miércoles, 31 de julio de 2013

La tanda anterior



Son las 3:01 de la madrugada y no puedo dormir. La miro una y otra vez en la cama, tan en paz, tan en calma, y me dan ganas de despertarla para decirle que me dé un abrazo, que la necesito justo ahora. Pero nosotras sólo nos contentamos con pasar ratos juntas sin comprometer demasiado.

Se mueve un poco, como si fuera a despertar, pero sólo da una vuelta. Ya estoy llorando. Dentro, muy dentro, estoy desesperada por no poder confiar del todo, no entregarme completamente y no decirle lo que siento por ella. No la amo, no sé si estoy enamorada, pero la quiero y quiero estar con ella. Sí, eso es. Tal vez...

— ¿Qué haces? —es su voz adormilada que me encuentra sentada en la cama, a lado de ella pero en otro mundo.

— No podía dormir —miento a medias, porque quiero dormir pero no tengo el valor y porque siempre me ha ido mejor diciéndole sólo una parte de todo.

— Ven acá —extiende los brazos y yo me dejo llevar por su abrazo, le permito acomodarme en su pecho y darme unos besos tiernos en el cabello.

Ella tampoco dice que me quiere, ni se entrega a mí. Desconfía, posiblemente me odia, me tiene rencor... Aun así, me siento cómoda a su lado, entre mis ensoñaciones grises.

Me aferro a ella, sin que lo note mucho, fingiendo que ya me dormí. Entonces siento que vuelve a besarme el cabello, pero esta vez se acerca a mi oído y me susurra, ya sin sueño:

— Te quiero más de lo que crees.

Lloro y mis lágrimas recorren los surcos ya marcados de la tanda anterior. Me incorporo sin que me interese nada más que este momento. La miro a los ojos ahora que la oscuridad se ha vuelto clara y le doy un beso en los labios.

— Te quiero.

Creo que es la primera vez que lo digo. Mi pecho se siente más libre y el sueño llega por sí solo. Noto que sonríe, me vuelve a proteger entre sus brazos y se queda quieta. Son las 3:09 y creo que esta noche sí seré capaz de dormir.

lunes, 29 de julio de 2013

Deliciosa humedad



— Perdóname.

— No importa, sigue.

Obedeció y continuó penetrando a la mujer, sintiendo en sus dedos esa deliciosa humedad. Una de sus uñas, cortadas con negligencia, tropezó de nuevo con algo en el interior de su amante.

— ¿Te lastimé?

La pregunta no se debía sólo a la cortesía, sino también a la sincera preocupación.

— ¿Mmm? No.

Percibió el deseo en su parca respuesta, así que se perdió en la profundidad del amor y la embistió con fuerza. Con la mano libre, le acariciaba los senos y, cuando era posible, se agachaba un poco para darle severos besos apasionados.

La oyó gemir muy fuerte y se escuchó a través de la capa gruesa y brumosa de los orgasmos múltiples, gimiendo también. Luego todo se detuvo y, por primera vez en su vida, se descubrió sudada y muy cansada.

— Discúlpame si te lastimé.

— Está bien, aunque no lo hiciste —se apresuró a responder con una sonrisa.

Ella ni siquiera notó a qué hora se quedó dormida.

sábado, 27 de julio de 2013

Hablar con su ex



Llamó casi por error, porque sus manos habituadas así lo habían decidido. No esperó que contestara ella, su ex novia.

-- Buenas noches.

Con sólo escuchar su voz, la piel se le enchinó. Su cerebro comenzó a procesar emociones, lo cual le impidió tomar cualquier decisión racional en ese instante.

-- ¿Diga?

Volvió a oír su voz. Su dulce voz. Parecía desconcertada porque nadie hablaba. ¡Pero no podía hablar! De la nada, el impulso de colgar el teléfono tomó el control y así lo hizo. Se dejó caer al piso, temblando. No sabía si era miedo o amor, pero estaba segura de no querer volver a hablar con su ex.

jueves, 25 de julio de 2013

Oso de peluche

— A ella no le gustan los peluches —apuntó apelando a los catorce años que llevaba de conocerla—. Si no sé qué le han hecho —añadió levantando los hombros en un gesto de molestia fingida.

