2. Cuando la decepción toca la
puerta
Tiene novio. Era de esperarse. Es
decir, Paulina es una mujer muy guapa: alta, voluptuosa pero delgada, piel
blanca, ojos claros, pecas en las mejillas, cabello largo, ondulado, teñido de
castaño y esos labios... Quiere decirle que es el tipo de mujer que todos
desean, que ella desea. Pero no se
anima porque apenas la conoce. Es la segunda vez que se ven y ya tiene ganas de
desnudarse para ella, de abrazarla después de hacer el amor, de decirle lo
mucho que le gusta, de formar una vida. Es demasiado, es ridículo.
Abigail lo sabe y lo acepta. Se
reprocha mil veces no haberle mandado un mensaje antes porque entonces podrían
estarse besando en lugar de intentar mantener una distancia respetuosa que
claramente se quiere reducir. Paulina habla sobre su vida. Vive sola en un
departamento (¡cuántas cosas podrían hacer en ese lugar!), tiene dos gatos, le
gusta la comida japonesa, disfruta ver películas de terror los fines de semana,
adora con toda su alma la música y se aburre infinitamente en su trabajo. Es
perfecta.
Abigail no puede evitar prestarle
demasiada atención a sus labios. Tampoco puede evitar sonrojarse cada vez que
Paulina ríe porque le parece uno de los actos más hermosos del mundo. Se siente
estúpida por haberse enamorado de ella sin conocerla. Y se siente más estúpida
aún porque ya no podrá evitar el torrente de sentimientos que la abruma.
“No pasa nada, actúa normal”, se
dice, como si esas palabras pudieran evitar los sonrojos, las risas tontas, los
roces ocasiones de su mano con alguna parte del cuerpo de Paulina. Se da cuenta
de que no ha probado su trago y da un sorbo. Esa noche no se siente capaz de
consumir alcohol. No quiere ponerse en ridículo intentando besarla o
susurrándole torpes palabras de amor al oído.
Se da cuenta de repente de que
odia al novio de Paulina, aunque no lo conozca ni quiera conocerlo. Se ha
vuelto su enemigo desde el momento en el que le robó a la mujer de sus sueños.
Si tan sólo pudiera cambiar el pasado...
— Bebe más, Abi. ¿O quieres
emborracharme para arrastrarme a un hotel? —ríe como si fuera la cosa más
graciosa del mundo. Se le han pasado un poco los tragos y Abigail no puede
evitar reírse también. Le gusta. No sólo Paulina, que sí, le gusta y mucho,
sino la sensación de libertad que la ha invadido desde que se reunió con ella.
— Tal vez no sea un mal plan —y
lo dice en serio, pero Paulina parece no darse cuenta.
“Si la beso ahora no lo
recordaría mañana”, considera. Desgraciadamente, prefiere no arriesgarse. Y si
la besara, le gustaría que lo recordara. Decide terminarse su trago y tiene
éxito al primer intento. A pesar de que probablemente sólo puedan ser amigas,
está dispuesta a conformarse...
Paulina cierra el espacio que las
separa con un movimiento demasiado ágil para su estado. Le sonríe y la besa.
Labios sobre labios. Ambas abren la boca para dejar que sus lenguas se
diviertan durante algunos instantes. Se les va la respiración y regresa cuando
se separan. Abigail empieza a considerarse la mujer más feliz del mundo. No importa
qué pase después, sabe que aún tiene esperanza.
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