¡Qué triste es encontrarme en este instante con una mano
dentro de mi ropa interior, tratando de darme un poco de placer! ¿Que cómo
llegue a esta situación tan patética? Eso es una larga historia que comenzó con
la ruptura de mi largo noviazgo. ¿Cuánto tiempo era? Ya no recuerdo bien, unos
cinco o seis años tal vez. Y todo terminó por otra chica, alguien de mi edad
que gustaba de andar por ahí siéndole infiel a su novia. Ella también llevaba
una relación larga, un poco más corta que la mía, aunque menos feliz, según
entendí a través de nuestras pláticas.
Es difícil darse cuenta de lo mucho que uno pierde haciendo ese tipo de cosas,
es decir, dejando ir a alguien que te quiere y que sabes que te apoyará en las
buenas y en las malas por alguien que conociste en un bar, en uno de esos raros
días que sales a tomar una copa sola. Claro, porque mi vida ya se había vuelto
un poco monótona y mi idea esa noche era ser otra persona para así poder ser
infiel y ponerle un poco de ritmo a la música que acompañaba nuestras noches.
Mi mano no encuentra el punto exacto. Supongo que ya he perdido la práctica.
Así pasa cuando renuncias a ser tú quien se complace para dejar que otros, en
mi caso otras, lo hagan. Busco, busco y no encuentro. Esto es tan triste y tan
patético que me doy lástima y desearía llamarle a una amiga para que me
ayudara… pero no. Estoy realmente decepcionada y triste. ¡Cierto! Estaba
contando cómo llegué a este punto.
¿En qué me quedé?... Ya recuerdo, en el día del bar, el mismo día que conocí a
la otra chica, la que después sería mi amante por una semana y mi novia por 24
horas. Frustrante. Ya no importa. Ese día la vi allí, parada, seria, sin
sonreír, sin voltear hacia otro lado y supongo que nunca me pasó por la mente
que mi feliz y pacífica vida había terminado. Porque sí, lo admito, me gustó.
Sabía que nunca se fijaría en mí, que nunca me dirigiría la palabra, así que
decidí entrar en acción.
La saludé pero su toque era frío. Sólo me miró, sonrió levemente y habló
despacio, con ese tipo de voz que yo denomino “voz de cristal” ya que es tan
delgada que siento que podría romperse en cualquier momento. Y eso fue todo. Mi
miserable intento de tener algo se acababa de ir a la basura, por lo que se me
ocurrió preguntarle cosas, ya sabes, su nombre, edad, ocupación, etc. Y poco a
poco fue abriéndose y dejó de ser tan seria. Realmente se reía de lo que decía
porque, si algo hago bien, es divertir a los que me rodean con mis ocurrencias
estrafalarias y mis palabras mal acomodadas.
Así fue como comenzamos a platicar. Pero no creas que todo sucedió en el mismo
día, no. Esas cosas pasan después de un tiempo, de una o dos semanas al menos,
como sucedió en mi caso. Después de ese día, decidimos comunicarnos por medio
de mensajes de texto o del tan útil Internet. Puedo decir que nos hicimos
buenas amigas y que concretamos citas que en realidad no lo eran, eran simples
paseos matutinos sin ninguna intención.
En uno de esos paseos surgieron los problemas, los pros y los contras, lo de
siempre. Y lo primero fue que me confesó que también tenía una relación.
Llevaban unos cuatro años juntas y mi ahora amiga le era infiel de vez en
cuando. Ella ya sabía lo de mi relación, sólo faltaba confesarle que yo no era
infiel… hasta ese momento, pues le dije que me gustaba y, lo peor y lo que
terminó por llevarse mi poca cordura y romper cada uno de mis cálculos, ella me
correspondía.
¡Demonios! No sé si sepas lo frustrante que es eso. Me refiero a tener la
posibilidad de ser infiel cuando nunca antes lo has hecho. Me sentía como un
niño en una tienda de dulces. Y me besó, o tal vez la besé, o quizá las dos nos
besamos. Y ocurrió lo que nunca hubiese imaginado, ni siquiera en mis sueños:
me gustó ese beso. Claro, tardé un poco en procesar aquello porque era una
sensación diferente a la que había tenido por cinco o seis años. De hecho, era
algo tan suave y abstracto que sentí que ya nada podría ser peor.
