Holly ya no sabía cómo
hacerle entender a Abby que estaba de su lado, que no era su enemiga y que
estaba dispuesta a seguir aguantando sus ataques de mal humor en público para
permanecer a su lado. Así que decidió gritarle que se callara y que actuara con
un poco más de sentido común porque todos querían verla caer. Todos menos las
personas involucradas en la compañía, desde luego, aunque fuese por su propio
bienestar y el de sus hijas.
Lo que posiblemente nadie
sospechaba es que a Holly no sólo le interesaba que Nia tuviera éxito, sino
también el bienestar de Abby. En opinión de las otras madres, esa era la imagen
que Melissa debía proyectar para seguir obteniendo favoritismos. Pero las otras
madres no sabían nada, asumían siempre que Abby hacía lo peor para sus hijas y
se quejaban demasiado. Por supuesto que Holly hacía las mismas cosas, pero era
su obligación para que nadie sospechara lo que ocurría en realidad.
Por eso ese día fue
incapaz de contenerse. Vio que Abby cerraba la boca después de escuchar sus
palabras y, cuando volvió a hablar, su voz era más calmada, como si hubiese
recapacitado. Las palabras seguían siendo ácidas y punzantes, así que Holly
entendió que debía seguir el juego; las cámaras seguían grabando y no era
momento de ponerse sentimentales.
― ¡Quieres deshacerte de
mí! ¡Echaste a Kelly, echaste a Christi y ahora vienes tras de mí!
De nuevo Holly pudo ver
vacilación. La respuesta fue rápida.
― No quiero echarte, nadie
está haciendo nada contra ti, Holly.
Entonces Holly se dejó
llevar porque a veces, en los momentos que compartían cada vez con más
regularidad fuera del estudio, sentía que sí quería sacarla del medio, que sólo
la utilizaba para algún propósito que aún no podía dilucidar. Tal vez convivir
tanto con las otras madres la estaba volviendo paranoica.
― ¡Ya basta! ¡Ya basta,
ya basta! ¡Ya basta!
Abby salió de la sala,
pero la cámara siguió grabando. Y ella, terriblemente avergonzada, siguió
gritando, persiguiéndola con su voz. No era propio de ella comportarse así,
pero nada le garantizada que Abby no se fuera a deshacer de ella, de sus manos
rozándose cuando tomaban una copa lejos de todo el mundo, de uno que otro beso
reprimido y superficial, temeroso, de las palabras de afecto dichas al azar. Si
le había pasado a Melissa, podría pasarle a ella también.
Se calmó, se calló y
regresó a la sala donde estaban las madres y las niñas. Nia se le acercó y la
abrazó. A veces Holly creía que Nia sabía cosas, muchas cosas de las que no
debería enterarse. Correspondió el abrazo, sonrió y le aseguró que todo estaba
bien. Decidió en ese instante que esa tarde no le llamaría a Abby. Después de
esas discusiones siempre era Holly quien cedía y esa vez esperaba que fuera
diferente. Definitivamente, no le pasaría lo mismo que a Melissa.