lunes, 30 de septiembre de 2013

La persona más importante

Ella ya no tiene ojos para mí. Es lógico, ahora tiene una familia... Es increíble cómo pasa el tiempo, lo mucho que me ha dolido y que sigue doliéndome. He pasado muchos años a su lado, más de los que la gente acostumbra, más de los necesarios. He sido su amiga, alguien a quien llama y está, que ignora a todos para correr a sus brazos abiertos únicamente en plan de amistad. He sido la que escucha, la que se traga el coraje cuando aconseja sobre asuntos de amor, la que llora y sangra por cada decepción, por cada mala decisión que toma.

He sido pero ya no sigo siendo. Duele el recuerdo, duele saber que nunca fue y que ya no será. Duele ver sus fotos, nuestras fotos... pensar los buenos momentos que vivimos, saber que ahora los comparte con otros. Ya no la busco, aunque la extrañe. Sigo alegrándome cuando me manda un mensaje, cuando me pide que salgamos y la rechazo. Sufro cuando desiste, cuando sé que no le importo, cuando pienso en ese hijo que terminó por robármela. Nunca fue mía, pero en un momento de su vida fui la persona más importante para ella.

Desearía regresar el tiempo para que todo el dolor se acumulara, para que tuviera ojos para mí, sólo para mí, aunque sea en esos breves instantes.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Maldita cabrona

A veces le daba lástima. Verla ahí sola, sin sonreír, apenas recordando las palabras que hacía muchos años le había dicho. Le daba lástima haberla amado durante un breve instante, más por costumbre, obligación y soledad que por un verdadero sentimiento. Sentía feo estar cerca de ella y no soportarlo, recordar sus amenazas, sus cabronadas, que era una desgraciada.

Por eso la evitaba. Nunca la miraba, no a propósito. Y cuando por desgracia se topaban de frente, ya no bajaba la mirada asustada sino que la desviaba con una verdadera sensación de indiferencia. De todas formas seguía dándole coraje haber estado con ella tanto tiempo. Luego recordaba que todo pasa por algo. Sí, su ex era una maldita cabrona pero sin ella no estaría en la posición actual.

sábado, 28 de septiembre de 2013

La que se fue

Había corrido a buscarla inmediatamente después. Tal vez no fue tan inmediato, porque la había perdido de vista. Ya no estaba, ¿ya no? No paró de correr, incluso si ya no podía dejar de llorar. ¿Por qué se había ido? Ah, claro, era su culpa. Le había dicho que se largara y no volviera jamás.

Cruzó una calle sin ver hacia ningún lado. Se tropezó con muchas personas pero nunca con ella. Desesperada como estaba, gritó. Vio cosas blancas, un atisbo del cielo azul, una llama del infierno y, por fin, el rostro de la mujer que amaba.

— ¿Por qué te fuiste? —murmuró, apenas consciente de lo que pasaba. Estiró la mano para acariciarle el rostro y no supo decir si lo sintió o no.

— Te fuiste tú, mi amor —se fijó en las lágrimas que salían de sus ojos, que no alcanzaban a tocarla.

“Me fui yo, fui yo”.

Cerró los ojos, tranquila. Sí, ella se había ido y no había punto de regreso. No a menos que saliera de la tumba y todos sabían que eso no pasaría.

viernes, 27 de septiembre de 2013

La venganza perfecta

La penetró con dos dedos. Dolores gritó al sentirse llena, tal vez demasiado para su gusto. Creyó que la estaba desgarrando, que sangraba. La otra mujer se ocupaba de sonreír con una cruel complacencia, emitiendo gemidos ahogados.

Dolores comenzó a disfrutar el acto. El dolor había pasado a segundo plano y ahora estar tan llena la hacía sentirse completa. Comenzó temblar y a emitir ruidos que le parecieron terriblemente obscenos. Echó la cabeza hacia atrás y notó lo sudada que estaba. Cerró con fuerza los ojos y lo sintió llegar.

Se abrazó a la mujer, con ganas de más. El momento pasó. Le pareció injusto que sólo hiciera una breve pausa para satisfacerla y luego huyera. Tocó la zona íntima de la otra y vio lo húmeda que estaba. Ah, la venganza perfecta. Dolores se abalanzó sobre ella, aún sin poder cerrar las piernas, y la penetró con tres dedos de una sola estocada.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Engañada

La luna no brillaba pero estaba ahí, detrás de las nubes. Ella estaba desnuda, en medio de la noche, contemplando el cielo sin estrellas, segura de que en unos momentos comenzaría a llover. Apenas eran las 11 de la noche. Para poder llegar a su casa sin que muchos la vieran así (sin ropa) debería esperar hasta que diera la 1 de la madrugada. Maldita ciudad concurrida.

Se sentó, cuidando no hacerse daño, en una banca. Estaba sucia y sintió asco. Suspiró. La habían engañado. No podía soportar la decepción de la traición, lo estúpido de su ingenuidad y la mala suerte que cargaba. Había seguido a una mujer hasta allí. A una mujer que había conocido en un tugurio. ¿Y por qué? Porque le había dado unos besos, se había dejado masajear los senos y le había hecho sentir cosquillas en la entrepierna.

Se levantó, con ganas de golpearse en la cara hasta quedar inconsciente. La mujer era guapa, sensual… y le prometió una noche que jamás olvidaría. Por lo menos había cumplido su promesa. Nunca iba a olvidar cómo la mujer la emboscó en medio de ese parque, sacó una pistola y le obligó a entregarle todo, incluso el juramento de no delatarla. Luego le dio un beso en la boca y se fue.

Qué mala suerte. Decidió comenzar a caminar. No volvería a confiar en una mujer guap
a.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Sensación de reemplazo

Oigo los gemidos en la otra habitación. Son tuyos. Son de ella, de tu amante, de tu novia, de lo que sea. Me hago un ovillo bajo las sábanas de la cama que a veces compartimos, pero sólo cuando no está ella para complacerte. Imagino todo lo que te hace porque yo te lo he hecho un sinfín de veces. ¿La tocas? ¿Le das placer con tu boca? ¿O sólo la besas cuando tienes un orgasmo, como a mí?

La envidio. Quiero tocar tus senos sin la sensación de ser sólo un reemplazo, el dichoso premio de consolación. Deseo que pases tu lengua por todas partes, que me muerdas, que hagas que me excite con tus manos y no sólo porque puedo tenerte. Anhelo que me penetres, con dos, con tres dedos, con los que quieras, que los metas de un solo empujón, que me hagas gritar del dolor.

Los gemidos se detienen. Te está acariciando, ¿no? Pasa su mano por tu espalda, por tus piernas, por la humedad de tu entrepierna que resulta ser el resultado del placer. ¿Lo haces a propósito? ¿Quieres hacerme sufrir? De nuevo gimes. Me muerdo la mano para no levantarme y correr a la otra habitación a matarla para después hacerte mía. Dime, ¿cuánto te durará la satisfacción? Ella no estará contigo para siempre. Y lo sabes.

martes, 24 de septiembre de 2013

El hombre del abrigo amarillo

El hombre del abrigo amarillo entró a la habitación de golpe. Las dos mujeres que se encontraban dentro respiraron pesadamente, sin tiempo alguno para tartamudear alguna excusa no tan patética y ridículamente decente para explicar su desnudez sobre la cama matrimonial que, al parecer, el hombre y una de las mujeres compartían la mayoría de las noches.

— No es lo que parece —dijo la esposa culpable. La otra pensó que no se le podía haber ocurrido peor cliché para tales situaciones bochornosas.

— Sí lo es, Samanta, no mientas —habló el hombre. La amante de la esposa pensó, casi inconscientemente, que lo misterioso de su actitud explicaba por qué Samanta se había casado con él. No había otra explicación.

— No… lo es —dudó demasiado. Le había dado la razón al hombre con esa pausa de dos segundos adicionales y la entonación no tan convincente.

El hombre se tapó la cara, dolido. La amante vio cómo le escurrían algunas lágrimas y la manera en que, estratégicamente, evitaba la pregunta cliché de ese tipo de momentos preciados. Deberían tomar una fotografía y mandarla al álbum familiar.

— Amo a tu esposa —habló por fin la amante. Le pareció que interrumpía la escena de dolor del hombre del espantoso abrigo y no le importó. Era para bien—. Por eso me quedaré con ella. Te pido que no lo tomes personal.

Con la facilidad de esas palabras, la mujer se vistió, alentó a Samanta a vestirse y, cuando ésta lo hubo hecho, la tomó de la mano. Salieron de la habitación, dejando al hombre traicionado detrás. El hombre no volteó, ellas tampoco. En pocos días llegarían los papeles del divorcio. No tenían hijos, así que la vida parecía sonreírles a todos... bueno, no al hombre del abrigo amarillo.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Darle gusto

— Dime algo que no sepa —pronunció secamente, con una actitud altanera.

La otra estaba en el piso, llorando. No sabía qué más decir. Al parecer, siempre había sabido que la amaba en secreto (no tan en secreto, más bien).

— Vamos, quiero ver si puedo salvarte de ésta.

Se calló. Si el tipo que acababa de golpearla quería matarla, adelante. Sería la decisión de su amor platónico de toda la vida.

— Puff, ni qué hacer contigo, pequeña. Que sepas que sólo me quedé cerca de ti para atormentarte… porque me dabas asco. Tú —se dirigió al hombre—: viólala. Y que le duela.

Ella quiso gritar pero prefirió mantener la boca bien cerrada. No volvería a darle gusto
.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Miénteme

Dime que no es cierto, que esto no está pasando. Miénteme, miénteme tan bien como siempre lo has hecho. ¿Por qué te quedas callada? ¿Por qué ni siquiera murmuras? ¿Por qué tus parpadeos desolados me asustan tanto? Ayúdame, ayúdame aunque sea susurrándome al oído que todo está bien. Imagina que no hay sangre debajo de mi cabeza, que esa sangre no hizo que mi cabello se volviera una maraña, que me veo bonita a pesar de estar tan pálida, mutilada, tan adolorida que ya no siento ese dolor.

Sonríe para mí, aunque sea con tristeza. Miénteme, miénteme rápido, que ya no aguanto el dolor invisible del brazo arrancado y del pie faltante. No mires mi cráneo roto, abollado, sangrante, mejor concéntrate en mis ojos, aunque se apaguen poco a poco. Tampoco pongas atención a mis dedos retorcidos, quebrados por la colisión. Dime que estás bien, que además de esos rasguños casi superficiales no te pasó nada. ¿Tienes miedo? Consuélame con que no, con que todo estará bien aunque vaya a morir aquí antes de que llegue la ambulancia.

¡No veas! No veas la sangre que sale de mi boca cuando trato de hablar. Dame un beso, anda, el último beso que me darás. Dime que no pasará nada malo, que en el más allá todo es mejor… que te volveré a encontrar tarde o temprano porque tenemos una vida que completar. Miénteme, miénteme con todas las mentiras que te has estado guardando, miénteme ya que me estoy muriendo. Y antes de irme quiero que me digas que me amas, es mi deseo más grande, aunque también sea una mentira.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Acción nada evasiva

Los rizos se volvían una maraña allá arriba, en su cabeza. ¡Qué fastidio! Se sintió tentada a tomar el peine, el cepillo y algún otro artefacto metrosexual pero prefirió no derrochar energía en ello. Suspiró. No podía seguir parada frente al espejo viendo tremendo espectáculo. Volteó hacia la cama y la notó vacía; las sábanas estaban completamente desacomodadas y aún le parecía sentir el aroma del sudor y… de otros líquidos corporales impregnados en ellas.

En ese momento quiso llorar, jalarse el cabello hasta dejarlo caer y por fin deshacerse de ese desorden. La mujer con la que había dormido la noche anterior se había ido, probablemente enojada e infeliz. Cabe aclarar que nada de ello tenía que ver con su desempeño en la cama, no, claro que no, ella era magnífica en el manejo de la lengua y los dedos… Oh, no era tiempo de burlarse de su persona. Desesperada, se acercó a la pared más cercana y azotó la cabeza contra ella. Dolía. Una más de sus actitudes autodestructivas.

Tomó la sabia decisión de dejar de hacerse daño, de calmarse un poco. Respiró lo más profundo que pudo y contuvo la respiración hasta el punto del desmayo. Bien, con esa cantidad de oxígeno su cerebro trabajaría mejor. Sonrió y después rió. Su risa sonaba ligeramente histérica pero se obligó a mantener el control de sus facultades. Corrió a buscar el celular y marcó el número que ya se sabía de memoria a pesar de haberlo usado una sola vez. Respondieron.

— Perdóname. Quiero salir contigo una vez más —sin esperar la respuesta, colgó. Si le interesaba, si era una afirmación, la mujer llamaría.

Efectivamente. Minutos después, el celular sonaba. Se alegró. Con eso el día había mejorado por completo.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Traicionada

Traicionada. Traicionada por la mejor amiga, la que amó en secreto por 11 años. En secreto para ella, sólo para ella, porque todos los demás lo sabían, lo notaban, era demasiado obvio.

Traicionada porque rompió los planes que tenían. No se irían a España ni a Holanda a ver a las prostitutas tras los cristales, como era su última locura, ni seguirían viéndose tan a menudo. Ya no correría a verla cuando la llamara a altas horas de la noche.

Traicionada porque estaba embarazada. Nunca fue su pretensión que la amara, sabía que era imposible, pero el sentimiento de traición no se desvanecía. De ese hombre, tendría un hijo de ese hombre que aún era un niño. Tantos defectos…

Traicionada. Traicionada se sentía.

jueves, 19 de septiembre de 2013

La habitación

Llegó primero a la habitación. Mucho, mucho antes que su amante. Entonces decidió que era momento de comenzar a cumplir las fantasías de ambas. Sacó el bisturí que siempre llevaba en casos de emergencia y una hoja de papel. Agarró uno de los vasos de cristal que estratégicamente colocan en los hoteles y comenzó la operación.

Buscó una zona sensible, donde la piel se rompiera con facilidad. Eligió la muñeca, el lugar que muchos usaban para suicidarse y ella usaría para hacer el amor sangrando. Miró el reloj: faltaba una hora para que la mujer llegara. Era mejor apresurarse. Presionó el bisturí en la zona, formando un pequeño punto de sangre. Presionó más y lo sacó rápidamente. No pudo evitar notar que se provocó un moretón, posiblemente al romper una vena pequeñísima.

Suspiró. El trabajo arduo llegaba. Colocó el bisturí en su lugar y empezó a abrir heridas. Lo hacía con calma, por placer, no con la desesperación que había visto en otros. Usó el vaso para almacenar la sangre que escurría por su muñeca. Rió al ver cómo se abría la piel, lo que había debajo. Le sorprendió que al principio sólo hubiera un tejido blanco y después se llenara de sangre, con lentitud. Le molestaba que la sangre se coagulara, así que cortó con más velocidad para que lo coagulado sangrara con más ganas.

El dolor estaba llegando. Lo dejaría postrarse en esa parte del cuerpo y, tal vez, en el corazón. Ni modo, era el camino que había tomado y no había de otra... o no quería que hubiera de otra. Volteó asustada hacia la puerta sólo para verla entrar, contemplar una expresión de susto, correr hacia su persona y abrazarla.

— Ya es demasiado, mi amor —declaró. Movió el vaso a un lugar seguro y siguió abrazándola. Sin deshacer el abrazo, le sujetó el brazo y comenzó a lamer la sangre, a deshacer los coágulos...

— Te amo —y esa declaración dio paso al acto de amor.

viernes, 6 de septiembre de 2013

El rey Boo



La princesa Peach conoció al Rey Boo en el mismo momento en el que la princesa Daisy se enfrentaba a aquellas arañas negras y aterradoras que babeaban algo seguramente corrosivo. El Rey Boo la miró con la superioridad característica de los ocho boos que Peach había visto en toda su vida y rió de forma parecida pero más demente, obligándola a cubrirse los oídos debido a las vibraciones fantasmales y a su grado de penetración.

El Rey habló en su extraño idioma, sacando la lengua con vehemencia y soltando más de esas carcajadas. De alguna forma que en su tiempo y espacio no consiguió entender, el dueño de la casa embrujada donde estaban, y por lo tanto de las rejas que la mantenían cautiva, le decía que su poder aumentaba en Noche de Brujas y que, usándola como carnada se desharía por fin de Mario.

Lo que el Rey Boo, Peach y los otros ochocientos pares de boos, todos idénticos, no sabían era que de Mario ya no hacía falta deshacerse pues el buen Bowser había tenido la gran idea de capturarlo ese día a una hora inóspita para los fantasmas, incluso si están protegidos en su mansión.

Peach lloró, el Rey Boo la ignoró y de las rejas comenzaron a salir llamas. En ese justo instante Daisy abrió la puerta de la casa embrujada, caminó con paso firme hacia la habitación del Rey Boo, claramente más iluminada, y entró en ella, haciéndose indiferente al miedo que todos esos fantasmas le causaban.

— Devuélveme a mi princesa, fantasma, que debemos ir a recoger nuestros disfraces para esta noche de Halloween y el Reino Champiñón está muy lejos.

El Rey Boo, anonadado por la actitud de Daisy, le comunicó su plan sobre Mario. Ella rió levemente.

— Bowser lo capturó.7 Tu plan ya no tiene sentido, por lo menos no con Peach —trató de enmascarar su nerviosismo al hablar de ella pero sus mejillas se colorearon ligeramente.

