jueves, 29 de agosto de 2013

De vez en cuando



Vanessa veía a Candace y a Ferb de vez en cuando. Y la verdad es que se entendía muy bien con ambos, en especial con Candace. Después de todo, tenían el mismo objetivo: descubrir a alguien ante su madre. Candace a Phineas y Ferb; Vanessa a su padre.

Sin embargo, ese día Vanessa notó que tantas semejanzas se reflejaban en cierto gusto por Candace. Y, como ella supo más adelante, era un gusto muy físico que iba desde su tono pelirrojo hasta su atuendo colorido. Justo por eso, Vanessa comenzó a centrarse más en su novio gótico…

Mas, ese mismo día, cuando escuchó la bella mezcla de sus voces, reprimió por primera vez el deseo de acercarse a ella y decirle algo más que “hola”. Tiempo después, reprimiría deseos más potentes, como el de un beso o el de tomar su mano cuando caminaban por la calle.

Mientras tanto, en el limbo en el que se encontraba, se limitaba a observarla y a encontrarse con ella de vez en cuando, igual que con Ferb o con Perry, el némesis de su padre. Tal vez llegara el día en que no sólo la viera de vez en cuando.




Fandom: Phineas y Ferb
Pareja: CandacexVanessa

miércoles, 28 de agosto de 2013

Sin fin



Volvió a ocurrir...

No es que haya sido tarde, no es que haya estado ocupada, simplemente me has sorprendido. Después de tantos años ya debería estar acostumbrada a tus repentinas llamadas, pero esta vez me pareció diferente.

Al sonar el teléfono dudé en responder. Tal vez mi sexto sentido me estaba asustando. Descolgué el auricular y no oí nada, ésa era tu costumbre.

— ¿Aló? —no respondiste, simplemente preferías esperar a que yo hablara de nuevo—. ¿Eres tú?

— Sí —y callaste. Otra vez el silencio.

— ¿Cómo has estado? —pregunté tratando de aparentar algo que no era. Prefería ser inocente y simular que no había nada de qué hablar.

— Bien —hiciste una pausa—. Sólo quiero preguntarte algunas cosas.

— Te escucho, ya sabes que respondo a todo —dije y reí tratando de disimular mi nerviosismo.

— ¿Confías en mí? —tu primera cuestión que sorprendió, yo mejor que nadie te había demostrado eso.

— Sí. ¿Por qué no debería hacerlo?

— Bien —silenciaste un minuto, como meditando. Ésa era tu forma de ignorar mis preguntas—. Si te lo pidiera, ¿harías algo por mí?

— No lo sé —me detuve un momento, quería ser cautelosa—, supongo que sí —luego reí un poco, risa que no correspondiste.

— ¿Has dicho cosas mías a otras personas?

— No —eso era algo que no debía dudarse.

— ¿Segura? —tu respuesta me molestó: cómo podías dudar de mí a esta altura.

— Sí —y, sin embargo, sonreí—. ¿Es todo?

— No. Sólo falta una pregunta. ¿Me has mentido?

— Puede ser.

— Responde, ¿lo has hecho? —tú siempre queriendo saber más.

— Hay mentiras piadosas y —en ese momento recordé lo que me dijiste hace tiempo, cuando yo te cuestioné lo mismo—... de las otras.

— ¿Y con cuáles me has mentido?

— No lo sé —mi clásica respuesta ante tu clásico tono de voz—. Creo firmemente que todas las personas mienten, auque a veces no se percaten de ello. Creo que sí lo he hecho... digamos que sí.

— Eso es todo. Nos vemos —cómo odiaba eso.

— Hasta algún día.

Segundos después colgaste. Me quedé ahí, inmóvil, mirando nada y a la vez todo. Traté de convencerme de que tus preguntas no tenían ningún motivo pero... encarar a la persona que dejaste por su bien no era nada fácil.

Pensé y volví a pensar. El tiempo transcurría y parecía oír el monótono tic tac de mi reloj. Me dejé llevar, creo que estaba cómoda así. Momentos antes estaba en medio de la sala con el teléfono entre mis manos, pero me encontré en mi habitación, recordando...




Esa noche de lluvia.
Tú y yo solas en medio de mi oscura habitación.
Un secreto, una confesión.

Te miré en repetidas ocasiones. Estabas ahí, sentada en uno de los sillones de mi alcoba. Parecías no prestar atención a nada en especial.

Yo estaba en mi cama, sentada y con los ojos cerrados, sintiéndote más cerca con cada minuto que pasaba.

