jueves, 23 de mayo de 2013

La pecera azul: X

El día en que Samanta besó a Helena, le dijo que sólo había sentido el impulso de hacerlo y que no era nada personal. Podría haber sido cualquier otra persona, según manifestó. En cierta medida, tenía razón, pero jamás podría haber sido otra.

Raquel estaba frente a ellas cuando Samanta cometió el crimen. Estaban en la tienda. Era ya de noche, casi la hora de cierre, pero a su termostato le había ocurrido un accidente y necesitaba otro con urgencia.

Helena siempre llegaba en las noches para verificar que todo estuviese en orden, así que se encontraban las tres. Mientras Raquel limpiaba los artículos para perros, Samanta y Helena platicaban, sentadas una frente a la otra y separadas por el angosto mostrador.

Sin siquiera preverlo, Samanta tomó el rostro de Helena con ambas manos y lo acercó hacia ella. La besó con todo y lengua. Incluso cerró los ojos para disfrutar completamente el momento de emoción.

Raquel quiso ir y golpearla pero se contuvo mordiéndose la palma de la mano, donde más le dolía. Cerró los ojos y se volteó para no seguir viendo tal espectáculo. Helena se dejó besar y besó sin dejar de pensar que eso no podía estar pasando.

Al terminar de consumar la violación, como Raquel había denominado al acto, Samanta había salido caminando con paso lento, con el termostato en la mano. No se despidió. Tampoco olvidó pagar.

Las explicaciones se las dio por teléfono cuando, esa misma noche, Helena le pidió una explicación. Lo que más le preocupaba era que su empleada estaba presente y, aunque su relación no era muy convencional, no debían montarse tales escenas.

Samanta le restó importancia a todo y Helena se ofendió profundamente. Llevaban ya cuatro meses de ser amigas con tendencia a ser amantes ocasionales. No era justo. Esa vez, por primera vez en su vida, colgó el teléfono.

Y, reacción adversa a todos sus preceptos, Samanta intentó llamarle. No recibió respuesta. Era natural y debía dejar pasar un tiempo de duelo. Pero le dolía porque no sólo era su única amiga a más de mil kilómetros a la redonda, sino que también era su amor platónico más reciente.

Desde esa ocasión, cuando iba a la tienda a adquirir azul de metileno para sus peces, Helena no estaba. Samanta sabía que se escondía pero la agresividad de Raquel la desalentaba. Dejó pasar los días y su pecera cada vez era más azul porque se le pasaba la mano de tan triste que estaba.

Fue un mes el que tardó Helena en perdonarla. Samanta le compró un collar muy caro, tanto que no sabía cómo sobreviviría el resto del mes. Eso y su pez con nodulosis.

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