— Yo no me quería morir.
— ¿Entonces cómo llegaste aquí?
— Pus no sé, supongo que me mataron.
— Pero mírate, muchacha, ¿quién pudo haberlo hecho?
— La Andrea, que era mi mujer. Usté me perdonará, doñita, si se lo digo así, pero ya que estamos bajo tierra, ¿qué más da?
— Está bueno, niña, si eso aquí ni importa. ¿O sea que tu mujer no te quería y te mató?
— O me quería tanto que lo hizo.
— No, no, así no pudo haber sido.
— ¿Usté cómo lo sabe?
— Porque veo tus heridas.
— ¿Qué heridas?
— Las de tus muñecas, mujer, si a leguas se notan. Se ve clarito que te suicidaste. Por eso te digo que ya no te quería y de cierta forma te mató.
— Ah, pos sí. Yo a usté debí haberla conocido allá arriba, pa' que me dijera qué onda con la Andrea. Si ya me acordé, es que me dejó por otra...
— Ay con estas muchachas.
— Sí, con eso me mató, pero yo no quería morirme. Y aquí me tiene.
— Y por largo rato. Vamos a dar un paseo, así se te olvida la pena.
— Sí doñita, vamos. Pinche Andrea, deje que llegue...
— Tú tránquila, que aquí la esperamos.
— Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario