viernes, 31 de mayo de 2013

Oportunidad de amar

— Debí haber nacido musulmana —le dije víctima de una depresión repentina. Estaba a punto de reanudar mi plática, convirtiéndola en un discurso lleno de lamentaciones, cuando sentí que su cuerpo se agitaba ligeramente, como tratando de contener la risa—. ¿Qué fue? —murmuré observándola.

— Nada —respondió alargando la letra a y tiñéndola de e.

No pude apartar mi mirada de su persona. Me concentré en los detalles florales de su shayla, me pregunté si no le daría calor y rápidamente me dije que si eso usaba en Arabia Saudita, en mi país no le representaba ningún obstáculo. Así era Neelam, una de esas mujeres musulmanas que se niegan a abandonar las costumbres de su religión a pesar de su juventud o de su residencia en un país no musulmán.

Hice un gesto con la mano para que hablara pero ella sólo movió la cabeza de izquierda a derecha lentamente. Luego se incorporó ligeramente del sillón, lo suficiente para tomar una rebanada de jitomate del plato colocado sobre la mesa de centro.

— Es que eres muy dramática —musitó por fin, sosteniendo la rebanada con dos dedos—. No sé si me creerás pero no te gustaría ser musulmana —no le había preguntado cuánto tiempo llevaba residiendo fuera de su país pero por la fluidez y falta de errores con la que hablaba asumí que ya mucho.

— ¿Tú qué sabes? —pronuncié sin realmente prestar atención a mis palabras o a mi tono de voz. Como no había dejado de seguir sus movimientos, vi que su mirada cambiaba, languideciendo.

— Sé más de lo que imaginas —rió, pero ya no era la risa que le conocía, esa estaba partida, rota.

Por fin mordió el jitomate y lo hizo con tanta parsimonia que la eternidad pasó por mis pues un par de veces. Sus dientes estrechos y blancos cortaban el fruto de manera impecable. Cuando hubo terminado, esperé a que tomara una servilleta de la misma mesa de centro y se limpiara los dos dedos que había utilizado y la comisura de los labios. Suspiró.

Sin saber por qué, yo estaba en un estado de vigilia, sin saber que esperar pero aún así esperándolo. Sonreí involuntaria o inconscientemente, sintiendo más próximo lo que tanto quería saber. Entonces entreabrió los labios y comenzó a decir algo, mas el sonido fue tan bajito que me acerqué un poco a ella.

— En mi religión las mujeres somos muy respetadas, ¿sabías eso? Tal vez sí, pero el respeto conlleva muchas responsabilidades, como llevar siempre estos trapos —uno de sus delgados dedos señaló la shayla— o unos peores, como las burkas.  Y antes no podíamos enamorarnos de quien quisiéramos. Ahora hay un poco más de libertad pero te contaré un secreto: a mí no me dejaron estar con quien me enamoré.

”Ustedes los latinos creen que los hombres de estos países son muy machos, ¿sí se dice así? —asentí y ella prosiguió—: Eso es porque no conocen a los hombres musulmanes —rió con sorna—. Son tan machos que no se permiten homosexuales y mucho menos lesbianas, porque Allah lo prohíbe y porque a ellos no les conviene.

”A mí me tocó enamorarme de una amiga de mi hermana mayor, ya casada. Desde el principio fue un amor no correspondido, pero yo era muy niña para notar lo que significaba sentir eso grande en el corazón. Se lo decía a todos, en casa, en la escuela, en la calle... al principio creían que era una cosa de niños, luego se asustaron y después me pegaron. Debes saber que allá hasta los maestros te pueden pegar, pues a mí me pasaba siempre, golpe tras golpe, y yo no lloraba porque tenían razón.

”Incluso mi padre llegó a pegarme muchas veces. Tú no sabes lo que es sentir el dolor de los golpes, tener ganas de llorar, sentir coraje y estar convencido de que si no recibes tu castigo Allah te castigará. Es lo que tú llamas "crisis existencial" —sonrió—. Yo no entendía por qué me seguía gustando, por qué no podía quitármela de la cabeza. Un día me le acerqué y la besé en la boca. Ella no sólo me dio una bofetada, aparte le dijo a mi padre.

”No te contaré cómo me fue esa vez, sólo te diré que fue la única vez que mi mamá se me atrevió a defenderme. Quise irme de la casa pero no tenía a dónde ir o con quién estar, me encontrarían y me matarían. Tenía 15 años, pensaba muchas cosas en aquel entonces. Gracias a Allah, ah perdona —con el índice se dio unos golpecitos en la frente—, bueno, gracias a algo llegó el joven José.

”No sé si le gusté el día que me vio salir mientras él compraba en la tienda de mi padre, pero se me pidió que me casara con él. Me sentía tan mal que le dije que sí, sabiendo que mis padres no aceptarían que me casara con alguien ajena al Islam. Pero mi padre, la opinión importante, dijo que sí, que a ver si así encontraba mi camino de mujer. José me trajo aquí con la promesa de casarnos...

La miré con más insistencia para que no se detuviera en eso. Era la parte de la vida de Neelam, mi profesora de danza árabe, que no conocía. Sus manos se dirigieron hacia la shayla y comenzó el proceso de quitársela, descubriendo un cabello oscuro que hacía juego con su rostro moreno. La tendió hacia mí y yo, sin saber qué hacer, la tomé.

— Me regaló la libertad —se levantó con la energía que nunca había demostrado tener, se me acercó y se sentó en el suelo, colocando sus manos y su rostro sobre mis piernas—. Y otra oportunidad de amar —sentí en mí su mirada intensa. Sin dudarlo me agaché un poco y la besé.

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