Hacía ya veinte minutos que
esperaba a Cristina. Se levantó de la banca con la sensación de que no debía
baja la guardia. Respiró profundo, sacó una liga del bolsillo del pantalón y se
recogió el pelo en una cola de caballo. Luego se tomó un momento para observar
el paisaje con calma, como si sólo estuviera echando un vistazo casual a los
alrededores. Nada parecía haber cambiado. O casi nada. Sintió que algo era diferente, extraño, abrumador.
Unos ojos verdes la vigilaban a lo lejos y empezaban a provocarle... miedo.
Sacudió la cabeza. Intentó
adoptar la postura confiada y elegante que había perfeccionado con el paso de
los años. También trató de no pensar en por qué Cristina no había llegado. Se
enfocó en los ojos verdes, retándolos a acercarse. Entonces hubo otro cambio en
la atmósfera, algo que un humano no habría captado. Se dio la vuelta en el
momento preciso en que un perro gigantesco se abalanzada sobre ella. No, un
perro no, un lobo.
Miró hacia todas partes, tratando
de averiguar por qué no se había dado cuenta antes. Ojos verdes la acechaban
por todas partes. No se permitió ahogarse en el pánico de estar sola entre
tantos licántropos ni de que faltaran pocas horas para el amanecer. No sería la
primera vez que no alcanzaba a llegar a su refugio y esperaba que no fuera la
última. Contuvo un grito agudo y asustado cuando uno de los licántropos fue lo
suficientemente rápido como para arañarle la pierna.
En lugar de dejar que el dolor se
abriera paso, dejó que la ira fluyera. No había manera de que un licántropo
pudiera vencer a una vampiresa de tantos años y se aferraría a esa idea para
evitar cometer errores durante la posible confrontación. Sonrió mientras
adoptaba una postura defensiva y ofensiva a la vez, colocando un brazo frente a
su rostro y dejando el otro libre para atacar. Agradeció infinitamente que esa
noche se le hubiera ocurrido usar un pantalón y una blusa ajustada en lugar del
vestido que solía llevar a todas partes.
Un latigazo de dolor interrumpió
su alivio y la sonrisa que había esbozado se deformó. Percibió el olor de la
sangre pero fue incapaz de determinar de dónde provenía. La herida de la pierna
no era lo suficientemente profunda como para sangrar y no sentía... Se maldijo
por descuidar a sus enemigos. Frente a ella estaba un licántropo en su forma
humana y notó que detrás había otro. Los demás ojos verdes seguían flotando a
cierta distancia, ocultándose en los árboles que rodeaban el espacio
rudimentariamente pavimentado en el que se encontraba.
Volteó para enfrentar al otro
licántropo. También tenía su forma humana y sostenía una espada brillante en
una mano. Se dio cuenta entonces de que la sangre salía de su espalda y fue
plenamente consciente del dolor.
— Me atacaste por la espalda
—declaró como si los ojos que observaban la escena no se hubieran dado cuenta.
Notó la sorpresa en su voz. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez
que alguien la había atacado a traición y en aquella lejana ocasión no se había
tratado de un licántropo, había sido un humano.
Sin bajar la espada, el
licántropo rió. Fue una risa agresiva, hecha para irritar o intimidar, sin
rastro de diversión. Mostró los colmillos durante una milésima de segundo pero
para ella había sido suficiente: estaba ahí para matarla. Se enfocó en su
objetivo sin perder la noción de dónde se encontraba el otro licántropo y sin
descuidar los ojos escondidos que parecían multiplicarse conforme pasaban los
minutos.
— ¿Dónde está Cristina? —a sus
oídos, la pregunta salió ahogada, pero estaba segura de que para sus enemigos había
sido firme, incluso amenazante.
Empezó a especular mucho antes de
que la respuesta llegara. Ellos sabían que se veía en ese lugar con Cristina.
¿Desde hace cuánto? ¿Sabían que ellas eran amantes? ¿Habían tomado represalias
contra Cristina por verse con una vampiresa? Recordó la primera vez que había
visto a la loba. Le había advertido que se fuera porque sus compañeros iban a
llegar y no eran como ella. La frase le hizo entender que querrían matarla en
cuanto la vieran debido a la larga historia de rivalidades entre los
licántropos y los vampiros. Pero esa vez no le importó y se había ganado una
herida bastante profunda en el estómago (provocada por Cristina, desde luego,
estaba dispuesta a protegerla).
— No está —respondió.
Eso era todo. Una frase que se
podía interpretar de mil maneras y que su mente aterrada prefería interpretar
de las peores. No lo pensó, bajó la mano que se tenía que encargar de
protegerle el rostro y corrió hacia él. Ignoró que tenía una espada que parecía
causarle más daño y más dolor que las armas tradicionales y la apartó con la
mano cuando el licántropo la usó para hacerle frente. Llegó hasta él y le
hundió el puño en la cara.
