado una decisión y no me iba a quedar con ella... aunque me necesitara. Habíamos dicho que lo nuestro no se iba a convertir en una relación enfermiza y estaba dispuesta a cumplir esa especie de promesa.

— Entonces vete —susurró. Estoy segura de que también recordó lo de la relación enfermiza.

— Sí, es lo mejor. Cuídate y gracias por estos años.

Me levanté, tomé mi bolso y salí de la pequeña habitación a oscuras, de ese departamento que le pertenecía, del edificio entero y, conforme me alejaba, de su vida. No soportaba el dolor en el pecho, las ganas de llorar, el sabor amargo en la boca y, sobre todo, la pérdida del amor.

viernes, 28 de marzo de 2014

Zapatos feos

— Toma asiento —murmuró. Su voz era suave y melodiosa, como fabricada a conciencia.

Rosa asintió y se sentó sin hacer el menor ruido. Luego analizó la habitación: blanca, con figuras abstractas por todas partes y un librero digno de envidia lleno de enciclopedias.

— ¿Quieres algo de beber?

Rosa la observó de arriba a abajo, desde la melena castaña alborotada hasta los zapatos puntiagudos que le parecían de muy mal gusto.

— Mhn —le había dado por responder con monosílabos o con gestos, en parte porque era una mujer silenciosa y en parte porque estaba completa y brutalmente apenada.

— Ni siquiera sé si eso es un sí o un no —respondió la otra riendo, resplandeciente.

— E-es un sí —habló por fin. En un abrir y cerrar de ojos, su anfitriona salió y regresó con dos vasos de un líquido color ámbar.

— Toma —obediente, Rosa agarró el vaso que le ofrecía y bebió un poco. El contenido era dulce y agradable al paladar.

Sin que notara el momento exacto, la mujer de los zapatos feos se sentó en una silla justo  su lado. Rosa se sonrojó, fingió que no estaba nerviosa y entrechocó sus botas de tacón alto.

— Está buena —señaló alzando el vaso. Su anfitriona rió con sorna. Rosa sólo fue capaz de enrojecer más y enfocar la mirada en el piso.

Su mirada se topó con esos zapatos puntiagudos muy cerca de sus botas...

— ¿Q-qué...? —antes de poder dudar sobre cualquier cosa, se encontró correspondiendo al beso más dulce que le habían dado.

— Espero que ahora hables más —comentó la mujer como si en realidad el beso no fuera algo relevante. Luego le sonrió y la volvió a besar.

Rosa sólo puso quedar absorta y desear que ese momento nunca terminara.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Mucho tiempo

— No te vayas —no se le ocurrió decir nada más. Su voz salió cortada, segmentada, transmitía lo ¿destrozada? que se sentía. En el fondo, muy dentro, sabía que era lo "mejor". Separarse. Dejarse de ver. Abandonarse para siempre. Pero para siempre es mucho tiempo.

— No puedo —le respondió la mujer.

Y ella supo que era lo mejor, que era lo correcto, que no debía seguir rogando. ¡Era tan patética! Por eso se cubrió las orejas con las manos, cerró los ojos y los apretó muy fuerte, y dejo que se fuera. Escuchó el sonido de sus tacones bajando las escaleras, la puerta de la entrada principal que se cerraba y luego nada.


La manecilla del reloj seguía su curso y se repitió que para siempre en realidad no podía durar tanto.

lunes, 24 de marzo de 2014

Cadenas

Nos unen más que sueños, nos unen cadenas de pesados remordimientos. Recuerdos. Tu mano deslizándose por mi cintura, recorriendo las curvas prominentes de mi anatomía para instalarse, por fin, en el centro. Y reposar. Flotar en el inmenso espacio del placer corporal.

Pero ahí siguen las cadenas. No se van, no se borran. Se estancan. Nos arrancan lágrimas amargas que no queremos dejar caer. Y cuando nos miramos, atrapadas, fingimos la sonrisa más grande del universo. Me besas. Las sonrisas se vuelven verdaderas. Me tomas. Y la dicha nos llena de nuevo.