Silencio. Un silencio delicioso y abrigador. Y lo rompiste, me hablaste de tu familia y de cómo te sentías por ser la mayor de cuatro hijos. Yo guardé silencio y cumplí sólo con escuchar, no sabía qué decir.

El tiempo seguía su curso y, después de meditarlo por mucho tiempo, decidí terminar con esto. Parecía que tú lo sabías, guardaste silencio y me miraste. Nos miramos. Por un momento el miedo al rechazo se borró y mi voz firme se abrió paso:

— Siento algo por ti —fue lo mejor que pude decir.

— Te amo —tu tono de voz era dulce, eso me encantaba de ti.

— Quiero... que seamos pareja —mi inseguridad comenzó a reflejarse y esperé tu respuesta con los ojos cerrados, temiendo.

— ¿Pareja?

— Sí. No me gusta decir —bajé el volumen de mi voz— novia.

— Pero no quiero lastimarte.

— No debes preocuparte por eso —dije al tiempo que compartía tu silencio.

— Quiero intentarlo —por fin, lo que tanto ansiaba escuchar. Pude apreciar tu dulce sonrisa y te correspondí.

El silencio volvió a reinar, y te sentí más cerca. Cada instante que pasaba sentía que algo estaba creciendo en mí y cambiando dentro de ti.

No lo pensé mucho, sólo me levanté y me coloqué frente a ti. Mi rostro bajó hasta el tuyo y no pude evitar que el deseo de besarte se apoderara de mi ser. Y lo hice. Vi tus ojos, tu expresión, te vi a ti...

Estaba sentada sobre ti, seguía besándote. Las dos llenas de pasión y amor. Tus manos, que momentos antes estaban inmóviles, me acariciaban, tocaban cada rincón de mi ser, me exploraban. Los besos se hicieron más profundas y nos dejamos llevar.

La ropa cayó poco a poco, e ignoramos todo lo que nos rodeaba. Pronto el sillón comenzó a parecernos incómodo y te llevé a mi cama. Podía ver tu mirada deseándome, pidiéndome más.

Con un movimiento te empujé y caí sobre ti, no quería dejar de besarte, por desgracia nuestro cuerpo pedía aire.

— Te deseo —pequeños jadeos acompañaban tu voz. Eso me enloqueció completamente.

Mis labios ansiosos por probar más de tu exquisito cuerpo, descendieron lentamente. Pasé mi lengua por tu cuello, lo único que podías hacer era gemir. Aún recuerdo cada sonido tuyo y me estremezco.

— Te... te amo —nuevamente lo decías, pero por alguna razón mis labios no pudieron pronunciar lo que tanto quería decirte.

Continué con tus pechos, tu sabor era embriagante, ya no quería parar.




Volví a la realidad, el teléfono que antes sostenía en mis manos había caído al suelo. Aún pensaba en ti, en cada palabra que dijiste... en todo.

Pequeñas gotas caían en mis brazos, realmente no supe su origen hasta que llevé mis manos a mi rostro, seguían saliendo. Aunque no lo sintiera, estaba sufriendo. Tal vez no lo quería sentir, porque siempre he sido así, me gusta mentir, ocultar todo. Incluso te lo oculté a ti. Aún me maldigo por eso. Me gustaría decirte todo, y no me siento capaz.

Me levanto y miro mi entorno. Todo está inundado de oscuridad. Me olvido del teléfono, de la llamada, de los motivos, de ti...

Traté de luchar y no pude, ahora sólo me queda resignarme. Soy una tonta, una cobarde y trato de escapar de la realidad. Debí haber enfrentado las cosas, debí haber luchado a tu lado, juntas como la pareja que éramos. Debí haber hecho tantas cosas...

Camino en medio de la oscuridad y me dirijo a la cocina. Tomo un cuchillo, mi favorito. Así pienso solucionar todo. Te pido perdón; aunque no lo diga, lo hago. Acerco el cuchillo a mi muñeca, cada vez más cerca. Puedo recordar lo felices que éramos.




La sangre corre, cae como una cascada. Así la vida se escapa, todo se hace imperceptible. Vida y muerte, las dos caras de la misma moneda. Vivimos para morir, morimos para seguir viviendo.




Y esa muerte, ésa que juega por los campos y finge que vive, ella se llevó mi último suspiro. Y por fin pude decir lo que tanto quería.

"Te amo"

martes, 27 de agosto de 2013

Siempre



— ¿Por qué lloras? –preguntó la menor con un nudo en la garganta.

— Porque no podremos estar juntas siempre.

— Eso no es cierto.

