martes, 30 de septiembre de 2014

Día de otoño

Era más que unir las manos y abandonarse a la tristeza de un momento que jamás se volvería a repetir. Era helados en un día cálido de otoño y sonrisas estando las dos desnudas en una habitación de hotel. Era el constante batir de las olas contra sus cuerpos y la sensación de estar aferrándose a la vida en lugar de sólo estarse abrazando. Eran caricias y besos y amaneceres y noches y vacaciones compartidas. Era todo lo que nunca volvería a ser pero que cuando fue las hizo felices.

Era una despedida.

Era un adiós.

Era un "ya no somos la una para otra".

"Lo siento", murmuraron las dos porque en verdad lo sentían. Era una lástima que su amor hubiera huido por caminos separados.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Ciudad sin nombre

Retrasó el momento lo más que pudo. No sentía ningún deseo de dejarla ir y estaba segura de que ella tampoco quería irse. Acarició una vez más uno de sus senos, abultado, de color claro, fragante. La caricia fue lenta, suave, relajada, como si estuviera a punto de declarar que harían el amor de nuevo. No esa noche. Ya no esa noche. El momento se les había escurrido de entre los dedos y no había más remedio que vestirse y enfrentar la realidad.

Primero se levantó la otra, Josefina, su elegante amante. La señora de más de 40 años que se había enamorado de ella, de una muchacha sin aspiraciones en la vida. La observó mientras se metía en el vestido negro que le recordaba la ropa que se puede usar en los casinos. Estaba casada y ese viejo conocimiento hizo que le doliera el corazón. Casada, sin hijos, rica, bella... No entendía qué había visto en ella.

 ¿Cuándo te volveré a ver? preguntó aún desde la cama, sin dar la menor muestra de querer salir de ella.

Josefina volteó. No tenía arrugas alrededor de sus ojos del color del ébano.

 Mañana debo asistir a una cena de negocios. Pero pasado mañana está bien se acercó a la cama, sonriendo sin malicia, con ternura, incluso con amor. ¿Me vas a extrañar?

Asintió. Era cierto. Siempre la extrañaba y esa sensación empezaba a asustarla.

 Bien -le dio un beso en los labios. Entonces me voy -tomó su gigantesco bolso. Cuídate mucho, Perla. Te quiero.

Ahí estaban esas palabras de nuevo. Se le secó la boca, se le infló el pecho y cuando pudo reaccionar, Josefina ya había salido del cuarto. "La próxima vez se lo diré", se prometió. Entonces sí se levantó y se vistió para después salir al frío otoño de una ciudad sin nombre que la hacía sentir feliz.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Penélope

Oh, no. Maldita sea. Estaba pasando. Había despertado en una habitación de hotel, sola y desnuda, con una resaca enorme y terriblemente confundida. Tenía recuerdos fragmentados de la noche anterior: el bar, sus amigos, las copas que tomó, el baile con rostros desconocidos y el beso con... ¿¡una mujer!? No, no, no, imposible. A ella no le gustaban las mujeres.

Se envolvió lo mejor que pudo con la sábana, se sentó en el borde de la cama y echó un vistazo al piso. Ropa, toda de mujer. Dos sostenes, dos tangas, dos blusas de tirantes. Demonios. Se levantó, tratando de vestirse lo más rápido posible para después huir a su seguro departamento se permitiría olvidar que eso había ocurrido.

 ¿Qué pasa, princesa? ¿Tienes prisa? la voz, tan dulce, la tomó por sorpresa. Volteó sólo para toparse con una joven morena y guapa... desnuda. Me dices que me amas por la noche y por la mañana escapas su tono era divertido, como si estuviera disfrutando el espectáculo.

 No dije eso, estoy segura en realidad no lo estaba, pero debía mantenerse firme.

 Sí lo dijiste cantó.

Se sonrojó sin saber exactamente a qué se debía. Se quitó la sábana que le servía de protección y se vistió sin preámbulos. Comprobó que llevaba dinero y se dirigió a la puerta.

 No olvides llamarme, amor -otra vez esa voz cantarina.

