viernes, 29 de septiembre de 2017

[Deep Deep Ocean] I. Quiero morir



1. Quiero morir





A veces quiero morir. Desaparecer por completo y que jamás nadie vuelva a saber que alguna vez existí. Cerrar los ojos y que todo sea negro, negro y profundo, infinito como a veces me parece el fondo el mar, aterrador pero a la vez reconfortante porque ya nada nunca más puede hacerme daño.



Y sería tan fácil… Tan fácil morir. Deshacerme de esta presencia física que me ahoga y me atormenta. Dejar de existir…









―Oye, ¿tienes un encendedor?



Nube abre los ojos de golpe y el sonido de su corazón asustado le llena los oídos. No esperaba que hubiera nadie más ahí. Después de todo, se supone que ese edificio corre el riesgo de derrumbarse y que no se permite el paso. Claro que a ella no le importa que el edificio se caiga y mucho menos morir en una situación así. Pero esa otra mujer... ¿exactamente qué hace allí?



Inhala profundamente y se da la vuelta con mucha lentitud. Se acomoda el flequillo que ya le llega por debajo de la nariz y sonríe. No se le ocurre nada más. Sólo sonríe y mira a la mujer que la observa con una expresión divertida. La otra mujer alza las cejas enfáticamente, mira su cigarrillo y luego señala a Nube con un dedo.



―¿Entonces tienes encendedor?



Nube tarda en procesar la pregunta. Se fija de nuevo en el cigarrillo y en la mano de la mujer, y hace un esfuerzo consciente por entender cada palabra. Le lleva exactamente treinta segundos comprender qué está pasando. Meses después, en una habitación de hotel frente a un mar turquesa, esa mujer le confesará que la primera vez que la vio creyó que tenía algún retraso mental y Nube se reirá de su propia estupidez.



―Ah, fumas.



La otra mujer se echa reír y Nube no puede evitar que la cara se le ponga roja. ¡¿Cómo pudo decir semejante tontería?! Pero es que no se le ocurrió nada más. Era más bien un comentario para ella misma que por algún motivo salió de esa manera y…



―Me llamo Martina. ¿Y tú? ¿Puedes decirme tu nombre?



A Nube le molesta un poco el comentario, quizá por el tono ligeramente irónico y la sonrisa condescendiente que aparece en la cara de la mujer.



―Nube. Me llamo Nube. Y… eh… lamento la torpeza. Me sorprendiste aquí y no supe cómo reaccionar.



Martina ríe y su risa, tan transparente y limpia, le causa un leve rubor a Nube.



―No te preocupes. Creo que el error fue mío. Me escapé del trabajo ―hace una seña vaga con la mano como para indicar un edificio― para fumar un poco pero olvidé traer un encendedor. Te vi ahí parada y creí que igual habrías venido a fumar. Lamento haberte asustado.



―Está bien... Por cierto, no fumo, así que siento no poder ayudarte.



―¿Sabes una cosa? En realidad yo tampoco fumo.



Nube, a esas alturas un poco divertida y mucho menos avergonzada, le echa una mirada rápida al cigarrillo que Martina aún tiene en la mano.



―Bueno, sí fumo pero… ¡ah! No sé cómo explicarlo. Es que no lo hago por gusto, es sólo que no sé qué más hacer para salir de la oficina. Creo que es un poco complicado.



Martina alza la mirada al cielo que poco a poco se ha ido llenando de nubes, se rasca un poco la mejilla derecha y murmura cosas que Nube no alcanza a entender porque está muy ocupada fijándose en la apariencia de esa mujer. Le hace un poco de gracia su cabello teñido de morado, a la altura del hombro y tan lacio que no parece natural. De todas maneras reconoce que luce bien. Nube, como muchas personas, nunca ha estado conforme con su cabello ondulado y siempre castaño al que es imposible hacerle cualquier arreglo porque es demasiado frágil.



―El caso es que ahorita no me hace falta esto ―dice Martina con tono de culminación y se guarda el cigarrillo en una de las bolsas traseras del pantalón―. Claro que es mejor no tirarlo, uno nunca sabe cuándo se necesitará ―añade riendo.



A Nube le da un poco de envidia su risa y su forma de hablar tan agradable. Le gustaría tener esa capacidad, lograr comunicar sus verdaderos pensamientos y no vivir únicamente con una máscara de felicidad pegada a la cara.



―Por cierto, ¿en serio te llamas Nube? Tú sabes, ¿como esas? ―pregunta mientras señala hacia el cielo. Ahora se alcanzan a ver algunas nubes oscuras y si va a llover sería mejor que ambas se fueran de ahí.



―Sí, pero no tan oscura ―responde alzándose de hombros―. Mis padres siempre se han sentido muy vinculados con la naturaleza y bueno, por qué no ponerme un nombre así.



―Creo que tus padres acertaron. Te queda bien, ¿sabes?



“No, no lo sé”, desea responder. En vez de eso sonríe y finalmente, después de esos largos minutos de intensa conversación, se mueve del lugar en el que lleva parada todo ese rato, relativamente cerca del borde del edificio, para dirigirse hacia la zona donde se encuentran las escaleras para bajar.



