miércoles, 15 de mayo de 2013

En la banca de un parque

Estaba esperándola sentada en la banca de un parque donde nadie se atrevía a pasar a esas horas de la noche. No estaba segura de la razón por la cual había accedido a concretar la cita y mientras veía que las copas de los árboles se movían sospechosamente, trataba de encontrar la explicación.

Tal vez era porque en el fondo, muy en el fondo, deseaba llevarse bien con esa mujer, tan pero tan diferente que a veces le parecía que no sólo venían de mundos diferentes sino también de planetas completamente inversos. Aunque, detrás de toda esa pantalla, ambas sabían que había entre ellas más similitudes que diferencias.

¿El nombre de esa mujer? Adela. Ella estaba consciente de que era un nombre carente de interés y de atractivo pero había que comprender lo vieja que era. Lo habían platicado una de las dos veces que habían sido capaces de sostener una buena conversación sin atacarse emocional y físicamente.

Si se detenía a reflexionar, no entendía todo el alboroto. Es decir, ¿por qué tenían que no gustarse? ¿Qué era esa absurda rivalidad, si es que podía llamarse de alguna forma? Como le había dicho una amiga muy liberal: hay suficiente comida para todos. Era y es cierto. Los humanos sobran, se reproducen más rápido de lo que mueren.

Todo era un invento de los medios de comunicación. Desde luego, obra de los humanos rencorosos que en realidad sabía que tanto los vampiros como los licántropos existían y querían mantenerlos separados porque juntos… Incluso podrían complementarse: los vampiros se toman la sangre y los licántropos atacan la carne. Buen plan.

Escuchó un ruido lejano y dirigió la mirada hacia el frondoso árbol de su derecha, a lado de la banca. Esperó. Un ligero aroma a sal se asomó por su nariz. No sabía lo que se sentiría no tener un buen olfato o un oído desarrollado pero seguramente sería horrible. Ella había nacido licántropo, con todas las ventajas y desventajas que acarreaba.

—Ya te habías tardado —habló con esa voz ronca que le había regalado muchos elogios—. Adela, no es tu costumbre, especialmente siendo tú quien pide una cita —guiñó un ojo a la nada. Segundos después, la aludida apareció por detrás.

La loba no pude verla pero la imaginó con su clásico vestidito negro, el cabello sujeto en dos coletas y unas botas sin tacón elevado. Sintió cómo las manos de Adela se colocaban a cada lado de su cuello, como para estrangularla, y después bajaban hasta sus senos. No pudo evitar sonreír pues tuvo la certeza de que esa noche sería buena.

—Realmente lo siento, tuve que dar una clase de emergencia —repuso la vampiresa. Sacó las manos de los pechos de su rival y rodeó la banca para quedar de frente—. Gracias por venir, Cristina.

—Ya dime de qué querías hablar. Se me hace tarde para ir a por un bocadillo. Y por aquí no hay nadie… —guardó silencio para contemplar lo guapa que era Adela y lo malo que era no poder llevarse del todo bien.

Adela se sentó a lado de Cristina, clavó sus ojos claros de color indescriptible en los ojos oscuros de la loba y la besó. Fue un beso pequeño, carente de pasión, pero a Cristina le gustó. Sin notar del todo la estupidez que estaba cometiendo, acercó su muñeca a los colmillos de Adela y la instó a morderla.

Nunca antes había sentido curiosidad de ser mordida por un vampiro, ni siquiera por otro licántropo en momentos sexuales, pero esa noche algo había entrado en ella, se había abierto camino y había tomado el control. Posiblemente era… Detuvo su línea de pensamiento cuando el dolor pudo más que el algo de su interior y apartó la muñeca.

Alternó su mirada entre su muñeca sangrante y el rostro tranquilo e incluso satisfecho de Adela. El dolor era increíblemente penetrante, mayor incluso que el de sus dos accidentes con cuchillos largos. Se lamió instintivamente la sangre para que dejara de salir y para evitar infecciones. La saliva era buena para los de su especie.

Adela sonrió ampliamente al verla, mostrando en sus colmillos unas manchitas rojas. Como si se diera cuenta de repente, pasó su lengua sobre la suciedad y volvió a sonreír. Cristina la miraba de reojo, dolida por la equivocación que había cometido. No soportaba la autosuficiencia que mostraba la otra.

Cuando terminó de lamer el área afectada, tomó con furia la muñeca de la vampiresa, atrayéndola hacia su cuerpo, y la besó con furia en los labios, metiendo su lengua, robándole la respiración, mordiéndola sin ejercer demasiado daño. Se separó tan bruscamente como había empezado y vio la sangre que escurría de la boca ajena.

Ahora fue el turno de Cristina de sonreír. Lenta y parsimoniosamente, pasó la lengua por los labios de Adela y bajó por su barbilla. La venganza era dulce y no importaba si estaba caliente o fría, la satisfacción era exactamente la misma. Los ojos de Adela estaban cerrados y había cierto gozo reflejado en su rostro.

—Ahora sí me voy —anunció Cristina sin levantarse aún, dándose tiempo para disfrutar su victoria.

Debido a eso, no notó los rápidos movimientos de Adela. En un momento ya estaba de pie, en otro pronunciaba, más bien gritaba, palabras sin sentido para Cristina y uno más desaparecía. Lo último que vio fue el vuelo de su vestidito negro.

Después un rato lo entendió: me gustas mucho. Eso había dicho Adela. Cristina suspiró, hizo un plan rápido para llamarle cuando llegara a casa, y salió a buscar una víctima. Con suerte, su víctima se enamoraría de ella y así podría olvidar por un momento que Adela en realidad le gustaba mucho.

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