viernes, 27 de octubre de 2017

[Deep Deep Ocean] 5. Con el pie izquierdo



5. Con el pie izquierdo


―¡¿Cómo que te vas a ir a vivir con alguien que apenas conoces?!

Nube, que ya se esperaba esa respuesta de Pamela, cierra los ojos durante unos segundos, siempre tratando de no ceder ante la imperiosa necesidad de dormir, e invoca toda la paciencia que ha ganado durante los muchos años que llevan siendo algo así como amigas.

―Pues así nada más. Decidí que ya no quiero seguir viviendo según las expectativas de mi padre ―responde alzándose de hombros―. Bueno, y según las de mi madre tampoco, que hasta viene siendo peor ―añade conteniendo un bostezo.

Pamela se queda realmente quieta y contempla a su amiga con una expresión horrorizada que hace que sus bonitos rasgos se deformen un poco. Se pone de pie casi de un brinco y comienza a caminar en círculos frente a Nube, que sigue sentada en el sofá aún con el pijama puesto porque no esperaba visitas… y mucho menos tan temprano. Voltea a ver hacia las cortinas y nota que comienza a filtrarse la claridad del amanecer. ¿A quién se le ocurre hacer una visita de madrugada? Ah, sí, a Pamela.

Nube no es capaz de contener otro bostezo y se lleva descuidadamente un brazo hacia la cara para cubrirse. Pamela dice cosas entre dientes mientras gesticula levemente y Nube supone que la está maldiciendo. Cierra los ojos de nuevo y recarga la cabeza en el suave respaldo del sofá. Bueno, por lo menos ya tiene algo que puede extrañar de ese departamento: su bendito, cómodo y siempre agradable sofá.

―Nube, ¿todo esto es en serio? ―pregunta Pamela con la preocupación tiñéndole la voz.

Si hubiera estado más despierta, Nube habría notado la breve mirada que Pamela dirige al brazo que tiene algunas cicatrices recientes. Pero tiene mucho sueño y simplemente le sorprende ese aspecto tan preocupado de su amiga y decide que debe echarle un buen vistazo por si la han cambiado por otra mujer y ella no lo ha notado. La mira rápidamente de arriba a abajo y decide que sus 1.65 de estatura siguen siendo los mismos que recordaba, con todo y ese tonto centímetro de más del que Pamela siempre ha estado tan orgullosa. Luego repasa su cabello, muy lacio, muy corto y teñido de color negro, y sus ojos verdes que en conjunto le dan una apariencia extraña, como de falta de naturalidad.

Como ya había sospechado, no encuentra ninguna diferencia. Con la excepción del cabello, que comenzó a teñirse cuando tenía 14 años, sigue siendo la misma Pamela que jugaba con ella a las muñecas cuando eran niñas. Sigue siendo la misma persona que se desaparece durante varios meses y luego llega a su casa a una hora indecente para pretender enseñarle la mejor manera de llevar su vida. A veces Nube incluso tiene la sospecha de que su madre es la encargada de organizar las visitas de Pamela para aprovechar los mejores momentos.

―¿Hace cuánto que no nos vemos? ¿Casi un año? ―continúa Pamela, aún en movimiento constante frente a ella― Y el día que se me ocurre venir a verte, después de haberle preguntado a tu madre si seguías viviendo aquí, por supuesto, me sales con una historia de amor ridícula, perdón que te lo diga, y de cómo te has dado cuenta de que no te gusta tu vida. No lo sé, no tiene sentido para mí.

Nube nota que se siente un poco ofendida, no porque Pamela diga que su relación es ridícula, que eso incluso puede comprenderlo puesto que le resumió las tres semanas más intensas de su vida en apenas 10 minutos, sino porque le parece que trata de hacerse la víctima. Parece que Pamela cree ser la única persona en la que Nube podría confiar… y aunque eso es parcialmente cierto pero bastante debatible, Nube no cree que deba comportarse de una forma tan extraña (algo que fluctúa entre la preocupación, la exasperación y la ofensa).

―Es en serio ―dice por fin, tratando de no sentirse enojada, sacando paciencia del montón que guarda para situaciones así―. Mira, supongo que no lo entiendes, después de todo tú has decidido justamente lo contrario, pero no pasa absolutamente nada. Confío en Martina y sé que podremos hacer esto juntas.

Pamela deja de caminar en círculos al escuchar la última palabra y es casi como si le hubieran asestado un golpe. Mira fijamente a Nube y la expresión de preocupación se vuelve más intensa.

―¿Cómo va a estar bien? No conoces a esa... mujer.

―La conozco lo suficiente.

―¿Cuánto es suficiente? ¿Una semana?

―Tres.

―¿Tres es suficiente?

―Lo es para mí.

Pamela se lleva la palma abierta de la mano hacia la frente y se da un par de golpecitos, después de deja caer en el sofá junto a Nube.

―Estás loca, Nube. No va a salir nada bueno de esto.

Por algún motivo, sus palabras ahora sí hacen que Nube se enoje. Piensa que Pamela, a pesar de ser su única amiga, no tiene derecho a poner en duda sus decisiones. Después de todo, no es como si Pamela hubiese estado siempre vigilando que no hiciera ninguna estupidez, ni ayudándole en los momentos de tristeza, ni compartiendo la carga de la vida que lleva. Ni siquiera está segura de poder llamarla realmente amiga. Fue más bien coincidencia que sus padres fueran socios comerciales cuando ellas eran pequeñas, que vivieran en el mismo vecindario y que no tuvieran nadie más con quién jugar.