— Claro que sí. Tú te casarás y tendrás hijos, entonces sólo podré verte una vez al mes y deberé convivir con tu esposo y saber que él me ganó tu corazón.

La menor bajó la mirada. Algunos de sus largos cabellos negros cayeron sobre su rostro golpeándola absurdamente para alejarla de la realidad, de la tan temida realidad. Por un momento, se le llenaron los ojos de lágrimas e incluso pensó en llorar. Sin embargo, rápidamente cambió de opinión: si ella también lloraba, nunca arreglaría nada.

— No me voy a casar –dijo después de un rato mientras comenzaba a acariciar lentamente el rubio cabello de su hermana—. No me voy a ir, nunca.

Y a pesar de todo, su hermana seguía llorando. ¿Por qué? ¿Tan malo era el destino para ellas? ¿Es que nunca podrían estar juntas? ¿No podían luchar por lo que tanto querían…?

— No podemos estar juntas y yo te quiero demasiado –continuó la mayor disminuyendo un poco su llanto.

Sí, ella también quería a su hermana, la quería tanto que ya muchas veces se había preguntado si ese cariño, si ese amor, era simplemente filial o si había algo más. Después de tanto tiempo, ya había decidido que había algo más, aunque esto no fuera bueno, aunque todos lo desaprobaran y lo señalaran con el dedo.

— Yo no me separaré de ti, aunque todos quieran que lo haga. ¿Tú me dejarás? –preguntó la joven de cabello negro.

Su hermana cerró los ojos y la abrazó. Así todo se sentía bien, todo cambiaba y ambas lo sabían.

— No, trataré de no hacerlo. Pero tengo miedo. ¿Quién nos comprenderá?

— Nosotras, así no necesitaremos nada más.

Era fácil decirlo. La realidad no era ya tan fácil. Sabían que se enfrentarían a muchos problemas y, el primero, sería tener que confesar su amor, no sólo al mundo, sino a ellas mismas. Además, cuando sus padres se dieran cuenta de lo que en realidad pasaba… ¡No! Más valía no pensar en ello y concentrarse en el primer paso.

— Te amo –dijeron casi al unísono y, por primera vez en mucho tiempo, sus miradas se cruzaron y sus labios se juntaron, todo de una forma tan natural que parecía que siempre lo habían hecho.

Ahora faltaba luchar por lo que sentían y estar juntas… siempre.




Fandom: Candy Boy
Pareja: YukinoxKanade

lunes, 26 de agosto de 2013

Tres años de heridas



Decidió llamarle porque necesitaba sexo. Al menos eso se repetía. Una vez, dos veces… diez veces. Era una relación superficial. La última vez que la había visto, habían tenido sexo y ahora no sería diferente. Tres años después. La verdad era que la extrañaba. Incluso repasaba la posibilidad de aún estar enamorada de ella.
Gracias a la internet, supo qué era de su vida. Durante tres años se dedicó a espiarla. Sabía a dónde iba, con quién se llevaba, por qué compraba ciertas cosas. Nunca osó establecer un contacto mayor. Le bastaba con ver sus fotos saliendo de un concierto o en un congreso de médicos. Era suficiente.

Sin embargo, había llegado a un momento de ansiedad insoportable. Ni siquiera el café la calmaba. Se sentía vacía. Necesitaba a alguien a su lado. Pero no a las chicas que conocía en foros de sexo o a quienes coqueteaban con ella en el metro. No, necesitaba a la mujer que la había abandonado hacía tres años.
-

Se sujetó con fuerza a los barandales de la cama. Esperó, paciente. Su amante se acercó por detrás despacio. Sintió cómo le acercaba un artículo con forma fálica a su abertura vaginal. Cerró los ojos y se relajó. Era la primera vez que lo hacían… así. Por lo general, ella sólo la penetraba con los dedos o le hacía sexo oral. Estaban innovando.

Poco antes de que el miembro de plástico entrara en su cuerpo, pensó que no había tenido algo tan grande dentro. Entró. Aunque su amante tuvo la gentileza de lamerla por todas partes y de colocar lubricante adicional, le dolió. Mucho. Le recordaba su lejana primera vez.

— Carajo, m-me duele —murmuró con la voz débil, como si hubiera corrido una gran distancia.

Finalmente sintió la zona pélvica de su amante cerca, demasiado cerca, de su trasero. Aturdida como estaba, le dijo que la amaba. La otra no respondió, tal vez por falta de audición o de importancia. Daba igual. Comenzó a moverse. Seguía doliendo pero encontraba placer en ese dolor. Pensó que se desangraría.

