sábado, 30 de abril de 2016

Cosas habituales




Es lunes y hace calor. Tiene el ventilador de frente y aun así los muslos se le pegan al sofá. Pero no puede moverse, no hasta que llegue Katia y la lleve a comer como prometió hace tres días. Se puso falda porque le pareció que era la vestimenta ideal para una cita que terminaría en algo apasionado. Ahora lo lamenta.

Últimamente ya no pasa nada apasionado y ella lo extraña. Katia no, o esa impresión le da. Hay noches que incluso se desnuda y se mete a la cama a su lado, se pega al cuerpo semidesnudo de Katia y ella sólo le susurra que no es el momento adecuado. No recuerda que antes, cuando empezaron a vivir juntas, necesitaran momentos específicos para entregarse a las labores del amor.

Supone que es el tiempo, la rutina, el trabajo, las excusas habituales de las parejas casadas. Aunque ellas no están casadas… Todo debería ser diferente.

También ha pasado mucho tiempo desde la última vez que comieron juntas, tal vez un año. Katia obtuvo un mejor trabajo y ahora trabaja más horas, así que ya no llega a comer. Por eso ella ya no cocina, no vale la pena si es sólo para ella. De hecho, ha adelgazado un poco, lo nota en la marca que deja su trasero cuando se levanta del sofá para aumentar la velocidad del ventilador y cambiar de posición.

Está un poco entumida y el aletargamiento del sueño la empieza a invadir. Ese día se peinó, se perfumó, planchó la ropa. No quiere arruinar nada quedándose dormida en una posición desagradable. Se acomoda un poco, despacio, con cuidado. Recarga la cabeza en el brazo del sofá, estira las piernas, deja de pensar...

Sigue siendo lunes cuando despierta. Tiene frío. La sala está oscura, el ventilador sigue encendido y está segura de que su ropa se arrugó. Prende las luces y la televisión, mira la hora. Once cuarenta y cinco. Tiene hambre o por lo menos siente el estómago vacío, aunque podría ser otro síntoma del dolor. Katia volvió a olvidarlo. Llora un poco, lo suficiente para aliviar la presión en el pecho pero no tanto para que se le enrojezcan los ojos.

Camina hacia la habitación y se mete en la cama. Ruega que todo esté bien. Le queda sólo el consuelo del sueño.

viernes, 15 de abril de 2016

Experimento fallido




Tal vez haya sido bueno que no le dijeras… ya sabes, lo nuestro. Sólo crearías celos innecesarios, inseguridades, peleas a la menor provocación. O quizá eso de la confianza sí es importante. No estoy muy segura, las dos opciones tienen sus desventajas. Yo se lo conté a Karina y no está muy contenta con que salga prácticamente corriendo cuando me llamas por teléfono; no puede entender que los amores van y vienen pero los amigos en la mayoría de las ocasiones se quedan mucho tiempo.

Alberto tampoco estaría contento. He notado cómo me mira cuando salimos los tres juntos y te tomo de la mano en la calle. Es la cosa más natural del mundo que tú y yo, amigas desde hace muchos años, tengamos ciertas libertades. Él debe creer que por ser tu novio puede acaparar las acciones. Por eso está bien que no se lo hayas dicho.

Además, no es como si tener sexo mágicamente hiciera que las personas involucradas se enamoraran; eso es ridículo y no pasa ni en las películas porno. El sexo es piel y sangre, necesidad momentánea. Y lo nuestro fue sólo un experimento, ¿no? Una petición, un favor, una más de tus locuras. Se te ocurrió probar qué se sentiría hacerlo con una mujer y la opción obvia era tu mejor amiga, que aparte de cumplir con el requisito del género también es lesbiana. La experiencia sobre todas las cosas.