Nube está considerando seriamente pedirle que se marche y está a punto de abrir la boca para formular las palabras cuando Pamela le toma las manos. Luego, lentamente, pasa su dedo índice por las cicatrices de cortadas de Nube. Si Nube hubiera tenido menos sueño, hubiese notado mucho antes que gran parte de la preocupación de su amiga se debía a eso.

―Tú no eras así ―susurra.

Nube no sabe qué responder a eso. Siente que la tristeza que transmite la voz de Pamela es auténtica, pero le parece tonto que le diga algo así… Tonto y fuera de lugar. Deshace bruscamente el contacto y se levanta del sofá. Se siente ofendida y avergonzada al mismo tiempo, una mezcla que no puede describir muy bien, y esconde detrás de la espalda el brazo que tiene las cicatrices.

Respira profundamente, agarrando valor. Levanta el otro brazo y señala con él la puerta del departamento. No puede hablar. Cree que si lo intenta comenzará a llorar porque Pamela ha removido alguna maraña que no sabía que existía en su interior. Pamela entiende la señal. Asiente con la cabeza, se levanta, agarra su bolso y sale del lugar.

Nube puede entonces dejar salir las lágrimas. Porque es cierto. Pamela tiene razón y ella no era así. Ella no era del tipo de gente que se lastima y sufre y no sabe qué hacer con su vida. Tenía un camino definido que de cierta manera era fácil y de cierta forma era tan satisfactorio como cualquier otro, y la sensación de haberlo perdido le duele más de lo que creía posible. Sabe que ya ha tomado una decisión pero aún así le resulta tan difícil...

Maldita Pamela. ¿No se supone que las amigas deben darte una palmadita en la espalda y un abrazo y decirte que todo saldrá bien? Pamela debería haberle dicho que las cosas iban a funcionar, que podría tener una vida tranquila con Martina, que no importaba lo que sus padres pudieran querer para ella. Pero de cierto modo lo comprende, entiende que su amiga no apruebe lo que hace. Después de todo, Pamela decidió en algún momento de su existencia hacer todo lo que sus padres quisieran si con eso podía tener un buen futuro económico. Sin embargo, eso no quería decir que su camino fuera el adecuado. Era posible que las dos estuvieran en lo cierto y que a ambas les fuera bien. O que no.

Se limpia las lágrimas con el dorso de la mano y respira pausadamente para convencerse de que debe ser fuerte y dejar de llorar. Lamenta que las cosas hayan salido así entre ellas pero es consciente de que no puede hacer nada para corregirlo. Hace la promesa de volver a hablarle cuando su existencia haya tomado el rumbo que tanto desea… cuando pueda probarle que no ha tomado una mala decisión.

Para distraer su mente, se le ocurre mirar el enorme reloj de manecillas que adorna la pequeña sala, justo en el lado opuesto del sofá. Son las 8:10 de la mañana. Lleva unas 2 horas despierta y su cuerpo lo resiente. Se dice que aún es joven y que debe aguantar más, así que se levanta del sofá, se estira un poco y se dirige hacia el baño para ver si con eso termina de despertarse. El dolorcito de la plática con Pamela no ha desaparecido, pero aprenderá a mantenerlo escondido mientras intenta sentirse feliz.

Quizá debería mandarle un mensaje a Martina, aunque lo más seguro es que a esa hora esté saliendo de su casa para ir a su trabajo. Por suerte una de las dos está haciendo algo para ganar dinero. Martina cuenta con la fortuna de seguir trabajando como diseñadora en el mismo lugar que estaba cuando se conocieron. Le descontaron los días que estuvo fuera comenzando una relación con Nube, la acusaron de irresponsable y desobligada, y luego le dijeron que de todas maneras seguían necesitando un diseñador y que a pesar de todo ella era buena en su trabajo.

Hay gente con mucha suerte en el mundo. O será que uno mismo crea su propia suerte según el empeño que ponga en que todo le vaya bien. Alguna vez escuchó algo así, que uno atrae las cosas buenas o malas con sus propios pensamientos. Qué más da. Nube cree que ese asunto no es algo que deba preocuparle. Afortunadamente, tiene a Martina a su lado y lleva dos semanas convenciéndose de que todo es posible de esa manera. Hasta ahora ha salido bien, ¿no? Bueno, hasta antes de despertar esa mañana.

Nube está a punto de quitarse la ropa interior para meterse bajo la regadera cuando suena su teléfono. Lo tiene justo frente a ella, así que lo coge con cierta complacencia porque piensa que se trata de Martina. Martina a veces hace esas cosas y esa semana ha estado más insistente que nunca. Le da los buenos días, le dice que desayune bien y trata de infundirle ánimos para las entrevistas de trabajo que tenga ese día. Esa semana sólo ha tenido dos, pero de todas maneras Nube agradece el apoyo.

No espera en lo absoluto que la persona que le está llamando sea su madre. Y lo descubre demasiado tarde, justo cuando ha aceptado la llamada. Se maldice un poco. Era lo único que le faltaba. Suspira con resignación. Dicen que cuando uno se levanta con el pie izquierdo nada puede salir bien, y ella no pudo haberse levantado de otra manera, por lo menos no después de haber oído el timbre a las 6 de la mañana y haber trastabillado cuatro veces antes de lograr encontrar el interruptor de la luz.

―¿Qué pasa? ―responde con voz cansada. Es muy temprano para que le pasen esas cosas. Le había llamado a su madre hacía una semana para informarle que no pensaba seguir recibiendo su dinero ni las sugerencias de su padre. Su madre se había desecho en llanto y no había hablado con ella desde entonces.