Echó un último vistazo al cuarto y a la mujer... La cara se le puso roja y caliente, así que regresó la mirada al frente y salió del lugar. Metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y encontró un papel. Era una nota escrita con letra adornada, llena de corazones y tenía un número de teléfono. También había un nombre: Penélope. Sonrió con más alegría de la que quería sentir. Tal vez sí le llamaría.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Lección

Le hizo enojar que se lo pidiera. ¿Cómo siquiera se atrevía a considerar la opción? Era una descarada. Además, ¿a quién se le ocurría ser amiga de la mujer a la que había traicionado? Simplemente sería imposible. Momentos antes había deseado llorar, gritar, lastimarse para mitigar el dolor, pero en lugar de ello sólo pudo murmurar un definitivo "no". Jamás. Ni en otra vida. Ni en mil vidas más.

Se dio la vuelta dispuesta a salir corriendo para salvar la poca cordura que le quedaba. "Piénsalo", escuchó a su espalda. Entonces de verdad no se pudo contener. Llegó hasta donde aún estaba su ex, se le plantó en frente y le soltó una bofetada que escucharía durante los siguientes años de su vida. "Para que aprendas a no joderme, imbécil", soltó, presa de la ira.

Algo dentro de ella se soltó, aliviándola en el proceso. Caminó hacia adelante, ignorando a la agredida, con la vista fija en el ancho río que se alcanzaba a ver. Nunca debió haberle pedido algo tan estúpido y esperaba que no la volviera a buscar. Debía aprender su lección.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Chispa

Contó con los dedos las veces que había captado esa mirada. Seis veces. Para ser un trayecto de media hora, estaba bastante bien. Se dijo que tenía una oportunidad, por más remota que fuera. Tomó la decisión de levantarse, con firmeza para no arrepentirse y con elegancia para causar una mejor impresión. Torpemente, más de lo que le habría gustado, llegó a la última fila del camión. Era complicado caminar cuando el vehículo estaba en movimiento, en un muy mal movimiento, pero lo logró ayudada de todo su aplomo.

Se sentó a lado de la joven delgada y sonriente cuya mirada había atrapado la suya ya 6 veces en ese recorrido. Se sonrieron, se miraron, se saludaron. Surgió una chispa cuando rozaron sus dedos para darse la mano. Y supieron que el amor se encuentra en los lugares más sencillos.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Pedazo de pan

Comió por última vez hace dos días. Fue un pedazo de pan duro que se encontró por pura suerte en un bote de basura cercano y que a duras penas logró salvar de un par de perros. Y ya no lo soportaba. No el hecho de vivir en las calles, porque después de varios años uno se acostumbra a todo, sino la soledad. Porque todos esos años había estado sola. Claro que a veces iba a dormir a lugares más o menos abandonados donde se reunían más personas, pero muchas de ellas tenían conductas que no iban con ella.

En ese momento vagaba por las calles, con las manos sobre el estómago para intentar razonar con él. Pronto encontrarían comida, pronto. Nunca había pasado más de tres días sin comer, por más difícil que se viera la situación. Estaba oscuro y se le ocurrió que no era tan mala idea dar una vuelta por las calles grandes de barrios ricos, lugares llenos de tiendas, de luces, de personas bien vestidas y... con el estómago lleno. Así por lo menos podría ver la comida y sentirse mejor.

Tardó menos de 20 minutos en llegar. Como había pensado, los lujos se notaban a leguas. Pasó una joyería, una tienda de ropa para niños, una agencia de autos que ya había cerrado, un restaurante... Se detuvo casi sin darse cuenta y captó que casi todas las personas ahí comían carne. Había mesas al descubierto, separadas de la calle sólo por un pequeño barandal. Le hizo gracia verse tan mal, llevar ropa sucia y rasgada, verse como si no hubiera tomado un baño en muchos días.

