sábado, 29 de junio de 2013

La presión del aire

Matilda tomó el cuchillo, se armó de valor, ignoró el sudor de su mano izquierda y comenzó a cortarse. No pretendía quitarse la vida pues no tenía el valor de sacrificar tanto, simplemente quería sufrir un ratito, de manera suave y manejable, ideal para hacer nacer el amor o la lástima. Primero hizo un corte sencillo, superficial, luego aumentó la presión, dejando que las marcas del cuchillo se impregnaran en su piel; finalmente, abrió bastante la piel, rozando, a su parecer, la vena.

Se recostó con el brazo dañado estirado, permitiendo que el dolor fluyera y que la sangre se derramara por las sábanas blancas de la cama. Sentía claramente la incomodidad del grosor del arma en la muñeca e imaginaba ver puntitos azules en el aire, reflejándose en la lámpara de noche con la ayuda de la cual elaboró el trabajo. Sólo esperaba que no le quedaran cicatrices mal hechas debidas a la poca iluminación.

En el instante en el que casi cerraba los ojos, una figura alta y blanca entró por la puerta de la habitación. No tuvo las fuerzas necesarias para moverse, ni siquiera sonrió.

-- Estúpida Matilda --dijo la figura que cada vez se volvía más borrosa.

Matilda, en medio del idilio de la falta de sangre, notó que era su ex novia Perla. Después se dejó llevar, cediendo a la presión del aire y al zumbido en la cabeza. No murió en ese instante, pero sí lo hizo años después, cuando Perla se fue.

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