―Hija… ―suspiro― Creo que tienes razón.

Nube puede imaginar a su madre con el teléfono muy cerca de su oreja, apretándolo con fuerza para no dejarlo caer, y cerrando los ojos suavemente.

―¿En qué tengo razón, madre? ―pregunta con cierta cautela. La situación le parece bastante repentina y le asusta un poco. ¿No es una especie de casualidad que haya hablado con Pamela hace tan poco tiempo?

―En tu decisión. Tienes derecho a vivir tu vida y fui tan egoísta... ―sollozo―. Pensé más en mí que en ti y eso no fue nada justo… Pero creo que lo entiendo ahora. Tienes razón, debes hacer lo que te haga feliz y si alejarte de nosotros es lo que necesitas... ―otro sollozo― estará bien.

Nube se queda con la boca abierta. ¿Qué puede decir a eso?

―Mamá… Muchas gracias. De verdad muchas gracias...

―Cuídate mucho, ¿sí?

―Siempre.

―Vale.

Su madre cuelga. Todo ha sido tan rápido, tan sorpresivo, tan distinto a cualquier cosa que podría haber esperado, tan ridículo incluso. Una felicidad muy pequeña empieza a abrirse camino en su mente. No necesitaba la aprobación de su madre (o quizá simplemente no sabía lo mucho que la necesitaba), pero resulta un gran regalo. Deja el celular en el lavabo, se mete bajo la regadera sin quitarse la ropa interior y abre la llave del agua fría. Debe asegurarse de que no está soñando. Debe comprobar que está viva y que puede sentirse feliz.

Es posible que ese día en realidad no se haya levantado con el pie izquierdo. Al menos no del todo.

viernes, 20 de octubre de 2017

[Deep Deep Ocean] 4. Detrás de mi sombra



4. Detrás de mi sombra


―¿En qué estabas pensando? ―pregunta por tercera vez y su voz transmite más tensión que en las ocasiones anteriores.

Nube nota ese cambio en la voz, la manera en que las vocales se hacen un poco más largas, pero de todas formas no puede responder. No se siente capaz. ¿Cómo podría explicarle…? Martina debería comprenderlo, claro, pero por la intensidad con la que le hace la misma pregunta duda mucho que lo apruebe.

Martina había regresado a su casa el viernes por la mañana, justo después de haber estado ausente 24 horas. Llevaba ropa limpia, oscura y que desde luego sí combinaba con su cabello morado (aunque Nube se dio cuenta de eso hasta algunas horas después). Había tocado el timbre y había esperado una respuesta durante más de 10 minutos, así que ya se sentía verdaderamente inquieta cuando Nube le abrió la puerta.

Desde luego, lo primero que notó fueron las heridas, la sangre coagulada en algunas partes y la obvia falta de higiene en ellas. No había podido evitar quedarse con la boca abierta, incapaz de creer que Nube de verdad se había lastimado. Después había decidido que la sorpresa y todo lo que tenía que decir podían esperar y que lo mejor era actuar rápido, así que guió a una temblorosa y ojerosa Nube al baño, lavó bien sus cortes, que por suerte eran en su mayoría superficiales, y la llevó a la cama.

―¿No dormiste nada anoche? ―en realidad no necesitaba una respuesta, su cara lo decía todo, pero de todas maneras creyó que debía hacerle un poco de conversación.

Nube no habló pero movió la cabeza de derecha a izquierda una sola vez y se cubrió los ojos con el brazo sano. Estaba llorando y a Martina no se le ocurrió nada mejor que acostarse a su lado y abrazarla hasta que se quedó dormida.

Martina había pasado cinco horas de su vida sintiendo una culpa lejana por la situación de Nube. Quizá ella y su historia de suicidio con todo y cicatrices bien visibles le habían dado ideas. O quizá no. También era posible que Nube ya hubiera tenido esas ideas pero por algún motivo hubiera elegido justamente el día anterior para llevarlas a cabo. Incluso existía la posibilidad de que Nube estuviera pensando en suicidarse cuando la encontró en el techo de ese edificio…

De todas maneras no valía mucho la pena atormentarse por eso. Había sido una decisión de Nube y ella únicamente podía aspirar a hacerle ver lo equivocada que estaba. Por eso esperó a que Nube despertara, comiera el huevo revuelto mal hecho que Martina le había preparado con muchas complicaciones, y se bañara y cambiara de ropa para comenzar a hacer preguntas.

―Por favor. Es que no logro entenderlo. ¿Qué te pasó por la cabeza en esos momentos, Nube? ¿Querías hacerte daño...? ¿Querías desahogarte? ―continúa Martina. En verdad desea comprender porque está bastante segura de que si comprende entonces podrá ayudarla.

Nube respira profundamente. Alza la mirada hacia Martina, evitando sus manos nerviosas que se entrelazan una y otra vez, y se alza de hombros.

―No… No lo sé.

Su propia voz le suena extraña, posiblemente porque lleva más de 24 horas sin pronunciar ninguna palabra.

―Creo que… me odiaba un poco.

Martina, que está de pie frente al sofá donde Nube está sentada, se le acerca, se arrodilla y coloca una mano en el muslo.

―Mejor siéntate aquí, ¿sí? ―le dice Nube dando una palmadita en el lugar libre del sofá.

Martina obedece pero luego ya no sabe cómo continuar. Ella sabe por experiencia propia lo difícil que resulta controlar el odio dirigido hacia uno mismo. Aún recuerda vagamente esa sensación y le causa un dolor profundo que Nube tenga que sentirse de esa forma también.

