jueves, 9 de mayo de 2013

La número tres del ranking

Se encontraba a punto de salir a la cancha de tenis. ¡Qué nervios! Le sudaban las manos y estaba pensando seriamente en que no podría sostener la raqueta adecuadamente. También le temblaba el cuerpo, no demasiado pero sí lo suficiente para no correr tras una pelota dirigida con malicia hacia la esquina derecha.

    Escuchó su nombre y supo que no había vuelta atrás. Era la primera vez que participaba en un grand slam, y justo le tocaba en el más cercano a casa: el Roland Garros. No llevaba más de un año jugando como profesional y recién había cumplido dieciséis. Una voz le susurró que saliera, que ya no quedaba tiempo y así lo hizo. Increíblemente, recibió muchos aplausos y en medio de su nerviosismo pudo distinguir algunas banderas de España en el estadio.

    Caminó con lentitud hacia su lugar designado, dejó su raquetera, sacó una raqueta que habían encordado hacía menos de una hora y se dispuso a pararse en medio de su lado de la cancha para pelotear. Sabía que era una mera rutina, algo para calibrar el brazo, porque el entrenamiento se había llevado a cabo durante las dos horas anteriores.

    Recordó la primera vez que realmente entrenó: le dolió todo. Ni siquiera pudo levantarse. Ese día, su entrenador llegó a sacarla de la cama y a arrastrarla a la cancha sin antes pasar por el desayuno. Su castigo como holgazana, según le informó el hombre portugués. Era lo malo de tener un equipo conformado sólo por hombres, siempre presionaban de más, como a un caballero.

    Recibió el débil saque desprevenida, así que no lo respondió y ella misma efectuó uno. No había tenido el valor de ver aún a su rival porque la intimidaba. Fue algo horroroso que justo esa mujer hubiera sido designada como su contrincante en la primera ronda, esa mujer que era la número tres del ranking mundial. ¡Si ella apenas estaba comenzando!

    Después de veinte segundos de no poder distinguir hacia dónde iba la pelota por no querer cruzarse con la mirada de su experimentada rival, decidió voltear. Primero fue una mirada fugaz, como un enamorado observa a la chica que ama sin atreverse a decir nada; después fue algo de más segundos, casi penetrando en sus ojos verdes. Finalmente, se quedó como idiota: por dios, era hermosa.

    Y el partido en realidad comenzó. Como era de esperarse, perdió. Pero fue un gran logro haber salvado dos juegos por set. Durante todo ese tiempo flotó y cuando iba tras una pelota lejana, daba saltitos. Ni siquiera fue consciente de su juego, ni del dolor que de pronto comenzó a sentir en el tobillo después de perder el equilibrio y caer vergonzosamente.

    Volvió en sí cuando todo hubo terminado y se marchaba por el túnel de salida. Esperaba encontrar a su entrenador, a su mamá o su hermana mayor pero se equivocó. Tal vez estaban decepcionados. Se sentó al final y esperó, esperó hasta que la mujer que ocupaba el número tres en el ranking se acercó. Entre más se acercaba, más sentía su perfume dulzón mezclado con su sudor, algo que no recordaba haber sentido al aproximarse para saludarse cuando el partido finalizó.

    —Jugaste bien —digo la mayor en un perfecto inglés.

    —Gracias. ¿Sería tonto decirte que te admiro y que te he admirado desde que tuve consciencia de lo que era jugar? Y he querido ser como…

    No la dejó terminar. Se le acercó rápidamente y la besó sobre los labios, en primera instancia superficialmente y en última con pasión y lengua incluidas. Luego se apartó, se adelantó, volteó de nuevo hacia su pequeña amiga y le guiñó el ojo.

    —No le digas a nadie, podrían acusarme de estupro —y siguió su rumbo.

    La menor no supo qué significaba estupro y de momento no le importó. Si ésa sería la recompensa de sus derrotas, esperaba encontrarse con esa mujer más a menudo.

    —¡Cuando te gane voy a hacerte el amor! —gritó con la mejor pronunciación que pudo lograr.

    Aunque la número tres del ranking no volteó, supo que una sonrisa se dibujaba en su rostro, como pidiéndole que lo intentara.

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