María.
El nombre, a secas,
abandonado, salió de su boca por accidente. Compuso una sonrisa tonta, un poco
descuidada, para cubrir su vergüenza y siguió con el hilo de la plática. María
José le dedicó una mirada fugaz y ella, aún abrumada, pudo notar su
desaprobación.
Nadie debía saberlo, ese
era el trato. Manuela estaba bien con eso, no es como si por no anunciar
ciertas cosas al mundo uno fuera a perderlas. No era malo, aunque sí miraba con
cierta envidia a las parejas que se tomaban de la mano en público y no debían
esperar hasta llegar a casa o a la habitación del hotel, o a donde sea que a
Majo, como todos sus amigos le decían, decidiera ir.
Mantuvo la sonrisa.
Después de todo era una fiesta y se suponía que todos estaban pasando un buen
rato. Bebió un sorbo de su vasito con whisky que ya se había diluido y parecía
más agua que licor. Miró a María José, que seguía a dos metros de ella,
platicando alguna de sus anécdotas universitarias, sonriente, con la opacidad
de quien ha consumido mucho alcohol manchándole los ojos.
Tenía ganas de acercarse
un poco, ponerle una mano delicadamente en el hombro y sacarla del pequeño
departamento que se había vuelto su lugar de reunión habitual. Impensable. Las
políticas de María José eran claras y estrictas: nada de roces, nada de
miradas, nada de palabras de más.
― ¿Verdad Manu?
Apenas escuchó su nombre,
que venía acompañado de una risa gutural que no reconoció. Se había ensimismado
en sus pensamientos y no tenía ni la menor idea de qué estaban hablando, sólo
había escuchado el ruido de fondo.
― ¡No sabe lo que le
dices, Dani! ―repuso Julia entre sonrisitas― Creemos que a Paco le gusta Majo y
que se acuestan en secreto, ¿a poco no te parece lógico?
― Tú eres su mejor amiga,
Manu, deberías decirnos si es cierto ―terminó de aclarar Andrea.
Manuela hizo lo posible
por no abrir demasiado los ojos. Paco era un amigo de María José y, viéndolo
desde otra perspectiva, lo que decía Dani tenía todo el sentido del mundo.
Después de todo se tomaba más libertades con Paco que con ella.
― Pues…
― ¡Que es cierto!
¡Descubrimos el secreto, Manu!
― Cállense, que Paco es
sólo mi amigo ―intervino María José, que a pesar de verse fastidiada por la
situación se seguía riendo debido al exceso de alcohol.
― Manu dice que es tu
novio ―canturreó Julia.
― Yo no dije eso ―negó
Manuela enfáticamente.
No le prestaron atención.
Una chica que Manuela no conocía se acercó a María José y la abrazó por los hombros,
luego hizo el gesto de besarla en la mejilla. María José la apartó a un lado y
deshizo los dos metros que la separaban de Manuela.
Le tomó la mano. Manuela,
que tenía el vaso de licor en la otra mano, fingió que le parecía algo muy
normal y bebió lo que quedaba en el recipiente. Miró de reojo a María José sólo
para comprobar que estaba borracha, demasiado tal vez, ya no le faltaba mucho
para salir corriendo al baño a vomitar.
― ¿Todo bien? ―le sururró
al oído aprovechando que Julia había comenzado a gritarle a Daniel.
― Como siempre. ¿Sabes?
Tal vez debería dejar de beber esto ―y alzó la copa que sujetaba en la mano
izquierda―. Me empiezo a sentir mal.
Manuela contuvo una
sonrisa porque estaba segura de que María José llevaba por lo menos una hora
sintiéndose mal. Siempre le pasaba lo mismo cuando mezclaba el whisky con la
cerveza y con lo que se atravesara en su camino. Una vez incluso había vomitado
en el taxi que debía llevarlas al hotel donde pasarían la noche y Manuela se
vio obligada a pagar una cantidad adicional por el incidente.
― Esos dos se gustan
―murmuró María José señalando a Julia y a Daniel que ahora se sujetaban por los
brazos y trataban de tirar al otro al suelo mientras los demás los apoyaban.
― ¿Cómo lo sabes?
― Julia lo mira como tú
me ves a mí.
Manuela se sonrojó, soltó
la mano de María José e intentó pensar en algo ingenioso. Usualmente no era tan
impertinente, no el público, y la desequilibraba el cambio. Suspiró, volteó
para decirle que esa vez había ganado y se encontró con la boca de María José
sobre la suya. Mantuvo abiertos los ojos, aturdida, pendiente del movimiento de
las demás personas que se encontraban en la habitación.
Se hizo el silencio.
María José le rodeó el cuello con ambos brazos y Manuela sintió el roce del
vaso de vidrio, húmedo y frío, cerca del hombro. Siguió sin cerrar los ojos
pero se dedicó a responder el beso. Sabía un poco amargo y salado. No le
importó, lo que le importó fue que el silencio continuaba.
María José detuvo el beso
bruscamente, la apartó con un ligero empujón y encaró a sus amigos.
― ¿Qué? ¿Nunca han visto
a dos chicas besarse?
Manuela trató de hacerse
pequeña, de pasar desapercibida. Quiso correr, esconderse, apartarse de todos.
No sabía que le daba tanta pena mostrar quién le gustaba. Desde que empezó a
salir con María José, unos 8 meses atrás, creyó que siempre había sido decisión
ajena y le sentó mal darse cuenta de que también ella había contribuido.
― Está bien, digo, es
sólo que no lo esperábamos así… de ustedes… que siempre han sido tan amigas…
―comenzó Andrea.
― Sí, sólo es extraño que
nuestras amigas se besen, pero no
tenemos nada en contra, ya saben ―siguió Daniel mientras se encogía de hombros.
María José asintió
complacida, tomó a Manuela de la mano y la sacó del lugar. Manuela nunca notó a
qué hora dejó su vaso vacío en el sofá ni en qué momento tomó su sudadera de
alguna parte del suelo. Se aferró a la mano de María José, que parecía no querer
detenerse.
― Fue tu culpa ―habló
María José sin aminorar el paso―. Quedamos que no habría ninguna muestra y no
cumpliste.
― Pero no hice nada.
― Me llamaste María
frente a todos. Eso debía quedar entre nosotras.
Manuela no supo qué
responder. Era curioso pero María José ya no parecía tan alcoholizada como
cuando estaban en el departamento. Tal vez el aire frío de las tres de la
madrugada le había sentado bien.
― De todas maneras está
bien, ya era tiempo de que pudiéramos hacer cosas como las demás parejas.
― ¿Como besarnos en la
calle? ―preguntó Manuela sin saber si estaba haciéndolo bien.
― Sí, ese es un buen
ejemplo.
Entonces María José sí se
detuvo, se puso frente a ella y la besó despacio. Un coche pasó por la calle y
Manuela alcanzó a distinguir un grito que la alentaba a meter la mano por
debajo de la ropa de María José. Le hizo caso, le resultaba fácil hacerlo
cuando no pasaba casi nadie. Ya después aprendería a lidiar con las miradas de
otras personas.