jueves, 6 de marzo de 2014

Cuenta saldada

Aquella vez me cerraste la puerta en la cara. Ni siquiera me diste tiempo de disculparme. En realidad, nunca me diste tiempo de nada. Por eso me quedé allí, junto a tu puerta, esperando. Algún día tendrías que salir y entonces podríamos hablar. Aunque no me perdonaras, sólo quería hablar, te juro que eso era lo único...

Ahora me pregunto si el error fue tuyo o fue mío. Tuyo por engañarme, mío por no dejarte. Y cuando me dejaste por esa otra mujer, tampoco supe si el error era mío. Tal vez no te complací lo suficiente, o te aburrí con mi apática insistencia. Lo creas o no, te amaba, y te seguí amando mucho tiempo después de que todo acabara.

Así es como he llegado aquí, a estas cuatro paredes que cada vez me parecen más pequeñas. Y en lugar de hacer la llamada que me corresponde por derecho, escribo en este pedazo de papel mi declaración. ¿Te maté? Es posible. No lo recuerdo bien. Sólo sé que me cerraste la puerta en la cara, y que lloré, y que me quedé junto a tu puerta porque lo único que quería era hablar contigo, que me explicaras lo que había hecho mal.

Entonces saliste, me viste, te asustaste. No te dejé cerrar la puerta, e imploré, llorando, que conversáramos. No sé por qué lo hice... no lo sé. ¿Te empuje, te di un golpe, qué pasó? Sólo te vi en el piso, sangrando. Ahí fue cuando ya no pude llorar y me di cuenta, sin quererlo en realidad, de que la cuenta ya estaba saldada.

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