Como toda mejor amiga, accedí inmediatamente. Si algo se debe valorar de mí es el apoyo incondicional. Me sigue sorprendiendo que me lo dijeras directamente, de frente, sin sonrojos ni sonrisitas tontas, como toda una profesional. “Tengamos sexo, Marlene”. Incluso me hiciste tartamudear pero sabía que ibas en serio; conozco la determinación que aparece en tus ojos cuando se trata de algo importante, algo fundamental. Y esto por algún motivo lo era para ti. Para mí era… un alivio.

¿Cuántos años llevamos de ser amigas? ¿Catorce o quince años? Nos conocimos en la escuela secundaria, nos hicimos amigas, salimos a muchas fiestas, nos besamos un par de veces mientras estábamos ebrias y henos aquí, tan alegres como de costumbre. Y a pesar de todo el camino recorrido tengo que confesarte que aún queda algo de esa semillita, de ese sentimiento estúpido y lleno de repercusiones que llegué a sentir por ti al principio de nuestra amistad.

Claro que no me había dado cuenta. Esas cosas se tragan y nunca se dejan salir. Digamos que después de los primeros tres novios con los que me atormentaste noté que algo estaba mal y me conseguí una novia. La debes de recordar porque quise contarte todo lo que hacíamos con detalles en un intento vano por vengar el dolor de tus confesiones. Tal vez de ahí surgió tu idea de acostarte con una mujer pero te llevó tiempo reconocerlo... o armarte de valor. No creo querer saberlo.

El caso de todo esto es que no imaginas lo diferente que es besarte sin que el alcohol tenga nada que ver, sin que sea un reto impuesto por algún compañero en turno ni un capricho temporal. Después del primer beso noté que el sudor en las manos, el calor en la cara y el vacío en el estómago seguían allí, varios años después de haberme desecho oficialmente de ellos. Me dolió el corazón, Sara, en serio me dolió. Quise llorar y decirte que lo dejáramos para otro momento, que me había venido la regla o que había contraído alguna enfermedad altamente contagiosa, pero tus ojos serenos no me lo permitieron.

No sé qué vi en ellos, ni siquiera sé si fueron tus ojos. Pudieron haber sido tus labios entreabiertos, el leve roce de tu mano sobre mi rodilla o el beso que siguió después. Dejé de pensar porque los pensamientos hacen daño y no quería que me vieras llorar. Era sexo, plano y llano, sin compromisos, sin arruinar la amistad. Bocas encontrándose, dedos recorriendo cuerpos desnudos, toques, más toques, placer.

No quería que vieras lo que me hacías sentir, quería mantener el profesionalismo. ¿Cómo le hacen los actores para que no les lata el corazón tan rápido en las escenas de desnudos? La vida debería haber terminado cuando terminé de besarte por todas partes, justo antes de que decidieras que también querías jugar y devolverme el favor. Siguió su curso y apreté los ojos con fuerza para que ninguna lágrima se atreviera a salir.

Fue bueno, Sara, fue un gran momento. Me diste un beso rápido en la boca y te pusiste la ropa. También me vestí. Salimos del hotel tomadas de la mano porque era raro no hacerlo después de... ya sabes. No te pregunté qué tal estuvo, ni si lo volverías a repetir, ni nada. Ocurrió y era momento de seguir como si nada hubiera pasado. Supongo que había un trato implícito por ahí.

Te despediste de mí como si fuéramos amantes, con un beso profundo y salado. Te sonreí, hice un gesto con la mano y me tragué el dolor. Es una estupidez que las personas que tienen sexo se enamoren, ¿pero qué pasa cuando una de ellas ya está enamorada de la otra? Debe de pasar miles de veces todos los días y no todos lo ven como una tragedia. Algunos han de decir que por lo menos pudieron tener un momento de unión física con esa persona.

Yo ya no sé cómo vivir. Fue un error porque mis manos ahora no pueden olvidar las suaves cuervas de tu cuerpo y mi nariz quiere volver a sumergirse en tus aromas. Creo que me aferro al recuerdo. Karina lo sabe y a veces me mira con rencor. Alberto podría hacerte lo mismo, así que es mejor que no lo sepa, ¿verdad? Si no se entera todos ganamos.