Sé que algún día nos resignaremos. No podemos escapar. Tu lugar está con tu esposo, el mío con mis hijos. Pero mientras nuestros encuentros al atardecer sigan acariciando mis dedos, yo... viviré con la esperanza de que las cadenas desaparezcan.

sábado, 22 de marzo de 2014

Posición estratégica

Recogió una piedra pequeña, redonda y ligeramente amarilla. Apuntó y la tiro. Casi en el blanco. Recogió otra y esa vez sí funcionó. La piedra, más grande en esta ocasión, pegó en el vidrio. La ventana se abrió y por ella asomó el rostro de Magdalena. Llevaba los ojos pintados de un azul estridente y los labios de un rojo que prácticamente iluminaba la calle.

Desde su posición estratégica, cruzó los dedos para que su novia no se lastimara al salir desde ese primer piso. Ágil como gato, Magdalena saltó sin que le importara que la cortísima falda brillante dejara ver su ropa interior. Ella se sonrojó y trató de desviar la vista pero no fue capaz. De un momento a otro, se encontraron de frente.

Magdalena le dio un beso a la otra, un beso largo y profundo. Aunque sus padres no quisieran que se vieran, ni que se besaran, ni que se amaran, eso era lo de menos. Aún podían seguir saliendo a escondidas porque tenían la certidumbre de que harían lo que fuera por la otra.

Se tomaron de la mano, dichosas, y se dirigieron al antro que visitaban cada fin de semana. Otra noche fuera, otro regaño, otra amenaza de separarlas para siempre. Pero esa noche no hubo necesidad de amenaza porque cuando regresó del baño, vio a Magdalena besándose con un joven alto. Escuchó el ruido sordo que hizo su corazón al romperse, una especie de crack mal intencionado. Y decidió no quedarse a ver cómo terminaba ese drama.

Cuando llegó a su casa, entró por la puerta principal. Sus padres la estaban esperando y ella, con lágrimas borrando el maquillaje que se interponía en su camino, les dijo que no tenían de qué preocuparse. Se encerró en su cuarto, dispuesta a no volver a enamorarse de una mujer, llorando como si se le hubiese ido la vida.

jueves, 20 de marzo de 2014

Tiempos espantosos

Advertencia: Ligeramente basado en Danza de dragones (quinto libro de Canción de hielo y fuego). No se recomienda leer este fic a menos que se tenga conocimiento de los acontecimientos de dicho libro.


“Su única amiga sincera”, pensó en medio de los delirios que la acompañaban cada momento de esa existencia. Las septas, las piadosas septas, seguían sin dejarla dormir. No sabía ya cuánto tiempo había pasado ahí, confinada, torturada, pero cada vez se desesperaba más, sentía que nadie la sacaría de ese lugar. Hasta se le había ocurrido olvidar sus intentos de dormir porque siempre terminaba en lo mismo. Si ella estuviera ahí...

Pensó, por décima vez en esa hora, en Taena Merryweather, a quien su cobarde esposo se había llevado a Granmesa. Cersei había tenido la esperanza de que esos tiempos espantosos se fueran con su reinado, que Taena pudiera llevar a su hijo a la corte para que conviviera con Tommen, a quien le hacía falta, y que sus juegos nocturnos permanecieran sin alteraciones.

¡Qué equivocada! Si no fuese una leona, no habría dudado en… ¿qué? ¿Llorar? Tal vez. Extrañó la piel oscura de su amiga, sus pechos abundantes y esa facilidad que tenía para complacerla. Pronto se dio cuenta de que ese deseo de poseerla no se limitaba a la sensación de poder que le daba, sino a algo menos lógico y más elemental: una atracción física.

El pensamiento se volcó rápidamente en su hijo, en el reino, en todo lo que la estaba esperando afuera de ese pequeño mundo que la ahogaba. Y de nuevo regresó a Taena. Porque no era sólo Tommen, ni el reino, ni el odioso Gorrión Supremo, ni Jaime que no aparecía, ni su impotencia por haber nacido mujer y no disponer de una espada, ni Osney Kettleblack que había cedido al látigo y había confesado... Era incluso más que el conjunto de esas cosas.