Quiere ayudarla. De ninguna manera desea que Nube pase por lo mismo que ella, por todo ese camino de dolor, odio, desesperación y soledad... Sobre todo de soledad. Martina todavía no se ha dado cuenta en ese momento, pero ha tomado la decisión de quedarse a lado de esa chica de apariencia frágil que en ese instante está junto a ella físicamente y la mira con una mezcla de miedo y preocupación. Y tampoco lo sabe, pero está dispuesta a cruzar cualquier límite para que ambas sean felices juntas.

―¿Por qué te odiabas? ―pregunta por fin.

Nube lo piensa unos segundos, el tiempo suficiente para saber con seguridad que todo ese odio se relaciona con el momento en el que decidió seguir los planes que de cierta forma le impuso su padre y cumplir con las cosas que él esperaba de ella.

―Mi padre… ―vacila un poco. En realidad no sabe cómo contar esa parte de su vida porque nunca ha tenido la oportunidad de hablarla con nadie y está segura de que para muchas personas sería la cosa más estúpida del mundo―. Verás, mi padre tiene una compañía de proyectos de arquitectura. La fundó cuando terminó la universidad, hace unos 35 años, desde luego antes de casarse con mi madre y tenerme. Tuvo mucho éxito, tanto que para cuando yo tenía 7 años ya vivíamos en una zona bastante exclusiva de la ciudad. Y su éxito ha seguido creciendo con los años. De hecho, no me sorprendería que en unos 10 años más entre en la lista de las oficinas más grandes del mundo. El detalle de esto es que soy su única hija... la única heredera.

A Nube le incomoda mucho esa parte de la historia aunque no logra comprender del todo los motivos. A muchas personas les parecería maravilloso ser herederos de una compañía enorme y tener más dinero del que pueden gastar. A ella en cambio le parece innecesario y, sobre todo, terriblemente desgastante. ¿De qué sirve tener tanto dinero si uno debe estar todo el tiempo en la oficina pendiente de cientos de proyectos y supervisando a decenas de personas? ¿De qué sirve si uno no puede salir y reír y disfrutar de la vida? Esa no era su idea de felicidad.

―Por cuestiones de la vida, mis padres se divorciaron hace 10 años. Mi padre tiene otra esposa pero no ha tenido otros hijos. Entonces yo debo hacerme cargo de eso, ¿sabes? Desde pequeña me metieron esa idea en la cabeza. “Debes estudiar arquitectura para que cuando tu padre muera tú te encargues de su negocio”. Podría haber estudiado administración o contabilidad o algo así, pero mi padre necesitaba que su hija fuera arquitecta también. No le parecía correcto que alguien que no tuviera esos estudios dirigiera la compañía.

Martina mira fijamente a Nube. Todo eso le parece tan extraño, tan lejano e irreal… Jamás habría imaginado que esas cosas pasaban fuera de la televisión.

―Me di cuenta en el segundo año de la carrera de que no me gusta la arquitectura ―Nube suelta una risa corta e irónica―. De verdad no me gusta. Decidí decírselo a mi padre pero antes consulté el tema con mi madre. ¿Sabes qué me dijo? Que eso no importaba, que debía seguir adelante porque si no “qué iba a ser de nosotras cuando él muriera”. ¡De nosotras! Mi madre es una mujer joven, se casó con mi padre cuando él tenía 33 y ella tenía 17, así que ella está segura de que le va a sobrevivir y necesita que yo haga lo necesario para obtener el control de la compañía.

―¿Entonces básicamente te obligaron a estudiar lo que ellos quisieron y de cierta forma tu mamá intentó manipularte para quedarse con parte del dinero de tu papá?

Tan absolutamente irreal.

―Sí, eso básicamente. Y creo que me pesa demasiado. ¿Sabes que durante mis cuatro años y medio de universidad jamás tuve un amigo? No lo sé, desconfiaba de todos. Creía que todos los que se me acercaban lo hacían por interés. Desde luego, desde que mi madre me dijo aquello le exigí a mi padre que por lo menos me pagara un departamento ―abre ambos brazos dejando las palmas hacia arriba para señalar el lugar― y accedió. Mi madre también me da un poco de dinero, supongo que de lo que recibe de mi padre, pero en realidad nunca me lo gasto porque me da… no lo sé, asco que venga de ella. Me siento tan usada, tan inútil, tan incapaz de conseguir cualquier cosa por mí misma…

A Nube le gustaría llorar un poco para liberar la tensión pero ya no puede. Está muy enojada y frustrada, y el odio regresa de una forma muy visceral. Por eso lanza un gritito de sorpresa cuando Martina la abraza de una forma tan protectora y le acaricia la mejilla amigablemente. Le sorprende que el odio se pueda difuminar con una acción tan simple.

―Creo que entiendo un poco esto. Mmm, no sé cómo decirlo... Si tanto quieres que no te controlen, ¿por qué no te alejas y ya?

―¿Quieres saber la verdad?

―Claro que sí.

―¿La verdad en serio?

―Sí ―responde con un tono cantarín.

Nube suspira pesadamente. Jamás lo ha confesado. De hecho, cree que incluso podría ser la primera vez que lo admite ante sí misma.

―Medamiedonotenerdinero.

―¿Qué? ¿No tener dinero?

―Sí, mira, siempre he tenido una vida muy cómoda y desde hace un par de años comencé a decir eso de que el dinero no compra la felicidad... pero jamás he trabajado, no sé ganar dinero y me da muchísimo miedo tener que sobrevivir sola con mis nulas habilidades. ¡Es que no sé hacer nada! Soy una inútil y...

La risa de Martina inunda la habitación. Le parece tan gracioso lo diferente que pueden ser las personas. Nube, sorprendida por su risa, se dice que debería enojarse aunque sea un poquito, pero le resulta imposible porque Martina no parece estar burlándose de ella.

―No tienes que preocuparte por eso. ¿Sabes por qué? ―pregunta con un guiño.

―No, la verdad no ―murmura Nube avergonzada, muy avergonzada. No puede explicarse por qué de repente se siente así.

―Mira, primer que nada, ¡me tienes a mí! Así como me ves, llevo ya varios años trabajando y creo que tengo experiencia en esos asuntos. Y, segundo, creo que te subestimas. Tienes estudios y seguramente dinero ahorrado. Aunque no consigas trabajo rápido, podrías sobrevivir fácilmente. Entonces no debes preocuparte. Podemos hacer esto juntas y así será más fácil, ¿no lo crees?

Martina siente la vergüenza apoderarse de ella en cuanto termina de dar su discurso motivacional. Dios, cómo pudo… ¡cómo pudo! Se relaja notablemente cuando Nube se echa en sus brazos cayendo sobre ella en el sofá y le da un beso en la mejilla.

―Muchas gracias, Martina.

Nube sonríe. El miedo no se ha desvanecido y sabe que el odio sigue en su interior, al acecho, esperando cualquier mínima provocación. Pero Martina está con ella y mientras esté presente no tiene nada que temer. Nada puede salir desde ese pequeño abismo que se esconde detrás de su sombra para aprovecharse de su debilidad mientras el sol siga brillando.

El beso en la mejilla lleva a varios besos en la boca y los besos en la boca llevan a una serie de circunstancias que las dejan desnudas y sudorosas sobre el sofá. Así debe ser la vida.

viernes, 13 de octubre de 2017

[Deep Deep Ocean] 3. El sol siempre se oculta



3. El sol siempre se oculta


Nube está sola en casa. Y es jueves. No sabe por qué pero no puede sacarse de la cabeza que es jueves. Martina se fue hace unas dos horas después de tener relaciones una vez más, aunque en esta ocasión de una manera más bien rápida y casual, como si llevaran mucho tiempo conociéndose y no esos escasos tres días. Nube no quería que se fuera, detestaba la idea de que la dejara sola y de volver a sumirse en su estúpida melancolía.

―¿Por qué no te quedas un poco más? ―le había preguntado, quizá con un poco más de desesperación en la voz de la que debía mostrar.

―Debo ir a recoger mis cosas al trabajo, ya te lo dije ―había respondido Martina dedicándole  una sonrisa cálida justo mientras terminaba de ponerse el zapato deportivo en el pie derecho―. Por suerte siempre traigo encima lo que necesito, ya sabes, la cartera, las llaves de casa, el celular, un cigarrillo... Pero de todas maneras mi hermoso bolso que lleva dentro mi hermosa tableta y mis hermosos plumones sigue allí y así ha sido desde el martes. Ay, el solo hecho de pensar que tengo que hablar con mi jefe me provoca malestar… Mmm, ¿debería decir ex jefe? No importa, de todas maneras me da un poco de miedo. Creo que no estoy tomando esto muy bien ―había continuado casi sin fijarse en que prácticamente no había hecho ninguna pausa durante esa especie de monólogo―. Bueno, el caso es que debo irme. Pero nos veremos el sábado, ¿no? O mañana si de verdad me despiden ―había añadido con la misma risa transparente de siempre, aunque teñida con un poco de ansiedad.

Nube quiso decirle que postergara más el momento de hablar con su jefe y de recoger sus cosas, que no pasaría nada, que podrían estar juntas más tiempo, que no necesitaba ni su tableta, ni sus plumones ni su hermoso bolso… Si no tenía trabajo tampoco necesitaba sus cosas, ¿no? Y aunque su razonamiento le pareció de cierta manera lógico, lo consideró terriblemente patético y prefirió quedarse callada, recibir pasivamente el beso de Martina y verla salir del departamento con un pantalón y una camiseta amarilla (que no combinada para nada con su cabello) que ella le había prestado. Después de todo, Martina no había pasado a su casa y no llevaba más ropa que la que cargaba puesta aquel martes que le parecía tan lejano, casi como si hubieran pasado varios meses desde entonces.

Después de asomarse a la ventana para ver a Martina una vez más y fijarse en que de verdad doblaba en la esquina, Nube se dirigió a la cocina y se preparó un té de jazmín. Luego se sentó en la sala, muy cerca de la ventana, y comenzó a pensar en el aparente giro que había dado su vida. Aparente, desde luego, porque ahora que Martina se había ido se estaba sumiendo de nuevo en esa especie de tristeza que se negaba a abandonarla. Y por eso está ahí, con el té entre ambas manos, irremediablemente sola y sin poderse sacar de la cabeza que es jueves.

Suspira profundamente, tanto que le duele el pecho un poco cuando libera el aire. No se lo dijo a Martina y quizá tampoco se lo habría dicho a ella misma si no se sintiera tan miserable en ese mismo instante, pero ese lejano día, en el techo de ese edificio en riesgo de derrumbarse, Nube estaba pensando seriamente en aventarse al vacío. Claro que para lograrlo habría tenido que superar su miedo a las alturas… Y casi lo lograba, casi...

