9. Lágrimas
La vio y notó que tenía los ojos
húmedos e hinchados, rojos. Parecía que hubiera estando llorando toda la noche.
Sin saber exactamente por qué, le dolió el pecho. Tal vez era el peso del
presentimiento. No era normal que Abigail le pidiera verla con urgencia. Era
inesperado y... extraño.
No la besó cuando estuvieron lo
suficientemente cerca y eso fue otro golpe en el centro del pecho. Estaba
ocurriendo algo y sentía la necesidad casi ilógica de saberlo. Debería preferir
no enterarse de nada, así estaría segura en su burbuja de felicidad. Fijó su
mirada en Abigail. No sólo sus ojos mostraban signos de llanto, también tenía
los labios inflamados y cierta aura de tristeza infinita.
— ¿Qué pasa? —probó suerte.
Paulina había llegado a la conclusión de que no quería saber, pero era
necesario. Sentía que el cielo se volvía más oscuro con cada minuto que pasaba
y que su vida llegaría a su final.
Abigail suspiró. Pareció evitar
la mirada de Paulina, cada vez más desesperada. Intentó hablar y le temblaron
los labios. Luego alzó las manos y no pudo sujetarse el cabello para
acomodárselo. Debía estar pasando algo muy malo. Más que malo.
A Paulina se le llenaron los ojos
de lágrimas antes de siquiera poder procesar las palabras de Abigail cuando por
fin pudo decirlas. Había entendido que ya no podían estar juntas y con eso
bastaba para romperle el corazón. Tardó unos segundos en entenderlo, en romper
a llorar, en abrazarla como si no quisiera dejar que se fuera, en intentar
resignarse y a la vez hacer propuestas locas e imposibles.
Abigail meneó la cabeza varias
veces. Imposible.
— ¿Pero por qué? Creí que tu
trabajo era aquí, que no... —no supo
qué más añadir porque ignoraba muchos aspectos del empleo de Abigail. Siguió
sollozando como quien ha perdido la esperanza.
— Perdón. No me gustan las
relaciones a distancia... ya sabes lo que dicen —asintió.
Abigail también lloraba, pero con
más gracias y estilo que ella. Después de dos años, ese parecía ser el final de
su relación.
— ¿Cuándo te vas?
— Mañana —de pronto, se sintió
patética por no luchar ni un poquito. Pero las cosas ya estaban escritas de
cierta manera y no podía...
Se abrazaron con fuerza.
— Te quiero, Aby.
— Y yo a ti.
— Nunca lo olvides, por favor...
Abigail le pidió que la
acompañara, que se despidieran, que estuvieran esas últimas horas juntas porque
después las separarían miles de kilómetros y varias horas en avión. Paulina se
negó. No porque no quisiera, sino porque todo había sido tan repentino y brusco
que no creyó que pasar un rato más juntas mejorara la situación.
Intentó sonreír mientras se daban
el último beso en la boca. De verdad lo intentó.
— Cuídate mucho. Te extrañaré.
— También te extrañaré. Escríbeme,
¿sí?
Paulina aceptó. Era lo único a lo
que podía aferrarse. Abigail la llevó a donde había estacionado su auto y se
subió. Encendió el motor, le echó una última mirada a la que consideraba el
amor de su vida, ahora ex novia, y se fue. Se estacionó cuatro cuadras después
y se echó a llorar sin tregua. Era lo único que le quedaba.
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