Sabía que su amante se masturbaba con un dildo pequeño, dejándolo en su vagina mientras vibraba un poco. Le habría molestado si fuese su novia. Pero era sólo su amante. La sola idea le excitaba. Dentro del dolor, algo involuntario se movió y tuvo un orgasmo. No podía compararlo con los de siempre, ése era más lejano.

Soltó los barandales, esperó a que su amante sacara el aparato de su interior y se dejó caer. Tenía la impresión de haber gemido mucho y, por la cara de ella, así había sido. Sentía un vacío incómodo y un leve ardor.

Esa noche, salieron del hotel de paso más tarde de lo habitual. Cada quien tomó su camino. No se besaron ni concretaron otra cita. No la volvió a ver.
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No le hizo preguntas cuando la abandonó. No cambió su número de teléfono, ni su correo electrónico, ni su dirección. Y su amante jamás se molestó en buscarla. A pesar de todo, la extrañaba.

Marcó el número que nunca había olvidado rogándole al cielo, al karma y a lo que quisiera aparecerse, que no lo hubiera cambiado. Era mucho tiempo. Sonó varias veces antes de que una voz conocida respondiera.

— ¿Sí?

Se alegró.

— Necesito sexo —dijo sin más preámbulo. Así funcionaba, ¿no?

La voz del otro lado de la línea titubeó.

— ¿Cuándo y dónde?

— Ya mismo, en el hotel de siempre.

— De acuerdo —colgó.

Esa vez, se maquilló. Un poco de base, rubor, mucho negro en los ojos y mucho rojo en los labios. No creía recuperarla pero de alguna forma tenía que expresar lo mucho que aún la amaba. Salió dispuesta a que hiciera sangrar sus heridas.

viernes, 23 de agosto de 2013

El reino de la Eternidad



Puede que ni tú ni yo lo sepamos ahora pero, dentro de unos años, nos casaremos y seremos muy felices, y tendremos dos niñas que no sabrán quién es su “papá” porque, en realidad, no tendrán. Ya verás que ese tipo de cosas serán posibles en unos cuantos años y, aunque aún no lo notemos, lograremos todo lo que nos propongamos.

Un día me dijeron que no es bueno hacer planes, por eso me dio mucho miedo el día que, sin pensarlo, dije que siempre estaríamos juntas. Son ese tipo de cosas que no puedo evitar decir, hablo mucho y suelo decir lo que pienso, por eso no pude evitar aterrorizarme al darme cuenta, tiempo después, de los problemas que tendríamos y los retos que pasaríamos.

Debo confesarte que me dolió mucho cuando me dijiste que no irías a Marsella conmigo, que ésas eran estupideces. Tal vez es por eso que estoy aquí y te cuento estas cosas, porque mi dolor, mi miedo, mis sentimientos, todo eso fue más fuerte que yo y por eso perdí la batalla. Sin embargo, son cosas que a nadie le interesan, ya que nos casaremos y seremos felices.

¿Recuerdas la primera vez que hicimos el amor? Me dolió un poco y mis recuerdos son borrosos, supongo que por ese mismo dolor. Ni tú ni yo sabíamos cómo hacer las cosas, aunque ya habíamos tenido experiencias anteriores. Por eso las cosas nos salieron mal, aunque al final las dos lo disfrutamos, siempre a medias porque esos momentos son siempre difíciles de disfrutar y, en muchas ocasiones, traumáticos.

Me gusta recordar tu aroma rodeándome, haciéndome sentir tuya y provocándome placer. Me hace feliz recordar tus manos, recorriéndome, tocándome con gusto, y tus dedos penetrándome lentamente mientras tu voz me preguntaba si dolía. Y me gusta imaginar mi rostro, ¿cómo era? Nunca te he posado tal cuestión puesto que la considero penosa pero, de cualquier manera, me imagino de vez en cuando.

Pensé que nuestras diferencias se limarían fácilmente y que, desde aquel nuevo primer momento, todo volvería a ser rosa y ya no amarillo. Me equivoqué, sí, no soy, y nunca fui, perfecta, así que es normal que todo me salga mal y me provoque angustia y ganas de llorar y…

Puede que ni tú ni yo lo sepamos ahora pero, dentro de unos meses, vamos a hacer el amor. Creerás que es algo que no vale la pena mencionar porque siempre pasa, casi todas las noches, sobre una cama matrimonial. Lo que no contemplas es que ya nos vamos a casar, que será la luna de miel, la noche de noches, el paraíso en la tierra. Por eso me parece algo muy importante, es como la consumación de nuestro amor.