Si no hubiese sido por Martina, quizá en ese momento estaría muerta. Y nadie lo lamentaría, ¿cierto? Después de todo no es más que una buena para nada que estudió una carrera que no la hace feliz en lo más mínimo pero que contaba con la aprobación de su padre. Claro, porque su padre le prometió un puesto de trabajo en su compañía cuando terminara la carrera. Así podría tener una vida fácil en la que no tendría que trabajar ni mucho ni bien, sólo debería esperar a que su padre muriera y dejara la compañía en sus incompetentes manos.

Y Nube prácticamente había renunciado a esa vida. No consiguió su título universitario con la velocidad y practicidad que esperaba su padre y se dedicaba a vagar por las calles de esa ciudad admirando las mil posibilidades que le daba su educación mientras ignoraba las constantes llamadas de su madre. Una vez respondió a una de esas llamadas, hace unos 5 meses, cuando su padre aún creía que Nube haría algo con su vida. Su madre no hizo más que pedirle una y otra vez que le diera gusto a su padre, que no perdería nada, que ya después podría hacer lo que quisiera. Pero todo eso era mentira. Había seguido un camino equivocado y no veía la manera de corregirlo.

Por eso le resultó tan fácil subirse a ese edificio, contener la respiración y juntar lentamente el valor para terminar con todo. Por eso. Porque su vida llevaba 23 años siendo un fracaso monumental que sólo empeoraba con cada decisión que tomaba. Porque no sabía qué más hacer ni a quién recurrir, ni cómo sacarse ese continuo dolor del cuerpo. Nadie la entendía, nadie sabía, nadie podía ver...

Nube suelta un grito, mitad de dolor y mitad de frustración cuando se deja caer el té en el regazo. Ni siquiera para eso sirve, ni siquiera es capaz de sostener una maldita taza con la fuerza suficiente para que no se resbale. Tira la taza al piso y se rompe. La observa absorta, asustada y quizá un poco intrigada. Piensa en Martina, en sus largas cicatrices, en la desolación y la vergüenza que percibió en su voz cuando le contó que intentó suicidarse.

Por primera vez en su vida siente una curiosidad que no puede contener. Sabe que no debe, que estaría mal… Recoge un trozo roto de la taza, lo contempla a la luz que entra por la ventana como si de esa manera pudiera comprender el encanto que tiene. Vuelve a pensar en Martina, vuelve a visualizar sus cicatrices, vuelve a recodar lo inútil que se siente y lo débil que se ha sentido desde que aceptó seguir los designios de su padre.

Cierra los ojos con fuerza. Tiene miedo y las manos le sudan mucho. Pero el odio puede más que el miedo y en ese momento se odia muchísimo. Se odia por dejarse controlar, por someterse voluntariamente a la infelicidad, por no haber podido decir “no” cuando aún tenía una oportunidad. ¿Qué esperaba en aquel entonces? ¿En serio quería esa vida cómoda? ¿De verdad esperaba recibir la aprobación de su padre?

También se odia por imbécil, por ser un parásito de la sociedad. No tiene un trabajo, no tiene una casa, ni siquiera tiene dinero propio. No tiene amigos... Y Pamela no cuenta porque ella jamás entendería lo que le pasa. Ni ella, ni su padre, ni su maldita madre que cree que llamándole todos los días podrá manipularla. Eso es lo que todos quieren, ¿no? Todos quieren que sea su muñeca, su inútil muñeca.

Hace un movimiento rápido con la mano. La mano que tiene el trozo de la taza rota. El trozo filoso que ahora tiene sangre. Sangre suya.

Se queda mirando su propio brazo con la boca abierta. Sangra. Bastante. Se ha cortado en el antebrazo, a unos cinco centímetros de la muñeca, lo suficientemente lejos para no poner en peligro su vida. Y de todas maneras la herida no es profunda. No le duele, sólo siente un ardor lejano. Pero la sorpresa... Jamás creyó que podría hacer eso y mucho menos que se sentiría tan... ¿bien?

Junta de nuevo el odio. Lo absorbe. Cierra los ojos de nuevo y pega el trozo roto a su piel. Hace un corte, dos cortes, tres cortes… Se corta hasta que el odio deja de fluir, se vacía por completo.

Horas después, cuando cae en cuenta de lo que realmente ha hecho, nota que su encuentro con Martina sólo ha empeorado las cosas. Cuando está con ella la vida es brillante y feliz y digna de vivirse. El sol brilla porque Martina está allí. Pero al final del día el sol siempre se oculta, ¿no? Y cuando el sol se oculta…

A Nube no le queda más remedio que hacerse un ovillo en el sillón y esperar el momento en que el sol vuelva a salir.

viernes, 6 de octubre de 2017

[Deep Deep Ocean] 2. Podría ser todo más fácil


2. Podría ser todo más fácil


Habitación de hotel. Ni muy barato ni muy caro. Sábanas limpias, baño limpio, cortinas que no dejan pasar la luz.



Su cuerpo desnudo, salvaje en esos momentos. No sabe muy bien cómo ha terminado con dos dedos ajenos en su interior. Sabe lo básico, desde luego, pero no qué pasos exactos llevaron a que ocurriera. El movimiento, aunque leve y delicado, le causa dolor. Una especie de molestia profunda que se atenúa un poco cuando Martina le besa la boca.



Nube la deja hacer, entregándose lo más que puede a las sensaciones. Le gusta tocar los pechos suaves de Martina, sentir sus pezones erectos entre sus dedos. Y también le gusta el reconocimiento que la embarga cuando Martina dirige una de sus manos hacia su parte más íntima y puede sentir la humedad. La excitación del momento.



