viernes, 28 de marzo de 2014

Zapatos feos

— Toma asiento —murmuró. Su voz era suave y melodiosa, como fabricada a conciencia.

Rosa asintió y se sentó sin hacer el menor ruido. Luego analizó la habitación: blanca, con figuras abstractas por todas partes y un librero digno de envidia lleno de enciclopedias.

— ¿Quieres algo de beber?

Rosa la observó de arriba a abajo, desde la melena castaña alborotada hasta los zapatos puntiagudos que le parecían de muy mal gusto.

— Mhn —le había dado por responder con monosílabos o con gestos, en parte porque era una mujer silenciosa y en parte porque estaba completa y brutalmente apenada.

— Ni siquiera sé si eso es un sí o un no —respondió la otra riendo, resplandeciente.

— E-es un sí —habló por fin. En un abrir y cerrar de ojos, su anfitriona salió y regresó con dos vasos de un líquido color ámbar.

— Toma —obediente, Rosa agarró el vaso que le ofrecía y bebió un poco. El contenido era dulce y agradable al paladar.

Sin que notara el momento exacto, la mujer de los zapatos feos se sentó en una silla justo  su lado. Rosa se sonrojó, fingió que no estaba nerviosa y entrechocó sus botas de tacón alto.

— Está buena —señaló alzando el vaso. Su anfitriona rió con sorna. Rosa sólo fue capaz de enrojecer más y enfocar la mirada en el piso.

Su mirada se topó con esos zapatos puntiagudos muy cerca de sus botas...

— ¿Q-qué...? —antes de poder dudar sobre cualquier cosa, se encontró correspondiendo al beso más dulce que le habían dado.

— Espero que ahora hables más —comentó la mujer como si en realidad el beso no fuera algo relevante. Luego le sonrió y la volvió a besar.

Rosa sólo puso quedar absorta y desear que ese momento nunca terminara.

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