La mujer a la que se refería se encogió aún más en el sillón, avergonzada, muy avergonzada. Creyó que Irina, la persona a quien su mejor amiga dirigía los comentarios en ese momento, pensaría que todo en ella era una estupidez.

— Irina, no le hagas caso a Violeta, por favor —murmuró apenas lo suficientemente audible.

Irina sonrió.

— Te había traído esto —dijo sacando de su bolso un pequeño oso rosa con una bufanda de colores—. Igual quiero que lo conserves.

Lo extendió hacia ella. Y ella lo recibió, lo observó por unos minutos y sonrió con el rostro terriblemente rojo. Violeta no pudo reprimir una sonora carcajada.

— G-gracias.

Irina se le acercó más y le dio un beso pequeño en los labios.

— Así me gustas, Katia, justo así.

Esta vez, Violeta se limitó a cerrar los ojos, deseando que alguien la quisiera así.

martes, 23 de julio de 2013

Ya no

Quiero escribir sobre ti mientras escucho cómo la lluvia golpea el cristal de mi ventana, pensando que seguramente estás despierta extrañando a tu nuevo amor... ¿o a mí? No, a mí ya no.

Quiero mandarte una carta diciéndote que te veré en tu cumpleaños, que te regalaré un libro del autor que a ambas nos gustaba y que probablemente las ganas de besarte sean más fuertes que yo. Pero no pasará nada, ya no.

Quiero hacer de esto una grabación porque bien sabes que no puedo hacer un poema, y porque quiero que escuches mi voz aunque sea casi a la fuerza, y que me respondas con tu risa de siempre. ¿Ya no?

Y quiero tomar entre mis manos las tuyas, suspirar con nuestras bocas húmedas juntas y gemir con tu cuerpo enredado en el mío, sin ropa, con desidia, sin amor pero con lujuria, o en el orden que quieras. Tienes poder sobre mí y lo sabes, ¿cierto?



Me tocas el hombro y no resisto abrazarte riendo para después gritar que te extrañé todo este tiempo.

— Ya no me vuelvo a ir —dices y te creo, te creo más que nunca, mujer.

domingo, 21 de julio de 2013

Morir de aburrimiento



— Tú has estado aquí desde el principio, ¿no? —estaba recostada en sus piernas, con los ojos cerrados, disfrutando el viento que jugueteaba con su cabello.



— Eso creo, soy una Diosa después de todo.



— ¿Y cómo era?



— No lo sé —murmuró acariciando el rostro de la otra mujer, centrándose en los labios—. ¿Acaso tú recuerdas todo?



— No, y eso que no he vivido tantos años —se incorporó, apartando la mano de la Diosa, hasta quedar de frente a su rostro, como si fuera a besarla.



— Casi —emitió concentrada en los ojos de color extraño de la mujer y cautivada por los rasgos finos de la cara.



— No tantos, insisto. Habría muerto de aburrimiento —sonrió mostrando el par de colmillos raramente alargados y mostrando una lengua traviesa que los recorría.

— Me encontraste, Vampireza, por eso no moriste —su tono arrogante hizo que la mencionada dejara de sonreír. La Diosa aprovechó el momento para robarle un beso superficial.

— Tal vez tengas razón —colocó una mano en un hombro de la completamente inmortal y la otra detrás de su cabeza para atraerla y besarla con profundidad. Fue un beso apasionado pero lento, de cualquier forma disponían de la eternidad para amarse.

viernes, 19 de julio de 2013

Mensaje de texto



Le mandó el mensaje de texto. Aún sabía de memoria su número de celular, es más, aún la tenía registrada en su lista de contactos. No era un mensaje comprometedor, ni indicaba lo mucho que todavía la amaba, no, sólo le preguntaba por una de las pertenencias que le había regresado y que en ese momento extrañaba. Tampoco sentía ansiedad o alguna tristeza particular, lo que ya era una ventaja.

Esperó en silencio en una de las sillas del comedor, fijando la mirada en el celular para no omitir el momento en que se encendiera la lucecita azul. La luz se encendió y el aparato emitió el molesto tono de mensaje recibido. Dudó. Miedo, nervios... Por fin, se decidió a desbloquear el teléfono y leer la respuesta:

No.

Era todo. No había ni siquiera un signo de emoción, no podía saber si estaba triste, contenta o enojada, si la extrañaba o la odiaba o si le era indiferente esa separación. Las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas recién humectadas con crema para retrasar el envejecimiento. No se las secó, simplemente escribió la respuesta.

Gracias de todas formas.

Salió de los mensajes y no tuvo ni el valor ni las ganas de borrar el sencillo "no". Tomó el salero que estaba en la mesa y vacío su contenido. Por primera vez en un mes, tuvo miedo de salir corriendo a ver a su ex novia.


miércoles, 17 de julio de 2013

Derecho de antigüedad

— ¿Tú me conoces? —preguntó de repente mientras iba sentado en sus piernas, interrumpiendo incluso la plática sobre el Hombre Araña. Sus ojos, característicamente grandes para un niño de su edad, la miraron fijamente.

— Sí —fue su respuesta. "¡Claro que sí!", quiso añadir, pero en lugar de eso volteó hacia el asiento del copiloto y observó una parte del perfil de la madre del niño.

— ¿Y tú quién eres? —la segunda pregunta pero la misma mirada.

Dudó un segundo sin saber cuál de todas las ideas que tenía se ajustaba más a lo que su mente y su corazón querían transmitir.



"Estoy embarazada"

Su voz en un susurro. Ella contuvo las lágrimas.

"Pero nada va a cambiar".

Y ella siempre supo que sería una mentira. Le dio un beso en los labios, el último, y le deseó suerte. Luego se fue a terminar la universidad y a empezar una maestría para no recordar que el padre de esa criatura tenía ya mucho más que el derecho de antigüedad que ella siempre se había adjudicado.



— Una amiga de tu mamá —su mirada se encontró con la de la aludida justo cuando ésta se miraba en el espejo de vanidad—. Tú no me recuerdas, pero yo te conocí antes de que nacieras, imagina que eras más pequeño que tu hermanito —sonrió señalando al bebé que iba sentado en las piernas de la mujer que se decía su amiga.

La respuesta pareció satisfacer al niño, así que siguió hablando de arañas gigantosas, tigres para montar y leones demasiado pequeños. Mientras ella sonreía, reía y hacía comentarios, miraba a su amiga cubrirse el moretón que su esposo le había dejado en el pómulo izquierdo. 

lunes, 15 de julio de 2013

Aroma a flores

— Lo hice con Ana.

— Ajá. ¿Qué puedo hacer yo? —su voz denotaba esa extraña indiferencia fingida que sale a flote cuando algo importa pero no se puede mostrar.

— Sólo te lo decía porque así lo indicaste. Además, tú lo quisiste —añadió en voz baja, con una nota de indignación dolida.

— ¿Cómo?

— Nada. Digo que parecía un reto de tu parte.

— De mi parte pero para mí, para no ser celosa ni posesiva —sentía un nudo en la garganta pero trató de modular su hablar.

La otra se le acercó y la abrazó. En medio del abrazo cálido, la víctima del engaño dejó que se le escurrieran un par de lágrimas.

— No cambiará nada, ¿cierto?

— No. Desde el principio te dije que eras libre de estar con quién quisieras.

— Sólo quiero estar contigo —la abrazó más fuerte y recargó su cabeza en la cabeza de la otra, perdiéndose en el aroma a flores de su cabello.

— Entonces olvidemos que tuviste sexo con Ana —a esas alturas, ya se había secado las lágrimas.

— Te quiero.

No respondió, prefirió ofrecerle los labios.

sábado, 13 de julio de 2013

La ternura de Cassandra



No esperaba que Cassandra le diera ese pequeño beso en los labios. Simplemente porque ella no era del tipo de personas que tomaba la iniciativa. Se puso feliz, melancólica, pensativa y confundida a la vez, así que trató de afianzar la imagen mental de su mano unida a la de su nueva pareja. 