Y, en el centro de todo, la mujer de Myr. Tomó una decisión y cuando la septa Unella llegó a despertarla, ella ya estaba de rodillas lista para confesar sus pecados.

martes, 18 de marzo de 2014

Dolor profundo

Sentía el dolor muy adentro. Incapaz de aunque sea localizar qué le dolía, cerró los ojos. Sabía que la sangre que salía de su cuerpo como un río había ya formado un charco bajo ella y supo que iba a morir. Sólo deseaba que fuera menos... doloroso. La recorrió un escalofrío y después tuvo una convulsión. "Las convulsiones de la muerte", se dijo. 

Poco a poco, iba perdiendo la consciencia. Abrió los ojos poquito, lo suficiente para notar lo borroso y distorsionado que le parecía todo. Ni siquiera supo distinguir qué había a su alrededor y, a esas alturas, ya no lo recordaba. Creyó ver una sombra deslizarse por su lado izquierdo, algo demasiado rápido para no ser más que una ilusión.

Y entonces, cuando creyó que nada podía empeorar, los labios de alguien se posaron sobre los suyos. Abrió los ojos pero no fue capaz de ver nada. Sintió que el dolor profundo y de ubicación desconocida desaparecía para dar paso a un dolor breve, fugaz, en la muñeca.

Horas después, cuando recuperó una parte de su vida, se encontró con quien la había salvado: una mujer alta, pálida y, muy a su manera, bella. Sus ojos enormes y con las pupilas dilatadas la observaban sin tregua. 

— No preguntes por qué, pero me he enamorado de ti fue lo primero que le escuchó decir.

Y no tuvo necesidad de saber más. A partir de ese momento, gozaría de una existencia inmortal.

domingo, 16 de marzo de 2014

Ojos claros

Edith era su amiga, pero no su mejor amiga, de lo contrario jamás se le habría ocurrido pedirle que saliera con ella... Y tal vez tampoco se habría enamorado de ella. Podría haberse evitado muchos asuntos dolorosos.

— Ya no quiero andar contigo anunció esa mañana.

Y ella lo lamentó profundamente, porque Edith era como una diosa. Incluso era rubia y tenía un par de ojos claros que le robaban el aliento. Pero ese día, a pesar de todo el dolor que sentía, también sintió alivio. Alivio porque nunca más tendría que gastar su dinero en caprichos de su amiga, porque no estaría condicionada por su estado de ánimo para salir, porque podría enamorarse de otra persona.

Edith ya no era su amiga. Y como no podía hacer nada más, se dedicó a sonreír.

viernes, 14 de marzo de 2014

La fotografía

Tenía las manos arrugadas, marchitas, llenas de manchas cafés que no había notado hasta ese momento. ¿Cuándo habían aparecido? En realidad no tenía respuesta alguna. Suspiró, notando que entraba menos aire en sus pulmones y que le daban ganas de toser al exhalar. Se levantó de la mecedora con dificultad, cansada, con más dolores que ganas de vivir. Se dirigió al espejo y no pudo reprimir una risita histérica. ¿Cuándo se había vuelto tan vieja? Desde el otro lado del espejo la contemplaba una anciana con unos chinos blancos en la cabeza y profundas arrugas marcadas en el rostro.

"El paso de los años tiene sus consecuencias", se dijo, aún sin poder dejar de mirarse, como si llevara siglos sin verse a un espejo. Y en realidad así había sido. Pero estaba cansada, más decepcionada de la vida que antes y con el corazón igual de roto. Con el paso lento de la anciana que era, caminó hacia la gigantesca vitrina de cedro que tenía platos de colores diversos, figuritas de aves talladas en piedras cuyo nombre había olvidado y fotografías, muchas fotografías rodeadas por marcas antiguos.

Las llaves estaban pegadas a la cerradura de una de las puertas, así que sólo fue cuestión de girarla. El movimiento le provocó dolor en los dedos y recordó, oportunamente, que también tenía artritis. Prefirió evitarse la pena de contemplar sus manos otrora delicadas y bellas. Olvidó el dolor a fuerza de golpes mentales, despertando el dolor que le inundaba el corazón. Entonces fue capaz de alargar la mano para tomar la fotografía más amarilla pero aún visible; en ella se veía a dos mujeres jóvenes, una más alta que otra, abrazadas, sonrientes... felices.