El licántropo cayó, soltando la
espada. Alargó la mano para tomarla pero una sombra negra se le adelantó. Otro
lobo. No sabía en qué momento se habían vuelto tan rápidos y no tenía mucho
tiempo para especular al respecto. Maldijo, poniendo toda su energía en
alejarse del nuevo enemigo. El licántropo que había recibido el golpe ya se
había puesto de pie y le salía sangre de la parte inferior del rostro. Una
pequeña victoria.
Esquivó un zarpazo que venía
desde atrás. Claro, ahora había tres enemigos. Se encontró incapaz de
distinguir cuál licántropo se atrevió a arrojarse sobre ella y la hizo rodar
hasta la fuente cercana que ya no contenía agua. Se golpeó en la cabeza con
fuerza y más sangre hizo acto de aparición. También llevaba mucho tiempo sin
sangrar tanto. Se preguntó si estaría oxidada por pasar los últimos años de su
existencia tratando de evitar a los licántropos en una fingida paz que nunca
pareció real.
Trató de levantarse pero tenía a
un licántropo encima. No pudo reprimir el grito cuando sintió que le arrancaba
un trozo de carne, justo a la altura del hombro. Estaba débil, adolorida,
sorprendida y enojada, muy enojada. Eso no habría pasado antes, los licántropos
no eran lo suficientemente fuertes como para enfrentar a un vampiro. Tal vez
ese había sido su problema: los subestimó.
Empujó al licántropo con todas
sus fuerzas, enviándolo a varios metros de distancia. Le dolía mucho el hombro
y la sangre habría ya teñido su ropa si ésta no fuese de color oscuro. Se
levantó, fingiendo que no sentía nada, que todo estaba mejor que nunca. Con la
velocidad que caracterizaba a los vampiros, se acercó al lobo que tenía la
espada, le tiró una patada que le dio en pleno estómago y lo hizo perder el
equilibrio. Aprovechó ese instante para tomar la espada, golpeando al mismo
tiempo a otro lobo que se le acercaba por el costado.
El tiempo le había enseñado una
cosa muy importante: a sobrevivir. Empuñó el mango de la espada y la apuntó
hacia quien osara acercarse. Se colocó de lado, protegiendo todos sus ángulos
de la mejor manera posible. Varios pares de ojos verdes salieron de las sombras
y se convirtieron en licántropos altos y morenos que blandían espadas del mismo
tipo que la que ella acababa de confiscar.
Los sintió acercarse antes de que
pudiera verlos. Saltó, haciendo plegarias a dioses vampíricos imaginarios. Se
elevó varios metros y grabó la imagen que veía para analizar la situación. De
acuerdo, había seis licántropos, tres de ellos con espadas. Todos parecían
esperar a que cayera para poder clavarle sus armas. No les daría la
oportunidad. Hizo un giro bastante complicado por las heridas y por el detalle
de estar flotando. Logró cambiar de dirección un poco, lo suficiente para
precipitarse a un par de metros de sus enemigos y correr hacia la seguridad del
bosque.
El único problema con ese plan
era que ese bosque estaba lleno de enemigos. Ignoró el hecho y se abrió paso
con la espada, sintiendo cómo ésta penetraba la carne de algunos seres. Se
esforzó por dejarlos atrás, obligándose a correr más rápido que nunca. Trazó un
plan para salir del bosque, lista para desafiar a cualquier licántropo que le bloqueara
el paso. No sería tan difícil, excepto por el hecho de que... no faltaba mucho
para el amanecer.
Reprimió la sarta de ofensas
hacia la raza vampírica y hacia sus susceptibilidades. Cuando llegó al límite
del bosque, no encontró resistencia alguna. Aguzó el oído para asegurarse de
que en realidad no había nadie y de que la posibilidad de que la siguieran era
remota. Se declaró segura, libre de enemigos. No se podía decir lo mismo del
sol, que en pocos minutos empezaría a salir. Ya empezaba a sentirse cansada,
necesitada de reposo.
Dejó que el instinto la guiara
hacia su refugio o hacia cualquier lugar que pudiera utilizar para
protegerse... El dolor casi insoportable de la primera quemadura y la visión
del cuerpo ágil de Cristina llegaron al mismo tiempo y se sobrepusieron,
creando una asociación poco favorable de eventos. Seguía empuñado la espada y
se negó a soltarla incluso cuando Cristina la arrastró rápidamente a un lugar
oscuro y fresco que juraba no haber visto en su vida.
— Es una espada del sol —murmuró
en la lejanía la voz de Cristina. Se negó a cerrar los ojos pero no había mucho
que pudiera hacer para evitarlo. Era el ciclo natural, por lo menos el de los
vampiros—. Se te pasará en unos días, igual que la quemadura del sol. Yo te
cuidaré... —sonrió ante la idea. Los vampiros podían protegerse solos pero le
hacía ilusión la idea de que Cristina le cuidara la espalda. Le hacía mucha
ilusión.