viernes, 22 de diciembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 13. Querer es poder



13. Querer es poder


Hace frío y Nube casi extraña el calor que hacía en la playa dos semanas antes. No recuerda haber pasado tanto frío en su vida y se pregunta si será cierto que el mundo se está calentando y eso está haciendo que las estaciones cambien y que el clima sea más extremo. Quizá se trata sólo de su imaginación o de que el calentador que compraron no abarca toda la habitación. De cualquier manera, ese es parcialmente el motivo por el que Martina y ella han decidido arrebujarse en el sofá y celebrar la Navidad viendo comedias románticas y comiendo palomitas de maíz.

Nube tuvo la idea de celebrar el ritual de la cena porque era una tradición que tenía lugar en su casa cada año, invariablemente, sin importar el estado de las relaciones de los invitados, pero Martina alegó que ninguna de las dos sabía cocinar y que, más importante, hacía mucho frío para sentarse en el comedor sólo por cumplir con un compromiso social.

―¿Entonces tú nunca has celebrado la Navidad? ―le había preguntado Nube, mitad sorprendida y mitad ofendida porque a ella, dentro de todo, no le parecía simplemente un compromiso social. Su pensamiento podía sonar como comercial de licores, pero de verdad creía que la Navidad era un momento para estar con los seres queridos y compartir buenos momentos con ellos, especialmente si no tenían la oportunidad de hacerlo con frecuencia. Aunque ella y Martina se vieran todos los días, de todas maneras le hacía cierta ilusión que compartieran algo así, una especie de lazo familiar.

―Alguna vez. Mis padres hacen una cena a la que invitan a media familia, pero a mí me dejaron de interesar esas cosas ―había respondido alzándose de hombros y esbozando una sonrisa ligeramente apenada, quizá porque percibía que a Nube no le hacía mucha gracia esa conversación, pero sin dejar de denotar hastío en la voz―. Creo que viene del tiempo en que perdí las esperanzas en la vida. O quizá nunca me haya gustado tanto, no lo sé, no lo recuerdo. Pero creo que hasta me pone de mal humor ver gente feliz sólo por una celebración que ocurre cada año.

“Lo mismo pasa con los cumpleaños”, quiso rebatir Nube, sobe todo teniendo en cuenta que Martina se la había pasado hostigándola la última semana porque se acercaba enero, sería su cumpleaños y quería ideas de regalos. No había parado de interrogarla sobre cómo solía celebrar, los regalos que más le gustaban y si le parecían bien las fiestas sorpresa, todo jurando que ella jamás organizaría una.

―Oh, bueno ―había dicho Nube al final, con un suspiro un poco decepcionado, porque no se le había ocurrido qué más añadir sin sentir que estaba echando a perder algo. Después de todo, era normal que Martina se sintiera así, ¿no? Y si Martina se sentía incómoda en la Navidad, ¿quién era ella para exacerbar ese sentimiento? Ya vendrían otras festividades que sí podrían celebrar y el hecho que no hicieran cena no quitaba que pasaran ese tiempo juntas.

Así que en esa conversación habían decidido, a pesar de las diversas soluciones que se le ocurrieron a Nube para superar el obstáculo de no saber cocinar y que, desde luego, no sacó a relucir, que si lo importante de la Navidad era pasar tiempo en familia, entonces ellas podrían sencillamente sentarse a ver el televisor. Con esa idea Martina sí había estado de acuerdo, o por lo menos se había mostrado menos desanimada y había recuperado su estado de despreocupación habitual.

En ese preciso momento a Nube le hace muy feliz esa decisión porque gracias a eso trae puesta la ropa más calientita y pachoncita que tiene y se ha echado encima una cobija que las mantendrá a una buena temperatura durante toda la noche. Además, le causa cierto cosquilleo en el estómago que esa sea su primera Navidad con Martina y también que pueda hacerla cambiar de opinión para el año siguiente. Tiene la idea de que a Martina simplemente le hace falta recordar el espíritu navideño, y hasta le ha comprado un regalito y lo ha guardado muy bien para ayudar a esa causa.

No puede evitar soltar una risita. Es increíble cómo últimamente las cosas más pequeñas pueden hacerla feliz. Tiene la idea de que nunca antes le había pasado eso y lo atribuye inmediatamente, ¿por qué no?, al amor.

―¿Qué es gracioso, cariño? ―pregunta Martina, que va saliendo de la cocina con dos tazas de chocolate de caliente, una en cada mano. Camina con mucho cuidado para no derramar nada y, por fin, las coloca totalmente indemnes en la mesita de centro―. Te estabas riendo.

―Nada, es la Navidad que está en el aire ―dice Nube para ocultar su pequeño secreto, aunque en parte es verdad. Esa época del año tiene un aroma particular, algo así como a libertad, que hace que cualquier persona se ponga de buen humor… Bueno, cualquier persona excepto Martina, al parecer.

Martina se ríe de la manera transparente y simple que acostumbra y le da un besito en la mejilla.

―Eres tan linda.

