Se siente culpable de ser
feliz. No siempre, sólo cuando se encuentra con Angélica en el mercado y la ve
tan delgada y cansada. La saluda y trata de platicar con ella, de enfocarse en
lo que le cuenta de su marido y sus hijos en lugar de observar su vientre y
rezar por que no esté embarazada una vez más.
Nunca se lo ha dicho a
nadie pero cada embarazo de Angélica es un puñal que se le clava cada vez más
profundo en el corazón. Es una muestra de la vida que con ella jamás podría
tener.
Justo en ese momento le
escuecen los ojos y la culpa le hace casi imposible respirar. Se ha topado con
Angélica en la fila del banco y le está contando que va a tener otro hijo. Va a
ser madre de nuevo. Intenta calmarse repitiéndose las palabras de consuelo que
guarda para esas ocasiones.
― ¿Recuerdas aquella vez
que me besaste? ―pregunta Angélica. Sus ojos se han quedado mirando un punto
fijo cerca de las cajas.
Traga saliva
ruidosamente, se atraganta un poco y sale del paso asintiendo con la cabeza.
― Te di un buen golpe.
Pero es que me asustaste ―ríe y su risa conserva la misma fragancia juvenil que
tenía hace más de 15 años.
Sonríe porque aquella vez
estaba ligeramente ebria y no pudo aguantarse las ganas de besarla. Sabía que
no lo volvería a hacer, así que se le
echó encima con toda la fuerza que fue capaz de reunir y llegó a rozar su
lengua. Después de los segundos de incredulidad, vacilación y duda, Angélica la
echó lejos con un certero golpe en la cabeza. Le salió una protuberancia
extraña y la atesoró en secreto hasta que desapareció.
― Eso fue antes de que
empezaras a salir con Marco ―suelta de repente. No esperaba decir eso. Es la
primera vez que ha dicho su nombre y sabe que no podrá vivir con ese sabor
amargo en la lengua.
Angélica la mira,
indecisa. Parpadea varias veces seguidas y simplemente se queda callada.
― ¿Dije algo malo? ―dice
porque no espera que mencionar a Marco sea algo malo para Angélica. Para ella
sí, desde luego, pero Angélica lo eligió como esposo y padre de sus hijos.
― Es sólo… ―se frota el
vientre. Todas las mujeres embarazadas hacen eso, incluso si su bebé es
demasiado pequeño para ser considerado persona―. Tomé una mala decisión, ¿vale?
―suena enojada y probablemente está aguantándose el llanto―. No era lo que
quería de la vida.
Claro que no lo era.
Recuerda la sensación que le partió el corazón el día que la invitó a su casita
en una colonia pintoresca. No era
sólo la pobreza de los muebles, lo pequeño del espacio, lo sucios que estaban
sus hijos... también era la sensación de que Angélica no pertenecía allí. No
podía explicarlo, simplemente sabía que estaba mal.
No respondió. Llegó el
turno de Angélica, llegó su turno. Se vieron fuera del banco y Angélica,
tímida, se despidió de ella con un beso demasiado cerca de la boca.
― Pudo haber sido
diferente ―le dijo antes de que se separaran.
― Sí, pudo haberlo sido
―estuvo de acuerdo Angélica―. Lástima que es así.
Se dio la vuelta y empezó
a caminar a paso lento, tocándose el vientre con suavidad. Ella se fue por el
lado contrario.