Soltó una risita triste y sonora que atrajo varias miradas. Se apenó y empezó a alejarse del lugar, pero una mano sujetó su hombro. Volteó, asustada y asombrada. Era una mujer de cabello rojizo que vestía un traje negro, alta y bonita, de sonrisa que parecía brillar. Se descubrió mirándola fijamente en lugar de apartar la mirada como hacía cada vez que se topaba con alguien así. Le ofreció una bolsa caliente y ella la aceptó. Era comida. Su corazón aleteó, su estómago gruñó y su voz la traicionó. Le habló. "Gracias".

La mujer elegante le entregó una tarjeta blanca. "Para cuando quieras visitarme". Luego se dio la vuelta y regresó al restaurante. Por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz. Observó la tarjeta: atrás incluía una dirección, escrita con pluma al parecer rápidamente. Decidió que la visitaría pronto, porque no sólo le había dado comida, también le había robado un pedacito del corazón.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Acosadora

Era su amante por las mañanas, cuando el sol recién había salido y entraba por el ventanal de la habitación, iluminando las sábanas de una cama revuelta. Patricia abría los ojos justo cuando el primer rayo se colaba por detrás de la cortina mal cerrada y le daba de lleno en la cara. Eva nunca se enteraba de eso y Patricia aprovechaba para mirarla fijamente sin pensar que era una acosadora.

Le gustaban los labios de Eva, tan rosados sin necesidad de labial, tan bien formados, tan besables. Recorría con la mirada la curva de su nariz, fina y proporcionada. Se enfocaba un breve instante en sus rizos revueltos que le cubrían parcialmente el rostro. Se le antojaba casi improbable que fuera tan guapa aun cuando dormía. Pero lo era y eso formaba sólo una pequeñísima parte de lo que la mantenía a su lado a pesar del trato. Ser sólo amantes.

Eva se despertaba varios minutos después, cuando Patricia estaba ya en la cocina preparando un desayuno que nadie jamás probaba. Porque las reglas estaban establecidas. Eva se asomaba a la cocina, vestida y fresca, se le acercaba por detrás, le daba un beso de despedida a Patricia y salía del departamento. Entonces Patricia tiraba el desayuno que ni siquiera terminaba de preparar y regresaba a la cama a perderse en el aroma de Eva, que siempre sería su amante sólo por las mañanas.

martes, 16 de septiembre de 2014

Callar

"En su momento la quise mucho", deseó confesar. Pero las palabras eran demasiado grandes como para escapar de su garganta. Era cierto, la había querido mucho, más que mucho, hacía unos años. Y ese cariño se había ido diluyendo con el paso del tiempo, conforme ella hacía su vida y la dejaba de lado para siempre regresar corriendo a sus brazos.

De cierta manera también la odiaba. Porque siempre tenía que aguantar las pláticas, las salidas, los consuelos, las muchas cosas que quiso nunca haber sabido porque sólo le hacían daño. Había sido su amiga. O por lo menos ella se seguía repitiendo que sólo era eso, a pesar de que cuando usaba marihuana la besaba en la boca, como novias. La palabra prohibida.

No se dio cuenta del momento en el que se alejó, ni siquiera estaba segura de quién había tenido la culpa. Un día simplemente miro a su alrededor y ya estaba rondando. Ya no estaban sus brazos alrededor de su cuello, ni su labial oscuro sobre sus labios modestos, ni sus pláticas deprimente sobre con cuál amigo debía acostarse. No estaba y el eco de sus risas le dolía.

Pero el tiempo había mitigado el dolor de las heridas y ahora sólo podía decir que en su momento la había querido mucho. De hecho aún reía al recordar sus aventuras y se ponía contenta cuando le hablaba por teléfono para invitarla a salir... Decir lo mucho que había significado sería como perderlo. Por eso optó por cerrar la boca y callar. Así sería mejor.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Juramento

Las palabras se abrieron paso a través de su pecho y le formaron un vacío en el corazón. "No" significaba lo mismo sin importar las palabras de disculpa o los adornos que se le añadieran. Luchó por mantener la calma, sin derramamiento de lágrimas, sin maldiciones, sin un gesto que delatara demasiado el dolor. Conocía el riesgo, estuvo dispuesta a correrlo y no podía fingir ahora que todo le había caído por sorpresa.