Nube se sonroja y no es capaz de responder durante algunos segundos. Cuando por fin recupera la capacidad del habla, se da cuenta de que Martina está de nuevo en la cocina.

―¿Se te olvidó algo? ―le grita. Luego piensa que la respuesta obvia es que olvidó hacer las palomitas y ha regresado a eso, así que realmente se sorprende cuando Martina sale de la cocina haciendo equilibrio de nuevo, pero esta vez con dos platos que traen un guisado de pavo―. Martina… ¿eso es…?

―La cena de Navidad que querías. Pero no creas que vamos a sentarnos en el comedor con ese frío. Nos quedamos aquí ―responde con un falso tono de regaño que hace que Nube sonría mucho.

―Creí que en serio no te gustaba esto.

―No me gusta. Pero si a ti sí ―se alza de hombros―. ¿Quién soy yo para quitártelo?

Nube mira el plato que Martina ha colocado frente a ella y se detiene a apreciar las rebanas de pavo, el relleno de carne molida y la ensalada sencilla. Entonces mira a Martina y al plato de nuevo y por alguna razón no puede contener las lágrimas. Ni siquiera se pregunta cómo pudo esconderle algo así si estuvo en la casa todo el día.

Martina no entiende por qué llora Nube, pero no importa. La abraza con suavidad y le da besos pequeños en la cabeza. En realidad sí detesta la Navidad, incluso podría decir que es una de las pocas cosas que odia de verdad, posiblemente porque todos le dan una importancia exagerada, pero no le gustó para nada ver la desilusión en los ojos de su novia cuando le dijo que la celebración no era más que un compromiso. Quizá para muchas personas no es más que eso, pero para ellas dos podría representar algo diferente.

―Vamos, no quieres que se te enfríe, ¿o sí? ―le dice con suavidad.

Nube se aparta de Martina, se seca las lágrimas, vuelve a mirar el plato y le dedica una sonrisa que no puede representar otra cosa que no sea felicidad.

―Espera, espera. Yo también tengo algo para ti.

Nube se levanta y corre hacia la habitación mucho antes de que Martina pueda protestar. También regresa rapidísimo, como si sólo hubiera ido de paso, pero trae un paquetito entre las dos manos y lo lleva de la misma manera que se carga un objeto muy valioso.

―Para ti ―declara con una risita ofreciéndole el paquetito a Martina.

Martina vacila durante medio segundo y ruega que no se le note el sonrojo. No esperaba recibir un regalo… no hasta su cumpleaños, que es algo que siempre le ha parecido digno de celebrar porque uno no puede dejar pasar los años así como así. Se enfoca en la cajita y nota claramente  que Nube la envolvió, lo cual hace que Martina suelte una risita. Por fin abre la caja y... le encanta, simplemente le encanta.

―¿Cómo sabías que me gustaban las mariposas? Creo que nunca te lo había dicho ―pregunta, sinceramente sorprendida, sinceramente halagada. Nube ha tenido la fantástica idea de regalarle un collar de plata con un dije de una mariposa de alas negras. Se lo cuelga inmediatamente y le encanta lo bien que encaja con ella.

―Tuve esa impresión. A veces te quedas viendo por la ventana y, bueno, supuse que era eso.

Martina le sonríe cálidamente y Nube le corresponde. No llevan mucho tiempo juntas pero es increíble lo rápido que progresa todo, lo fácil que resulta y lo bonito que les parece a ambas.

―Vamos a comer, Martina, que se nos va a enfriar el pavo.

―Yo creo que ya se enfrió un poco.

―Bueno, pues no importa, que esté frío no quita que sea pavo.

―Sabes que puedo ir a calentarlo, ¿verdad?

―No, hace demasiado frío para que te alejes de mí. El otro año comeremos algo más caliente ―amenaza Nube con una sonrisilla que indica que habla en serio.

Martina no puede hacer nada que no sea reírse. Está bien. El otro año estarán juntas y tendrán una cena de verdad, en el comedor en vez del sillón, y quizá hasta comerán algo que ambas hayan preparado en casa. Tendrán que trabajar mucho para aprender a hacer platillos tan complicados pero no importa, dicen que querer es poder y ellas quieren mucho.

Se sientan muy juntas en el sofá y comienzan a comer su pavo ligeramente frío y a beber su chocolate que ya está más bien tibio. Están viendo la tercera película de la velada cuando da la medianoche y comienza de verdad la Navidad pero ninguna de las dos se da cuenta porque están muy ocupadas abrazándose, compartiendo besos ocasionales y sintiendo que nada podría hacerlas más felices que la prolongación eterna de ese momento.

viernes, 15 de diciembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 12. El cielo también es azul



12. El cielo también es azul

Hace calor, demasiado para ser invierno en esa parte del mundo. Y el cielo está tan despejado que el sol tiene la oportunidad de llegar hasta ella en todo su esplendor. “Debe ser el calentamiento global”, piensa Martina mientras cambia de posición en la silla larga de playa y considera la tentadora posibilidad de cambiarse a una que esté debajo de una sombrilla. Nube tuvo la idea de utilizar una silla que quedara lejos de cualquier sombra para que se broncearan un poco y a Martina le pareció bien porque nunca lo había intentado, pero ahora empieza a pensar en el cáncer de piel y eso la inquieta bastante.