Me gustaría que me miraras más o que pensaras más en mí pero hay utopías irrealizables, aspectos que no podemos corregir así como yo no pude nunca lograr que me perdonaras por aquel error o que me quisieras igual o que ya no sufrieras por mis estupideces. Si hubiese tropezado más de una vez con la misma piedra, me habría culpado aún más. Qué bueno que no pasó.

Aún quiero tratar de corregir nuestra vida, porque después del matrimonio ya nada será posible. Será como decir que ya el pasado en serio quedó atrás y que el futuro perfecto con el que tanto soñé será siempre difícil de conseguir. Todavía me duele, ya sabes a qué me refiero, aquel error que me costó la mitad del corazón, si no es que más. Qué pena, qué dolor, cuánta desesperación.

Y sigo con las ganas de ir a Marsella, aquel puerto en la costa sur de Francia con el que siempre soñé, aquellas aguas en las que siempre quise mojarme y aquel acento que siempre me ha parecido peculiarmente fantástico.

He sido una mala persona, ¿no es así? Siempre lo he sabido, estoy consciente de ello y lo peor es que mis ideas ya no dan de sí mismas y se entrelazan, se mezclan sin saber por qué y mojan sus ojos para enmascarar las lágrimas. Tú merecías a alguien mejor, ¿o no mi vida? Yo lo sé, porque he grabado tu nombre un sin número de veces en mi delgada piel. Una y otra vez para ver si me disculpas, para que notes que nadie puede descubrir mi cuerpo sin ver tu nombre.

Creo que no te lo he contado pero lamo mis labios y ya no siento, y me miro en el espejo y ya no me veo. Parezco una criatura extraña, un mutante. Sé que mi palidez es sorprendente y que he bajado de peso gradualmente pero en grandes cantidades. Y mis mejillas ya parecen las de una momia y mis manos son pasas. Incluso mi piel se ha marchitado… es como si de mí ya no quedara nada más que nuestros recuerdos.

Puede que ni tú ni yo lo sepamos ahora pero, en unos días, vamos a cumplir nuestro sueño. Que todas nuestras ilusiones se harán realidad y estaremos juntas por toda la eternidad, por todas las eternidades y durante todos los infinitos. No podría ser si sólo fuera algo pasajero, debe permanecer, grabarse, impregnarse en nosotras.

Vestirás de blanco, como siempre quise. Caminarás por un pasillo largo tapizado por una hermosa alfombra roja, tendrás un anillo de matrimonio, de oro, que yo no compré, y besarás a una desconocida para así dar por terminado lo nuestro y comenzar lo suyo. Y yo te miraré desde una de las sillas, seré una invitada especial y trataré de agarrar el ramo cuando lo lances. Estoy segura de que te verás hermosa y tu sonrisa nos iluminará, a todos, y mis manos marchitas no podrán atrapar el ramo porque ése no era mi destino.

Entonces, esa noche, mientras te dirijas al aeropuerto para irte de luna de miel a la Coruña, el coche en el que viajas sufrirá un muy desafortunado accidente, y me encontrarás en el reino de la Eternidad, donde lo nuestro volverá a formarse y nos llenará de felicidad.

Y sólo escucharé que ella grita tu nombre y que su voz atraviesa el silencio justo cuando tus ojos se abren frente a mí y yo, a la vez, observando tu bello vestido blanco y tus hermosos ojos cafés, gritaré: te estuve esperando.

Puede que ni tú ni yo lo sepamos ahora pero, a partir de hoy, vamos a estar juntas, para siempre, en el reino de la Eternidad.

jueves, 22 de agosto de 2013

En el cine



A Jun y a Nene les gusta salir al cine de vez en cuando.

Ahora caminan tomadas de las manos, esas manos suaves que a menudo tocan el cuerpo de la otra. Jun lleva las uñas cortas y alega que se debe a que sus dedos tocan el interior de Nene. Nene también se las corta, pero se limita a no decirlo, aunque está segura de que Jun sabe exactamente lo que piensa porque nadie la conoce mejor.

Esa tarde deciden ver una película de aventura. Compran palomitas y un refresco para ambas, con mucho hielo, como a Nene le gusta. Entran a la sala y se ubican en los asientos del fondo, donde en ese momento, a dos minutos de que empiece la película, no hay nadie. Viéndolo bien, la sala está medio vacía.

La película comienza y ellas empiezan a comer palomitas. Nene abraza a Jun lo más que puede y ésta le besa el lóbulo de la oreja. Nene suspira, pensando en lo interesante que sería hacer el amor en un cine que, por cierto, no tuvo gran afluencia esa tarde. Ahora mismo Jun la está besando en la boca, tratando de buscar un contacto muy profundo.