Se obligó a sonreír. Musitó un débil "gracias por la honestidad" y le juró a Gabriela que nada cambiaría. Seguirían viéndose cada dos semanas para salir por un trago y continuarían hablando por teléfono por las noches y por Skype en las tardes. No había necesidad de complicarse con explicaciones, reproches o disculpas. Se mordió el labio, se despidió alegando que debía estar a solar un rato y se fue.

No podía hacer nada más que respetar el juramento.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Ilusión

Hacía ya veinte minutos que esperaba a Cristina. Se levantó de la banca con la sensación de que no debía baja la guardia. Respiró profundo, sacó una liga del bolsillo del pantalón y se recogió el pelo en una cola de caballo. Luego se tomó un momento para observar el paisaje con calma, como si sólo estuviera echando un vistazo casual a los alrededores. Nada parecía haber cambiado. O casi nada. Sintió que algo era diferente, extraño, abrumador. Unos ojos verdes la vigilaban a lo lejos y empezaban a provocarle... miedo.

Sacudió la cabeza. Intentó adoptar la postura confiada y elegante que había perfeccionado con el paso de los años. También trató de no pensar en por qué Cristina no había llegado. Se enfocó en los ojos verdes, retándolos a acercarse. Entonces hubo otro cambio en la atmósfera, algo que un humano no habría captado. Se dio la vuelta en el momento preciso en que un perro gigantesco se abalanzada sobre ella. No, un perro no, un lobo.

Miró hacia todas partes, tratando de averiguar por qué no se había dado cuenta antes. Ojos verdes la acechaban por todas partes. No se permitió ahogarse en el pánico de estar sola entre tantos licántropos ni de que faltaran pocas horas para el amanecer. No sería la primera vez que no alcanzaba a llegar a su refugio y esperaba que no fuera la última. Contuvo un grito agudo y asustado cuando uno de los licántropos fue lo suficientemente rápido como para arañarle la pierna.

En lugar de dejar que el dolor se abriera paso, dejó que la ira fluyera. No había manera de que un licántropo pudiera vencer a una vampiresa de tantos años y se aferraría a esa idea para evitar cometer errores durante la posible confrontación. Sonrió mientras adoptaba una postura defensiva y ofensiva a la vez, colocando un brazo frente a su rostro y dejando el otro libre para atacar. Agradeció infinitamente que esa noche se le hubiera ocurrido usar un pantalón y una blusa ajustada en lugar del vestido que solía llevar a todas partes.

Un latigazo de dolor interrumpió su alivio y la sonrisa que había esbozado se deformó. Percibió el olor de la sangre pero fue incapaz de determinar de dónde provenía. La herida de la pierna no era lo suficientemente profunda como para sangrar y no sentía... Se maldijo por descuidar a sus enemigos. Frente a ella estaba un licántropo en su forma humana y notó que detrás había otro. Los demás ojos verdes seguían flotando a cierta distancia, ocultándose en los árboles que rodeaban el espacio rudimentariamente pavimentado en el que se encontraba.

Volteó para enfrentar al otro licántropo. También tenía su forma humana y sostenía una espada brillante en una mano. Se dio cuenta entonces de que la sangre salía de su espalda y fue plenamente consciente del dolor.

— Me atacaste por la espalda —declaró como si los ojos que observaban la escena no se hubieran dado cuenta. Notó la sorpresa en su voz. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que alguien la había atacado a traición y en aquella lejana ocasión no se había tratado de un licántropo, había sido un humano.

Sin bajar la espada, el licántropo rió. Fue una risa agresiva, hecha para irritar o intimidar, sin rastro de diversión. Mostró los colmillos durante una milésima de segundo pero para ella había sido suficiente: estaba ahí para matarla. Se enfocó en su objetivo sin perder la noción de dónde se encontraba el otro licántropo y sin descuidar los ojos escondidos que parecían multiplicarse conforme pasaban los minutos.

— ¿Dónde está Cristina? —a sus oídos, la pregunta salió ahogada, pero estaba segura de que para sus enemigos había sido firme, incluso amenazante.

