5. Con el pie izquierdo
―¡¿Cómo que te vas a ir a vivir
con alguien que apenas conoces?!
Nube, que ya se esperaba esa
respuesta de Pamela, cierra los ojos durante unos segundos, siempre tratando de
no ceder ante la imperiosa necesidad de dormir, e invoca toda la paciencia que
ha ganado durante los muchos años que llevan siendo algo así como amigas.
―Pues así nada más. Decidí que ya
no quiero seguir viviendo según las expectativas de mi padre ―responde
alzándose de hombros―. Bueno, y según las de mi madre tampoco, que hasta viene
siendo peor ―añade conteniendo un bostezo.
Pamela se queda realmente quieta
y contempla a su amiga con una expresión horrorizada que hace que sus bonitos
rasgos se deformen un poco. Se pone de pie casi de un brinco y comienza a caminar
en círculos frente a Nube, que sigue sentada en el sofá aún con el pijama
puesto porque no esperaba visitas… y mucho menos tan temprano. Voltea a ver hacia
las cortinas y nota que comienza a filtrarse la claridad del amanecer. ¿A quién
se le ocurre hacer una visita de madrugada? Ah, sí, a Pamela.
Nube no es capaz de contener otro
bostezo y se lleva descuidadamente un brazo hacia la cara para cubrirse. Pamela
dice cosas entre dientes mientras gesticula levemente y Nube supone que la está
maldiciendo. Cierra los ojos de nuevo y recarga la cabeza en el suave respaldo
del sofá. Bueno, por lo menos ya tiene algo que puede extrañar de ese
departamento: su bendito, cómodo y siempre agradable sofá.
―Nube, ¿todo esto es en serio?
―pregunta Pamela con la preocupación tiñéndole la voz.
Si hubiera estado más despierta,
Nube habría notado la breve mirada que Pamela dirige al brazo que tiene algunas
cicatrices recientes. Pero tiene mucho sueño y simplemente le sorprende ese
aspecto tan preocupado de su amiga y decide que debe echarle un buen vistazo
por si la han cambiado por otra mujer y ella no lo ha notado. La mira
rápidamente de arriba a abajo y decide que sus 1.65 de estatura siguen siendo
los mismos que recordaba, con todo y ese tonto centímetro de más del que Pamela
siempre ha estado tan orgullosa. Luego repasa su cabello, muy lacio, muy corto
y teñido de color negro, y sus ojos verdes que en conjunto le dan una
apariencia extraña, como de falta de naturalidad.
Como ya había sospechado, no
encuentra ninguna diferencia. Con la excepción del cabello, que comenzó a
teñirse cuando tenía 14 años, sigue siendo la misma Pamela que jugaba con ella
a las muñecas cuando eran niñas. Sigue siendo la misma persona que se
desaparece durante varios meses y luego llega a su casa a una hora indecente
para pretender enseñarle la mejor manera de llevar su vida. A veces Nube
incluso tiene la sospecha de que su madre es la encargada de organizar las
visitas de Pamela para aprovechar los mejores momentos.
―¿Hace cuánto que no nos vemos? ¿Casi
un año? ―continúa Pamela, aún en movimiento constante frente a ella― Y el día
que se me ocurre venir a verte, después de haberle preguntado a tu madre si
seguías viviendo aquí, por supuesto, me sales con una historia de amor
ridícula, perdón que te lo diga, y de cómo te has dado cuenta de que no te
gusta tu vida. No lo sé, no tiene sentido para mí.
Nube nota que se siente un poco
ofendida, no porque Pamela diga que su relación es ridícula, que eso incluso
puede comprenderlo puesto que le resumió las tres semanas más intensas de su
vida en apenas 10 minutos, sino porque le parece que trata de hacerse la
víctima. Parece que Pamela cree ser la única persona en la que Nube podría
confiar… y aunque eso es parcialmente cierto pero bastante debatible, Nube no
cree que deba comportarse de una forma tan extraña (algo que fluctúa entre la
preocupación, la exasperación y la ofensa).
―Es en serio ―dice por fin,
tratando de no sentirse enojada, sacando paciencia del montón que guarda para
situaciones así―. Mira, supongo que no lo entiendes, después de todo tú has
decidido justamente lo contrario, pero no pasa absolutamente nada. Confío en
Martina y sé que podremos hacer esto juntas.