Se revuelve en la silla, incómoda, incapaz de acomodarse ahora que su mente está enfocada en los brillantes rayos del sol, en el sudor que le escurre desde la frente hasta los hombros, en la desagradable manera en que su cuerpo cubierto por un traje de baño de dos piezas (de blusa y short) y un vestido blanco de manga larga se pega al plástico de la silla en las partes que quedan expuestas y en la forma en la que seguramente se le forman arrugas alrededor de los ojos porque tiene que cerrarlos considerablemente para poder ver el mar turquesa que se extiende ante ella de una forma tan despreocupada.

Echa un vistazo a su alrededor y ve que en las sillas vecinas hay pocas personas. También escudriña la playa y alcanza a contar a diez personas que juguetean en el agua. Se alegra de haber decidido viajar dos semanas antes de Navidad, ese momento ideal en el que aún hay vuelos baratos y lugares bonitos frente a la playa donde hospedarse a un precio no tan ridículo. Voltea hacia las sillas que gozan de una precaria sombra y descubre dos sillas debajo de una sombrilla. Tomar la decisión de pasarse a una de ellas le lleva menos de dos segundos y hasta tiene tiempo de pensar que le dirá a Nube que se estaba tardando demasiado y que el bronceado que obtuvo le pareció suficiente.

Se levanta con cierta torpeza y hunde los pies descalzos en la arena. Es la primera vez que visita la playa y que ve el mar, y nadie le había dicho que la arena sólo se siente caliente en la superficie pero que más abajo es algo así como fría y húmeda. Le gusta eso. De hecho, le gusta todo lo que ha visto y hecho en esos cuatro días de vacaciones, incluso las gaviotas que parecen querer atacarlas cuando quieren tomar un poco de su comida, y el bicho transparente y gelatinoso que encontraron cerca de la orilla de la playa y que Nube dijo que se llamaba medusa. Se pregunta si todo le parece bello y mágico porque está con Nube o porque las cosas son así siempre.

―¿Me extrañaste?

Martina da un respingo e inmediatamente después siente el pequeño beso que Nube le da en el borde de la mejilla, casi en el cuello. Sonríe, probablemente como estúpida, desentierra los pies de la arena y acepta el vaso que contiene un líquido amarillento y hielitos que le ofrece su novia.

―Gracias. ¿Qué es?

―Agua de piña. Me la dieron en el bar, el que está a lado de la piscina ―hace una pausa breve, como si no supiera si debe decir algo y continúa―: ¿Entonces me extrañaste?

―Claro que sí ―responde Martina, un poco apenada por decir esas cosas en voz alta y en un lugar abierto.

―Bien, eso me gusta.

―Tardaste mucho ―insiste Martina, aún apenada.

―Ya sabes lo problemático que resulta utilizar esos ascensores ―responde simplemente Nube y se echa a reír.

Martina sigue su ejemplo. Le gusta que en esos momentos su novia pueda reír con tanta facilidad, que luzca feliz y despreocupada, que no tenga que pensar en el trabajo, ni en su familia, ni en el psiquiatra, ni en las cosas que necesitan arreglo en el departamento que rentan. Ese tiempo está reservado para ellas dos, para las pláticas nocturnas confidenciales en las que narran episodios de su vida, para sumergirse en la piscina y jugar como chiquillas y, desde luego, para recorrer sus cuerpos con deseo.

Martina puede decir que Nube por fin es toda suya y que tiene la oportunidad de acaparar toda su atención. Y sabe que nunca se lo dirá pero en el fondo, muy en el fondo, lo único que quiere es un lugar en el que puedan estar sólo ellas dos y vivir en paz.

―Por cierto, estaba a punto de pasarme a la sombra ―dice Martina―. Siento que ya me he quemado mucho.

―Exageras un poco. Yo creo que te ves muy bien con ese bronceado, aunque deberías quitarte el vestido para que tus brazos queden parejos.

―Ya sabes que no puedo…

Martina se alza de hombros y Nube la contempla con tristeza, en parte quizá por ser ella quien sacara a colación ese tema. Martina se pregunta si algún día tendrá la confianza suficiente para mostrar sus cicatrices de la forma despreocupada que lo hacen otras personas. No… No puede soportar la idea de que la gente las mire con curiosidad y murmure o piense cosas al respecto, que se pregunte qué le pasó o, peor, que se dé cuenta de que intentó matarse.

―De todas maneras lo importante es la cara, Martina, ya no te ves pálida y pareces más sana que cuando estábamos en la ciudad ―continúa Nube con tono despreocupado, como si jamás hubiera dicho nada que fuera delicado para Martina.

De cierta manera, Martina agradece el esfuerzo.

―No, yo creo que ahora me veo quemada ―responde soltando una risita.

