jueves, 28 de febrero de 2013

Comida



Rasguño. Una gota de sangre, dos, una corriente ligera. Una mano morena, como de azúcar, rozando todas sus partes. Unos dientes blancos, grandes y un poco afilados clavándose en la fresca piel. Unos ojos oscuros penetrando en todos los rincones del cuerpo fantasmal. Ella era un licántropo.

La mujer de 30 años recargada en el asiento trasero del coche se dejaba hacer. Como muchas humanas, había caído en las manos de la chica-licántropo por deseo, porque la chica era extremadamente bella. Además, tenía maneras seductoras, de ésas que convencen a cualquiera.

Por ello, por culpa de ese deseo, perdía cada vez más sangre en ese momento. Cada vez más sangre pero no la consciencia, eso era lo peor. Se daba cuenta perfectamente de lo que pasaba y se sentía como un platillo muy ambicionado al que uno se come poco a poco para que dure más.

Otro rasguño. Un poco de piel removida. No hay gritos de dolor ni lágrimas. Sólo se oyen leves suspiros de la chica-licántropo. Tal vez su víctima, la mujer de 30 años, ya se desmayó. No le importa. Es el placer lo que la guía. Sus labios rozan varias veces los de la otra mujer pero ya está muerta. Ahora, puede comer.

martes, 26 de febrero de 2013

Una última vez



Esa vez iba vestida de blanco. Me gustó el diseño de su ropa, el corte, los detalles con brillos, los colores que combinaban perfectamente. Pero lo que más me gustó fue su rostro: el maquillaje que llevaba no era excesivo, sus párpados mostraban un deje azulado y sus labios aparecían rojizos. Sí, me gustó también la felicidad que en ella se percibía, su andar libre y sus maneras resueltas.

Ella no lo sabía pero sólo fui para verla una última vez. Probablemente, ni siquiera sabía que estaba yo allí. De seguro, creyó que todos esos años en la oscuridad eran una señal de mi inminente desaparición… No, simplemente había decidido no luchar más por su amor, por su imposible amor. Así que sólo estaba parada a las afueras de esa iglesia, esperando a que regresara tomada del brazo de esa chica que no era yo y se dirigiera a un final feliz.

domingo, 24 de febrero de 2013

Bajo la influencia del alcohol

Últimamente, se veían muy a menudo. A ninguna de las dos le agradaba y no sabían por qué. Se conocieron unos años antes, tal vez cinco, un poco después de volverse cuñadas. Amanda era esposa de Ernesto, hermano de Paloma.  De verdad, ellas no se llevaban nada bien a pesar de verse tan seguido, dos veces por semana. A veces, incluso salían a tomar unas copas, con Ernesto, claro, pero el ambiente, al principio, no mejoraba mucho.

Amanda le tenía resentimiento a Paloma por una pena pasada y ésta odiaba a Amanda por una futura. Cuando estaban frente a Ernesto, trataban de sonreírse, de conversar e incluso de intercambiar cumplidos que ninguna de las dos se creía. Y seguían saliendo juntas. Al parecer, ambas se habían hecho adictas a ese ambiente hostil. Llegaron a ser tan adictas que un día salieron solas porque Ernesto tuvo que trabajar horas extras.

Era probable que su temor más grande fuese quererse, llegar a tener una relación íntima, aunque sólo fuera como cuñadas. Paloma no soportaba esa idea. Pero tampoco soportaba otra: enamorarse de Amanda. No es que lo estuviera, desde luego, es que cabía la posibilidad. Le daba miedo. De hecho, desde hacía dos semanas, se sentía nerviosa cuando iba a verla y se arreglaba de más. Era un cambio.

También le daba pena. Amanda no era nada bonita. Era incluso una mujer fea. Si se enamoraba de ella, ¿cómo se iba a ver al espejo? ¿Cómo se iba a decir que alguien así le parecía atractiva? ¿Cómo iba a admitir que ella la volvía loca? Además, nunca se había planteado ser lesbiana, ni siquiera bisexual. Le parecía una idea antinatural. Sin embargo, nada podía hacer, le parecía que estaba presa en una telaraña.

La noche que salieron juntas sin Ernesto ocurrió aquello. Paloma bebió mucho y Amanda le siguió la corriente. Cuando Paloma notó lo que estaba pasando, sus labios ya estaban sobre los de Amanda y su lengua se esforzaba por abrirse paso en esa boca jugosa. Quiso reprocharse algo pero no pudo. Sólo pensó que ella le estaba correspondiendo y que su primer beso lésbico había sido todo un éxito.