Pamela deja de caminar en
círculos al escuchar la última palabra y es casi como si le hubieran asestado
un golpe. Mira fijamente a Nube y la expresión de preocupación se vuelve más
intensa.
―¿Cómo va a estar bien? No
conoces a esa... mujer.
―La conozco lo suficiente.
―¿Cuánto es suficiente? ¿Una
semana?
―Tres.
―¿Tres es suficiente?
―Lo es para mí.
Pamela se lleva la palma abierta
de la mano hacia la frente y se da un par de golpecitos, después de deja caer
en el sofá junto a Nube.
―Estás loca, Nube. No va a salir
nada bueno de esto.
Por algún motivo, sus palabras ahora
sí hacen que Nube se enoje. Piensa que Pamela, a pesar de ser su única amiga,
no tiene derecho a poner en duda sus decisiones. Después de todo, no es como si
Pamela hubiese estado siempre vigilando que no hiciera ninguna estupidez, ni ayudándole
en los momentos de tristeza, ni compartiendo la carga de la vida que lleva. Ni
siquiera está segura de poder llamarla realmente amiga. Fue más bien coincidencia
que sus padres fueran socios comerciales cuando ellas eran pequeñas, que
vivieran en el mismo vecindario y que no tuvieran nadie más con quién jugar.
Nube está considerando seriamente
pedirle que se marche y está a punto de abrir la boca para formular las
palabras cuando Pamela le toma las manos. Luego, lentamente, pasa su dedo
índice por las cicatrices de cortadas de Nube. Si Nube hubiera tenido menos
sueño, hubiese notado mucho antes que gran parte de la preocupación de su amiga
se debía a eso.
―Tú no eras así ―susurra.
Nube no sabe qué responder a eso.
Siente que la tristeza que transmite la voz de Pamela es auténtica, pero le
parece tonto que le diga algo así… Tonto y fuera de lugar. Deshace bruscamente
el contacto y se levanta del sofá. Se siente ofendida y avergonzada al mismo
tiempo, una mezcla que no puede describir muy bien, y esconde detrás de la espalda
el brazo que tiene las cicatrices.
Respira profundamente, agarrando
valor. Levanta el otro brazo y señala con él la puerta del departamento. No
puede hablar. Cree que si lo intenta comenzará a llorar porque Pamela ha
removido alguna maraña que no sabía que existía en su interior. Pamela entiende
la señal. Asiente con la cabeza, se levanta, agarra su bolso y sale del lugar.
Nube puede entonces dejar salir
las lágrimas. Porque es cierto. Pamela tiene razón y ella no era así. Ella no
era del tipo de gente que se lastima y sufre y no sabe qué hacer con su vida.
Tenía un camino definido que de cierta manera era fácil y de cierta forma era tan
satisfactorio como cualquier otro, y la sensación de haberlo perdido le duele más
de lo que creía posible. Sabe que ya ha tomado una decisión pero aún así le
resulta tan difícil...
Maldita Pamela. ¿No se supone que
las amigas deben darte una palmadita en la espalda y un abrazo y decirte que
todo saldrá bien? Pamela debería haberle dicho que las cosas iban a funcionar, que
podría tener una vida tranquila con Martina, que no importaba lo que sus padres
pudieran querer para ella. Pero de cierto modo lo comprende, entiende que su
amiga no apruebe lo que hace. Después de todo, Pamela decidió en algún momento
de su existencia hacer todo lo que sus padres quisieran si con eso podía tener
un buen futuro económico. Sin embargo, eso no quería decir que su camino fuera
el adecuado. Era posible que las dos estuvieran en lo cierto y que a ambas les
fuera bien. O que no.
Se limpia las lágrimas con el
dorso de la mano y respira pausadamente para convencerse de que debe ser fuerte
y dejar de llorar. Lamenta que las cosas hayan salido así entre ellas pero es
consciente de que no puede hacer nada para corregirlo. Hace la promesa de
volver a hablarle cuando su existencia haya tomado el rumbo que tanto desea…
cuando pueda probarle que no ha tomado una mala decisión.
Para distraer su mente, se le
ocurre mirar el enorme reloj de manecillas que adorna la pequeña sala, justo en
el lado opuesto del sofá. Son las 8:10 de la mañana. Lleva unas 2 horas
despierta y su cuerpo lo resiente. Se dice que aún es joven y que debe aguantar
más, así que se levanta del sofá, se estira un poco y se dirige hacia el baño
para ver si con eso termina de despertarse. El dolorcito de la plática con
Pamela no ha desaparecido, pero aprenderá a mantenerlo escondido mientras
intenta sentirse feliz.