―Te ves bien, de verdad. Pero te daré el gusto de que nos acostemos bajo esa sombra. Anda, apúrate ―dice antes de comenzar a caminar rápidamente hacia las sillas libres.

Martina asiente y la sigue torpemente. Nube se desliza con una facilidad y una gracia sorprendentes y está segura de que sentiría envidia si no fuera su novia.

―Corre, Martina, ¿o acaso no se te están quemando los pies? ―le grita Nube, que ya le lleva cierta ventaja.

No responde pero Nube tiene razón. La arena caliente comienza a molestarla y hace un esfuerzo para no correr porque existe la posibilidad de que se tropiece y se caiga. Martina tiene de repente la idea de que si hubiera nacido en un clima tan cálido y bochornoso, jamás hubiera fumado. Le cuesta creer que a alguien se le antoje un cigarrillo cuando suda tanto y tiene siempre esa sensación de incomodidad que le provoca la humedad. O quizá uno aprende a no sentirse incómodo cuando vive en un lugar así.

―No sabes cuánto me cansa el calor ―le dice a Nube cuando llega a su lado y se sienta en una silla.

―No creo que sea el calor, deben ser tus pulmones de fumador ―risita―. No tienes condición física.

―Oh, bueno, quizá también eso afecte ―reconoce Martina sonriendo levemente.

Deja el vaso ya vacío sobre la arena y le hace una seña a Nube para que se acueste junto a ella a pesar de que seguramente también está sudada y acalorada. Su novia le responde con una sonrisita y se sienta con medio cuerpo sobre ella. Martina no puede dejar de apreciar lo esbelta que es y lo bien que se ve con ese bikini negro. Además, el roce de sus nalgas con sus piernas es tan… estimulante.

―Sé qué estás pensando ―murmura Nube.

―¿De verdad?

―Claro que sí. Y es exactamente lo mismo que yo.

Martina esboza una sonrisa, echa una mirada a su alrededor para asegurarse de que nadie les está prestando atención y le da un beso largo y profundo a Nube. Se supone que no deben hacer esas cosas, no en un lugar que está tan lejos de su hogar y en el que no saben con qué tipo de gente pueden encontrarse, pero a veces resulta tan difícil contenerse…

―Me gustaría tener este lugar para nosotras solas ―suspira Martina momentos después de que se separan, cuando ya ha tenido tiempo para recuperar el aliento y ha calmado sus manos ansiosas.

―Tenemos la habitación para nosotras solas. Y debemos aprovechar porque nos vamos pasado mañana y no sabemos cuándo tendremos tanto tiempo libre de nuevo.

―Tienes tanta razón.

Martina deja que Nube se levante y luego la imita. Se acomoda un poco el short y el vestido, y toma la mano de su novia para guiarla hacia la habitación que afortunadamente está en el décimo segundo piso y les permite tener una vista fantástica del mar. A Martina nadie le había dicho que el mar tiene distintos tonos  de azul y que en ocasiones también parece verdoso, ni que en la noche se escucha cómo las olas rompen casi con furia contra la playa. Tampoco le habían dicho que el cielo también es azul, increíblemente azul, aunque compita contra el color del mar. En realidad jamás se había detenido a pensar en cosas que en otras épocas le parecían triviales pero ahora son realidades, tan tangibles como la arena que le calienta las plantas de los pies y se le pega entre los dedos.

―Te quiero mucho.

Su novia le sonríe, le aprieta la mano y forma con los labios las mismas palabras.

―Mucho mucho mucho ―añade con ese tono infantil que adopta cada vez con más frecuencia cuando están solas.

Continúan con su camino hacia la habitación, donde podrán refugiarse del calor, desnudarse, tomar un baño juntas, hacer el amor y dormitar un rato. Luego mirarán ociosamente el atardecer mientras esperan el momento adecuado para salir a cenar y dar un paseo por la playa. Porque tampoco nadie le dijo nunca a Martina que no hay nada mejor que compartir esas pequeñas maravillas de la existencia con la persona que se ama porque así todo luce aún más brillante. Y ella quiere que sus días sean siempre igual de perfectos.

viernes, 8 de diciembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 11. Desayuno para dos



11. Desayuno para dos


Es domingo y, para ser invierno, el día está soleado y despejado. Parece que allá afuera la temperatura es agradable y así lo confirman tres pajaritos que se pasean gorjeando frente a la ventana de la habituación en la que, apretadas en una cama individual, duermen Martina y Nube. Hacía muchos domingos que ninguna de las dos tenía oportunidad de quedarse en casa a descansar, principalmente porque ambas habían comenzado  trabajos de fin de semana, sencillos y mal pagados, para ayudarse a cubrir los diversos gastos de una vida en conjunto. Ahora, por fin, después de cuatro meses y medio de vivir juntas, podían darse el lujo de descansar, de quedarse echadas bajo los cobertores, desnudas y abrazadas.

―Martina ―susurra Nube, temiendo despertar a Martina de su plácido sueño. Se aprieta más contra ella y recarga la cabeza en su pecho, encima de sus senos descubiertos―. ¿Estás despierta?