Las manos de Nene, ágiles, empiezan a deslizarse bajo la blusa de Jun, bajo su sostén incluso, para tocar sus proporcionados senos. Jun gime bajito, recordando que debe contenerse porque hay gente. Ese pensamiento sólo logra que se humedezca más. Nene, sin poner atención a nada más, le alza la blusa y lame sus pezones.

Es raro que esta vez Nene lleve el control al inicio de la situación, pero se siente inspirada y es una oportunidad que no puede desaprovechar. Sin pensarlo mucho y sin dejar de lamer los senos ajenos, mete la mano debajo de la falda de Jun, esquiva con habilidad su ropa interior, siempre pequeña, y la penetra. Le gusta la sensación.

Jun se contiene para muchas cosas, entre ellas para no tirarse encima de Nene y comenzar a hacerle el amor de manera salvaje. Se contenta con acariciar sus senos, sus brazos y lo que le es posible en esa posición por encima de la ropa. Besa a Nene con desesperación y contiene el gemido cuando llega al orgasmo.

Sin arreglarse para nada la blusa, observa la pose sensual de Nene, su rostro sonrojado, su sonrisa complacida y se arrodilla frente a ella para meterse bajo su falda, despejar el camino y empezar a lamerla. Sabe que Nene es débil al sexo oral, así que poco tiempo después, los fluidos abundantes de su orgasmo llegan a su boca.

Ambas se acomodan, respiran un poco y notan que se perdieron la mitad de la película. Ríen, una frente a la otra, sabiendo que eso no importa. Alguien hace un ruido para hacerlas guardar silencio y ellas prefieren salir de la sala e irse a tomar un helado.


Fandom: Maka Maka
Pareja: JunxNene

miércoles, 21 de agosto de 2013

Huracán

Y entonces vienes, te acercas, intentas darme un beso en la mejilla, de esos que son por cortesía, y me haces sentir mal. En lugar de voltearme, como es mi sana costumbre, te respondo de buena gana, con mis labios sobre tu mejilla, sintiendo el roce de tu piel que de otra forma no sentiría. ¡Ojalá fuese tu boca! ¡Ojalá no estuvieras saliendo con ese estúpido tipo que se parece tanto a mí pero “en hombre”!

Me agarras de la mano, me jalas, me llevas a cualquier parte. Soy tu muñeca, estoy a tus pies, hago lo que quieras porque me gustas demasiado para negártelo. Luego me dejas tirada, abandonada, para irte con aquél. Después regresas a contarme tus anécdotas y sufro, lloro por dentro, muero de celos, ¡no quiero oír! ¡Cállate, cállate! No me importa si te tocó los senos, si te besa muchas veces en los labios, si ya... ¡No me importa!

Me lastimas, me lastimas, pero sigo a tu lado con esta media sonrisa, sufriendo, yendo a las tortuosas consultas del psiquiatra porque no me dejas vivir pero no puedo hacerlo sin ti. Llegas de nuevo, un huracán en mi vida, desearía no llevar tantos años ocultando este sentimiento, pero siempre será así, ¿me oyes? No pienso separarme de ti, aunque me muera en el intento.

martes, 20 de agosto de 2013

Objetividad

Ese día la vio como siempre había sido, con todos sus defectos y prácticamente nulas virtudes. Supo que el envenenamiento del amor (o del enamoramiento) había caducado y se sintió vacía y nostálgica. Desde ese momento empezó a parecerle lo mismo dormir sola o cerca de sus brazos, que se fuera con otras o deseara permanecer sólo con ella, que no llegara durante varios días y después le pidiera perdón llorando.

Después de todo, no era el ser más maravilloso que había conocido... no se acercaba ni un poquito. La besaba por costumbre, por tedio, por ocio, jamás por deseo, ni siquiera por cariño. Le hablaba para evitar la soledad, para no olvidar la manera de mover las cuerdas vocales y hacerlas trabajar. Pero un día no regresó. Ella, en lugar de esperarla durante las eternidades que le había prometido, se fue y tampoco volvió.

Por fin se había deshecho de ella.

sábado, 17 de agosto de 2013

Infieles

Observó la escena a unos pasos de distancia. Ellos ni siquiera lo notaron, así de concentrados estaban en su asunto. No dijo nada; se concentró en no desesperarse, no hablar precipitadamente. Guardó toda la ira y tristeza en un cajón de su corazoncito roto y lo cerró con llave para no volver a abrirlo por lo menos en las siguientes dos horas.