Desde luego, tampoco se esperaba que esa misma Cassandra se le acercara con casi ternura y le diera un abrazo, juntando los pechos de ambas. Sin embargo, la sensación fue tan reconfortante que sólo se le ocurrió rodear el cuello de su novia con sus brazos.

-- ¿Y mi Cassandra? --se le ocurrió preguntar con los ojos cerrados, cerca de su oído.

-- Se la llevaron los aliens --fue su respuesta, a la que siguió un pequeño beso en la mejilla--. Es que me gustas mucho.

Dejó de preocuparse incluso por la rotación de la tierra y se perdió en la ternura de Cassandra.

jueves, 11 de julio de 2013

Una despedida rápida



Se soltaron de la mano, dudaron una milésima de segundo y se miraron para después darse un beso rápido, fugaz, acompañado de un seco "nos vemos". Carmen tuvo ganas de jalarla hacia ella, abrazarla con fuerza y besarla con pasión, una que confundiera con furia. En lugar de eso, se dio la vuelta y empezó a caminar, acomodándose los audífonos mientras pensaba en la estúpida tristeza que sentía, se subió la capucha de la chamarra y bajó las escaleras sin volver la cabeza atrás.

Luego la buscó en el andén, pero fue consciente de que ya era demasiado tarde para hacer algo, así que siguió su rumbo, sintiéndose lejana, ajena a su cuerpo. Después de todo, era mejor y menos dolorosa una despedida rápida.

martes, 9 de julio de 2013

No me quería morir

— Yo no me quería morir.

— ¿Entonces cómo llegaste aquí?

— Pus no sé, supongo que me mataron.

— Pero mírate, muchacha, ¿quién pudo haberlo hecho?

— La Andrea, que era mi mujer. Usté me perdonará, doñita, si se lo digo así, pero ya que estamos bajo tierra, ¿qué más da?

— Está bueno, niña, si eso aquí ni importa. ¿O sea que tu mujer no te quería y te mató?

— O me quería tanto que lo hizo.

— No, no, así no pudo haber sido.

— ¿Usté cómo lo sabe?

— Porque veo tus heridas.

— ¿Qué heridas?

— Las de tus muñecas, mujer, si a leguas se notan. Se ve clarito que te suicidaste. Por eso te digo que ya no te quería y de cierta forma te mató.

— Ah, pos sí. Yo a usté debí haberla conocido allá arriba, pa' que me dijera qué onda con la Andrea. Si ya me acordé, es que me dejó por otra...

— Ay con estas muchachas.

— Sí, con eso me mató, pero yo no quería morirme. Y aquí me tiene.

— Y por largo rato. Vamos a dar un paseo, así se te olvida la pena.

— Sí doñita, vamos. Pinche Andrea, deje que llegue...

— Tú tránquila, que aquí la esperamos.

— Gracias.

domingo, 7 de julio de 2013

Esa forma



— Si te lastimo, dime —murmuró con esa voz que sólo le salía cuando estaba haciéndole el amor a una mujer.

La mujer que era su amante en turno no respondió, siguió con los ojos cerrados, apretando los labios para, seguramente, contener los gemidos. Por momentos, se movía, y entonces Amaranta aprovechaba para besarle los senos, lamerle el cuello y rozar sus labios ya sin pintura alguna. Su mano libre la recorría a ratos, tocando sus contornos sedosos y seductores.

— ¿Me detengo? —preguntó cuando escuchó sus gemidos y ella se levantó y le dio un beso húmedo, muy húmedo. Amaranta se quedó en el interior de la mujer por unos instantes, quieta.

— Sigue —dijo ella con la voz que seguramente adoptaba cuando alguien le hacía el amor, porque Amaranta recordaba haberla oído hablar sin percatarse de esa forma.

Siguió moviéndose, hasta que su amante echó la cabeza hacia atrás, aún con los ojos cerrados, abriendo la boca a ratos, exhalando suspiros apasionados. Todo se quedó en calma después. Amaranta salió del interior mojado y notó que sus dedos estaban arrugados. Sonrió. Le dio un beso en la frente y la abrazó, acariciándole la espalda, preparándose para dormir un rato e ir a trabajar por la mañana.