Es posible que la pregunta sea inútil, pero no se le ocurre qué otra cosa decir. Además, tiene hambre y quiere ponerse la bata que dejó tirada en el suelo la noche anterior para ir a preparar el desayuno. Echa un vistazo al reloj que se encuentra en la pared del lado derecho y se entera de que van a dar las 11 de la mañana. ¡Qué bello es poder levantarse tan tarde! Sobre todo después de tener que madrugar cada día para viajar una hora y media en transporte público usando zapatos de tacón y falda, entre gente más irritable que ella misma, para llegar a un trabajo que no le apasiona en lo absoluto pero que es una de las pocas cosas que sabe hacer.

―¿Martina? ―vuelve a susurrar.

Pero Martina no da señales de estar despierta. Su respiración es pesada y tiene los ojos cerrados, según comprueba Nube incorporándose un poco. Lentamente y con mucha delicadeza, deshace el abrazo que la une a su novia y utiliza posiciones poco naturales para bajarse de la cama. Hace frío, así que se arrebuja en la bata, se pone unas pantuflas que posiblemente sean de Martina porque compraron el mismo modelo y no sabe identificar cuál es cuál, y da pasos rápidos hacia la cocina.

En realidad Nube no sabe mucho sobre el arte de preparar alimentos. Alguna vez Martina le dijo que no sabía cocinar, probablemente antes de que comenzaran a vivir en ese pequeño departamento, y Nube decidió que una de las dos tenía que aprender, así que comenzó a ver tutoriales en internet y a practicar algunas cosas en sus ratos libres, sobre todo cuando Martina aún estaba en el trabajo, porque quería que todo fuera una sorpresa.

Se para en el centro de la minúscula cocina, básicamente a dos pasos de los pocos muebles y electrodomésticos que tienen, y se estira un poco. Se da ánimos porque será la primera vez que de verdad le prepare algo a su novia y está nerviosa y emocionada al mismo tiempo. Piensa durante unos segundos cuál es la mejor opción y decide irse a lo seguro y hacer unos hot cakes con huevos estrellados. Mientras esculca en el refrigerador decide añadir fruta cortada en trocitos, aunque no está muy segura de que la pera, la manzana, la guayaba y la fresa vayan bien juntas.

Saca todos los ingredientes, mezcla algunos, reserva otros y después de una hora coloca en cada plato cinco hot cakes que no podrían considerarse redondos ni siquiera echándoles mucha imaginación (de hecho, pensándolo bien, Nube cree que incluso se parecen a unas galletas que comió en alguna ocasión y que se supone tenían forma de animalitos), dos huevos con la yema muy cocida y ligeramente quemados en las orillas, y un poquito de pera y manzana porque cortar frutas no resultó ser la actividad lúdica que ella creía.

Observa ambos platos y no puede evitar sentirse un poco avergonzada. No lucen nada bien y quizá debería echarlos a la basura y salir a comprar algo para desayunar...

―Amor, ¿qué haces despierta? Me levanté al baño y ya no estabas a mi lado ―dice Martina con voz entre berrinchuda y soñolienta mientras entra a la cocina mostrando una despreocupación que hace que Nube casi brinque del susto.

―Martinatehiceeldesayuno, esperoqueteguste ―recita Nube con voz demasiado aguda, un poco chillona y bastante temblorosa.

―¿Qué?

Martina parpadea varias veces para despertar aunque sea un poco y entender la situación. Le toma un par de minutos enfocar correctamente a Nube, que le extiende un plato con hotcakes, huevos y fruta, y la sonrisa que se le forma en la cara es tan grande que no puede creer que sea capaz de expresar tanta felicidad.

―¿Lo hiciste tú? ―pregunta alegremente. Está tan feliz que sus ojos brillan con mucha intensidad― Qué pregunta tan tonta, claro que lo hiciste tú. Muchas gracias, Nube, te quedó hermoso.

Le quita el plato de las manos y corre a la sala para sentarse en el sillón y comenzar a comer. Nube aún no puede creer que al final no haya tenido que tirar la comida y se pregunta si Martina está fingiendo o si simplemente no le importan los muchos defectos de ese desayuno.

Sigue a Martina y cuando la ve comiéndose los hot cakes se da cuenta de que no podría estar fingiendo. Parece que le gustan y eso alegra tanto el día de Nube que incluso puede pasar por alto sus propios errores y disfrutar de un desayuno casero hecho con sus propias manos junto a esa mujer que quiere tanto.

―No sabía que cocinaras tan bien, amor.

―No seas tonta, esto no está bien hecho ―replica Nube con una risita que muestra su vergüenza.

―¡Claro que lo está! ¿Crees que yo podría hacer algo así? No, no, jamás. Intenté hacer huevos una vez, hace ya bastantes años, y no logré despegarlos del sartén.

―Pero Martina, nuestro sartén es de teflón y por si eso fuera poco es bastante nuevo, así que no podía haber error.

