sábado, 1 de junio de 2013

Esa bella mujer

Notó que la mirada sin realmente ver, la tocaba con sus manos sedosas sin realmente sentir y le hablaba con su aliento perfumado a menta sin realmente prestar atención. No le gustó. Era una mujer bella, sí, pero a ella le gustaba que le pusieran atención. Se tardó demasiado en procesar la información pues cuando se decidió a decirle que mejor se fuera, la mujer bella ya casi se había ido.

— Oye, espera, aunque sea desquita lo que me cobraste.

La mujer bella, cuyo nombre no le interesaba en lo más mínimo conocer, se volteó con una sonrisa burlona, la mejor sonrisa de ese tipo que había visto en sus 32 años de existencia. Sacó de su bolso pequeño un labial rojo brillante y se lo puso sobre los labios, retocando lo ya extinto por un conjunto de besos inoportunos. Luego lo guardó y volvió a mostrar esa sonrisa, ahora con más burla.

— Es tu culpa, te dije que yo sólo cogía con hombres.

Ella, aún en la cama, sin ropa y con el pudor olvidado en algún rincón de su casa de la Roma, cerró los ojos y asintió. Intentó recordar lo que había hecho con esa mujer pero nada llegó a su memoria. Cuando se había resignado, sintió que un lado de la cama vieja con sábanas de dudosa procedencia se sumía. Abrió los ojos sólo para descubrir que la mujer se estaba desvistiendo de nuevo.

— Está bien, pero sólo porque me caíste bien.

Esa vez sí pudo entregarse al amor.

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