Quizá debería mandarle un mensaje
a Martina, aunque lo más seguro es que a esa hora esté saliendo de su casa para
ir a su trabajo. Por suerte una de las dos está haciendo algo para ganar
dinero. Martina cuenta con la fortuna de seguir trabajando como diseñadora en
el mismo lugar que estaba cuando se conocieron. Le descontaron los días que
estuvo fuera comenzando una relación con Nube, la acusaron de irresponsable y
desobligada, y luego le dijeron que de todas maneras seguían necesitando un
diseñador y que a pesar de todo ella era buena en su trabajo.
Hay gente con mucha suerte en el
mundo. O será que uno mismo crea su propia suerte según el empeño que ponga en
que todo le vaya bien. Alguna vez escuchó algo así, que uno atrae las cosas
buenas o malas con sus propios pensamientos. Qué más da. Nube cree que ese
asunto no es algo que deba preocuparle. Afortunadamente, tiene a Martina a su
lado y lleva dos semanas convenciéndose de que todo es posible de esa manera.
Hasta ahora ha salido bien, ¿no? Bueno, hasta antes de despertar esa mañana.
Nube está a punto de quitarse la
ropa interior para meterse bajo la regadera cuando suena su teléfono. Lo tiene
justo frente a ella, así que lo coge con cierta complacencia porque piensa que
se trata de Martina. Martina a veces hace esas cosas y esa semana ha estado más
insistente que nunca. Le da los buenos días, le dice que desayune bien y trata
de infundirle ánimos para las entrevistas de trabajo que tenga ese día. Esa
semana sólo ha tenido dos, pero de todas maneras Nube agradece el apoyo.
No espera en lo absoluto que la
persona que le está llamando sea su madre. Y lo descubre demasiado tarde, justo
cuando ha aceptado la llamada. Se maldice un poco. Era lo único que le faltaba.
Suspira con resignación. Dicen que cuando uno se levanta con el pie izquierdo
nada puede salir bien, y ella no pudo haberse levantado de otra manera, por lo
menos no después de haber oído el timbre a las 6 de la mañana y haber
trastabillado cuatro veces antes de lograr encontrar el interruptor de la luz.
―¿Qué pasa? ―responde con voz
cansada. Es muy temprano para que le pasen esas cosas. Le había llamado a su
madre hacía una semana para informarle que no pensaba seguir recibiendo su
dinero ni las sugerencias de su padre. Su madre se había desecho en llanto y no
había hablado con ella desde entonces.
―Hija… ―suspiro― Creo que tienes
razón.
Nube puede imaginar a su madre
con el teléfono muy cerca de su oreja, apretándolo con fuerza para no dejarlo
caer, y cerrando los ojos suavemente.
―¿En qué tengo razón, madre?
―pregunta con cierta cautela. La situación le parece bastante repentina y le
asusta un poco. ¿No es una especie de casualidad que haya hablado con Pamela
hace tan poco tiempo?
―En tu decisión. Tienes derecho a
vivir tu vida y fui tan egoísta... ―sollozo―. Pensé más en mí que en ti y eso
no fue nada justo… Pero creo que lo entiendo ahora. Tienes razón, debes hacer
lo que te haga feliz y si alejarte de nosotros es lo que necesitas... ―otro
sollozo― estará bien.
Nube se queda con la boca
abierta. ¿Qué puede decir a eso?
―Mamá… Muchas gracias. De verdad
muchas gracias...
―Cuídate mucho, ¿sí?
―Siempre.
―Vale.
Su madre cuelga. Todo ha sido tan
rápido, tan sorpresivo, tan distinto a cualquier cosa que podría haber
esperado, tan ridículo incluso. Una felicidad muy pequeña empieza a abrirse
camino en su mente. No necesitaba la aprobación de su madre (o quizá simplemente
no sabía lo mucho que la necesitaba), pero resulta un gran regalo. Deja el
celular en el lavabo, se mete bajo la regadera sin quitarse la ropa interior y
abre la llave del agua fría. Debe asegurarse de que no está soñando. Debe
comprobar que está viva y que puede sentirse feliz.
Es posible que ese día en
realidad no se haya levantado con el pie izquierdo. Al menos no del todo.