Empezó a especular mucho antes de que la respuesta llegara. Ellos sabían que se veía en ese lugar con Cristina. ¿Desde hace cuánto? ¿Sabían que ellas eran amantes? ¿Habían tomado represalias contra Cristina por verse con una vampiresa? Recordó la primera vez que había visto a la loba. Le había advertido que se fuera porque sus compañeros iban a llegar y no eran como ella. La frase le hizo entender que querrían matarla en cuanto la vieran debido a la larga historia de rivalidades entre los licántropos y los vampiros. Pero esa vez no le importó y se había ganado una herida bastante profunda en el estómago (provocada por Cristina, desde luego, estaba dispuesta a protegerla).

 — No está —respondió.

Eso era todo. Una frase que se podía interpretar de mil maneras y que su mente aterrada prefería interpretar de las peores. No lo pensó, bajó la mano que se tenía que encargar de protegerle el rostro y corrió hacia él. Ignoró que tenía una espada que parecía causarle más daño y más dolor que las armas tradicionales y la apartó con la mano cuando el licántropo la usó para hacerle frente. Llegó hasta él y le hundió el puño en la cara.

El licántropo cayó, soltando la espada. Alargó la mano para tomarla pero una sombra negra se le adelantó. Otro lobo. No sabía en qué momento se habían vuelto tan rápidos y no tenía mucho tiempo para especular al respecto. Maldijo, poniendo toda su energía en alejarse del nuevo enemigo. El licántropo que había recibido el golpe ya se había puesto de pie y le salía sangre de la parte inferior del rostro. Una pequeña victoria.

Esquivó un zarpazo que venía desde atrás. Claro, ahora había tres enemigos. Se encontró incapaz de distinguir cuál licántropo se atrevió a arrojarse sobre ella y la hizo rodar hasta la fuente cercana que ya no contenía agua. Se golpeó en la cabeza con fuerza y más sangre hizo acto de aparición. También llevaba mucho tiempo sin sangrar tanto. Se preguntó si estaría oxidada por pasar los últimos años de su existencia tratando de evitar a los licántropos en una fingida paz que nunca pareció real.

Trató de levantarse pero tenía a un licántropo encima. No pudo reprimir el grito cuando sintió que le arrancaba un trozo de carne, justo a la altura del hombro. Estaba débil, adolorida, sorprendida y enojada, muy enojada. Eso no habría pasado antes, los licántropos no eran lo suficientemente fuertes como para enfrentar a un vampiro. Tal vez ese había sido su problema: los subestimó.

Empujó al licántropo con todas sus fuerzas, enviándolo a varios metros de distancia. Le dolía mucho el hombro y la sangre habría ya teñido su ropa si ésta no fuese de color oscuro. Se levantó, fingiendo que no sentía nada, que todo estaba mejor que nunca. Con la velocidad que caracterizaba a los vampiros, se acercó al lobo que tenía la espada, le tiró una patada que le dio en pleno estómago y lo hizo perder el equilibrio. Aprovechó ese instante para tomar la espada, golpeando al mismo tiempo a otro lobo que se le acercaba por el costado.

El tiempo le había enseñado una cosa muy importante: a sobrevivir. Empuñó el mango de la espada y la apuntó hacia quien osara acercarse. Se colocó de lado, protegiendo todos sus ángulos de la mejor manera posible. Varios pares de ojos verdes salieron de las sombras y se convirtieron en licántropos altos y morenos que blandían espadas del mismo tipo que la que ella acababa de confiscar.

Los sintió acercarse antes de que pudiera verlos. Saltó, haciendo plegarias a dioses vampíricos imaginarios. Se elevó varios metros y grabó la imagen que veía para analizar la situación. De acuerdo, había seis licántropos, tres de ellos con espadas. Todos parecían esperar a que cayera para poder clavarle sus armas. No les daría la oportunidad. Hizo un giro bastante complicado por las heridas y por el detalle de estar flotando. Logró cambiar de dirección un poco, lo suficiente para precipitarse a un par de metros de sus enemigos y correr hacia la seguridad del bosque.