Después de ese incidente, Paloma notó que se estaba enamorando de Amanda pues aún no podía admitir que ya estaba en esa fase. Siguieron viéndose dos veces a la semana e incluso llegó a ignorar la existencia de sus sobrinos. Nunca pensó en tenerla para ella porque era un romance prohibido, no porque fuesen mujeres, sino porque era la mujer de su hermano y eso era cuestión de honor.

Entonces dieron el siguiente paso: se besaron frente a Ernesto. Ese día los tres se emborracharon. Ellas, de repente y como si fuera la cosa más normal del mundo, comenzaron a besarse y no pararon hasta que Ernesto jaló a Amanda. Desde esa fecha, las cosas no iban bien para nadie. Por eso no les agradaba verse tan a menudo mas no había otra solución: vivían juntas.

Algo le dolía a Paloma y su odio contra Amanda iba en aumento. Nunca estarían juntas. Amanda tenía una familia, Paloma una vida por hacer. Simplemente no estaban destinadas a compartir senderos de vida. Últimamente se veían muy a menudo y sabían que los besos furtivos no podían existir en su relación. Por lo menos sobrias porque, eso sí, bajo la influencia del alcohol, podían hacer lo que quisieran y no les importaba quién se entrometiera.

viernes, 22 de febrero de 2013

Cartón de chelas

Le agarró las nalgas con las dos manos, justo como si fuera…

— ¡…un cartón de chelas!

La joven morena de cabello oscuro no respondió. Pareció quedarse perpleja por un rato, sin dejar de apretar las nalgas de la castaña.

— ¿Eres sorda o qué? —preguntó con indignación la castaña.

La morena siguió sin responder, tal vez tratando de descifrar las extrañas e intrincadas palabras de la otra.

— No te entiendo —dijo por fin, apretando aún más esas nalgas carnosas.

La castaña se exasperó. Respiró profundo y, sin poderse liberar, le dio una bofetada.

— ¡¡Que no soy un cartón de chelas!!

Lejos de enojarse o tallarse la mejilla, la morena empezó a reír. Su actitud desenfadada insultaba un poco a la otra pero ya qué se le iba a hacer.

— Mujer, con este culo, eso eres.

La castaña alzó los hombros en señal de paz y la besó. Después, el juego sexual continuó.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Aún te quiero



¡Hola! saludó. Su voz se oía lejana, como si hablara de otro país.

¿De-Devy? ¿Qué pasa?

¿Ya no te puedo llamar? Quería saludarte, hace mucho que no hablamos, que no nos vemos, justo después de…

Espero que estés bien interrumpió bruscamente. En su mano, el teléfono temblaba. Por un momento, creyó que su voz también temblaría pero logró contenerse, que todo este tiempo la hayas pasado bien.

Pues sí, ya sabes, hay que trabajar pero nada del otro mundo. ¿Cómo has estado tú? ¿Cómo te va con Cristina?

He estado… bien pensó en Cristina y luego en Devy, en ambas al mismo tiempo sobreponiéndose en su mente como imágenes que quisieran opacarse, que lucharan por la supremacía. Cristi tiene sus momentos, Devy, a veces me dan ganas de dejarla pero luego lo reconsidero.

Sí, como todo. Haces bien en tomar las cosas con calma. No me gustaría que te pasara lo mismo que la otra vez, conmigo rió un poco, tal vez fingido para liberar la tensión.

Ah, claro, no pasará lo mismo sus ojos se llenaron de lágrimas, durante esos cinco años se había esforzado por no recordar para así poder reconstruir su vida. Quiso fingir diciendo que era feliz pero sólo pudo materializar un pensamiento: “Devy, aún te quiero”.

¿Sabes? Quiero casarme. Por eso vine a este país, porque acá todos nos podemos casar.

¿Ya encontraste con quién? sintió un dolor profundo que le recorrió todo el cuerpo y se posó indefinidamente en el pecho, probablemente en el corazón. Apretó los ojos y unas lágrimas corrieron por sus mejillas oliváceas.

Más o menos. He conocido a muchas personas pero hay una especial. Creo que tenemos una relación, algo así, no sé bien cómo definirlo.

Ya alargó casi demasiado la “a” y respiró hondo, muy hondo, para que su voz no cambiara de tono, para que Devy no notara su llanto furtivo. Me alegro mucho por ti rió levemente y por un momento pensó que ella lo notaría. ¡Qué ingenua! Devy nunca notaba lo que le pasaba
.
Muchas gracias. Oye, ya debo colgar porque es llamada internacional.

No te preocupes. Cuando te acuerdes de mí, llámame, siempre estaré aquí sus labios estaban completamente pegados a la bocina del teléfono y hablaba en un susurro.

Siempre he sabido que eres una gran amiga, a pesar de todo lo que…

No recordemos esas cosas, Devy, son malas para el espíritu.