Las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. No quiso pensar en el nombre de la mujer que la había abandonado muchos, de verdad muchos, años atrás. Tampoco alzó la mirada al cielo ni preguntó por qué. Ya mucho se había atormentado y estaba muy cansada. Con el mismo paso lento, pesado, regresó a la mecedora. Llevaba la fotografía en una mano y con la otra trataba de ahuyentar penas pasadas. Se sentó, aliviada de sentir el contacto del marco contra su pecho. De pronto, empezó a ver las cosas aún más borrosas... Sonrió, diciéndose que la hora había llegado.

Abrazó la fotografía con fuerza y se preparó para morir, aún arrepentida por haber manejado en estado de ebriedad aquella noche y haber mandado a la tumba al amor de su vida. "Espérame", tuvo tiempo de pensar antes de que todo se volviera negro.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Tinta

"Haz que mi sangre sea tinta, una tinta espesa para escribir y una pintura para tus dibujos".

Tomó la navaja y se la clavó en el muslo derecho. Se quedó un segundo contemplando la escena, sintiendo el metal en su carne. Entonces comenzó a mover el instrumento, con torpeza, lentamente, notando cómo sus trazos eran cada vez más fluidos. Durante unos instantes fue incapaz de ver su obra de arte pues la sangre ocupaba con velocidad los espacios heridos.

Por fin, después de minutos que le parecieron horas, sacó la navaja. Tuvo tiempo de observar que estaba llena de sangre, incluso la parte superior que no recordaba haber tocado. Siguió los caminos que el líquido rojizo formaba en su piel, volteó hacia el suelo, vio el charco que se estaba formando... Sonrió, complacida. Se detuvo a apreciar el dolor y luego el entumecimiento. Se sintió idiota y el pánico hizo su primer ataque. Pero no cedió.

Entonces sacó el teléfono celular, encontró los números favoritos y eligió uno. La voz de mujer que respondió parecía sorprendida, atemorizada incluso. Rápido, como si su vida dependiera de eso, le pidió que no colgara. La otra obedeció, con reticencia, poco convencida. Y ella empezó a hablar y hablar, a contarle cosas que ni siquiera había planeado sobre aquellos gatitos que alguna vez adoptó y sobre las papas con carne que su madre preparaba.

— Ven a verme. Ésta de verdad será la última vez pidió con esa voz dulce que le surgía cuando hablaba por teléfono.

Y colgó. Murmuró una plegaria, sonrió, lloró y lamentó estar perdiendo sensibilidad en la pierna. El pánico apareció de nuevo y se apagó tan rápido como llegó. Esperó segundos, esperó minutos y esperó horas... Para cuando se dio cuenta de que ella jamás llegaría, ya había anochecido. Se armó de valor, se levantó y comenzó a limpiar el desastre.

— Alguien tiene que hacerlo se dijo en voz baja, intentado no llorar por haber perdido para siempre a la única mujer que amaba.

lunes, 10 de marzo de 2014

Arrepentirse

No me importa estar sola, lo que me importa es estar tan a la deriva sin ella, no ser suya y que me duela; eso sí importa.

Por primera vez, dejé que me abandonara, que simplemente se diera la vuelta y se marchara, llevándose su presencia reconfortante.

Noté los detalles de su beso pero ignoré sus palabras, y alcancé a verla entre la multitud, alejándose. Nunca la volví a ver. Me quedé sentada en el mismo lugar sin el valor de llorar. No la llamé ni le mandé ningún mensaje y, justo como supe que pasaría, ella tampoco lo hizo.

Y no sé si en realidad me arrepiento.

sábado, 8 de marzo de 2014

Presentimiento

Cuando te vuelva a ver...