El único problema con ese plan era que ese bosque estaba lleno de enemigos. Ignoró el hecho y se abrió paso con la espada, sintiendo cómo ésta penetraba la carne de algunos seres. Se esforzó por dejarlos atrás, obligándose a correr más rápido que nunca. Trazó un plan para salir del bosque, lista para desafiar a cualquier licántropo que le bloqueara el paso. No sería tan difícil, excepto por el hecho de que... no faltaba mucho para el amanecer.

Reprimió la sarta de ofensas hacia la raza vampírica y hacia sus susceptibilidades. Cuando llegó al límite del bosque, no encontró resistencia alguna. Aguzó el oído para asegurarse de que en realidad no había nadie y de que la posibilidad de que la siguieran era remota. Se declaró segura, libre de enemigos. No se podía decir lo mismo del sol, que en pocos minutos empezaría a salir. Ya empezaba a sentirse cansada, necesitada de reposo.

Dejó que el instinto la guiara hacia su refugio o hacia cualquier lugar que pudiera utilizar para protegerse... El dolor casi insoportable de la primera quemadura y la visión del cuerpo ágil de Cristina llegaron al mismo tiempo y se sobrepusieron, creando una asociación poco favorable de eventos. Seguía empuñado la espada y se negó a soltarla incluso cuando Cristina la arrastró rápidamente a un lugar oscuro y fresco que juraba no haber visto en su vida.

— Es una espada del sol —murmuró en la lejanía la voz de Cristina. Se negó a cerrar los ojos pero no había mucho que pudiera hacer para evitarlo. Era el ciclo natural, por lo menos el de los vampiros—. Se te pasará en unos días, igual que la quemadura del sol. Yo te cuidaré... —sonrió ante la idea. Los vampiros podían protegerse solos pero le hacía ilusión la idea de que Cristina le cuidara la espalda. Le hacía mucha ilusión.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Ilógica

Estúpida, ilógica, indisciplinada. La había visto con Fabiola y no había podido controlarse. Porque las había visto besarse. Besarse. Se había acercado y les había tirado encima la bebida que pensaba darle a Pamela. Se suponía que Pamela la besara a ella, no a la fácil de Fabiola. Las lágrimas habían empezado a salir cuando ya estaba fuera del bar. No era propiamente tristeza, era más bien coraje.

Supo que Pamela la había seguido un instante antes de que la jalara por el brazo y la obligara a enfrentarla. La mirada reprochándole su estupidez porque sólo eran amigas. No podía obligar a Pamela a estar con alguien que no le gustaba y que sólo apreciaba como amiga. Pensó en pedir disculpas pero la idea llegó después de la bofetada. Le había pegado y estaba segura de que se lo merecía. Era su castigo por ser tan ilógica.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Momento mágico

Se abrió paso a través de la multitud sólo para encontrarse de frente con un rostro demasiado pálido que difícilmente podía reconocer en ese momento. La terrible idea de la muerte se formó en su mente y se desvaneció tan rápido como había llegado. Porque no podía estar pasando. Guadalupe era demasiado joven, demasiado bella, demasiado buena persona para morir en una fracción de un segundo. Eso no le haría justicia.

Cerró los ojos el tiempo suficiente para ignorar el cuerpo con las extremidades en ángulos extraños que se encontraba a sus pies. Ni la policía ni la ambulancia habían llegado, así que se encontraba entre la clásica gente morbosa que hacía comentarios inoportunos. No la conocían pero varios ya habían metido sus zapatos en su sangre. La idea de que en serio estaba muerta se fue haciendo más sólida. Pero no podía...

Debió haberle dicho que no se arrepentía del beso que le había dado aquella noche que habían salido a un bar. Ella había fingido estar ebria porque estaba muy segura de que jamás tendría otra oportunidad. Debió haberle dicho el nudo que se le formaba en el estómago cada vez que la saludaba por las mañanas al llegar a trabajar o cuando le invitaba una bebida durante el tiempo para comer.