Cierra los ojos, se concentra, se concentra, se concentra. Abraza a esa mujer que en retrospectiva le parece tan extraña, con su cabello morado y su sabor a humo entre los labios. Se pregunta por qué está ahí, por qué el calor que sentía en su cuerpo le hizo tomar esa apresurada decisión. Se concentra, se concentra y el mundo se difumina un poco cuando abre la boca para dejar escapar un gemido de éxtasis verdadero y total. Aprieta las piernas para no dejar escapar nada, ni un pedacito de ese placer que sólo le pertenece a ella y a…



―Martina.



―Mmm… ¿qué pasa?



Habitación de hotel. Sábanas revueltas, cortinas que en realidad sí dejan pasar un poco de luz. Luz de la mañana porque pasaron toda la tarde y la noche allí explorándose mutuamente en repetidas ocasiones. Nube recuerda todo y entre sus recuerdos destaca haberle contado los eventos más relevantes de su vida, como cuando sus padres decidieron divorciarse, su primer novio, la primera y única vez que intentó tener relaciones sexuales, o cuando se murió su tortuga Mich, que era el ser vivo que más había querido a sus 11 años.



También recuerda que Martina le contó muchas cosas, cosas privadas e íntimas que sólo reforzaron la sensación de pertenencia que tuvo el día anterior cuando se encontraron. No le cabía la menor duda. Tal para cual. Y ella no era el roto de esa... ¿relación?



―¿Estás bien? Me hablaste y luego te quedaste callada ―Martina, a diferencia de Nube, no se incorpora, sólo cumple con la tarea básica de abrir los ojos un poco, aunque parece costarle mucho trabajo mantenerlos así.



―Estaba pensando… Martina, ¿esto quiere decir que yo también soy lesbiana? ―pregunta haciendo un gesto amplio con los brazos que pretende señalarlas a ambas con todo y su desnudez.



―Eh… ¿lesbiana? ¿También? ―Martina abre un poquito más los ojos. Durante mucha parte de su vida se ha considerado más bien bisexual, por lo menos desde el primer fallido beso con su mejor amiga de secundaria, pero bien podría caer en una categoría distinta de esas que inventan para catalogar a la gente y que le parecen una tontería. De todas maneras cree que es muy temprano para hablar de esas cosas y de todas formas no le parece algo relevante.



Martina trata de decírselo sin esforzarse mucho por moverse de la posición tan cómoda en la que se encuentra. Le dedica una sonrisita traviesa a Nube, le pasa un brazo por la cintura, le da un beso en el ombligo y recarga su cabeza en su costado.



―Eso en realidad no importa, ya luego tendremos tiempo de ayudarnos a definir nuestra sexualidad. ¿No quieres volver a dormir? Apenas es mediodía...



―Te recuerdo que nos van a correr en una hora. La salida del hotel es a la una.



―Pagamos otra noche y ya. Anda, acuéstate de nuevo.



Nube suspira. Si hubiera sabido que pasarían tanto tiempo en eso, le habría dicho a Martina que mejor fueran al pequeño departamento que sus padres tienen la bondad de pagar a pesar de que ella terminó la carrera de arquitectura hace unos seis meses y no se digna a conseguir trabajo, en parte porque no está dispuesta a desperdiciar su vida en un cubículo frente a una computadora haciendo planos para gente que no le interesa en lo más mínimo y en parte porque no cree que ponerle tanto empeño a la vida valga la pena.



―Mejor vamos a mi casa, ¿vale?



―Es una buena idea. ¿Nos podemos bañar allá? Tengo flojera de hacerlo ahorita ―dice Martina un poco avergonzada, con su risa igual de cristalina y agradable, y un poco apenada por la idea de tener que moverse después de pasar unos momentos tan agradables.



―Claro, claro. Sólo hay que volver a ponernos la ropa y ya irnos.



Martina, completamente resignada ahora, se quita las sábanas de encima y Nube se queda paralizada. No lo notó el día anterior porque la otra llevaba una blusa de manga larga y no se dio la ocasión mientras tenían sexo y se conocían mejor. Pero en ese instante, con la poca luz que entra en la habitación, Nube ve dos largas y gruesas cicatrices que recorren el antebrazo derecho de Martina y que comienzan prácticamente en la muñeca. No puede apartar los ojos y apenas logra no tartamudear cuando se dirige a ella.



―Martina… ¿qué te pasó?



Martina dirige lentamente su mirada hacia su brazo y rápidamente se vuelve a cubrir con las sábanas. No esperaba que ella viera eso… Ni siquiera lo pensó. Simplemente dejó de ser consciente de su existencia y ahora…



―Eh… no tenías que ver eso. Bueno, sí, si lo pienso bien, algún día es probable que tuvieras que verlo, pero no tan pronto. Es muy pronto, ¿sabes?



―¿Te lo hiciste tú?



Martina suspira. Mira a Nube, que más que enojada parece desconcertada y profundamente triste, y decide que es mejor decir la verdad. De todas maneras fue su culpa por olvidar cubrirse, por descuidarse tanto. Hacía mucho tiempo que nadie veía sus cicatrices, aunque si las ocultaba no era en sí por vergüenza sino por lo incómodo que resultan las explicaciones a la larga. Curiosamente, en ese momento, frente a Nube, sí que siente vergüenza y eso se mezcla con un miedo un poco irracional de que Nube se asuste y se vaya.



