— No puedo —le respondió la mujer.
Y ella supo que era lo mejor, que era lo correcto, que no debía seguir rogando. ¡Era tan patética! Por eso se cubrió las orejas con las manos, cerró los ojos y los apretó muy fuerte, y dejo que se fuera. Escuchó el sonido de sus tacones bajando las escaleras, la puerta de la entrada principal que se cerraba y luego nada.
La manecilla del reloj seguía su curso y se repitió que para siempre en realidad no podía durar tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario