martes, 1 de abril de 2014

La pérdida del amor (B)

Perspectiva B


En silencio, la contemplé. Era la misma mujer que había conocido hacía bastantes años. Era la misma pero diferente. Ese día se lo adiviné en la mirada, supe que diría algo malo, catastrófico y doloroso cuando la vi cruzar la puerta del departamento. No vivíamos juntas, aunque ya teníamos planes para hacerlo, pero me visitaba varios días después de que salía de trabajar. Y ese día, ese jueves, llegó más temprano de lo habitual. Le había dado por llegar tarde en las últimas semanas y ya empezaba a acostumbrarme.

Ahora, sumergida en este dolor, me doy cuenta de que las señales eran muy claras. La recibí con una sonrisa, alegre de verla de nuevo, tan feliz que debí haber imaginado que algo saldría mal. Y ella no sonrió, me llevó a la habitación e ignoró que recién había preparado la comida. Me lo dijo, y lo hizo con tanta frialdad, tanto aplomo, que sólo pude quedarme callada y contemplarla mientras ella no se atrevía a dirigirme ni una mirada.

Traté de hablar pero me fue imposible. El dolor que sentía, el vacío, el miedo, la sensación de inminente pérdida, todo hizo que las lágrimas salieran en manada. ¿Y qué seguía? ¿Debía perdonarla y fingir que nada había pasado, que sólo se había acostado con otra y eso no le había traído ningún beneficio? ¿O debía maldecirla, decirle que la odiaba, terminar con ella? Quería que se me acercara, que me abrazara y calmara mis lágrimas, que me diera besos en las mejillas como hacía cuando empezamos a salir.

— No fue justo —dije haciendo acopio de todas mis fuerzas para que el llanto menguara un poco. No sabía qué pasaría y esa vez traté de ya no ilusionarme, de no creer que todo saldría bien.

— No lo fue —respondió.

No me sentí capaz de decir nada más. Lo hecho hecho estaba y... ¿qué? Me sequé las lágrimas con un pañuelo desechable que encontré en la bolsa del del pantalón.

— No puedo pedirte perdón. Lo hice, me acosté con ella. Pero ese no es el problema.

Me miró y tuve que alzar la cabeza pues me había dedicado a observar las manchas de la alfombra. Si ese no era el problema, ¿qué seguía? ¿Más dolor? Me calmé, me enfrié, me volví indiferente. Noté que estaba apretando los puños y sentí el roce del pañuelo desechable, húmedo, en la mano.

— ¿Cuál es el problema?

— Ya no te amo. Lo siento mucho. No sé qué pasó, no sé cuándo ni cómo, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Ni siquiera me interesa remediarlo.

Intenté no llorar pero fue imposible. Una revelación, una confesión, una llamarada de dolor que se reflejó con más lágrimas, más y más, evacuando los ojos a toda velocidad como si se tratara de una zona de peligro. Supe que era necesario terminar, que no podía estar con una persona que no me amaba, que ya no me amaba.

— Entonces vete —decidí. Mis palabras apenas fueron un susurro pero ella las captó perfectamente.

— Sí, es lo mejor. Cuídate y gracias por estos años —eso fue lo más doloroso de todo. "Gracias por estos años", como si el amor fuera algo que se agradeciera así, tan a la ligera. Puse todo mi empeño en callar y funcionó hasta que oí que cerró la puerta del departamento. Y entonces lloré. Lloré por la traición, porque ya no me quería, por la desesperación... y, más que nada, porque había perdido a mi amor.

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