―Este edificio va a caerse. Lo sabes, ¿no? ―pregunta justo cuando está a unos pasos de  la mujer, tan cerca que podría extender el brazo y tocarla. Martina asiente con la cabeza―. Entonces no deberías estar aquí, es peligroso.



―Si es tan peligroso, ¿por qué estás tú aquí?



―Porque no me importa morir ―responde con total franqueza y simplicidad, sin dudarlo ni una milésima de segundo.



―A mí tampoco me importa, Nube ―y dice la verdad, aunque hubiera preferido seguir ocultando de todos, incluso de ella misma, esa parte de su ser.



Ambas guardan silencio pero no pueden dejar de mirarse. A Martina le sorprende la respuesta de Nube, tan rápida, tan convencida, tan definitiva, como si de verdad esa chica de apariencia delicada hubiera decidido ya que tiene que morir pronto. Entonces se fija en sus manos blancas y delgadas, en su boca de labios pálidos, en sus pechos redondos y en realidad nada llamativos, en sus ojos cafés que transmiten una tristeza que le hace sentir una punzada de dolor…



Algo se mueve en lo más profundo de su pecho. Tiene una vaga idea de lo que es y nota, aunque no es plenamente consciente de ello, que si la sigue viendo y comienza a conocerla mejor algún día podría estar lo suficientemente enamorada de ella como para compartir todo su dolor.



―Siento haber dicho eso, Martina. Es sólo que... Es que... No lo sé… Digo cosas extrañas cuando me enojo y tu pregunta me hizo enojar un poco.



Nube ríe un poquito, con cierto pesar, angustiada porque sabe que no debió hablar de más y que si cometió ese error fue porque esa mujer la encontró en un momento muy privado de su vida, justo mientras meditaba lo mismo que cada noche.



Quiero morir. Desaparecer por completo y que jamás…



―Soy una tonta ―murmura Nube. En algún momento toda la situación se volvió insoportable y ahora no sabe qué hacer. Debería irse, correr y jamás volver a ese lugar para no toparse de nuevo con esa mujer porque sabe demasiado y eso es… ¿peligroso?



Martina, que ya no es completamente dueña de sus acciones, cubre con un paso rápido la distancia que la separa de Nube, le sujeta una muñeca, coloca una mano detrás de su nuca y se inclina levemente para besarla en la boca. No puede recordar la última vez que besó a alguien por iniciativa propia y en ese momento en realidad no importa en lo más mínimo. Está segura de que en sus 24 años de existencia jamás un beso le causó una sensación tan amarga y a la vez tan dulce.



Nube trata de resistirse al principio pero la forma en que Martina la sujeta le impide moverse. Entonces decide que si uno no puede contra el enemigo, lo mejor es unirse a él… a ella. Corresponde el beso y en medio de esa especie de frenesí que siente en su interior se da cuenta de lo mucho que necesita ese contacto, de lo mucho que duele.



Las manos de Martina comienzan a recorren el cuerpo de Nube, así, sin dejar de besarla, con una suavidad que a Nube le resulta terrible y penosa. Sólo puede aferrase a esa mujer que sabe un poco a humo, un poco a dulce y un poco a algo que no puede definir pero que seguramente es su propia esencia.



Nube rompe el beso de repente, dando un brinco hacia atrás para que haya una separación sensata entre ambas. De nuevo se quedan en silencio, cada una mirando hacia el lado contrario, casi dándose la espalda, para tratar de ocultar sus respectivas mejillas rojas. Ninguna esperaba que un encuentro fortuito tuviera esos resultados. Ninguna esperaba…



Al mismo tiempo, como si se hubieran puesto de acuerdo, enderezan el cuerpo para quedar frente a frente. Se miran, se reconocen, se ven reflejada la una en la otra.



…que fueran tan para cual.



―Dicen que siempre hay un roto para un descocido ―murmura Martina.



―Espero no ser yo el roto.



Martina le dedica una sonrisa pequeña, ligeramente triste.



―No, no te preocupes. Tú aún tienes arreglo.



Nube también sonríe. Le alegra que alguien piense eso porque ella es incapaz de verlo así. Está tan rota que el agua se escapa por todos los poros.



―Mmm… ¿quieres…? Nunca he pedido esto pero… ¿te gustaría…? ―Martina trata de no mirarla a la cara mientras intenta transmitir las ganas irrefrenables que tiene de hacer el amor con ella.



Nube abre mucho los ojos porque nunca…



―Oh, claro, no lo había pensado pero tal vez sí deberíamos… ¿No debes regresar a tu trabajo o algo así?



―De todas maneras ya quería renunciar. Detesto el trabajo de diseñador ―responde con una sonrisita pícara que posiblemente no se deba a su comentario sobre el trabajo.



―Bueno, entonces…



―¿Un hotel?



―Un hotel.



Nube cierra los ojos. Quizá su deseo de morir puede esperar un poco más.