Los susodichos de pronto la vieron, se alarmaron al verse descubiertos y ocultaron todas las muestras de amor que hacía apenas un minuto se manifestaban. Luego empezaron a deshacerse en tartamudeos culposos que, por lo mismo, no tenían sentido. Ella sonrió, dolida, decepcionada, traicionada. Su novia y su mejor amigo se estaban besando. Le habían sido infiel.

Quiso preguntar el clásico "¿cómo pudieron?" pero había visto lo suficiente.

— Entre nosotros todo terminó —declaró, dirigiéndose a ambos.

Podían irse a joder, pero muy lejos de ella. Ya luego lloraría.

jueves, 15 de agosto de 2013

Fotografía





Sólo había podido tomarle una fotografía y era prácticamente el único recuerdo que tenía de ella. No la había visto en cuatro años pero siempre abría las 10 carpetas que protegían esa foto y la contemplaba. De seguro era muy diferente, habría cambiado en todos los sentidos, ya no se acordaría de ella. De todas formas, sólo habían compartido un mes de vida, no era como para darle mucha importancia.

Pero a ella le importaba. Y le importaba porque todavía pensaba en ella. Era una pena enorme que el único recuerdo fuera una fotografía de mala calidad tomada con un celular que había dejado de usar hacía algunos años. Lo peor era que aunque cambiara de celular, la foto pasaba al nuevo. Una y otra vez, una y otra vez. Desde luego tenía pareja, una mujer con la que vivía una semana sí y una no.

 Esa mujer sabía la historia de su único amor pero se había quedado a su lado porque la amaba con demasiado ahínco. Suspiró por enésima vez en esa hora, mirando la fotografía que era capaz de congelar el tiempo. Siempre la escondía... Normal, ¿no? ¿Quién estaba dispuesto a que su novia viviera pensando en un fantasma? Se levantó del sillón en el que se encontraba y se encaminó al baño. El error fue dejar el celular y la foto al descubierto.

— ¿Es ella? —preguntó la mujer con la que vivía. Iba saliendo del baño y la vio sostener el celular, su celular, y observar la pantalla con total descaro y desaprobación—. Ya no la necesitas —sentenció sin darle tiempo de reaccionar. La foto ya no existía.

La foto ya no existía. Ya no podría verla. Empezó a llorar, dejándose caer al suelo, golpeándose, ignorando que la mujer culpable del homicidio de un amor antiguo se acercaba a ella y la abrazaba. Se soltó del abrazo. Lloró más. Se retorció, se desgarró la piel con las uñas largas. ¡La foto, la foto, la foto...! No podía pensar. Corrió hacia la ventana y se arrojó por ella, tratando de escapar de las garras no tan invisibles de la desesperación.

Había olvidado que no quería morir. Pero ese pensamiento se materializó demasiado tarde, pues ya estaba cayendo desde un décimo cuarto piso. En su mente siempre quedaría grabada esa fotografía, aunque ya no existiera.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Invítame a comer



— No lo sé —respondió bajando la cabeza, fijando la mirada en sus zapatos llenos de lodo. A pesar de sus esfuerzos, se había sonrojado.

— Anda, dime que vendrás conmigo a casa.

No respondió. Claudia era una mujer insistente pero no podría con ella. Conocía sus intenciones... y no estaba segura de querer tener sexo ese día, con una mujer, en una casa que no era suya. Todo estaba en su contra.

— Responde por las buenas o te drogo y te violo —amenazó y se oyó bastante convincente.

Magda fijó su mirada en Claudia y por un breve instante sintió miedo. Perdió todos los deseos de resistirse pero siguió haciéndolo por mero pasatiempo. De todas formas, no la creía capaz.

— No, no soy capaz de drogarte. Sí de violarte, preciosa —la pausa entre las dos oraciones había sido una buena estrategia de intimidación.

Se le fue el color de la cara al notar que había adivinado sus pensamientos. Trató de pensar rápido y sólo pudo amontonar palabras e imágenes sin sentido en su cabeza. Decidió, aunque no supo bien qué.

— De acuerdo. Pero si no me gusta tendrás que invitarme a comer por una semana.

— Vale. Aunque creo que tú me invitarás a comer —luego rió. Magda se distrajo tanto por esa risa que no notó que Claudia se le había acercado. Lo notó cuando el beso ya manchaba su boca.