Cierto rió de buena gana y ella casi pudo imaginar su eterna y transparente sonrisa, sus ojos iluminados mirándola sólo a ella, sus dientes blancos, su cabello mojado… Bueno, te dejo. Ya tienes mi número, si se te ofrece algo manda un mensaje o lo que quieras, mujer. Nos vemos luego.

Nos vemos escuchó atentamente el momento en el cual Devy colgó y ella se quedó con el teléfono entre las manos, los labios rozando la bocina como en un beso, los ojos cerrados con fuerza para dejar escapar la menor cantidad posible de lágrimas, su mente recordando ese beso eterno que Devy le dio, su cuerpo sintiendo la debilidad que sintió cuando Devy le dijo que lo de ellas jamás funcionaría y su corazón repitiendo la misma frase: “Devy, yo aún te quiero, ¿por qué tú a mí ya no?”.

lunes, 18 de febrero de 2013

Entre chicas



No pasa nada dijo con una sonrisa cálida. Entre chicas, los besos no cuentan.

Pero no son… sólo besos suspiró la otra, muy bajito.

La primera penetraba a la segunda, le tocaba los senos con la mano libre, le besaba la cara y el cuello. La segunda suspiraba, gemía a ratos, ocupaba sus manos en abrazar a su pareja.

Entre chicas, los besos no cuentan repitió la primera sintiendo la humedad en su entrepierna y el sudor de ambas pegándose a su cuerpo.

La segunda ya no respondió, sentía que el orgasmo venía. Soltó un grito que murió en el beso abrupto. Los dedos de la primera se detuvieron. Lentamente, deshicieron la unión.

La primera se tiró boca arriba, la segunda se acomodó boca abajo, prestándole atención a los senos. Si la primera hubiera fumado, habría sacado un puro.

Entre chicas los besos no cuentan, por eso a tu novio no le molestará completó la primera.

La segunda escondió la cara entre los brazos y trató de no pensar en su inminente infidelidad.

sábado, 16 de febrero de 2013

Tiempo



El tiempo pareció detenerse en ese momento.

Las luces que iluminaban los salones llegaban débiles y agonizantes hacia la parte de los baños. Ella no tenía preocupación alguna, deseo escondido o ganas de huir de allí. Ella no sentía más que la terrible necesidad de ir al baño. Cuando llegó a éste, sintió que la semi-oscuridad la envolvía, tenue, amigable, secreta. Se ocupó de sus asuntos y salió a paso lento, como si no quisiera volver al aula.

Mas el tiempo pareció detenerse en ese momento.

Su mirada estaba fija en el piso, tal vez buscando una moneda sin dueño. Levantó lenta y distraídamente la vista, sin pensar en nada concreto pero en casi todo a la vez, y la vio allí, de pie frente a ella. Estaba segura de que iba caminando hacia el baño y, al verla con su paso lento y su expresión relajada, se había detenido para contemplarla mejor.

El tiempo, el tiempo...

Ella quiso hablar pero no pudo moverse. Tampoco sabía qué pensar. Sólo estaba allí, frente a quien quiso mucho, frente a quien la había abandonado por otro amor, frente a Tina. Ella sintió el irremediable deseo de echarse a correr, de dejarse caer en el suelo y comenzar a llorar, de recoger esa piedra y tirársela pero era sólo un deseo, su cuerpo ya no servía.

...iba a...

Tina tampoco le habló y ella lo lamentó mucho. Le habría gustado escuchar un "perdón", un "aún te amo". Le habría gustado consolidar todas esas ilusiones. Sintió dolor al despegar los labios para respirar, el aire que por la nariz entraba no le era suficiente, ya no se daba a basto. Lento, lento, muy lento, movió su pierna derecha. Le dolía también. Moverse dolía.

...detenerse.

Sus piernas comenzaron a responder, siempre con dolor. Arrastró sus zapatos con tacón por el suelo y se colocó junto a Tina. Pensó en decirle "adiós" pero la situación no era acorde. Iba a dar otro paso pero sintió que su muñeca se había quedado en el mismo lugar. Tina la había sujetado. Ninguna de las dos se movió más. Ella miraba hacia el suelo de nuevo. ¿Moneda?

Y el tiempo se detuvo.

Ahora era un beso, tal vez el último de esa vida. Todo se quedó como estaba. Todo se volvió blanco. No volvieron a saber nada de esa realidad, de nada más. Sólo quedaba ese beso sostenido en la nada, el sabor amargo de las lágrimas y del momento final, el rojo de sus emociones. El tiempo sí se detuvo y ya nunca volvieron a verse.

jueves, 14 de febrero de 2013

El beso

Se arrodilló y le tomó las manos.

