miércoles, 12 de marzo de 2014

Tinta

"Haz que mi sangre sea tinta, una tinta espesa para escribir y una pintura para tus dibujos".

Tomó la navaja y se la clavó en el muslo derecho. Se quedó un segundo contemplando la escena, sintiendo el metal en su carne. Entonces comenzó a mover el instrumento, con torpeza, lentamente, notando cómo sus trazos eran cada vez más fluidos. Durante unos instantes fue incapaz de ver su obra de arte pues la sangre ocupaba con velocidad los espacios heridos.

Por fin, después de minutos que le parecieron horas, sacó la navaja. Tuvo tiempo de observar que estaba llena de sangre, incluso la parte superior que no recordaba haber tocado. Siguió los caminos que el líquido rojizo formaba en su piel, volteó hacia el suelo, vio el charco que se estaba formando... Sonrió, complacida. Se detuvo a apreciar el dolor y luego el entumecimiento. Se sintió idiota y el pánico hizo su primer ataque. Pero no cedió.

Entonces sacó el teléfono celular, encontró los números favoritos y eligió uno. La voz de mujer que respondió parecía sorprendida, atemorizada incluso. Rápido, como si su vida dependiera de eso, le pidió que no colgara. La otra obedeció, con reticencia, poco convencida. Y ella empezó a hablar y hablar, a contarle cosas que ni siquiera había planeado sobre aquellos gatitos que alguna vez adoptó y sobre las papas con carne que su madre preparaba.

— Ven a verme. Ésta de verdad será la última vez pidió con esa voz dulce que le surgía cuando hablaba por teléfono.

Y colgó. Murmuró una plegaria, sonrió, lloró y lamentó estar perdiendo sensibilidad en la pierna. El pánico apareció de nuevo y se apagó tan rápido como llegó. Esperó segundos, esperó minutos y esperó horas... Para cuando se dio cuenta de que ella jamás llegaría, ya había anochecido. Se armó de valor, se levantó y comenzó a limpiar el desastre.

— Alguien tiene que hacerlo se dijo en voz baja, intentado no llorar por haber perdido para siempre a la única mujer que amaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario