viernes, 10 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 3

3. Más cerca del cielo

Besaba mejor que... bueno, no tenía muchas referencias al respecto. Sólo había besado a Gregorio, su novio actual, y a un fulano con el que tuvo una corta relación en la preparatoria. Ni hablar de haber besado a mujeres antes. No, definitivamente no tenía punto alguno de comparación. Sólo podía guiarse por el instinto y por el repentino cosquilleo que sentía en todo el cuerpo.

Los besos de Abigail eran abrasadores, la consumían. Y aunque sus manos no hicieran contacto con su cuerpo, Paulina sentía que se quemaba y que se quemaba de nuevo y que se chamuscaba y que no le importaba porque estaba perdida. Era un beso tras otro, unos más largos que otros, otros más profundos que unos. Hasta su olor, como a hierbabuena, le encantaba.

— ¿Está bien así? —preguntó de pronto Abigail, deteniendo la amable tortura y dejándola llena de un agradable calor.

Paulina asintió. Sus labios no se atrevían a pronunciar ni una sílaba porque lo único que les interesaba era seguir besando. Seguir besándola. Abigail pareció dudar y ella tuvo tiempo de contemplar su cabello rizado, corto, de un color que se parecía mucho al del trigo. Sin pensarlo mucho, deslizó una mano por ese cabello y jaló a Abigail hacia ella para continuar con los besos.

Y era de nuevo un beso tras otro. Estaba segura de que ella no besaba tan bien como Abigail pero le gustaba la sensación de ser la que tomara la iniciativa. De pronto, Abigail soltó un suspiro que pareció gemido y se alejó con rapidez, apenada. Paulina la miró y ella le devolvió la mirada. Desde fuera, se debían de ver como una pareja cualquiera, enamorada, muy enamorada.

Pero ellas no estaban enamoradas. O tal vez sólo un poco. Sin embargo, Paulina tenía novio y Abigail... Ella era todo un caso. No tenía ni la menor idea de por qué seguía viéndola si claramente le había dicho que no pensaba dejar a Gregorio. Tampoco estaba muy segura de por qué no quería dejarlo, aunque la posible causa era que sentía que su romance con Abigail estaba dominado por un deseo que sólo necesitaba cumplirse para terminar.

Se sonrieron y se volvieron a besar. En momentos así, todas sus inseguridades y pesares, donde se incluía la casi vergüenza de estar siendo infiel, se desvanecían. En esos instantes casi tenía la certeza de que ellas podrían tener una relación larga y próspera, ser muy felices. Mucho.

Las lágrimas empezaron a caer incluso antes de que se hiciera a la idea de que tenía ganas de llorar. Los pensamientos felices le recordaban a veces lo estúpida que era su idea, una vil fantasía. Abigail se pegó más a ella y la abrazó con fuerza. Fue todo lo que bastó para que Paulina se sintiera segura y protegida...


Tal vez ese pedacito de cielo que tanto se empeñaba en encontrar estaba más cerca de lo que creía. Tal vez estaba entre los brazos de una mujer que se había vuelto su amante en un par de semanas, una mujer de la que estaba enamorada tan desesperadamente que prefería negarlo. O tal vez no. Esperaba que el tiempo hablara en su favor.

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