Creo, quiero creer, que a las dos nos gustó porque fue a partir de ese momento
que empezamos una relación. Y lo vuelvo a repetir, amantes por una semana,
novias por un día, tal vez menos, la verdad es que nunca fui buena en
matemáticas elementales. Nos besábamos, cada vez me daba menos miedo, me
gustaba más. Con cada minuto que pasaba, mi corazón latía más fuerte y me fui
dando cuenta de lo mucho que sus besos me enloquecían, que su aroma me
fascinaba y que ella me…
Tal vez ése fue el factor que desencadenó todo y que provocó que un día, en un
parque, casi tuviéramos sexo. Siento decir que fue el pudor el que nos impidió
llegar a más. Siento decirlo de verdad porque lo que yo quería en ese momento
era un toque más profundo, que me hiciera vibrar por dentro y me invadiera
completamente. Y nos seguíamos besando y tomando de la mano y sentí que la
quería, que me encantaba, que, aunque nuestros pronósticos nos decían que
estaríamos juntas de un mes a tres, deseaba estar con ella y pertenecerle.
¡Qué horrible! Entre más pienso en estas cosas, más difícil me resulta mover la
mano. De todas formas, aunque la mueva, no llego al punto máximo de placer.
Ahora que lo pienso, creo que comienza a dolerme un poco. Así que prefiero
levantarme, buscar el suéter que traía puesto anoche y olerlo. Ese aroma sigue
allí, el de ella. Y si huelo mis manos encuentro lo mismo, y lo mismo pasa con
mis labios, con mi cuerpo entero. Parece que soy de su propiedad y, hasta donde
recuerdo, yo le pertenecía, o le pertenezco, a la otra chica, a la que ahora ya
no es mi novia, con quien aproveché cinco o seis años de mi vida. Y se ha ido.
Esto nos remite directamente a donde quería llegar, es decir, a cómo terminé
aquí con una mano dentro de mis bragas para tratar de alcanzar un orgasmo
mientras pienso en las miserias de mi vida. El hecho que realmente me interesa
contar ocurrió anoche, misma fecha en la que mi ahora anterior pareja se
marchó.
Fue anoche cuando decidí consumar lo mío con esa chica, tan nueva en mi vida y
tan desconocida para mí como un planeta lejano, hacer el amor, tener sexo, como
quieras llamarle. Así que le conté cómo mi antigua relación estaba en el
infierno ahora y salimos en busca de un callejón solitario. Lo encontramos
relativamente rápido y comenzamos a besarnos con desesperación, esa
desesperación que te indica lo impaciente que estás, las ganas que tienes y lo
mucho que esperas.
Sin embargo, todo fue de mal en peor. Primero porque en ese callejón pasaban
muchas personas y, cada vez que estábamos sumergidas en nuestra nube de pasión,
algo nos hacía parar y recomenzar las cosas, o sólo bajarme la blusa y
abrocharme, a medias, el pantalón. Ella se frustró antes que yo y yo, poseída
por un ataque de calor, le pedí que ya hiciera lo que debía.
Ése fue nuestro malentendido. Nuestros mundos eran diferentes, tres
centímetros, como me dijo ella, aunque yo creo que eran unos cinco. Lo que
quiero decir es que ella no hacía el amor por medio de la penetración y yo…
¿qué puedo decir? Yo lo necesitaba y era todo lo que esperaba de esa noche. Le
pregunté si de verdad nunca había penetrado a alguien o si, en su defecto,
nunca la habían penetrado y su respuesta me anonadó: “no, jamás”.
Si me comprendes, entenderás que me haya frustrado un poco, que me haya
abrochado el pantalón y acomodado el sostén y haya pretendido que nada había
pasado. Traté de ser yo quien le enseñara cómo se hacía pero su pudor le impidió
dejarse hacer en un callejón oscuro y no tan vacío. Así que, cabizbajas,
caminamos hacia cualquier transporte público para poder escapar de tan
embarazosa situación.
Ella, enojada y frustrada. Yo, deseando algo más profundo y riéndome de
nuestras diferencias. Creo que todo pudo haber seguido bien y pudimos haber
tenido otra oportunidad para intentarlo, otro día supongo yo, pero ella, con
sus bromas un poco hirientes, me dijo que mejor ya no nos viéramos, a menos que
coincidiéramos en algún lugar.
Le dije que ya no la volvería a molestar y, como me dolió que no le importara,
decidí cumplir mi amenaza, que resultaba menos complaciente para mí que para
ella. Me encantaría decir que es sólo otra paloma que se me escapa pero no… me
he quedado sin nada, triste, con su olor impregnado y con el problema de no
poder olvidarla. Lo peor de todo esto es que me he rendido y ya no podré llegar
a un orgasmo fingido, por lo menos hoy no será.