miércoles, 22 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 9

9. Lágrimas

La vio y notó que tenía los ojos húmedos e hinchados, rojos. Parecía que hubiera estando llorando toda la noche. Sin saber exactamente por qué, le dolió el pecho. Tal vez era el peso del presentimiento. No era normal que Abigail le pidiera verla con urgencia. Era inesperado y... extraño.

No la besó cuando estuvieron lo suficientemente cerca y eso fue otro golpe en el centro del pecho. Estaba ocurriendo algo y sentía la necesidad casi ilógica de saberlo. Debería preferir no enterarse de nada, así estaría segura en su burbuja de felicidad. Fijó su mirada en Abigail. No sólo sus ojos mostraban signos de llanto, también tenía los labios inflamados y cierta aura de tristeza infinita.

— ¿Qué pasa? —probó suerte. Paulina había llegado a la conclusión de que no quería saber, pero era necesario. Sentía que el cielo se volvía más oscuro con cada minuto que pasaba y que su vida llegaría a su final.

Abigail suspiró. Pareció evitar la mirada de Paulina, cada vez más desesperada. Intentó hablar y le temblaron los labios. Luego alzó las manos y no pudo sujetarse el cabello para acomodárselo. Debía estar pasando algo muy malo. Más que malo.

A Paulina se le llenaron los ojos de lágrimas antes de siquiera poder procesar las palabras de Abigail cuando por fin pudo decirlas. Había entendido que ya no podían estar juntas y con eso bastaba para romperle el corazón. Tardó unos segundos en entenderlo, en romper a llorar, en abrazarla como si no quisiera dejar que se fuera, en intentar resignarse y a la vez hacer propuestas locas e imposibles.

Abigail meneó la cabeza varias veces. Imposible.

— ¿Pero por qué? Creí que tu trabajo era aquí, que no... —no supo qué más añadir porque ignoraba muchos aspectos del empleo de Abigail. Siguió sollozando como quien ha perdido la esperanza.

— Perdón. No me gustan las relaciones a distancia... ya sabes lo que dicen —asintió.

Abigail también lloraba, pero con más gracias y estilo que ella. Después de dos años, ese parecía ser el final de su relación.

— ¿Cuándo te vas?

— Mañana —de pronto, se sintió patética por no luchar ni un poquito. Pero las cosas ya estaban escritas de cierta manera y no podía...

Se abrazaron con fuerza.

— Te quiero, Aby.

— Y yo a ti.

— Nunca lo olvides, por favor...

Abigail le pidió que la acompañara, que se despidieran, que estuvieran esas últimas horas juntas porque después las separarían miles de kilómetros y varias horas en avión. Paulina se negó. No porque no quisiera, sino porque todo había sido tan repentino y brusco que no creyó que pasar un rato más juntas mejorara la situación.

Intentó sonreír mientras se daban el último beso en la boca. De verdad lo intentó.

— Cuídate mucho. Te extrañaré.

— También te extrañaré. Escríbeme, ¿sí?

Paulina aceptó. Era lo único a lo que podía aferrarse. Abigail la llevó a donde había estacionado su auto y se subió. Encendió el motor, le echó una última mirada a la que consideraba el amor de su vida, ahora ex novia, y se fue. Se estacionó cuatro cuadras después y se echó a llorar sin tregua. Era lo único que le quedaba.

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