El único pensamiento coherente que se asomó a su mente fue que la invitaría a comer las veces que quisiera.

jueves, 8 de agosto de 2013

Tarde casual

Me revolqué en sus absurdos brazos. Sentí el consuelo que me daban sus pechos grandes y su vagina húmeda, el placer que me brindaba su lengua y el roce absoluto de sus dedos. Me entregué a sus besos apasionados, suspiré cuando me mordía e incluso grité cuando me hizo sangrar.

Entró en mí y de inmediato, sin avisar, hizo que terminara. Me dejó lamerla y la hice tener un orgasmo. Nos revolcamos por dos horas, las únicas dos horas que pudimos pagar en un hotel barato. Lloraba mientras me corría y gemía mientras lloraba.

Así acabó mi relación de una tarde casual. Ojalá la vuelva a encontrar, que últimamente traigo el corazón muy roto.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Imagina

Escúchalo. Quiero que lo oigas bien. Escúchame gemir e imagina cómo ella me toca. Entérate de lo que nunca podrás tener. Sufre por haberme amado durante tantos años y no ser capaz siquiera de rozar mis labios.

Vamos, imagínalo. Te reto a hacerlo. Visualiza mi cuerpo desnudo, sus manos tocándome por todas partes, mi expresión de placer. Quiero que sepas que nunca lo podrás tener porque eres sólo mi amiga.

martes, 6 de agosto de 2013

El arnés



— ¡Qué mierda! —el grito se oyó bastante desesperado. La mujer se retorcía con ahínco… hasta que notó que sólo empeoraba la situación—. Saca esa cosa de mí, ¡sácala!



— ¿Te duele? —la pregunta parecía más bien una burla. ¡Pues claro que le dolía! Traía puesto un arnés y lo que estaba al otro lado, dentro de la mujer sobre la cual en ese instante se encontraba, estaba por completo dentro de la vagina ajena. Eran… ¿cuántos? ¿15 centímetros de largo y bastantes de ancho?



— Carajo… D-duele muchísimo, ¡sácalo! —se quedó muy quieta, así el dolor disminuiría. Entonces, alzando la mirada, vio en los ojos de esa desgraciada un atisbo de maldad—. No, no, no, ¡¡no!! —como lo pensó, empezó a moverse, a sacar ese falo artificial hasta la mitad y a encajarlo de nuevo hasta el fondo.



La mujer que se movía con frenético placer comenzó a sonreír. Era una lástima no estar haciéndolo con sus dedos o con algo que le perteneciera. Pero debían probar de todo.



— Eres una maldita… pervertida —empalada como estaba, comenzó a gemir. El dolor seguía punzándola. La estaba rompiendo y no volvería a permitirlo.



La otra no aguantó. Salió, haciendo que la parte pasiva de esa relación gritara, se quitó el arnés y empezó a usar sus dedos. La penetró con dos. Estaba tan apretada y se contraía tanto… Se pasó la lengua por los labios antes de comenzar a moverse y abrazó con fuerza a su novia mientras ésta tenía un orgasmo. Se quedaron quietas y abrazadas, sudadas.



— Tonta pervertida. Me debes una —murmuró. Pronto se vengaría y su novia sabría qué se siente tener algo ajeno dentro.

viernes, 2 de agosto de 2013

La pecera azul: XII



Helena acudió al siguiente día a casa de Samanta para ver al pececito con nodulosis. Resultó no ser muy grave y bastante tratable con un medicamento que ya llevaba. Después de terminar el tratamiento, tendría que limpiar la pecera para que la dosis administrada no afectara la salud de los demás peces.
El cuello de Helena ya lucía el precioso collar. A Samanta le aliviaba verla tan feliz pero le estresaba recordar el collar. No le preguntó lo que había hecho durante ese mes que no se había dejado ver. Creía adivinarlo y prefería no pensar en ello.
― Helena, debo hablar contigo.
Helena miraba la pecera más azul de lo común. Volteó hacia Samanta creyendo que el momento más romántico de su vida estaba a punto de llegar.
― Me gustas ―dijo primero.
Luego se quedó callada mirando fijamente a uno de los peces beta que estaba justo detrás de Helena. Pasaron cinco minutos, luego diez y después veinte. Helena ya comenzaba a impacientarse.
― Por eso quisiera que fueras mi novia ―finalizó.
Samanta se le acercó pero le dio miedo besarla. Así que le tomó una mano y la frotó entre las suyas. Comenzaba a sudar, lo cual la apenaba.
― Sí ―respondió por fin Helena.
Y fue quien tomó la iniciativa. Sentadas frente a la pecera azul de Samanta sintió que el corazón se le hacía grande y el estómago chiquito.