Bueno, tal vez yo no. Quien se enamora pierde y yo llevo ya algún tiempo perdiendo. Me gustaría quedarme a tu lado para siempre, seguir apoyando tus locuras, continuar secando tus lágrimas, hacer las cosas que las amigas hacen. Eres mi mejor amiga, ¿qué más puedo hacer? Quizá todo este asunto fue pésima idea, quizá debí haberte dicho que buscaras a otra mujer para satisfacer tu curiosidad. Quizá debería callarme y nunca más hablar al respecto. Sólo déjame recordarte que lo nuestro no fue más que un experimento.

jueves, 7 de abril de 2016

María




María.

El nombre, a secas, abandonado, salió de su boca por accidente. Compuso una sonrisa tonta, un poco descuidada, para cubrir su vergüenza y siguió con el hilo de la plática. María José le dedicó una mirada fugaz y ella, aún abrumada, pudo notar su desaprobación.

Nadie debía saberlo, ese era el trato. Manuela estaba bien con eso, no es como si por no anunciar ciertas cosas al mundo uno fuera a perderlas. No era malo, aunque sí miraba con cierta envidia a las parejas que se tomaban de la mano en público y no debían esperar hasta llegar a casa o a la habitación del hotel, o a donde sea que a Majo, como todos sus amigos le decían, decidiera ir.

Mantuvo la sonrisa. Después de todo era una fiesta y se suponía que todos estaban pasando un buen rato. Bebió un sorbo de su vasito con whisky que ya se había diluido y parecía más agua que licor. Miró a María José, que seguía a dos metros de ella, platicando alguna de sus anécdotas universitarias, sonriente, con la opacidad de quien ha consumido mucho alcohol manchándole los ojos.

Tenía ganas de acercarse un poco, ponerle una mano delicadamente en el hombro y sacarla del pequeño departamento que se había vuelto su lugar de reunión habitual. Impensable. Las políticas de María José eran claras y estrictas: nada de roces, nada de miradas, nada de palabras de más.

― ¿Verdad Manu?

Apenas escuchó su nombre, que venía acompañado de una risa gutural que no reconoció. Se había ensimismado en sus pensamientos y no tenía ni la menor idea de qué estaban hablando, sólo había escuchado el ruido de fondo.

― ¡No sabe lo que le dices, Dani! ―repuso Julia entre sonrisitas― Creemos que a Paco le gusta Majo y que se acuestan en secreto, ¿a poco no te parece lógico?

― Tú eres su mejor amiga, Manu, deberías decirnos si es cierto ―terminó de aclarar Andrea.

Manuela hizo lo posible por no abrir demasiado los ojos. Paco era un amigo de María José y, viéndolo desde otra perspectiva, lo que decía Dani tenía todo el sentido del mundo. Después de todo se tomaba más libertades con Paco que con ella.

― Pues…

― ¡Que es cierto! ¡Descubrimos el secreto, Manu!

― Cállense, que Paco es sólo mi amigo ―intervino María José, que a pesar de verse fastidiada por la situación se seguía riendo debido al exceso de alcohol.

― Manu dice que es tu novio ―canturreó Julia.

― Yo no dije eso ―negó Manuela enfáticamente.

No le prestaron atención. Una chica que Manuela no conocía se acercó a María José y la abrazó por los hombros, luego hizo el gesto de besarla en la mejilla. María José la apartó a un lado y deshizo los dos metros que la separaban de Manuela.

Le tomó la mano. Manuela, que tenía el vaso de licor en la otra mano, fingió que le parecía algo muy normal y bebió lo que quedaba en el recipiente. Miró de reojo a María José sólo para comprobar que estaba borracha, demasiado tal vez, ya no le faltaba mucho para salir corriendo al baño a vomitar.

