sábado, 22 de marzo de 2014

Posición estratégica

Recogió una piedra pequeña, redonda y ligeramente amarilla. Apuntó y la tiro. Casi en el blanco. Recogió otra y esa vez sí funcionó. La piedra, más grande en esta ocasión, pegó en el vidrio. La ventana se abrió y por ella asomó el rostro de Magdalena. Llevaba los ojos pintados de un azul estridente y los labios de un rojo que prácticamente iluminaba la calle.

Desde su posición estratégica, cruzó los dedos para que su novia no se lastimara al salir desde ese primer piso. Ágil como gato, Magdalena saltó sin que le importara que la cortísima falda brillante dejara ver su ropa interior. Ella se sonrojó y trató de desviar la vista pero no fue capaz. De un momento a otro, se encontraron de frente.

Magdalena le dio un beso a la otra, un beso largo y profundo. Aunque sus padres no quisieran que se vieran, ni que se besaran, ni que se amaran, eso era lo de menos. Aún podían seguir saliendo a escondidas porque tenían la certidumbre de que harían lo que fuera por la otra.

Se tomaron de la mano, dichosas, y se dirigieron al antro que visitaban cada fin de semana. Otra noche fuera, otro regaño, otra amenaza de separarlas para siempre. Pero esa noche no hubo necesidad de amenaza porque cuando regresó del baño, vio a Magdalena besándose con un joven alto. Escuchó el ruido sordo que hizo su corazón al romperse, una especie de crack mal intencionado. Y decidió no quedarse a ver cómo terminaba ese drama.

Cuando llegó a su casa, entró por la puerta principal. Sus padres la estaban esperando y ella, con lágrimas borrando el maquillaje que se interponía en su camino, les dijo que no tenían de qué preocuparse. Se encerró en su cuarto, dispuesta a no volver a enamorarse de una mujer, llorando como si se le hubiese ido la vida.

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