El fantasma suspiró y accedió a la nada amable petición de Daisy. Ésta, al ver a Peach libre, besó respetuosamente sus labios. Peach sonrió con dulzura y la abrazó con delicadeza.

— Gracias.

— A ti... Y ahora vámonos, que se nos hace tarde.

Mientras las veía alejarse, el Rey Boo musitó algo que ninguna de las dos pudo entender.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Semana



¡Qué triste es encontrarme en este instante con una mano dentro de mi ropa interior, tratando de darme un poco de placer! ¿Que cómo llegue a esta situación tan patética? Eso es una larga historia que comenzó con la ruptura de mi largo noviazgo. ¿Cuánto tiempo era? Ya no recuerdo bien, unos cinco o seis años tal vez. Y todo terminó por otra chica, alguien de mi edad que gustaba de andar por ahí siéndole infiel a su novia. Ella también llevaba una relación larga, un poco más corta que la mía, aunque menos feliz, según entendí a través de nuestras pláticas.

Es difícil darse cuenta de lo mucho que uno pierde haciendo ese tipo de cosas, es decir, dejando ir a alguien que te quiere y que sabes que te apoyará en las buenas y en las malas por alguien que conociste en un bar, en uno de esos raros días que sales a tomar una copa sola. Claro, porque mi vida ya se había vuelto un poco monótona y mi idea esa noche era ser otra persona para así poder ser infiel y ponerle un poco de ritmo a la música que acompañaba nuestras noches.

Mi mano no encuentra el punto exacto. Supongo que ya he perdido la práctica. Así pasa cuando renuncias a ser tú quien se complace para dejar que otros, en mi caso otras, lo hagan. Busco, busco y no encuentro. Esto es tan triste y tan patético que me doy lástima y desearía llamarle a una amiga para que me ayudara… pero no. Estoy realmente decepcionada y triste. ¡Cierto! Estaba contando cómo llegué a este punto.

¿En qué me quedé?... Ya recuerdo, en el día del bar, el mismo día que conocí a la otra chica, la que después sería mi amante por una semana y mi novia por 24 horas. Frustrante. Ya no importa. Ese día la vi allí, parada, seria, sin sonreír, sin voltear hacia otro lado y supongo que nunca me pasó por la mente que mi feliz y pacífica vida había terminado. Porque sí, lo admito, me gustó. Sabía que nunca se fijaría en mí, que nunca me dirigiría la palabra, así que decidí entrar en acción.

La saludé pero su toque era frío. Sólo me miró, sonrió levemente y habló despacio, con ese tipo de voz que yo denomino “voz de cristal” ya que es tan delgada que siento que podría romperse en cualquier momento. Y eso fue todo. Mi miserable intento de tener algo se acababa de ir a la basura, por lo que se me ocurrió preguntarle cosas, ya sabes, su nombre, edad, ocupación, etc. Y poco a poco fue abriéndose y dejó de ser tan seria. Realmente se reía de lo que decía porque, si algo hago bien, es divertir a los que me rodean con mis ocurrencias estrafalarias y mis palabras mal acomodadas.

Así fue como comenzamos a platicar. Pero no creas que todo sucedió en el mismo día, no. Esas cosas pasan después de un tiempo, de una o dos semanas al menos, como sucedió en mi caso. Después de ese día, decidimos comunicarnos por medio de mensajes de texto o del tan útil Internet. Puedo decir que nos hicimos buenas amigas y que concretamos citas que en realidad no lo eran, eran simples paseos matutinos sin ninguna intención.

En uno de esos paseos surgieron los problemas, los pros y los contras, lo de siempre. Y lo primero fue que me confesó que también tenía una relación. Llevaban unos cuatro años juntas y mi ahora amiga le era infiel de vez en cuando. Ella ya sabía lo de mi relación, sólo faltaba confesarle que yo no era infiel… hasta ese momento, pues le dije que me gustaba y, lo peor y lo que terminó por llevarse mi poca cordura y romper cada uno de mis cálculos, ella me correspondía.

¡Demonios! No sé si sepas lo frustrante que es eso. Me refiero a tener la posibilidad de ser infiel cuando nunca antes lo has hecho. Me sentía como un niño en una tienda de dulces. Y me besó, o tal vez la besé, o quizá las dos nos besamos. Y ocurrió lo que nunca hubiese imaginado, ni siquiera en mis sueños: me gustó ese beso. Claro, tardé un poco en procesar aquello porque era una sensación diferente a la que había tenido por cinco o seis años. De hecho, era algo tan suave y abstracto que sentí que ya nada podría ser peor.