―Pues… sí. Te dije que pasé por una etapa depresiva más o menos a los 17 años, y bueno, fue esto lo que hice… no exactamente para salir de ese agujero. ¿Quizá para hundirme más? No lo sé ―se alza de hombros para indicar que eso poco importa ya―. No me odiaba realmente, ¿sabes? Es sólo que se sentía bien… el dolor, la sangre resbalando por mis brazos, las manchas en el piso y la ropa, todo el conjunto. Pero lo que más me gustaba era la probabilidad de morir, de que un día de verdad se me fuera la mano o estuviera de un humor peor del habitual y luego… ya sabes, sólo dejar de existir. Estas dos ―se descubre lentamente el antebrazo y lo extiende para que ella pueda verlo bien. Si Nube va a huir, es el momento ideal para hacerlo― son de la única ocasión que de verdad quise suicidarme.



―¿Te encontraron?



―Algo así. Mi hermano estaba en casa y yo fui lo suficientemente estúpida para arrepentirme después de haberlo hecho. Nunca había visto tanta sangre y esto en serio dolía ―ríe un poco… una risa tan cristalina―. Llevaba ya algún tiempo fantaseando con la idea de morir, con suicidarme de la forma más lenta posible dentro de mis posibilidades, y cuando por fin había dado el paso más difícil y sólo me quedaba mantener la boca cerrada y morir en silencio, tuve miedo. Muchísimo. No tienes ni idea Nube. El solo hecho de pensar que la vida se me estaba yendo de entre las manos, así, conforme la sangre se vertía en los mosaicos de mi habitación, me hizo gritar y llorar y después de eso seguir gritando. No sabía cómo parar la hemorragia, ni siquiera si podrían salvarme… no sabía nada en esos momentos.



Martina hace una pausa. Nota que ha bajado la cara para no tener que ver a Nube y la vuelve a subir. Mira su rostro triste reflejado en los ojos cafés de Nube y más al fondo, casi hasta el final, ve también el vínculo que comparten.



―Tenía miedo de morir sola, Nube. Es que no sólo era el hecho de perder la vida, de sumirme en la oscuridad para siempre, de ya no saber qué pasaría en el mundo después de que perdiera la consciencia, de no volver a reír, a llorar, a probar las cosas que me gustan… No, era también el hecho de que estaba muriendo sola y la soledad me asustaba mucho.



―¿Y qué pasó después?



―Mi hermano respondió a mis gritos. Casi se desmaya pero aguantó lo suficiente para llamar a una ambulancia y a papá y a mamá. Luego las cosas se vuelven un poco confusas. Supongo que me desmayé y por suerte lograron salvar mi brazo.



―¿Tu brazo?



―Sí. Por la forma en que me corté les costó muchísimo trabajo detener el sangrado y suturar la vena. Fui muy afortunada porque a pesar de lo enorme que luce, que sé que impresiona un poco, sólo logré cortarme una vena. La opción alternativa era amputarme el brazo para salvar mi vida. Estoy muy feliz de que no lo hicieran ―añade con un tono alegre y una sonrisita tonta que a Nube le parece completamente fuera de lugar―. ¿Cómo podría dibujar si lo hubiera perdido? Claro que tengo el otro pero, ya sabes, creo que esas cosas no se superan.



Ahora sí Martina baja la cara y fija la mirada en una parte escondida y repentinamente interesante de la cama. Ya no puede decir más, es todo lo que tiene. Nube, por su parte, no sabe qué decir. ¿Qué es lo correcto en esos casos? ¿Un “lo siento mucho”? ¿Es como cuando uno va a un funeral?



Se acerca un poco más a Martina, que se incorporó cuando comenzó a hablar y ahora muestra su torso desnudo sin ninguna preocupación, aunque su mano izquierda cubre un poco las cicatrices de su antebrazo derecho. Se pega a su cuerpo, aparta la mano que actúa como protección de las cicatrices y dobla el tronco levemente para besarle el antebrazo.



―¿Te cuento un secreto?



―Te escucho.



―Yo también… Tal vez no en este mismo instante pero sí en algunos momentos. Quiero morir. La cosa es que nunca reúno el valor de hacer un buen plan y conseguir la cantidad suficiente de pastillas, y jamás se me había ocurrido… bueno, eso ―dice haciendo una seña breve con la mano hacia las cicatrices de Martina.



Martina suelta una risita.



―No sé por qué pero me parece muy gracioso que jamás se te haya ocurrido. Y también me alegra. Si lo hubieras hecho... no lo sé, quizá no te habría encontrado.



Martina le dedica una sonrisa cálida, sonrojada y de cierta forma tímida, y Nube sonríe también. No puede evitarlo. Quizá porque es cierto y le falta un poco de imaginación en la vida. O tal vez porque agradece que las circunstancias les hayan permitido conocerse.



Se le ocurre de repente que cuando pensaba en morir estaba tan desesperadamente hundida en su miseria emocional que no se tomó el tiempo necesario para considerar de verdad las posibilidades que existían. O probablemente en realidad no quería morir, sólo quería encontrarle un sentido a la vida, encontrar a alguien y...



―Soy una tonta, ya te lo había dicho ―dice Nube, aún con una sonrisa en el rostro. Siente una especie de euforia que jamás había notado antes, un aleteo en el pecho y en el estómago que empieza a identificar como algo parecido a la felicidad.



―Sé que apenas nos conocemos pero debo estar de acuerdo contigo en esto.



Ambas se echan a reír. La vida a veces puede ser tan brillante y divertida, tan digna de vivirse. Nube cree que todo podría ser más fácil con Martina siempre a su lado.