domingo, 30 de marzo de 2014

La pérdida del amor (A)

Perspectiva A


No dijo nada, no dije nada, no dijimos nada. Calladas, cansadas. Una parte de nuestra relación acababa de morir, aunque yo estaba segura de que todo se había terminado. No tuve el valor de alzar la mirada, ni de tratar de convencerla de que aquello no había ocurrido. No, era real, tanto que podíamos sentirlo como una línea divisoria, como un ente sólido que se interponía entre nosotras.

Ella trató de hablar, pero empezó a llorar. Desconsolada. Me dolía. Sin embargo, no era su sufrimiento ni su dolor lo que me lastimaba, sino el hecho de que ya no me importara. Quise hacer algo, aunque fuese tomarle la mano... y no pude. Era cierto. Ya no la amaba, y eso dolía más que todo lo que estaba pasando.

— No fue justo —dijo por fin, reuniendo toda su fuerza, tratando de calmarse.

— No lo fue —estaba de acuerdo. Si ya no sentía nada por ella debí habérselo dicho en lugar de ir a aquel bar a buscar con quién acostarme esa noche. Fue una sola noche, unas horas apretadas durante las cuales compartí la cama con otra mujer. La cama y las palabras, porque le conté que no quería a mi novia.

Nunca pretendí salir con otra persona. Lo único que quise fue asegurarme de que esa relación ya no tenía remedio. No era sólo que peleáramos por todo, ni que me fastidiara un poco estar con ella, ni que prefiriera quedarme tarde en el trabajo... era también que ni siquiera la deseaba sexualmente. Por eso fui, para ver si el problema era mío. Pero en ese instante no era buena idea contárselo. Esperé, triste por la pérdida de un amor que en su momento consideré eterno, que volviera a hablar. No lo hizo.

— No puedo pedirte perdón. Lo hice, me acosté con ella. Pero ese no es el problema —empecé, dispuesta a asestar la puñalada lo más rápido que fuese posible.

La miré y ella alzó el rostro con suavidad, de esa forma que me gustó la primera vez que la vi en el transporte público.

— ¿Cuál es el problema? —su voz se había vuelto inexpresiva y apretaba con la mano izquierda un pañuelo desechable que hacía poco había usado para secarse las lágrimas.

— Ya no te amo. Lo siento mucho. No sé qué pasó, no sé cuándo ni cómo, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Ni siquiera me interesa remediarlo.

Sé que mis palabras le dolieron, porque las lágrimas volvieron a escurrir de sus ojos. Pero ya había tomado una decisión y no me iba a quedar con ella... aunque me necesitara. Habíamos dicho que lo nuestro no se iba a convertir en una relación enfermiza y estaba dispuesta a cumplir esa especie de promesa.

— Entonces vete —susurró. Estoy segura de que también recordó lo de la relación enfermiza.

— Sí, es lo mejor. Cuídate y gracias por estos años.

Me levanté, tomé mi bolso y salí de la pequeña habitación a oscuras, de ese departamento que le pertenecía, del edificio entero y, conforme me alejaba, de su vida. No soportaba el dolor en el pecho, las ganas de llorar, el sabor amargo en la boca y, sobre todo, la pérdida del amor.

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