lunes, 1 de julio de 2013

Copa de alcohol

En ese momento deseé no tener sexo, tuve ganas de abrazarla muy fuerte contra mí, sentir el toque de nuestros cuerpos desnudos, de nuestros senos tan diferentes, el latido de nuestros corazones solitarios y rotos haciéndose compañía. Quise que me acariciara con lentitud, con amor y sin deseo, y que me dijera que me amaba, que me quería o que por lo menos apreciaba ese instante, mi presencia o mi entrega.

Mas todo aquello no ocurrió. Ni siquiera tuve el valor de gemir cuando sus dedos se abrieron paso a través de mí y ella me poseyó con algo próximo al salvajismo. Cerré los ojos con fuerza para no llorar y suspiré bajito para permitirle confundir el dolor con el placer. Mi cuerpo hizo el resto del trabajo y, cuando dejé de sufrir, la vi de frente, observando un punto luminoso en el extremo de la habitación.

Me levanté, adolorida, más del corazón que del cuerpo, me acerqué a la mesa y tomé la única copa de alcohol de mi vida.

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