Los del hotel ya la conocían y sabían que a la noche siguiente probablemente regresaría, pues era su norma nunca tener sexo en su departamento. En ese instante, la mujer la besó. Amaranta rió, bajito, y pensó que tal vez estaba enamorada.


viernes, 5 de julio de 2013

Unos días más



Te vi tocarla con la misma delicadeza que a mí, besarla de la misma forma, mirarla a los ojos y murmurar que la querías. A ella sí la querías. Te vi y quise cerrar los ojos pero no pude. ¿Por qué me enamoré de ti? ¿Sólo porque eras mujer? Sólo lo hicimos más difícil, si pudimos seguir como antes. Por primera vez, recordé que todo era un acuerdo y que lo estábamos rompiendo.

No tuve el valor de gritar que quería estar contigo por unos días más.


miércoles, 3 de julio de 2013

Lágrimas derretidas



Sé que duele porque el vapor de las lágrimas derretidas se desliza por las ventanas de mis mejillas. De otra forma no me daría cuenta, ni aunque sintiera el agujero en los pedazos tullidos de mi corazón infame, olvidado, colgado de las ramas de los árboles frescos pero ya sin hojas. Tampoco quiero percatarme demasiado, hundirme en el dolor, perderme en los abismos profundos de un cuerpo sensual que amanece junto al mío cada mañana, siempre con un perfume distinto.

Ella tampoco sabe que duele, que sufro, porque mis caderas amplias y mis manos suaves le permiten olvidarlo, porque el roce de mi vientre femenino con su piel blanca hace que no se cuestione nada. No sabe que el líquido que constituye mis gemidos se vacía en su cuerpo cada viernes, ni que la tortura de tener sangre en las venas y sentimientos en el alma la hacen prisionera. Cree que no hace daño, que de todo río, que por todo gozo, pero no ve que por dentro muero a paso acompasado.

Y cuando nos encontramos en el parque, bajo la lluvia, junto a los árboles, dentro de las miles de gotitas que no se contentan con caer sino que también quieren penetrar y que se introducen en el estanque amarillento, ella me toma de la mano, nos dejamos llevar. Entonces siento que la amo, que me ama, que el abrazo que nos damos podría ser eterno y que el beso sublime y sutil podría sustituir los ciento dos deseos que me invaden.

— Te quiero —le susurro recostada en la tierra húmeda, con la ropa regada, sin que me importe si hay personas o animales alrededor, mientras siento su aliento en mi cuello, su voz delgada en mi interior y su calor encima.

Ella no responde, porque piensa que bromeo, que el juego que he declarado de verdad tiene reglas específicas y que las estoy siguiendo. Me observa, me toca con delicadeza, una delicadeza que me confunde y a veces me desespera. Sus dedos dan un paseo por mi espalda, desobedeciendo toda señal, negándose a arañarme, a hacerme sangrar. Me parece que me hace el amor en la madrugada de tibia de septiembre.

Seguimos con el juego hasta que olvidamos dónde estamos. Volví a sentir que dolía, pero esta vez el vapor de las lágrimas derretidas bajó hacia mis labios y me obligó a callar el próximo "te amo".

lunes, 1 de julio de 2013

Copa de alcohol

En ese momento deseé no tener sexo, tuve ganas de abrazarla muy fuerte contra mí, sentir el toque de nuestros cuerpos desnudos, de nuestros senos tan diferentes, el latido de nuestros corazones solitarios y rotos haciéndose compañía. Quise que me acariciara con lentitud, con amor y sin deseo, y que me dijera que me amaba, que me quería o que por lo menos apreciaba ese instante, mi presencia o mi entrega.

Mas todo aquello no ocurrió. Ni siquiera tuve el valor de gemir cuando sus dedos se abrieron paso a través de mí y ella me poseyó con algo próximo al salvajismo. Cerré los ojos con fuerza para no llorar y suspiré bajito para permitirle confundir el dolor con el placer. Mi cuerpo hizo el resto del trabajo y, cuando dejé de sufrir, la vi de frente, observando un punto luminoso en el extremo de la habitación.

Me levanté, adolorida, más del corazón que del cuerpo, me acerqué a la mesa y tomé la única copa de alcohol de mi vida.