Creo, quiero creer, que a las dos nos gustó porque fue a partir de ese momento que empezamos una relación. Y lo vuelvo a repetir, amantes por una semana, novias por un día, tal vez menos, la verdad es que nunca fui buena en matemáticas elementales. Nos besábamos, cada vez me daba menos miedo, me gustaba más. Con cada minuto que pasaba, mi corazón latía más fuerte y me fui dando cuenta de lo mucho que sus besos me enloquecían, que su aroma me fascinaba y que ella me…

Tal vez ése fue el factor que desencadenó todo y que provocó que un día, en un parque, casi tuviéramos sexo. Siento decir que fue el pudor el que nos impidió llegar a más. Siento decirlo de verdad porque lo que yo quería en ese momento era un toque más profundo, que me hiciera vibrar por dentro y me invadiera completamente. Y nos seguíamos besando y tomando de la mano y sentí que la quería, que me encantaba, que, aunque nuestros pronósticos nos decían que estaríamos juntas de un mes a tres, deseaba estar con ella y pertenecerle.

¡Qué horrible! Entre más pienso en estas cosas, más difícil me resulta mover la mano. De todas formas, aunque la mueva, no llego al punto máximo de placer. Ahora que lo pienso, creo que comienza a dolerme un poco. Así que prefiero levantarme, buscar el suéter que traía puesto anoche y olerlo. Ese aroma sigue allí, el de ella. Y si huelo mis manos encuentro lo mismo, y lo mismo pasa con mis labios, con mi cuerpo entero. Parece que soy de su propiedad y, hasta donde recuerdo, yo le pertenecía, o le pertenezco, a la otra chica, a la que ahora ya no es mi novia, con quien aproveché cinco o seis años de mi vida. Y se ha ido.

Esto nos remite directamente a donde quería llegar, es decir, a cómo terminé aquí con una mano dentro de mis bragas para tratar de alcanzar un orgasmo mientras pienso en las miserias de mi vida. El hecho que realmente me interesa contar ocurrió anoche, misma fecha en la que mi ahora anterior pareja se marchó.

Fue anoche cuando decidí consumar lo mío con esa chica, tan nueva en mi vida y tan desconocida para mí como un planeta lejano, hacer el amor, tener sexo, como quieras llamarle. Así que le conté cómo mi antigua relación estaba en el infierno ahora y salimos en busca de un callejón solitario. Lo encontramos relativamente rápido y comenzamos a besarnos con desesperación, esa desesperación que te indica lo impaciente que estás, las ganas que tienes y lo mucho que esperas.

Sin embargo, todo fue de mal en peor. Primero porque en ese callejón pasaban muchas personas y, cada vez que estábamos sumergidas en nuestra nube de pasión, algo nos hacía parar y recomenzar las cosas, o sólo bajarme la blusa y abrocharme, a medias, el pantalón. Ella se frustró antes que yo y yo, poseída por un ataque de calor, le pedí que ya hiciera lo que debía.

Ése fue nuestro malentendido. Nuestros mundos eran diferentes, tres centímetros, como me dijo ella, aunque yo creo que eran unos cinco. Lo que quiero decir es que ella no hacía el amor por medio de la penetración y yo… ¿qué puedo decir? Yo lo necesitaba y era todo lo que esperaba de esa noche. Le pregunté si de verdad nunca había penetrado a alguien o si, en su defecto, nunca la habían penetrado y su respuesta me anonadó: “no, jamás”.

Si me comprendes, entenderás que me haya frustrado un poco, que me haya abrochado el pantalón y acomodado el sostén y haya pretendido que nada había pasado. Traté de ser yo quien le enseñara cómo se hacía pero su pudor le impidió dejarse hacer en un callejón oscuro y no tan vacío. Así que, cabizbajas, caminamos hacia cualquier transporte público para poder escapar de tan embarazosa situación.

Ella, enojada y frustrada. Yo, deseando algo más profundo y riéndome de nuestras diferencias. Creo que todo pudo haber seguido bien y pudimos haber tenido otra oportunidad para intentarlo, otro día supongo yo, pero ella, con sus bromas un poco hirientes, me dijo que mejor ya no nos viéramos, a menos que coincidiéramos en algún lugar.