— Quiero estar contigo, eso es lo que quiero —dijo por fin, respondiendo a la pregunta formulada con anterioridad.

Luego se quedó en silencio, mirando el piso y concentrándose en el ir y venir de las personas por la avenida. Volteó hacia su amor y supo que ella iba a besarla. Lo hizo. Y tuvo miedo.

— ¿Qué es lo que quieres? —volvió a preguntar la mujer que estaba sentada, dando muestras considerables de frustración.

— Estar contigo —respondió la otra sin soltar sus manos, más decidida.

Y esa vez, esa única vez, fue ella quien dio el beso.  

Premio de consolación

— Te doy dos opciones. Una: vamos a un parque temático y nos limitamos a ser amigas. Dos: vamos a un hotel y seguimos siendo amantes.

— ¿Y por qué no me das opción de ser novias?

La primera que había hablado movió la cabeza de derecha a izquierda con lentitud acompasada.

— O sea que sólo me quieres en una cama, jamás fuera de ella —reclamó la otra con serenidad.

— Te di la opción de ser amigas…

— Pero nunca la de ser novias. No entiendo qué me hace falta. Comprendo que no quieras estar en una relación pero hace ya un año que te espero, te espero sentada bajo la lluvia, parada bajo el sol, mientras sueño y mientras río. ¿Tanto te cuesta darme ese gusto?

— No seas egoísta, no es cuestión de gustos. Simplemente… no estoy lista.

Se desesperó. Llevaba un año diciéndole que “no estaba lista” y ella seguía esperándola. Pero todo tiene un límite, ¿no? Por eso se levantó, tomó su bolso y salió caminando con mucha rapidez del local, dejando una cuenta por pagar. Como lo esperaba, la otra ni siquiera intentó seguirla.

Y era porque así pasaba siempre. Ella se enojaba y la otra, la que no quería aceptarla como pareja, la llamaba doce horas después estando borracha. Ese día había tenido el valor de abordarla y decirle las cosas claras, incluso se sentía capaz de rechazar cualquier cosa cuando esa noche le llamara.

Lo que más la desesperaba y frustraba era el “no estoy lista”, porque eso la obligaba a estar con ella hasta que lo estuviera, a esperar. No era nadie para forzarla a comenzar una relación que claramente podría terminar mal, pero es que la gente se cansa de poner la cara de estúpido enamoramiento y de abrir las piernas cada vez que…

Una mano se posó en su hombro sin que ella siquiera hubiese sospechado la presencia de otra persona. Lentamente, giró la cabeza hacia su posible atacante, dispuesta a sacar el celular y el dinero que le pidiera. Su estado cambió de sorpresa-cautela-miedo a ira-coraje-desesperación.

— ¿¡Ahora qué quieres!? —la frase se ahogó en su garganta, dando lugar a un grito contenido, lleno de llanto interno.

— Decirte la verdad —su mano no se apartó del hombro de la joven emboscada—. Ya salgo con alguien más. Por eso no quiero una relación contigo.

La ahora dañada y ofendida lo había sospechado e incluso se había negado a escuchar los comentarios de sus amigos cuando se lo insinuaban, también había pasado noches en vela pensando lo que haría si el problema fuera ella, si la razón por la cual la otra no quería una relación seria fueran sus senos pequeños o su supuesta bipolaridad.

— ¿Hace cuánto? —la pregunta se abrió paso entre las capas de indignación y tristeza que se aglomeraban en su garganta.

— Un mes. Fue un flechazo, amor a primera vista, como dice la gente. No quería decírtelo para no lastimarte.

— Era mejor, así buscaba a otra persona —se escuchaba casi serena. Las lágrimas se habían escondido ya pues, después de todo, ya en casa lloraría y habría mucho tiempo para refrescar la herida, contando la historia una y otra vez.

— Perdóname.

— No te preocupes, sé feliz —una leve nota de sarcasmo inundó la oración—. Pero me debes un viaje a un parque temático, el que sea —le guiñó un ojo—. Ah, y ni creas que nos volveremos a encontrar sobre la cama —esbozó una sonrisa bastante natural.

La otra quitó la mano del hombro ajeno y sonrió.

— Te llamaré para ponernos de acuerdo.

— No, no, yo te llamo. Y gracias por decirme todo.

Después se dio la vuelta, sonriendo. Empezó a caminar hacia su casa ya que ese día no pensaba tomar el autobús. Notándolo pero sin que le importara, lloró hasta que llegó a casa y más tarde, cuando se lo contó a sus amigos y cuando lo recordó en una cita con otra mujer.

Se dio cuenta de que habría sido mejor haber elegido la primera opción desde el principio y no como premio de consolación.