Oh, no, no te volveré a ver. Tú estás de un lado y yo del otro. ¿Cómo me vengaré entonces? ¿Cómo te reprocharé el haberme abandonado por el hombre que era tu mejor amigo? ¿Cómo sabré si sufriste cuando morí? Aquí no hay nadie, ni nada, sólo me quedan tus recuerdos. ¿Sabes qué es lo peor? Son recuerdos dolorosos.

Pienso una y otra vez en esas mañanas cálidas en las que me decías "te amo", y en esas noches con estrellas en las que me hacías el amor. Todo era perfecto hasta ese momento. Luego lo conociste. Al principio, sólo me contabas que habían ido a comer juntos en el descanso del trabajo o que caminaban juntos hacia el metro. Después empezaste a usar los sábados para verlo e incluso veías con él películas que, se suponía, verías conmigo.

Pero seguías diciéndome que me amabas. Y los domingos, cuando llegábamos a mi departamento después de salir a un parque, me tirabas en la cama y me tomabas. Debí notar que después no querías que te tocara, que sólo me hacías una caricia ocasional y ya ni siquiera te excitaba verme desnuda. Ahí ya no me parecía tan normal. Le mandabas mensaje en el celular cuando estabas conmigo, salías más con él y sonreías de esa manera especial.

Fue cuando empecé a preocuparme, a sentir que te estaba robando. Por eso te dije que si ya no me amabas me lo dijeras, que me podías dejar sin sentir culpa, sin que pasara nada. ¿Y sabes qué? Me dolió que lo hicieras. Apenas un día después anunciaste que te ibas con él, que haber estado conmigo había sido una pérdida de tiempo. "Nunca te amé, lo siento". Fueron tus palabras las que dolieron, dolieron mucho más que el abandono.

Una semana después, tuviste el descaro de enviarme una invitación a  tu boda y me enteré de que estabas embarazada. Entonces supe que no sólo me habías dejado sino que también me habías engañado. Embarazada. Es una palabra difícil, ¿sabes? No, tú qué vas a saber, si para ti sólo fue irte con él. Por eso me suicidé, por eso sufro ahora en la eterna oscuridad. Lo peor es que tengo el presentimiento de que ni siquiera lloraste por mí.

jueves, 6 de marzo de 2014

Cuenta saldada

Aquella vez me cerraste la puerta en la cara. Ni siquiera me diste tiempo de disculparme. En realidad, nunca me diste tiempo de nada. Por eso me quedé allí, junto a tu puerta, esperando. Algún día tendrías que salir y entonces podríamos hablar. Aunque no me perdonaras, sólo quería hablar, te juro que eso era lo único...

Ahora me pregunto si el error fue tuyo o fue mío. Tuyo por engañarme, mío por no dejarte. Y cuando me dejaste por esa otra mujer, tampoco supe si el error era mío. Tal vez no te complací lo suficiente, o te aburrí con mi apática insistencia. Lo creas o no, te amaba, y te seguí amando mucho tiempo después de que todo acabara.

Así es como he llegado aquí, a estas cuatro paredes que cada vez me parecen más pequeñas. Y en lugar de hacer la llamada que me corresponde por derecho, escribo en este pedazo de papel mi declaración. ¿Te maté? Es posible. No lo recuerdo bien. Sólo sé que me cerraste la puerta en la cara, y que lloré, y que me quedé junto a tu puerta porque lo único que quería era hablar contigo, que me explicaras lo que había hecho mal.

Entonces saliste, me viste, te asustaste. No te dejé cerrar la puerta, e imploré, llorando, que conversáramos. No sé por qué lo hice... no lo sé. ¿Te empuje, te di un golpe, qué pasó? Sólo te vi en el piso, sangrando. Ahí fue cuando ya no pude llorar y me di cuenta, sin quererlo en realidad, de que la cuenta ya estaba saldada.

martes, 4 de marzo de 2014

Sabor a lluvia

Nos miramos, nos tomamos de la mano y caminamos. Te detienes, me rodeas la cintura y me besas. Está lloviendo, y las miles de gotitas nos cubren en una décima de segundo que para los demás podría ser un minuto o una hora. No distingo el tiempo, no existe. En este mundo, este pequeño espacio que se difumina entre mis manos, estamos sólo tú y yo.