―Tonterías, Nube, tonterías. Y mira qué bonitas formas les diste a los hot cakes. Esto es como un cerdito, ¿no?

Nube le presta atención al hot cake que Martina le está señalando con el tenedor, echa a volar su imaginación y admite que quizá podría parecer un cerdito... uno deforme, sí, pero cerdito al fin y al cabo.

―Eh… pues sí, eso parece.

―¿Ves? Te quedaron geniales ―declara Martina riendo.

Se pregunta si debería decirle que no fue su intención darles forma, que más bien no supo cómo hacer que quedaran redonditos y no le quedó más remedio que permitir que se formaran libremente. No, no serviría de nada. De todas maneras tendría que seguir practicando para poder hacerle un desayuno más decente la próxima vez que fuera necesario.

―Ay, Martina, qué tonta soy, olvidé hacerte café. Ahorita vengo.

Nube alcanza a colocar el plato en la mesa que tiene enfrente y a levantarse, pero Martina la sujeta por la bata y hace que vuelva a sentarse.

―No, quédate aquí. No importa el café, ahorita voy por un vaso de agua y con eso nos arreglamos.

―¿Segura?

―Sí. Además, yo ya terminé de comer.

―Bueno.

Martina le dedica una sonrisa radiante y se aleja hacia la cocina con todo y su plato vacío. Nube come con mordiditas muy pequeñas para no terminar antes de que Martina regrese, que de todas formas no puede tardar tanto porque el piso es muy pequeño, y piensa que quizá sería una buena idea intentar hacer un pastelito. Algunas personas dicen que hornear es bastante sencillo porque sólo es cuestión de colocar todos los ingredientes en la cantidad y el orden correctos, y utilizar la temperatura adecuada para la cocción. Así que no puede pasar nada malo. Sí, estaría bien. Incluso podría atreverse a hacer galletas, aunque no está muy segura de dónde comprar los utensilios para cortarlas en forma de corazón. Bueno, ya lo averiguará.

―Ya volví ―anuncia Martina triunfalmente.

―¿Y el agua?

―Ah, el agua, claro. Bueno, es que fui a buscar otra cosa. Cierra los ojos, ¿sí?

Nube duda unos segundos. De cierta manera la asusta un poco la sonrisa afable de Martina y la visible casi infantil que parece estarse apoderando de ella. Deja el plato en la mesa y cierra los ojos muy lentamente.

―Aún estás viendo, ciérralos bien, Nube.

―Está bien ―murmura y aprieta los ojos lo suficiente para comenzar a ver partículas blancas flotando por ahí.

Intenta escuchar con atención para darse una idea de si está pasando algo extraño, pero el único sonido claro que percibe es algo similar a un papel desarrugándose.

―Ya. Abre los ojos, ábrelos, ábrelos.

De nuevo, Nube obedece. Lo primero que ve es el rostro de Martina, adornado por una sonrisa resplandeciente. Luego se fija en que tiene ambas manos estiradas al frente y que sostiene un sobre blanco. Lo mueve de derecha a izquierda para incitar a Nube a agarrarlo y abrirlo, y Nube suelta una risita tonta porque todo eso le parece terriblemente adorable.

―Veamos ―dice mientras le quita el sobre a Martina y lo abre―. Son… ¿boletos de avión? Oh… ―hace una pausa para ver el destino de los boletos y las fechas de ida y regreso―. ¿Nos vamos a la playa?

―¡Sí, sí, sí! Nunca he ido a esa ciudad y creí que sería muy bonito que fuéramos juntas. Ya llevamos más de 6 meses juntas y ya casi es Navidad y también se acerca tu cumpleaños… No sé qué más excusas dar ―risita nerviosa―. Sé que podríamos haber ocupado el dinero para comprar alguna de las muchas cosas que nos hace falta, no lo sé, ahora sí la cafetera que quieres, pero creo que de verdad quiero que hagamos un viaje juntas. Un capricho mío, supongo ―finaliza alzándose levemente de hombros.

Nube no sabe qué responder. Nunca se había sentido tan feliz por salir de viaje y aunque en realidad no le gusta mucho la playa porque le parece que hace un calor innecesario, no puede evitar sonreír como tonta. Una cosa es ir sola o con sus padres o con Pamela o con cualquier otra persona, y otra es ir con Martina. Ellas pueden hacer que las posibilidades sean infinitas y estar frente a ese mar azul-verdoso seguramente será una experiencia maravillosa si Martina está a su lado.

―Gracias, Martina. En serio… No sé cómo podré agradecerte todo lo que haces por mí ―dice por fin. No se da cuenta de que está llorando hasta que Martina le limpia las lágrimas suavemente con las yemas de los dedos y entonces sus sentimientos parecen acomodarse y se siente incapaz de seguir derramando lágrimas, aunque estas sean de pura felicidad.

―A mí se me ocurre algo, ¿sabes?

―Por la cara que has puesto, veo que será algo que me avergonzará.

―No, para nada. Sólo digamos que es hora de ir de compras.