También debió haberle dicho que salía de su casa más temprano sólo para encontrarla en el momento exacto en el que salía del metro y así poder caminar con ella unas cuantas cuadras, y luego subir juntas en el ascensor que a veces estaba tan lleno que tenían que ir muy juntas. Debió haber hecho tantas cosas. No pudo evitar ponerse a llorar, caer de rodillas a lado de su cuerpo que pronto se marchitaría, quitarle el cabello ensangrentado de la cara y repetirle cuatrocientas veces que siempre estuvo enamorada de ella. Habría sido un momento mágico si no hubiera estado muerta.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Electricidad

No sé cuándo empecé a verla con ojos predadores. Simplemente un día me di cuenta de que ya no quería ser su amiga si no me daba la oportunidad de robarle un beso en alguna madrugada fría de finales de enero. Soñaba con tomar su mano, rozar nuestros dedos y sentir una corriente de electricidad recorrer nuestros cuerpos esperando un momento glorioso para liberarse.

Fueron días y días de angustia, de contemplaciones sin sentido, de planes para abordarla y decírselo, de leves roces casi accidentales, de besos poco inocentes en las mejillas, tal vez con demasiada saliva. Fue demasiada espera, demasiados días con cada una de sus noches. Porque cuando por fin me había armado de valor para confesar mis noches en vela, ella tuvo la primera y la última palabra.

Me lo contó sin mucha ceremonia, como si no fuera un golpe bajo. Se había acostado con el fulano que le había pedido andar con ella unos días antes, mientras me encontraba lo suficientemente perdida en mis inseguridades como para no entender lo que implicaba que ella saliera con alguien. No le respondí porque me parecía que ya no valía la pena. Le agarré la mano, la atraje hacia mí y la besé como si hubiera tenido millones de experiencias en ese ámbito.

A pesar del suspiro que salió de su boca cuando me separé de ella, me negué a hacerme más ilusiones. Había sido suficiente. Ya ni siquiera podría verla como una conocida cualquiera.


jueves, 4 de septiembre de 2014

Sabor a Coca Cola

Comentarios: Ambientado en el segundo libro de la saga Hush Hush (Crescendo).


Me lamió el brazo alegando que sabía a Coca Cola de cereza, la misma que por culpa de Marcie había arrojado sobre nosotras algunos momentos antes.

 Sabes muy bien era increíble que Vee pudiera tomarse las cosas con tanta calma a pesar de las circunstancias. Y también era increíble que no me hubiera permitido escuchar el resto de la oración porque esas palabras habían despertado algo en mí.

 ¡Todo es tu culpa! lancé para tratar de ocultar el calor que había subido a mis mejillas después de su "confesión" y del casi imperceptible guiño que me dedicó.

Por un segundo pude olvidar los lamentables eventos de esa noche, entre los que destacaban, por mucho, la pelea con Marcie, Patch llevándosela a otro lado y a mi padre haciéndome creer que quería lastimarme... aunque podía dudar lo último y empezar a considerar mi locura porque mi padre simplemente estaba muerto.

Todo era confuso y doloroso, principalmente doloroso.

Sin notar en qué momento ocurrió, miré a Vee de arriba a abajo mientras ella arrancaba el auto, fijándome de más en las pronunciadas curvas de su cuerpo que hacían que Marcie la llamara gorda. Y no, Vee en serio no era gorda. Usaba copa D y tenía un trasero voluminoso justo en su lugar que casi me daba envidia.

El calor que ya se había extendido a mi cuello se volvió más evidente cuando Vee señaló que yo necesitaba un novio. ¿Por qué todos creían eso? Vale, Patch me estaba afectando un poco, más que un poco, pero podía estar sin él. Claro que sí. De repente, el dolor regresó, alentado por el recuerdo de su gorra de béisbol en la cabeza de Marcie.

 Vee, tal no es un novio lo que necesito solté, sin saber de dónde había venido eso. Noté el énfasis que hice en la palabra "novia" y el exceso de atención que le dedicaba a su boca. Habíamos llegado a mi casa, así que preferí no darle tiempo para responder. Me bajé del auto y corrí hacia mi casa esperando que mi mejor amiga no hubiera captado la indirecta.

Mmm, no me vendría mal una novia.