Me vuelves a besar y esta vez siento el agua en la boca. Sabe a lluvia, a buenos recuerdos, a tu cuerpo en ropa interior y el mío desnudo. Abro los ojos, sorprendida por tanta felicidad. ¿Cómo es posible que algo así exista? Se me ensancha el corazón, se llena de tu fragancia, de tus manos a las 3 de la tarde librándome del calor.

Te sonrío. Muevo los labios para preguntarte si te gusta pero las palabras no salen. No importa. Sé que, aunque nunca hablemos de esas cosas, disfrutas todo esto tanto como yo. Me gustaría que esto no terminara nunca.

domingo, 2 de marzo de 2014

Sexo casual: VI

Quería que la amara, que la estrechara en un abrazo que no terminara jamás. Pero su relación en público era la misma. A veces, cuando Elena estaba de buenas, le tomaba la mano o le daba abrazos rápidos de "mejores amigas". En otras ocasiones, cuando no estaba tan de buenas, le contaba con lujo de detalles sus relaciones carnales o sentimentales, que solían durar un par de días. En esos momentos tenía la sensación de que Elena sólo buscaba lastimarla.

Y lo lograba. Poco a poco, su corazón se comprimía y se sumía en un eterno dolor que no le daba tregua. Cada palabra que salía de la boca de Elena, aunque fuese linda, le transmitía sentimientos negativos, como si sólo fuera la muñeca que usaba para desahogarse. ¿O acaso buscaba ahuyentarla? ¿La quería alejar? Las dudas también la carcomían, y se sentía tan perdida y confundida que no dormía bien, no hacía bien las tareas y estaba cerca de perder el semestre.

— Ven, quiero tenerte ahorita dijo su amiga con tono autoritario y rostro pétreo. Estaba segura de que querría hacerla gritar de dolor mientras la penetraba.

La jaló por la manga de la playera y la llevó al hotel que solían frecuentar: un nido oscuro y con colchones a los que se les salían los resortes. Una vez, se había clavado un resorte salido y se había hecho sangrar. Elena pidió la habitación, pagó y la arrastró por las escaleras, todo con una desesperación que la habría hecho sentir mejor de haber sabido que se trataba de una pasión romántica.

— Desnúdate ordenó. Cerca del colapso, con las lágrimas a punto de derramarse, se quitó la playera. Se desabrochó el sostén, dejando caer sus senos de talla C. Procedió a desabrocharse el pantalón pero, antes de poder bajárselo, sintió el golpe que Elena le dio el la mejilla.

"Es sólo una bofetada", se dijo, intentando no ponerse a llorar con verdadero pesar. "Es una bofetada porque me estoy tardando mucho". No se tocó la mejilla, tampoco enfocó la vista, mejor se apresuró y se bajó el pantalón. En la misma acción, se deshizo también de los poco estéticos calzones que llevaba puestos. Y quedó desnuda. Desnuda, con frío, miedo y mucho dolor acumulado...

— Me aburres, Dalia sentenció. Siempre es lo mismo contigo.

Entonces ya no pudo seguir reprimiendo el llanto. Las lágrimas comenzaron a salir, una tras otra, lágrimas gigantes cayendo al suelo de mosaicos sucios. Trató de mirarse los pies descalzos y no fue capaz siquiera de precisar a qué hora se había quitado los zapatos.

— Cállate, me exasperas se oía relativamente calmada, incapaz de dañarla más. Calla, anda...

Esa vez, vio el golpe venir, pero no se movió. La mano de su amiga le impacto la otra mejilla, ensuciándose de lágrimas.

— D-dije que... no te dejaría nunca... y yo... me equivoqué los hipidos apenas la dejaban hablar, pero no le importó. De seguro se veía patética, aunque más patético había sido buscar amor en algo que para Elena sólo era sexo casual.

Se vistió como pudo, lo más rápido que le fue posible.

— Adiós, Elena.

Vio la mano de su amigo acercándose, mas nunca supo si la trataba de detener o de golpear. Salió corriendo, repitiéndose mentalmente que nunca más la volvería a ver.



Fin