― ¿Todo bien? ―le sururró al oído aprovechando que Julia había comenzado a gritarle a Daniel.

― Como siempre. ¿Sabes? Tal vez debería dejar de beber esto ―y alzó la copa que sujetaba en la mano izquierda―. Me empiezo a sentir mal.

Manuela contuvo una sonrisa porque estaba segura de que María José llevaba por lo menos una hora sintiéndose mal. Siempre le pasaba lo mismo cuando mezclaba el whisky con la cerveza y con lo que se atravesara en su camino. Una vez incluso había vomitado en el taxi que debía llevarlas al hotel donde pasarían la noche y Manuela se vio obligada a pagar una cantidad adicional por el incidente.

― Esos dos se gustan ―murmuró María José señalando a Julia y a Daniel que ahora se sujetaban por los brazos y trataban de tirar al otro al suelo mientras los demás los apoyaban.

― ¿Cómo lo sabes?

― Julia lo mira como tú me ves a mí.

Manuela se sonrojó, soltó la mano de María José e intentó pensar en algo ingenioso. Usualmente no era tan impertinente, no el público, y la desequilibraba el cambio. Suspiró, volteó para decirle que esa vez había ganado y se encontró con la boca de María José sobre la suya. Mantuvo abiertos los ojos, aturdida, pendiente del movimiento de las demás personas que se encontraban en la habitación.

Se hizo el silencio. María José le rodeó el cuello con ambos brazos y Manuela sintió el roce del vaso de vidrio, húmedo y frío, cerca del hombro. Siguió sin cerrar los ojos pero se dedicó a responder el beso. Sabía un poco amargo y salado. No le importó, lo que le importó fue que el silencio continuaba.

María José detuvo el beso bruscamente, la apartó con un ligero empujón y encaró a sus amigos.

― ¿Qué? ¿Nunca han visto a dos chicas besarse?

Manuela trató de hacerse pequeña, de pasar desapercibida. Quiso correr, esconderse, apartarse de todos. No sabía que le daba tanta pena mostrar quién le gustaba. Desde que empezó a salir con María José, unos 8 meses atrás, creyó que siempre había sido decisión ajena y le sentó mal darse cuenta de que también ella había contribuido.

― Está bien, digo, es sólo que no lo esperábamos así… de ustedes… que siempre han sido tan amigas… ―comenzó Andrea.

― Sí, sólo es extraño que nuestras amigas se besen, pero no tenemos nada en contra, ya saben ―siguió Daniel mientras se encogía de hombros.

María José asintió complacida, tomó a Manuela de la mano y la sacó del lugar. Manuela nunca notó a qué hora dejó su vaso vacío en el sofá ni en qué momento tomó su sudadera de alguna parte del suelo. Se aferró a la mano de María José, que parecía no querer detenerse.

― Fue tu culpa ―habló María José sin aminorar el paso―. Quedamos que no habría ninguna muestra y no cumpliste.

― Pero no hice nada.

― Me llamaste María frente a todos. Eso debía quedar entre nosotras.

Manuela no supo qué responder. Era curioso pero María José ya no parecía tan alcoholizada como cuando estaban en el departamento. Tal vez el aire frío de las tres de la madrugada le había sentado bien.

― De todas maneras está bien, ya era tiempo de que pudiéramos hacer cosas como las demás parejas.

― ¿Como besarnos en la calle? ―preguntó Manuela sin saber si estaba haciéndolo bien.

― Sí, ese es un buen ejemplo.

Entonces María José sí se detuvo, se puso frente a ella y la besó despacio. Un coche pasó por la calle y Manuela alcanzó a distinguir un grito que la alentaba a meter la mano por debajo de la ropa de María José. Le hizo caso, le resultaba fácil hacerlo cuando no pasaba casi nadie. Ya después aprendería a lidiar con las miradas de otras personas.