Le dije que ya no la volvería a molestar y, como me dolió que no le importara, decidí cumplir mi amenaza, que resultaba menos complaciente para mí que para ella. Me encantaría decir que es sólo otra paloma que se me escapa pero no… me he quedado sin nada, triste, con su olor impregnado y con el problema de no poder olvidarla. Lo peor de todo esto es que me he rendido y ya no podré llegar a un orgasmo fingido, por lo menos hoy no será.

martes, 3 de septiembre de 2013

Ellas



Ambas se encontraban acostadas en un sillón, como iguanas sobre el pavimento recibiendo los cálidos rayos del sol. Las dos se sumían en sus propios pensamientos y sueños, ilusiones y aspiraciones, y los protegían tan sagazmente que a nadie, tal vez sólo a un demente, se le hubiera ocurrido profanarlos. La verdad es que las mujeres son temibles cuando tienen que defender lo que más quieren.

Poco a poco, una de ellas se incorporó y, con mirada traviesa, volteó hacia la otra que parecía dormida pues tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos, como pidiendo un beso a gritos. Pensó que sería buena idea jugarle una broma, algo sin sentido, mínimo, que no tuviera repercusiones. Trató de no moverse mucho para no despertarla, para no arruinar su jueguito. Entonces se le ocurrió:

— ¿Por qué Ryoma?

Era una frase dirigida para ella misma, no para el viento ni para el sol, era para ella ya que ella era quien necesitaba una respuesta. De hecho, ya se lo había preguntado antes pero Sakuno nunca le respondía con oraciones completas, sólo se sonrojaba, bajaba la cabeza y emitía palabras sueltas, sílabas o pseudo frases sin sentido. Nunca podía acertar a decir, por lo menos, que era un niño bonito o que su actitud arrogante le atraía.

Recordó su malvado plan de dos pasos y se olvidó de Ryoma. Se levantó del sillón y se dirigió lentamente a la ventana, alzando mucho las piernas para evitar los ruidos fuertes. Se asomó a la ventana y volteó hacia todos lados, asegurándose de que nadie se acercara. Segundos después de haber realizado dicha acción, regresó a lado de Sakuno.

La miró fijamente por unos minutos, casi sorprendiéndose por su poca movilidad. Fue entonces cuando escuchó lo inevitable:

— To… moka.

La bella durmiente hablaba y decía su nombre. Tomoka se preguntó lo que soñaría en ese instante. Le alegraba saber que Ryoma se alejaba de sus pensamientos en sus momentos de más profunda intimidad e incluso se atrevió a aventurar un lejano pensamiento: Sakuno soñaba con ella.

Así que por fin se decidió y, con un movimiento rápido, juntó su rostro con el de la otra y rozó sus labios… Era un pequeño beso para una ocasión inesperada, nada que no hubiera pasado ya en este mundo y, probablemente, nada que no tendría una extendida repetición.

Entonces Sakuno abrió los ojos a toda prisa y se levantó como impulsada por un resorte. Su rostro se había tornado carmesí y un grito había violado el bello silencio en el que se encontraba sumida la habitación:

— ¡Tomo-chan! ¿Qué has hecho?

Tomoka hizo lo que más lógico le pareció: se encogió de hombros. Después, con voz zalamera, respondió:

— Era para que estuvieras lista cuando llegara el momento de besar a Echizen".

Sakuno sonrió, como agradecida. Y a partir de ese acto, la conversación giró alredor del genio de primer año durante horas y horas, hasta que anocheció y las amigas tuvieron que separarse.

¿Qué pueden hacer dos mujeres a solas? ¡Claro! Hablar de Ryoma Echizen.



Fandom: Prince of Tennis
Pareja: SakunoxTomoka

lunes, 2 de septiembre de 2013

¿Cómo decirte?



Te miro una y otra vez, me gusta hacerlo.

Amo tu expresión tan seria, tus ojos tan claros, tu cuerpo tan esbelto y tu sonrisa tan espontánea cuando te encuentras feliz. Amo todo de ti.


En ocasiones, cuando me pierdo en tu blanca tez, me percato de que me estás mirando también, haciendo que me sonroje terriblemente y baje la mirada, simulando que no te estaba mirando, rogando para que sólo pienses que es una gran y bella coincidencia.


Otras ocasiones, tú me miras, haciendo que en mi interior surjan muchas dudas. ¿Será posible que sientas lo mismo que yo por ti? La sola idea me hace feliz, pero a la vez me da tristeza. Me parece algo tan lejano, imposible... Tú eres algo que no soy yo, tú le tienes a él y yo quisiera tenerte a ti, quedándome con nadie.


