1. Quiero morir
A veces quiero morir. Desaparecer por completo y que jamás nadie vuelva
a saber que alguna vez existí. Cerrar los ojos y que todo sea negro, negro y
profundo, infinito como a veces me parece el fondo el mar, aterrador pero a la
vez reconfortante porque ya nada nunca más puede hacerme daño.
Y sería tan fácil… Tan fácil morir. Deshacerme de esta presencia física
que me ahoga y me atormenta. Dejar de existir…
―Oye, ¿tienes un encendedor?
Nube abre los ojos de golpe y el
sonido de su corazón asustado le llena los oídos. No esperaba que hubiera nadie
más ahí. Después de todo, se supone que ese edificio corre el riesgo de
derrumbarse y que no se permite el paso. Claro que a ella no le importa que el
edificio se caiga y mucho menos morir en una situación así. Pero esa otra
mujer... ¿exactamente qué hace allí?
Inhala profundamente y se da la
vuelta con mucha lentitud. Se acomoda el flequillo que ya le llega por debajo
de la nariz y sonríe. No se le ocurre nada más. Sólo sonríe y mira a la mujer
que la observa con una expresión divertida. La otra mujer alza las cejas
enfáticamente, mira su cigarrillo y luego señala a Nube con un dedo.
―¿Entonces tienes encendedor?
Nube tarda en procesar la
pregunta. Se fija de nuevo en el cigarrillo y en la mano de la mujer, y hace un
esfuerzo consciente por entender cada palabra. Le lleva exactamente treinta
segundos comprender qué está pasando. Meses después, en una habitación de hotel
frente a un mar turquesa, esa mujer le confesará que la primera vez que la vio
creyó que tenía algún retraso mental y Nube se reirá de su propia estupidez.
―Ah, fumas.
La otra mujer se echa reír y Nube
no puede evitar que la cara se le ponga roja. ¡¿Cómo pudo decir semejante
tontería?! Pero es que no se le ocurrió nada más. Era más bien un comentario
para ella misma que por algún motivo salió de esa manera y…
―Me llamo Martina. ¿Y tú? ¿Puedes
decirme tu nombre?
A Nube le molesta un poco el
comentario, quizá por el tono ligeramente irónico y la sonrisa condescendiente
que aparece en la cara de la mujer.
―Nube. Me llamo Nube. Y… eh…
lamento la torpeza. Me sorprendiste aquí y no supe cómo reaccionar.
Martina ríe y su risa, tan
transparente y limpia, le causa un leve rubor a Nube.
―No te preocupes. Creo que el
error fue mío. Me escapé del trabajo ―hace una seña vaga con la mano como para
indicar un edificio― para fumar un poco pero olvidé traer un encendedor. Te vi
ahí parada y creí que igual habrías venido a fumar. Lamento haberte asustado.
―Está bien... Por cierto, no
fumo, así que siento no poder ayudarte.
―¿Sabes una cosa? En realidad yo
tampoco fumo.
Nube, a esas alturas un poco
divertida y mucho menos avergonzada, le echa una mirada rápida al cigarrillo
que Martina aún tiene en la mano.
―Bueno, sí fumo pero… ¡ah! No sé
cómo explicarlo. Es que no lo hago por gusto, es sólo que no sé qué más hacer
para salir de la oficina. Creo que es un poco complicado.
Martina alza la mirada al cielo
que poco a poco se ha ido llenando de nubes, se rasca un poco la mejilla
derecha y murmura cosas que Nube no alcanza a entender porque está muy ocupada
fijándose en la apariencia de esa mujer. Le hace un poco de gracia su cabello teñido
de morado, a la altura del hombro y tan lacio que no parece natural. De todas
maneras reconoce que luce bien. Nube, como muchas personas, nunca ha estado
conforme con su cabello ondulado y siempre castaño al que es imposible hacerle
cualquier arreglo porque es demasiado frágil.
―El caso es que ahorita no me hace falta esto
―dice Martina con tono de culminación y se guarda el cigarrillo en una de las
bolsas traseras del pantalón―. Claro que es mejor no tirarlo, uno nunca sabe
cuándo se necesitará ―añade riendo.
A Nube le da un poco de envidia
su risa y su forma de hablar tan agradable. Le gustaría tener esa capacidad,
lograr comunicar sus verdaderos pensamientos y no vivir únicamente con una
máscara de felicidad pegada a la cara.
―Por cierto, ¿en serio te llamas
Nube? Tú sabes, ¿como esas? ―pregunta mientras señala hacia el cielo. Ahora se
alcanzan a ver algunas nubes oscuras y si va a llover sería mejor que ambas se
fueran de ahí.
―Sí, pero no tan oscura ―responde
alzándose de hombros―. Mis padres siempre se han sentido muy vinculados con la
naturaleza y bueno, por qué no ponerme un nombre así.
―Creo que tus padres acertaron.
Te queda bien, ¿sabes?
“No, no lo sé”, desea responder.
En vez de eso sonríe y finalmente, después de esos largos minutos de intensa
conversación, se mueve del lugar en el que lleva parada todo ese rato,
relativamente cerca del borde del edificio, para dirigirse hacia la zona donde
se encuentran las escaleras para bajar.