Nube se ríe un poco. Sabe muy bien a qué se refiere su novia. Se fija en la hora. Es la una de la tarde. La una de la tarde de un domingo que empezó muy bien y que seguramente terminará mucho mejor. Y todo gracias a ese desayuno para dos... A eso y a que tiene la novia más maravillosa del mundo.

―Vamos a la cama de nuevo, ¿sí? ―pide Martina.

―Sí, creo que también ahora sé cuáles son tus intenciones.

―Las de siempre, amor.

―Sí, a eso me refería.

Se toman de la mano y regresan a la cama. Aún hay pajaritos gorjeando fuera de la ventana y por primera vez en su vida Nube comprende la felicidad que deben sentir para cantar de esa manera.

viernes, 1 de diciembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 10. La necesito tanto



10. La necesito tanto




Camina despacio, midiendo bien sus pasos y colocando de forma muy correcta la punta y el talón del pie, en orden, sin dejar nada al azar, como si le costara encontrar el apoyo suficiente en el suelo irregular de esa calle poco transitada. Casi siente que le tiemblan las rodillas y que en cualquier momento podría tropezar y caer y morir de vergüenza segundos después. Pero lo que pasa es que en realidad tiene miedo. No un miedo intenso que la paralice y le impida seguir con su vida, sino un miedo residual y vago, leve pero que no se desvanece.

Lamenta no haber aceptado el ofrecimiento de Martina de acompañarla alegando que ir al psiquiatra no podía ser tan malo. Las películas y los libros le habían enseñado que uno sólo llegaba, se sentaba y hablaba de cosas de su vida. A veces también lloraba y había una caja de pañuelos lista para cuando se necesitara. Pero en el consultorio del psiquiatra que le asignaron en el hospital no había pañuelos, y el lugar era frío y más bien daba miedo. Se sintió intimidada desde el momento en que puso un pie en la recepción y la señorita que estaba detrás del escritorio le dedicó una mirada levemente desagradable que Nube atribuyó a medias al estado de nerviosismo en que se encontraba.

Si Martina hubiera estado ahí le podría haber apretado la mano y sonreído de esa manera cálida que siempre la tranquilizaba. En cambio Nube tuvo que morder discretamente la bufanda oscura que su novia le había regalado dos días antes, justo cuando la fue a buscar al hospital luego de haber recibido el alta y cuando salió de allí con una receta escrita a máquina, su cita con el psiquiatra y una venda rodeando su antebrazo lastimado. Y aunque mordió esa bufanda varias veces y con distintas intensidades, nada de eso fue suficiente para calmar su respiración ni el sudor que brotaba de todos sus poros. Tampoco fue suficiente para quitarle la idea de que la secretaria le tenía mala voluntad ni para evitar que prácticamente saltara en su silla cuando le dijo que el doctor la vería en seguida.

Desde luego, las maniobras que intentó con la bufanda tampoco borraron la incomodidad que se apoderó de ella en el momento en que entró en el pequeño consultorio y se encontró rodeada de libros con títulos en inglés y dos o tres cráneos decorativos. Volteó hacia todas partes y no vio ningún sillón largo y relativamente cómodo en el que pudiese recostarse, así que tuvo que elegir la única silla que se encontraba enfrente del escritorio (en el que no había pañuelos) y encarar al médico que debía encargarse de corregir el comportamiento detrás de sus autolesiones sin intención de suicidio, como ella alegó en el hospital.

En ese instante recordó que Martina le había hablado de sus diversas experiencias con distintos médicos y el hombre que vio frente a ella no coincidió con nada de eso. Tampoco lo hizo su tono de voz, ni la manera tan brusca de dirigirse a ella, y mucho menos la repentina y temprana mención a su padre que casi logró que Nube se echara a llorar desconsoladamente. El resultado general de esa experiencia fue que terminó secándose la comisura de los ojos con la bufanda para tratar de evitar que las lágrimas que salían por turnos resbalaran libremente, y un deseo intenso de no querer regresar a ese lugar nunca más. Anotó la nueva cita con todo el aplomo que fue capaz de reunir y una mirada de soslayo a la secretaria, y salió caminando del lugar muy despacio, pensando seriamente si llamarle a Martina o esperar a que Martina le llamara.

Aún va pensando en eso mientras camina sobre ese suelo irregular y por algún motivo no logra tomar una decisión. Por lo menos tiene el consuelo de que ya no llora y de que el miedo guarda una distancia respetuosa y le permite seguir caminando en lugar de acurrucarse en medio de la calle y ponerse a llorar. Podría decir que es casi un avance, aunque a esas alturas no haya mucho que avanzar, pero de todas maneras valdría la pena seguirlo intentándolo, aguantar las palabras duras y secas del psiquiatra y las lágrimas de miedo. Si con eso puede superar las horribles sensaciones que llegan a ella cada vez que piensa en su padre... No estaría tan mal.

A Nube le parece que un rayo de sol pequeñísimo la está iluminando en ese momento, como una oleada de felicidad repentina pero breve que le hace avergonzarse de haber sido tan patética en la consulta. Por eso decide llamarle a Martina y contarle que la sesión no fue del todo mala y que hizo bien en no acompañarla porque, después de todo, ir al psiquiatra no es la gran cosa. Se sienta en una banquita que está a lado de una heladería en la que a esa hora parece no haber nadie y le marca a Martina mientras piensa que ya debería haber salido del trabajo.

―Hola, cariño, ¿cómo te fue? ―responde su novia rápidamente con una alegría que a Nube la perece tan repentina que no puede evitar confesarse lo mucho que la necesita.

―Hola… Yo… Martina…

No puede decir nada más. Comienza a llorar prácticamente de la nada porque de verdad la necesita y ella no está allí y la dejó sola en un lugar horrible que la asustó mucho. Tiene tantas ganas de abrazarla que duele pero no puede decírselo porque apenas y puede respirar.

―¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Por qué lloras? ―pregunta Martina con suavidad.

Nube capta la preocupación en su voz y por eso hace un esfuerzo enorme por calmarse, aunque en realidad el intento no tiene muchos resultados.

―Es que… Martina… Te extraño tanto. Quiero que… estés conmigo…

Se cubre la cara con las manos y lleva la cabeza hacia sus piernas para que si pasa alguna persona no note que está llorando, o que por lo menos la ignore al no poder ver sus lágrimas.

―Yo también te extraño. Espérame, ¿vale? Justo voy de salida. ¿Estás en el consultorio?

―N-no… Creo que… no sé dónde estoy.

―Mándame tu ubicación en un mensaje, ¿sí? Si estás cerca del consultorio no debo tardar mucho en llegar.

―Sí, ahorita lo hago… Y… Perdóname. Lamento mucho… necesitarte tanto.

Si Nube no se hubiese sentido tan triste, aunque no se explique muy bien el motivo detrás de eso (sobre todo porque casi se sentía feliz y luego resultó que sólo estaba guardando la tristeza), se habría sentido muy avergonzada por decir esas cosas. Pero no le importa mucho que pueda cometer alguna imprudencia y aunque le importara… Es Martina después de todo y ella debería comprenderlo.

―Está bien. Yo… eh, también siento cosas así por ti ―responde con su risita transparente y alegre, capaz de iluminar el mundo de Nube de un segundo a otro, y que en ese instante deja entrever un leve rastro de nerviosismo e incomodidad―. No siempre te las digo… no lo sé, quizá porque me da pena... Pero mándame tu ubicación para que nos veamos rápido, ¿sí? ―añade cambiando de tema abruptamente, quizá porque la expresión de sus sentimientos casi ocultos no era un tema que figurara en su agenda del día.

―Sí ―dice Nube, comprensiva con la repentina incomodidad de Martina porque ella comienza a sentir lo mismo. Sin embargo, al mismo tiempo se siente un poco más tranquila, capaz de hablar y casi de ser feliz, como si de verdad fuera una nube y flotara en la dirección que el viento quisiera―. Te espero aquí.

―Claro. Te quiero mucho, Nube.

―Y yo a ti ―susurra Nube y cuelga rápidamente.

Le envía la ubicación en un mensaje y sonríe aunque aún tiene lágrimas en los ojos, la cara roja e hinchada por el llanto y la nariz congestionada. Sonríe mucho y se dice que debería preocuparse por verse presentable para Martina, aunque esas cosas ya no deberían importarle tanto porque se han conocido mejor en el tiempo que llevan viviendo juntas. De todas maneras nunca es bueno perder toda la decencia, así que se limpia la cara con la bufanda y se suena la nariz con una servilleta que lleva en su pequeña mochila.

Y luego, finalmente, después de esperar un poco más de media hora, Nube ve aparecer a Martina por el lado de la calle contrario al consultorio. Alza la mano, saluda y, sin poder contenerse y antes de que Martina corresponda al saludo, sale corriendo sin que le importen los tacones que lleva y se echa en sus brazos. El calor del abrazo la complace y hace que su corazón vuelva a latir, y cuando Martina la aprieta con fuerza se siente más feliz y muchísimo menos miserable.

―Muchas gracias por venir.

―No me quedaba de otra ―responde Martina con un leve alzamiento de hombros, dándole un beso en la cabeza a Nube.

―Tonta ―murmura Nube mientras cierra los ojos.

Martina se echa a reír y la abraza con más fuerza, como si la separación hubiese sido eterna. Nube le corresponde de la misma forma y decide que la próxima vez que vaya al médico dejará que Martina la espere afuera.

Se siguen abrazando y se pierden un poco en un par de besos largos. Ojalá pudieran quedarse así para siempre y nunca tener que pensar en nada más. Ojalá fuera posible. En algún momento tendrán que separarse pero Nube quiere que sea más tarde que temprano, así que pone todo de su parte para que ocurra así. Ahora lo único que le preocupa es prolongar ese bello momento todo lo posible. Ya luego podrá preocuparse por el mundo que irremediablemente las rodea.