Un día lo decidí: voy a declararte mi amor cuando haya llegado el último día en el colegio. Lo pensé así porque, si me rechazas, ya no importará, ya no volveré a verte debido a que es mi último año.


Y desde el día que lo prometí han pasado tantas cosas... Ese día se acercaba cada vez más, y mis miradas se volvían más intensas y suplicantes. Tenía enormes deseos de ir y apartarte de ese novio tuyo, de que nunca más estuvieran juntos, pero me calmaba pensando que así eras feliz. Peleaba con más frecuencia con ese compañero tuyo de clases, pues él no quería que me acercara a ti, ya que te reclamaba como suya.


Fueron tantas cosas, y ese día, tan añorado y temido a la vez, ha llegado. Es hoy, por fin lo voy a decir. Me encuentro tan nerviosa, tan preocupada, tan feliz... muchas emociones juntas.


Mi mejor amiga me empuja hacia tu aula para que pueda entrar y llamarte a un lugar solitario. Temblando, me dirijo a tu pupitre, donde estás sola pensando, al parecer, en algo importante. Al verme llegar me miras con tus ojos claros y tu expresión seria, y con hilo de voz yo te pido que salgamos, que tengo algo importante que decirte.


Salimos del aula y me sigues. Nos dirigimos al lugar más sereno y solitario. Al llegar, nos colocamos frente a frente, como si de un duelo se tratase. Me miras con sorpresa y sonríes al ver que no digo nada, que me he quedado parada como si fuera un títere sin titiritero.


Dentro de mi mente un conflicto emocional tiene lugar. Los minutos pasan y yo sólo divago. Miro ocasionalmente el paisaje, tratando de encontrar en él algo que me aliente, que me inspire, que me ayude...

— ¿Qué ibas a decirme? —preguntas sin apartar tu mirada de mi rostro.


Ahora la situación ha empeorado, no sé que hacer. ¡Cómo decirte!. Tengo miedo de que me rechaces. Siento que si digo algo tan simple como "me gustas" te vas a dar la vuelta y vas a irte. Tal vez sólo te rías, o te dé asco, no lo sé. ¡Demonios!. Tengo mucho miedo...

— ¿De verdad es importante? —cuestionas nuevamente.


Tu melodiosa voz hace que tiemble y divague más, que tema aun más. ¿Por qué es tan difícil? Quiero decirte que me gustas, que te quiero y que tal vez te amo. Deseo un beso, un abrazo, una caricia. Yo...

— Me gustas.

Tan simples dos palabras han sido pronunciadas por mis labios en una acto inconsciente e involuntario lleno de valor. Cierro los ojos esperando tu reacción y, al sentir que no pasa nada, los abro, contemplando así tu figura. No te has ido y en tus mejillas aparece un leve sonrojo.

— ¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntas con suavidad.

— ¿Eh? Yo... tenía miedo.

Sonreíste ante mi reacción y yo ante la tuya, qué bellos momentos se viven así. No era tan malo después de todo.

— Esta historia ha llegado a su fin sin haber tenido oportunidad de comenzar.

Tus palabras me entristecen: es cierto. Éste es mi último día y nunca más volveré, me iré lejos y no te veré más. Desearía haberlo dicho antes. Si tan sólo hubiera sabido... sí, sé muy bien que el hubiera no existe.

— Lo sé —respondí con una sonrisa, tratando de no mostrar todo lo que sentía, porque siempre he sido buena actriz—. Lo siento Maritza.

— Ya no importa.

Me acerco a ti haciendo gala del valor que no tuve durante todo un año en el que sólo te miraba de lejos sin decir nada más, y te besé. El pequeño roce de nuestros labios se convirtió en algo más apasionado... Me alegra tanto que me hayas correspondido pero ¿por qué no pudo ser antes?




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Las amarillentas hojas comienzan a caer de los árboles por toda la ciudad. Es un bello espectáculo, especialmente por las mañanas, y demuestra que el otoño ha llegado. Más de un año he pasado lejos de ti, sin saber nada.

Los recuerdos me inundan, pues recuerdo perfectamente aquella vez, aunque sólo hayan sido unos minutos. ¿Por qué no seguimos comunicándonos? La única razón es que la distancia es el peor enemigo...

Como tú dijiste: lo nuestro terminó sin antes haber comenzado. Y yo te amé sin antes haberte tenido. Ahora te extraño más que nunca, no estás conmigo... pero no te fuiste, porque fui yo la que cometió el error.