miércoles, 8 de octubre de 2014

Amargo como el chocolate: 2

2. Cuando la decepción toca la puerta

Tiene novio. Era de esperarse. Es decir, Paulina es una mujer muy guapa: alta, voluptuosa pero delgada, piel blanca, ojos claros, pecas en las mejillas, cabello largo, ondulado, teñido de castaño y esos labios... Quiere decirle que es el tipo de mujer que todos desean, que ella desea. Pero no se anima porque apenas la conoce. Es la segunda vez que se ven y ya tiene ganas de desnudarse para ella, de abrazarla después de hacer el amor, de decirle lo mucho que le gusta, de formar una vida. Es demasiado, es ridículo.

Abigail lo sabe y lo acepta. Se reprocha mil veces no haberle mandado un mensaje antes porque entonces podrían estarse besando en lugar de intentar mantener una distancia respetuosa que claramente se quiere reducir. Paulina habla sobre su vida. Vive sola en un departamento (¡cuántas cosas podrían hacer en ese lugar!), tiene dos gatos, le gusta la comida japonesa, disfruta ver películas de terror los fines de semana, adora con toda su alma la música y se aburre infinitamente en su trabajo. Es perfecta.

Abigail no puede evitar prestarle demasiada atención a sus labios. Tampoco puede evitar sonrojarse cada vez que Paulina ríe porque le parece uno de los actos más hermosos del mundo. Se siente estúpida por haberse enamorado de ella sin conocerla. Y se siente más estúpida aún porque ya no podrá evitar el torrente de sentimientos que la abruma.

“No pasa nada, actúa normal”, se dice, como si esas palabras pudieran evitar los sonrojos, las risas tontas, los roces ocasiones de su mano con alguna parte del cuerpo de Paulina. Se da cuenta de que no ha probado su trago y da un sorbo. Esa noche no se siente capaz de consumir alcohol. No quiere ponerse en ridículo intentando besarla o susurrándole torpes palabras de amor al oído.

Se da cuenta de repente de que odia al novio de Paulina, aunque no lo conozca ni quiera conocerlo. Se ha vuelto su enemigo desde el momento en el que le robó a la mujer de sus sueños. Si tan sólo pudiera cambiar el pasado...

— Bebe más, Abi. ¿O quieres emborracharme para arrastrarme a un hotel? —ríe como si fuera la cosa más graciosa del mundo. Se le han pasado un poco los tragos y Abigail no puede evitar reírse también. Le gusta. No sólo Paulina, que sí, le gusta y mucho, sino la sensación de libertad que la ha invadido desde que se reunió con ella.

— Tal vez no sea un mal plan —y lo dice en serio, pero Paulina parece no darse cuenta.

“Si la beso ahora no lo recordaría mañana”, considera. Desgraciadamente, prefiere no arriesgarse. Y si la besara, le gustaría que lo recordara. Decide terminarse su trago y tiene éxito al primer intento. A pesar de que probablemente sólo puedan ser amigas, está dispuesta a conformarse...


Paulina cierra el espacio que las separa con un movimiento demasiado ágil para su estado. Le sonríe y la besa. Labios sobre labios. Ambas abren la boca para dejar que sus lenguas se diviertan durante algunos instantes. Se les va la respiración y regresa cuando se separan. Abigail empieza a considerarse la mujer más feliz del mundo. No importa qué pase después, sabe que aún tiene esperanza.

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