―Este edificio va a caerse. Lo
sabes, ¿no? ―pregunta justo cuando está a unos pasos de la mujer, tan cerca que podría extender el
brazo y tocarla. Martina asiente con la cabeza―. Entonces no deberías estar
aquí, es peligroso.
―Si es tan peligroso, ¿por qué
estás tú aquí?
―Porque no me importa morir
―responde con total franqueza y simplicidad, sin dudarlo ni una milésima de
segundo.
―A mí tampoco me importa, Nube ―y
dice la verdad, aunque hubiera preferido seguir ocultando de todos, incluso de
ella misma, esa parte de su ser.
Ambas guardan silencio pero no
pueden dejar de mirarse. A Martina le sorprende la respuesta de Nube, tan
rápida, tan convencida, tan definitiva, como si de verdad esa chica de
apariencia delicada hubiera decidido ya que tiene que morir pronto. Entonces se
fija en sus manos blancas y delgadas, en su boca de labios pálidos, en sus
pechos redondos y en realidad nada llamativos, en sus ojos cafés que transmiten
una tristeza que le hace sentir una punzada de dolor…
Algo se mueve en lo más profundo
de su pecho. Tiene una vaga idea de lo que es y nota, aunque no es plenamente
consciente de ello, que si la sigue viendo y comienza a conocerla mejor algún
día podría estar lo suficientemente enamorada de ella como para compartir todo
su dolor.
―Siento haber dicho eso, Martina.
Es sólo que... Es que... No lo sé… Digo cosas extrañas cuando me enojo y tu
pregunta me hizo enojar un poco.
Nube ríe un poquito, con cierto
pesar, angustiada porque sabe que no debió hablar de más y que si cometió ese
error fue porque esa mujer la encontró en un momento muy privado de su vida,
justo mientras meditaba lo mismo que cada noche.
Quiero morir. Desaparecer por completo y que jamás…
―Soy una tonta ―murmura Nube. En
algún momento toda la situación se volvió insoportable y ahora no sabe qué
hacer. Debería irse, correr y jamás volver a ese lugar para no toparse de nuevo
con esa mujer porque sabe demasiado y eso es… ¿peligroso?
Martina, que ya no es
completamente dueña de sus acciones, cubre con un paso rápido la distancia que
la separa de Nube, le sujeta una muñeca, coloca una mano detrás de su nuca y se
inclina levemente para besarla en la boca. No puede recordar la última vez que
besó a alguien por iniciativa propia y en ese momento en realidad no importa en
lo más mínimo. Está segura de que en sus 24 años de existencia jamás un beso le
causó una sensación tan amarga y a la vez tan dulce.
Nube trata de resistirse al
principio pero la forma en que Martina la sujeta le impide moverse. Entonces
decide que si uno no puede contra el enemigo, lo mejor es unirse a él… a ella.
Corresponde el beso y en medio de esa especie de frenesí que siente en su
interior se da cuenta de lo mucho que necesita ese contacto, de lo mucho que
duele.
Las manos de Martina comienzan a
recorren el cuerpo de Nube, así, sin dejar de besarla, con una suavidad que a
Nube le resulta terrible y penosa. Sólo puede aferrase a esa mujer que sabe un
poco a humo, un poco a dulce y un poco a algo que no puede definir pero que
seguramente es su propia esencia.
Nube rompe el beso de repente,
dando un brinco hacia atrás para que haya una separación sensata entre ambas.
De nuevo se quedan en silencio, cada una mirando hacia el lado contrario, casi
dándose la espalda, para tratar de ocultar sus respectivas mejillas rojas.
Ninguna esperaba que un encuentro fortuito tuviera esos resultados. Ninguna esperaba…
Al mismo tiempo, como si se
hubieran puesto de acuerdo, enderezan el cuerpo para quedar frente a frente. Se
miran, se reconocen, se ven reflejada la una en la otra.
…que fueran tan para cual.
―Dicen que siempre hay un roto
para un descocido ―murmura Martina.
―Espero no ser yo el roto.
Martina le dedica una sonrisa
pequeña, ligeramente triste.
―No, no te preocupes. Tú aún
tienes arreglo.
Nube también sonríe. Le alegra
que alguien piense eso porque ella es incapaz de verlo así. Está tan rota que
el agua se escapa por todos los poros.
―Mmm… ¿quieres…? Nunca he pedido
esto pero… ¿te gustaría…? ―Martina trata de no mirarla a la cara mientras
intenta transmitir las ganas irrefrenables que tiene de hacer el amor con ella.
Nube abre mucho los ojos porque
nunca…
―Oh, claro, no lo había pensado
pero tal vez sí deberíamos… ¿No debes regresar a tu trabajo o algo así?
―De todas maneras ya quería
renunciar. Detesto el trabajo de diseñador ―responde con una sonrisita pícara
que posiblemente no se deba a su comentario sobre el trabajo.
―Bueno, entonces…
―¿Un hotel?
―Un hotel.
Nube cierra los ojos. Quizá su
deseo de morir puede esperar un poco más.